Jorge Luis Borges, dijo cierta vez que la milonga “es una de las grandes conversaciones de Buenos Aires”. Se podría agregar que de un Buenos Aires tanto urbano como de la campaña, como referencia a esta última aseveración podemos recordar uno de los versos del «Martín Fierro”, en el cual don José Hernández pone en boca de su personaje.
“Supe una vez por desgracia
que había un baile por allí,
y medio desesperao
a ver la milonga fui.
Contadora y cantadora de mitos y realidades, recaló en el puerto de Buenos Aires allá por mediados del siglo XIX, luego de un periplo que la llevara por ritmos, ciudades y continentes a cuales más distantes en cultura y geografía.
Así pasó de la habanera a la milonga embrionaria y de ésta al tango (andaluz).
De África a Cuba, de la isla a Cádiz y de aquí al Río de la Plata.
La Argentina moderna estaba naciendo, y la Inmigración con sus culturas a cuestas estaban llegando para sistetizarse en nuestras tierras con la sangre, la piel y la voz de nuestra gente.
Y no podría ser de otra manera ya que, entre 1857 y 1916, ingresaron al país casi 4.800.000 inmigrantes, de los cuales más de 2.500.000 permanecieron en nuestras tierras para siempre, y, a su vez, las tres cuartas partes de ellos buscaron su lugar en la ciudad de Buenos Aires y la Pampa Húmeda.
Con aquella oleada inmigratoria más de un millón de almas provinieron de Italia, mientras que, una cantidad un tanto menor a esta cifra hizo lo propio desde España.
El ritmo avasallador de ingreso conmovió cuerpo y alma del país principalmente desde fines del siglo pasado cuando alrededor de 200.000 personas por año desembarcaban en el puerto, llegando a casi 300.000 en los años 1912 y 1913.
La pena producida por el desarraigo no solo hecho raíces en “los gringos” alejados de su patria, también los criollos tenían su lejanía cada vez más pronunciada de sus costumbres, tierras y libertades.
Es que la Argentina de la Generación del ´80, con su Modelo Agro-Exportador ha trazado una línea divisoria con la Historia de nuestro país. En él dominará por mucho tiempo el lema “paz y Administración”, el rápido desarrollo de las comunicaciones, desde el tranvía tirado por caballos que circulaba a 10 Km por hora, pasando por el telégrafo y los ferrocarriles le dieron extremaunción a la “Gran Aldea” triste y despoblada de los años recientes.
Así lo habían proyectado las clases cultas, la elite dirigente, de acuerdo a las necesidades del mercado mundial, muy alejadas (estas y aquellas) de esta legión de almas que se hacinaban en las casonas abandonadas por el avance de la “fiebre amarilla”, y donde antes se alojaba una familia ahora viven doscientas personas.
Había nacido el conventillo. Entonces al desarraigo se le agregó la imposibilidad de adquirir tierras, la vida nómade, la falta de vivienda y de trabajo.
Sin embargo, o, quizás por todo esto la cuidad era en la mitología popular donde existían las oportunidades para subsistir: rusos, polacos, italianos y españoles, criollos, negros y mulatos golpean las puertas de la “Reina del Plata”.
Se fueron conociendo, no sin recelos, se fueron mezclando, entre ferrocarriles, vías y estaciones, puerto y empedrados, tranvías y talleres, sicilianos y gauchos, gallegos y mulatos, se comenzó a cantar y a contar de manera diferente las vivencias de esta nueva vida que solo conocía de sacrificios y pan duro.
Sin embargo fue naciendo una parte de nuestra cultura, música alegre y poesía, diferentes a las tal vez soñadas por la clase alta de las familias terratenientes que tenían sus ojos puestos en Francia y la Europa-América anglosajona. Será por eso que entre luchas, broncas y rencores, quizás a veces entre resignaciones y frustraciones, y, amores que no fueron, surgieron las melodías del pueblo bonaerense.
Campo y ciudad con la misma guitarra y el bandoneón alemán, la armónica compañera de soledades, el clarinete y el violín, parieron sus versiones de los “cambios modernos”: nació así la milonga porteña, la campera y la del fogón.
