Con esto de las añoranzas y recuerdos, hoy quiero centrarme en la máquina de escribir. ¡No cualquier máquina! En mi memoria habita la que tenía mi padre en uso, tan antigua como el papel carbónico. ¡El papel carbónico! Muchos no lo conocieron, probablemente deban asistir al mundo de internet para saber de qué se trata. Claro que no es tarea fácil describir la magia que despertaba esa lámina que permitía hacer copias simultáneamente al teclear cada letra, y que solía manchar los dedos de azul o negro. Papel carbónico que tantas veces coloqué al revés ocasionando una copia fallida y el malhumor por ello.
En inglés, a la copia creada se le llama carbon copy (copia de carbón), en la actualidad se continúa usando esta denominación en los sistemas de correo electrónico al señalar con las siglas «CC» que se trata de una copia de un original. El tiempo que va y viene, que transforma y no tanto. Con copia “carbónica” se hacían cosas importantes, desde contratos hasta trabajos escolares o de oficina, etc. Sin embargo, la máquina de escribir tenía una importancia mayor a otros objetos, precisamente porque uno imaginaba que lo de infinito valor creativo pasaba por ese tecleo ruidoso, y en aquellos tiempos, se hacían escuchar los tecleos de las obras de Miguel Cané, Emilio Salgari, Louisa May Alcott, Julio Verne, Mark Twain entre tantos otros, y entonces la máquina era sinónimo de creación, pero, además, de significativo respeto.
La máquina de escribir como hoy es la notebook, se trasladaba con los pasos de su dueño/a. A veces, iba de oficina en oficina, y en otras oportunidades, permanecía tapada con una especie de manta o túnica a medida, confeccionada con una tela plástica resistente que servía de protección, y se quedaba a la espera de unos dedos ágiles que la hiciese sonar. Luego, llegó el progreso, y con él, la máquina de escribir eléctrica que solo unos pocos podían tener y que ya contaba con estuche; un objeto de extrema finura y cuidado que no formó parte de mis enseres.
Pero, en verdad, la nostalgia profunda tiene más sustento con la máquina Olivetti antigua, no la que tenía valija para guardarla, sino la desnuda de tecleo ruidoso capaz de romper la rutina de cualquier silencio que se presentase.
Me puse a pensar que este mundo tan ruidoso de hoy no se condice con los silencios de las rutinas de los objetos: la silenciosa notebook, el silencioso teléfono celular, que suena o no, a la medida de la configuración elegida, los auriculares que nos conectan con el mundo de la música u otras cosas, pero en forma individual y de abstracción aunque estemos en grupo, e incluso la conexión a internet es un acto sigiloso que solo conoce la voz del usuario cuando se ausentan los tentáculos de la comunicación.
¿Será que el mundo de hoy ruge en otros sentidos o será que la memoria es capaz de darle sonido a sus flashes? Preguntas que dejo escritas mediante un tecleo cuasi silente, pero que les aseguro que suena ¡y cómo en mi mente!