Creencias, Mitos y Leyendas
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Pancho Sierra y la Madre María
“el santo de pergamino” y “la madre de negro” constituyen dos de los puntos más altos de la fe popular en la argentina
Pancho Sierra y la Madre María

También llamados “el santo de pergamino” y “la madre de negro” constituyen dos de los puntos más altos de la fe popular en la argentina.

La devoción popular suele apartarse con frecuencia de la rigurosidad cristiana para canalizar sus solicitudes y/o ruegos a personas que aparecen como “a mano” y que han demostrado, en su paso terrenal, poseer condiciones de sanación, elevación o poderes con niveles extraordinarios.

Los modales clásicos del culto popular marcan con frecuencia la fusión de oraciones del rito eclesiástico con ofrendas cuasi paganas, que conviven en armonía y con llamativa originalidad.

Dicho en otras palabras, es factible que la Madre María reciba estampitas de la Virgen de Luján, o que su maestro, Pancho Sierra, los rezos de un Rosario o la intercesión de un Padre Nuestro.

El Santo de Pergamino y La Madre de Negro fueron dos de los apodos más difundidos con los que se conocieron el legendario Pancho Sierra y a María Salomé Loredo de Subiza, es decir la Madre María.

Pancho Sierra era nativo (1831) de la localidad de Salto, en la provincia de Buenos Aires, hijo de una familia muy rica de estancieros que favorecieron su educación posibilitando su formación en la Capital Federal.

También llamado el Manosanta de Santo, era dueño de una figura impactante y de unas maneras muy sencillas, que rayaban con la modestia.

Delgado, de largos cabellos canos y vestimenta paisana que condecían con su asiento en los campos de la estancia (“El Porvenir”), en las proximidades de Rojas y Pergamino.

Con la posesión de un magnetismo personal y la convicción de “servir a quienes necesitan”, según sus palabras se valían de los dones que canalizaba en una dialéctica simple, la fe de los solicitantes una mirada penetrante y, como terapéutica, algunas gotas de agua que le valieron de extraordinaria atracción.

Sus actos sanadores posibilitaron el encuentro con la que fuera la gran continuadora de su misión, ya que hay evidencia de que, hallándose María Salomé en trances de salud sumamente angustiantes- los médicos más importes de la época le habían desahuciado-, recibió de Pancho la siguiente recomendación, palabra más, palabras menos: “No busques más; tu camino está en seguir esta misión. No habrás de tener más hijos de tu carne, pero si tendrás miles de hijos espirituales”.

Ese encuentro se produjo en 1881, y el Santo Pergamino también predijo entonces la muerte del marido de María Salomé- un rico hacendado llamado Aniceto Subiza-, que efectivamente falleció al año.

Poco después moría el propio Pancho Sierra, que en su lecho de muerte quiso tranquilizar a los fieles que lo acompañaban, diciéndoles: “En la tierra os dejo a María; buscadla, que la encontraréis. Algún día, ella trabajará, como yo lo hice, para ustedes”.

No pasó mucho tiempo hasta que la reciente viuda dejó su pueblo de crianza (Saladillo), para trasladarse a la ciudad de Buenos Aires, donde rápidamente comenzó a hablarse de sus primeras tareas de auxilio para con los pobres y menesterosos: hacia 1891 ya existen registros de sus recorridas por viejos conventillos y barrios marginales, ofreciendo consuelo y dinero a los necesitados, y luciendo un manto negro que le valió su primer apodo.

Su vivienda – en la calle La Rioja 771, cerca de Plaza Miserere- empezó a convertirse en cita obligada de los muchos necesitados que recibían el beneficio de su palabra o el cambio de vida por su intermedio: allí convirtió el comedor en una especie de templo, con bancos e imágenes, en el que predicaba diariamente.

Y la transformación fue dándose, paulatinamente, también el ella: el color blanco suplió los negros velos y la prédica del Evangelio fue otorgándole el apelativo de Madre con el que ingresó a la memoria colectiva de las generaciones siguientes.

Según cuentan muchas fuentes, el presidente Hipólita Yrigoyen era un visitante frecuente de la Madre María: cuentan también que ella le advirtió sobre la inconveniencia de aceptar una segunda presidencia; como se sabe- por lo menos, en esa ocasión-, el caudillo radical no le hizo caso. Y así le fue.

En noviembre de 1915 abandonó la casa de la calle La Rioja y se mudó a Turdera, al hogar de la familia Bisighini: en esa localidad, sus seguidores alzaron un templo, y desde allí se publicaron libros, la revista Pagina de Fe- que editaba Manuel Ugarte- y todo tipo de difusión.

En julio de 1928, la Madre María dijo a sus discípulos: “Hijos queridos, me voy junto a Dios, no me lloréis”, y durante tres meses se mantuvo recluida en su habitación de la casa donde vivía por ese entonces, en Parque de los Patricios.

Durante tres meses se mantuvo aislada de todos y solo subsistía bebiendo agua; en ese tiempo escribió sus “Ultimas Disposiciones”, donde resume su doctrina y realiza algunas profecías: por ejemplo que, “en el año 2000 no habrá cambio de mundo sino fin del mundo: donde hay agua, habrá tierra, y donde hay tierra habrá agua”.

Murió el 2 de octubre de ese año, pero su leyenda siguió creciendo tras su deceso.

Colección Flolklore Nuestra Música – Tradiciones Argentinas – Fascículo de Perfil Libros – Fotografías CEDOC (Perfil) – 1998

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