De Sur a Sur
Desde Cádiz, de puerto a puerto, viajó; los marineros trajeron formas musicales antiquísimas a Buenos Aires. Como decíamos en párrafos anteriores primero pasó por Cuba con el nombre de guajira cubana para luego transformarse en guajira flamenca, siendo el folklore del sur de España uno de los antecesores directos de la milonga.
Alrededor de 1860, en los corrales de “11 de Setiembre y Constitución” se bailaba esta melodía como antagonismo a los bailes y contorsiones de los negros y mulatos que mostraban por las calles de la ciudad. Se fue extendiendo en los suburbios y toda oportunidad fue propicia para bailarla, velorios de compadritos, cumpleaños, o, por el solo gusto de hacerlo.
Pocos años después se hizo canción y cobró fuerza su nombre: MILONGA.
No obstante conservará su nombre solo en su modalidad cantada ya que su baile será reemplazado por otro “más elegante”: EL TANGO.
Compadritos
Nada mejor que un agudo observador contemporaneo de aquella época para definir al compadre:
“En Buenos Aires, sobre todo, está muy vivo el tipo popular español vive en el cielito; los dedos sirven de castañuelas. Todos los movimientos del compadre revelan al “majo”: el movimiento de los hombros, los ademanes, la colocación del sombrero, hasta la manera de escupir entre los dientes, todo es aún “andaluz genuino”.
Los orilleros, aquellos que no podían salir de la ribera y vivir en el centro de la ciudad, los que pasaban horas bebiendo caña, ginebra o vino, ociosos pendencieros.
De riña en riña, la falta de trabajo los llevaba por esos caminos de olvido y abandono y los dejaba allí, en las pulperías o en los almacenes de ramos generales ubicados en el sur de la ciudad, esperando quien sabe qué clase de destino mejor.
Mulonga
¿Y en aquella espera, el compadrito bailaba; tango? no, aún no, danzaba al compás de la “mulonga”, vocablo de origen africano que era el plural de mulonga, y cuyo significado es palabra.
Los trovadores de entonces eran los payadores de la campaña, y precisamente a su canto se le denominó milonga.
Sin embrago, en la Buenos Aires urbana, los milongueros son aquellos que bailan en lugares “prohibidos”. De acuerdo a los estudios realizados por José Gobello en su CRÓNICA GENERAL DEL TANGO los compadritos “daban lustre” en “los contornos de la ciudad”, mientras que en el puerto otras eran las danzas que se mentaban. Continuando con ese texto, se cita al diario “La Nación” del 06 de Junio de 1880, donde se mencionaba a la milonga como danza de los “orilleros-compadritos”, por supuesto “poco higiénica” para el diario vocero de las clases cultas y “procaz” y “obscena” según los edictos policiales de la época.
Por pura diversión para compadrear o alardear, olvidando las penas y el ocio, le fueron dando forma a los cortes y quebradas que pocos años después desembocarían en el tango.
“Una manera diferente de bailar lo que ya se bailaba”
Entre 1880 y 1900 se produjo esa mixtura entre la habanera. La mazurca, el tango andaluz (que según los autores del género no llegó a bailarse), y la milonga con música y coreografía propia la cual eligió quedarse en los suburbios de Buenos Aires.
Su Resurrección
El tango “cantado y bailado” desplazó por mucho tiempo a este baile nacido de la síntesis de culturas, hombres y melancolías. Fue hasta podría decirse marginada, rechazada por aquellos mismos artistas que luego sufrirían el mismo trato por parte de los que aún soñaban con trabajadores de ojos celestes y acento francés.
Tardará casi treinta años para retornar a fines de la década del treinta de la mano de los ya renombrados tangueros de entonces.
Hasta allí los verdaderos intérpretes de la milonga fueron los payadores, sino basta recordar que Carlos Gardel solo grabó siete de ellas, Magaldi dos y Corsini once.
