Al Pie de la Letra
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Un Mundo de Oportunidades
Relato de Pablo Diringuer para las Similitudes de Gotas Centroamericanas y Capitalistas
Un Mundo de Oportunidades

Similitudes de Gotas Centroamericanas y Capitalistas
Las gotas que chorrean sobre mi frente y, mientras caen, bifurcan… las sienes forman parte de una especie de tobogán y salpican cosquillas sobre el Este y Oeste que aprietan, sin quererlo, el hemisferio que contiene el ramillete geográfico de mi Ser.

Playa centroamericana de arenas blancas y cocos colgantes mientras las hamacas entrelazadas entre obeliscos curvos sostenedores de aburrimientos volátiles, gozan envidiosos rutinarios de zapatones ultra gastados de rutinas ciudadanas por cementos calurosos.

Islas casi celestes de aguas contagiosas y las pieles rosáceas contagian dorados rayos sanos ultravioletas productos inducidos por ese protector solar calibre 58 que machaca el agresivo impostor devenido del todo poderoso centro magnético, girador de supremacía planetaria.

No bien hube de llegar a esta isla llena de cartelitos y fogosas femeninas apantalladoras de beneplácitos momentos, una especie de cardumen servidor de comodidades «espontáneas» en cuanto a las necesidades del turista, hizo su automática aparición y vislumbró en mi apreciación, una pegajosa sensación de amarrocar babosas actitudes como si un invisible señor feudal torturase a sus esclavos so pretexto de un probable «lo lamentarás si no lo haces».

Guita extra sin pensarlo de manera inmediata de mi parte -juicio laboral por el exterminio de casi siete años de laburo sin previo aviso del ninguneo de nada, sobre todo, lo imprescindible del justo esfuerzo del casi free-lance, acomodado como les suele gustar a los potentados patrones de estancia del siglo XXI, como si fuesen unos simples monotributistas-

“Un billete”… sí, un buen número de papeles volátiles con imágenes de un tal Franklin Benjamín que sistemáticamente hubo de aspirar el común del globalizado mundo como si fuese un ultra necesario oxígeno para seguir habitando el planeta sin presagios de prohibiciones.

Maletas –en realidad sólo una- traspasadas luego del umbral previo del hotel brilloso de estrellas, y ese botones uniformado, mezcla de esclavo y policía que sonríe todo el tiempo mientras su radiante blanco dental resalta indefectiblemente como la antítesis de un cura con sotana sobre la nieve. Casi cinco horas de vuelo y ya… el paraíso del mundo perfecto y esas bellísimas mujeres recepcionistas del “mundo de oportunidades” por las cuáles toda esa internet volátil se desvive en enrostrar la frase que sostiene el “si querés, tenés”… y la meritocracia como un sustantivo o verbo a practicar, influir, ejercitar y obtener “el privilegio del pertenecer”.

Janet es una de las cinco recepcionistas del hotel veinte mil estrellas de ese deslumbrante edificio de doce pisos frente al transparente mar impactante de exóticos peces y pececitos colorinches adornados de pacíficos y alegres seres que todo lo proponen con la algarabía correspondiente del anfitrión de turno. Ella aún no lo sé si me trata como un chorizo tostado en una cualquier parrilla rutera de improviso en la ruta Panamericana, o si, de alguna manera, vislumbra su intención de entablar algo con mi persona, la cual, sabe de antemano por mi pasaporte, que vengo de Argentina, país del cual –aparentemente- le atrae sobre todo por los últimos acontecimientos deportivos del fútbol en el cual resultó ser el campeón del mundo-

Janet, cada vez que salgo del edificio, da la apariencia, de dejar todo su acontecer inmediato y, su vista acompaña con una sonrisa el básico saludo de un… ¡Hola, que tengas un buen día!…

Luego, por el reflejo de los vidrios hoteleros infiltro me perspicaz mirada y la observo que me sigue observando y hasta cuchichea con alguna de sus compañeras de la recepción.

¿Puedo ser tan inmerso en mis creencias sobre todo cuando la experiencia de añares avale mis callos existenciales?… País de bobos –me dije- en vez de argentino, hube de nacer en “Bobalandia”-aseveré sin pormenores-

Las playas, tal vez, han resultado de manera inefable, lo que cualquier almanaque hubo de vislumbrar durante… toda la vida, esos blancos alfombrados acariciados de pulcritud acuosa y la belleza humana surfeando y trasnochando expresiones alegres sin manchas ni grises ni sollozos lacrimógenos de tristezas de ninguna índole, y yo, que tranquilamente hube de caer en un insolente paracaídas, me catapulto sobre la foto almanequera y los protectores solares sacan provecho de mi bienestar y gasta rollos y rollos de fotos para refrescar sobre qué se tratan las vacaciones y, al mismo tiempo, la imagen –la mía- tranquilamente semeja gozar de un brebaje waikiri con alguna rodaja frutal mostradora de mi cutis sonrisal en “U” y que se vaya todo a…