Homero Manzi y Sebastián Piana revivieron este género musical con estrofas como la siguiente:
“Aquí viene el milongón, surgiendo del ayer;
lo trajo un bandoneón, amargo de tener
que llorar sin razón.Y vuelve del pasao, trayendo en el vaivén
burlón de su compás el recuerdo de los tiempos
que ya nunca han de volver…”
Esta milonga titulada “Milongón”, fue el preludio a la grabación de “La Puñalada” del año 1937 realizada por “El Rey del Compás”, Juan D´arienzo, sin olvidar que allá por 1912 la tuvo en cuenta Canaro al componer el tango-milonga “Pinta brava”.
Pero, insistimos, su enriquecimiento tuvo lugar en la década del ´40 con la creación de la “milonga-candombe”, legitimándose como parte de las raíces de nuestra cultura popular.
“Pena mulata que se desata
bajo la bata del broderí.Dolor de milonga
que apenas prolonga
con queja tristona
la noche de abril”
Y Siguió…
Deambulando narrando hechos de sangre, e historias de amor, crítica social y tiempos pasados añorados por ser mejores a los modernos que venían atropellando:
“En el siglo en que vivimos
de lo más original
el progreso nos ha dado
una vida artificial. (…)De unas drogas hacen vino
y de porotos café,
de maní es el chocolate
y de hierbas es el té.(…)Se presenta un candidato
diputado nacional
y a la faz de todo el mundo
compra el voto popular.Se come asado con cuero
y se chupa a discreción
celebrando la matufia
de una embrollada elección…”Esta poesía pertenece a Villoldo, el autor nada menos que se “El Choclo”.
Y si de poesía milonguera hablamos, basta con citar aquella del “poeta carcelario” Vicente Arnold con su “De profundis”:
“En la humana comprensión,
con majestad grave y muda,
germina en todo la duda,
según mi interpretación.Las cosas son y no son,
por ley de su propio ser,
nada es eterno a mi ver,
pero fin tampoco tiene:
del hoy el mañana viene
y el hoy viene del ayer”.
Homero Manzi es su eterna “Milonga del 900”, vuelve a tocar el tema del progreso a través del clásico personaje de la milonga: el compadrito.
“No me gusta el empedrao
ni mi doy con lo moderno,
descanso cuando ando enfermo,
y después que me ha cansao…
El Negro Cele (Celedonio Flores) en “La Puñalada”, relata las peleas de los guapos en el Buenos Aires de ayer:
“Se cruzó un gran rencor y otro rencor
a la luz de un farolito a querosén
y un puñal que parte en dos un corazón
porque así lo quiso aquella cruel mujer.(…)Cuentan los que vieron
que los guapos culebrearon
con sus cuerpos y buscaron
afanosos el descuido del contrario
y en un claro de la guardia
hundió el mozo de Palermo
hasta el mango su facón”
Así la milonga siguió relatando el cruento encontronazo entre la Aldea y el Progreso, que destrozó no solamente la vieja geografía sino también el corazón y la emoción de los arrabales.
Anda por el Aire y el Viento
El corazón tiraba para el Buenos Aires de ayer, apacible y perturbado por los cambios. Las noches de “baile” y “mujeres fáciles”, los entreveros con los cajetillas, le dieron letra y música a la milonga pícara, rezongona y con su concepto propio de libertad.
Entre africana y andaluza, tanguera y payadora, supo abrirle grietas a la ciudad que con su extraño amor atraía y rechazaba al mismo tiempo a criollos e inmigrantes por igual.
Lo supo el Caucho Martín Fierro, sin papeleta ni conchabo, lo supo el gallego, el siciliano, con la Ley de Residencia, por eso con sus refugios fueron los lupanares, quilombos y conventillos, donde se divertían o hacinaban la multitud de hombres y mujeres que la yugaban cuando podían, en el frigorífico o el tranvía, en la tienda, el taller o el pescante.
Desde ellos y por ellos la milonga se mete en el acervo popular, entraña orillera del almacén y el inquilinato, supo nacer, crecer, dejar paso al tango y volver prestigiosa (nunca altanera) con su “zanguda”, agilidad y destreza, propias de cortes y quebradas, la milonga, utilizando un verso de Villoldo, al igual que el carrero “anduvo al aire y al viento”, prolongándose en el tiempo.