Solía imaginarme previamente que todo el mensaje nocturno resultaba ser similar, que todo lo acontecido y por acontecer difícilmente adoleciera de falencias diminutas de lo acostumbrado, y así, durante esos casi catorce días de empeño vislumbrante, la suposición parecía confirmarse, sin embargo, a punto de cumplirse el día diez de estadía llena de jolgorio propuesto por el tour que me incluía, imprevistamente, Janet, dejó de verse inmersa en ese cúmulo recepcionista del hotel.

No me atreví a consultar a ninguna de las otras acompañantes mujeres ni siquiera a uno de esos uniformados botones que todo lo sabían, la cuestión que, -tal vez algo enganchado por los contados mensajes solapados para con Janet- en ese día once de mi permanencia en ese paradisíaco sitio y, libre de excursiones cercanas, me dirigí nuevamente a la cercanía playera del hotel, y en ese y amplio mostrador del bar lleno de alcoholes frutales, imprevistamente me hallé frente a ella… Janet nunca había dejado de sonreír frente a los avatares turísticos de los cuáles solamente podía conocer poco y nada, aunque en esta oportunidad, al margen de su aparente convicción del accionar, vislumbrase una tenue intranquilidad al respecto.

Janet ya no pertenecía al staff de la empresa hotelera y, de improviso o como una especie de paliativo momentáneo de oportunidades, se había empleado en esa especie de bar ambulante playero que, aunque no fuese el óptimo lugar, le servía para tapar el desfasaje que muy prontamente podría llegar a ocurrirle, y entonces, en vez de zambullirme en las cálidas y transparentes aguas saladas y peces de colores, opté por nadar del otro lado de la barra playera y asombrar detalles a través del hasta algo inesperado diálogo imprevistamente vacacional netamente sorpresivo para mi persona. Janet, mientras no dejaba de despachar bebidas de lo que fuese, entre trago y trago comenzó a transitar su extraño periplo –sobre todo para mi visionario y previo viaje de vacaciones- y con un sesgo de preocupación y algo de enojo y tristeza, comenzó relatar -y por qué no descargar- su impronta de mujer para nada resignada de su incipiente situación actual; ella dijo: -Resulta que, después de casi cuatro años de estar trabajando sin faltar nunca, en la recepción del hotel, como no quería “tener un trato más cercano” con uno de los jefes, me echaron, me dijeron que a partir de la fecha no debía presentarme más a trabajar…

Encima me despidieron sin más, sólo me pagaron lo que restaba de algunos días extras y encima arguyeron que yo jamás había sido empleada de la empresa, sino que yo, durante todos esos casi cuatro años había sido como una contratada “de manera independiente”…

Un grupo de cuatro turistas habíase acercado a la barra, y mientras Janet preparaba tragos por demás, mi paréntesis relativo al tema no podía eludir mis reflexiones al respecto: Argentina y XXX país centroamericano, similitudes laborales a flor de piel y la Sociedad capitalista que nos componía y extendía su inefable “paraguas protector” ¿de qué?

La volví a ver a ella dos veces más previas preguntas de su parte sobre la Argentina, tal vez como tanteando un cierto vislumbre sobre cómo funcionaban las cosas en mi país, sólo atiné a decirle que mi situación era parecida a la de ella aunque, en mi caso, tenía la posibilidad de actuar judicialmente en contra de la empresa que durante mi trayectoria laboral pude probar la falacia de parte del espacio empresarial y demostrar mi verdadera relación de dependencia para con la misma. Ella sonrió tras mis comentarios, y mientras elucubraba respuestas, otra vez asombró y vislumbró su criterio, sobre todo cuando le dije que gracias al criterio del juez entendido sobre las leyes laborales y gracias a la pelea de los trabajadores durante muchos años, yo estaba en su país hablando del tema con ella, producto a la indemnización que había conseguido producto de la organización de los que nunca bajamos los brazos y no nos dejamos avasallar por la prepotencia y angurria patronal. Ella sonrió y me dio un beso en la mejilla.

El avión de regreso, pasó airadamente por sobre las inmensas playas aterciopeladas de tostadas creencias, yo sólo atiné a indagar a través de la escueta ventanita cómo mi iris se ramificaba por ese intríngulis tan descriptivo sobre los dimes y diretes de este mundo tan enfrascado buscando un planeta que nos contenga a todos y termine con la miserable angurria de unos pocos.

Por Pablo Diringuer

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