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Cadícamo: Me Gusta Ser lo que Soy
Mano a mano, Enrique Cadícamo y Paco Urondo conversan sobre la vida, el tango y otras yerbas
Cadícamo: Me Gusta Ser lo que Soy

Su padre- italiano de origen—era mayordomo de una estancia entre Lujan y General Rodríguez. Allí nació y, cuando tenía 8 años, la familia se mudó a Flores donde había “muchachos que no habré de olvidar, porque ellos están dentro de los recuerdos míos”. La barra tramaba “unos partidos pavorosos” de futbol; su puesto el de wing izquierdo, “pero el futbol no fue mi atracción”. Después, siendo ya casi un hombre, cuando había llegado al centro, “en la época de Luis Ángel Firpo”, entró “una locura hacer guantes”. Aunque también se le pasó (“yo veía que se pegaban muy fuerte, así que no quise saber más nada”).

Poco a poco irá llegando la hora de la poesía, los amigos, los viajes, el cabaret que ejercía- según ha escrito- “la atracción de todo lugar al margen de la gente que tiene una rutina. Yo concurrí a muchos de ellos, por el baile y por amistad con la mayoría de las orquestas importantes de aquel entonces: Tibidado, Marabú, Chantecler, Empire, por citar algunos” y los parroquianos representaban “todos los niveles sociales, diputados, nenes bien, pistoleros”.

Pero también Cadícamo es el cantor de una época anterior a la suya que rastreó prolijamente (“Uno tiene que documentarse, no he conocido ni el arrabal, no el bajo fondo”) a través de testimonios, del recuerdo de algún memorioso. Trata de rescatar el pasado como si no se resignara a perderlo. Busca acortar distancias, dándole la mano al payador o yéndose más atrás, hasta encontrarse con los fundadores de nuestra poesía oteando el aire heroico y la temperatura lírica que Hernández puso en su Martin Fierro: “Y aquellas y otras escenas del Buenos Aires de ayer/ las voy viendo aparecer/ cuando el recuerdo me abruma/ y en la punta de mi pluma, yo las siento estremecer/ cuando el recuerdo me abruma/ y en la punta de mi pluma, yo las siento estremecer”. “Siempre me gustaron- admite- las figuras que están entre el campo y la ciudad; la cosa orillera. Ahora siguen gustándome como recuerdo porque no queda más nada de todo eso.

Conocí hombres de gran acción, tipos que eran de otros barrios y que iba a verlos. Había uno muy conocido que se llamaba Cafieri (“pero estaba Cafieri de guardia en las esquinas/ y con ese muchacho se acaban los guapos”), hombre que en su juventud era el terror de la Boca. Era el tiempo del culto al coraje. Qué se yo: por hacer escándalo, bochinche, peleas, valentías”. Le tocó vivir un tiempo de transición en la orilla, en el borde, donde una época se diluye, para dar lugar a otra nueva, como se diluye el campo en las primeras barriadas donde se erige la ciudad.

Vivió su infancia en Flores y en el centro, “la milonga”, tengo época y lugar donde se han alimentado sus tangos memorables, como las inmediaciones del improbable Trianón de Villa Crespo, paisaje de antaño frecuentado por aquella “muñeca brava”. O la Cruz del Sur, que a veces es como un signo, y no solamente para su desencantada madame Ivonne…

Cadícamo con Charlo en la Plaza de Mayo
Foto Bernardo Acuña – Panorama – Octubre 1967

Son Memorias
Cadícamo escribió muchos tangos (a veces letra y música), inolvidable como “Che, Papusa, Oí”, “Compadrón”, “Anclao en París”, “Muñeca Brava”, “Nostalgia”, “El Cuarteador”, “La Casita de Mis Viejos”, “Los Mareados”, “Madame Ivonne”. “Argañaráz”, “Pa´que Bailen los Muchachos”. Su preferido es “Nostalgia”, “por el tema pasional que lleva”. La música es de Cobián, “aquel extraordinario pianista”. Cobián era un amigo, cuenta mientras convida con cigarrillos “Papastratos” (“cuando se acaban, fumo cualquier bufacho”), amigo de verdad, de andar por el mundo: juntos estuvimos en Rio de Janeiro como un año y en Nueva York, haciendo la bohemia un poquito azul- “bohemia de sangre azul”, la llamó Catulo Castillo-, porque también nos gustaba la buena vida. Me hice amigo de él cuando empecé a venir al centro; Cobián era soldado y cada vez que le daban un franco, no volvía por varias semanas al cuartel, hasta que lo agarraban: hizo la conscripción tres años. La letra de “Nostalgia” le compuse para incluir el tango en una comedia musical que yo había escrito para un teatro de la calle Corrientes. El tango tiene su breve historia: en vísperas del estreno, el empresario animador de esta idea, al oírlo no le gustó del todo. Amparado en la gran amistad que nos unía, dijo: “Muchachos, cambien de la obra ese tengo: no gustará al público…Es muy difícil, afuera”. Al otro día pusimos otro que titulamos “El cantor de Buenos Aires”. No pasó gran cosa con él. A las cien representaciones terminó la obra y otra vez a soñar con un nuevo asunto. Poco tiempo después, Cobián debutó con una orquesta de cuyos integrantes solo recuerdo a Ciriaquito Ortiz, rey del fraseo, y al cantor Lesende, en un local muy elegante llamado Charleston y ubicado en Florida y Charcas. Aquí pasa algo raro con “Nostalgia”, tiene que interpretarlo tres y cuatro veces seguidas, llama la atención y gusta precisamente el detalle de aquella cadencia del final del refrán, que tanto había asustado a nuestro empresario teatral cuando nos dijo: “Es difícil, afuera”. Charlo, el apolíneo galán cantante y deportista, estaba en su apogeo y actuaba por Radio Belgrano. Una noche se llegó a Charleston a tomar una copa con nosotros. Escuchó al tango y, casi automáticamente, lo aprendió. Se llevó una copia manuscrita y después se produjo el estreno en el éter, con el consiguiente suceso…

Charlo hizo una verdadera creación. Después un joven europeo, Enrique Lebendiguer, que venía a radicarse aquí- la última guerra lo había ahuyentado hacía Buenos Aires, la reina del Plata…- se interesó por editar “Nostalgia”. Nos resultó tan simpático amigo qué se lo entregamos sin el bautismo del adelanto que se estilaba mucho en aquel tiempo. Así. Nada más. Lo teníamos fe…El tango fue en manos del joven editor, un hit que arrasó con los demás tangos que se perfilaban como éxitos. Todas esas peleas las ganó por knock-out. Todavía hoy es un éxito permanente.

Cadícamo en el Patio con Farol – Foto Bernardo Acuña – Panorama – Octubre 1967

Mano a Mano
– ¿Ganó mucho dinero con sus letras de tango?
-Bueno, he tenido suerte, pero nadie se hace rico con estas cosas…

-Si dentro de 1000 años sus poemas terminaran siendo anónimos, ¿a usted le importaría?
-De hecho sería una cosa que me seguiría, estuviera donde estuviera, hasta en la gusanera: siempre a uno le llega.

– ¿Le tiene miedo a la muerte?
-No. La verdad que, a la muerte, no; pero no me gustaría padecerla.

– ¿Y a la decrepitud?
-Me gustaría desaparecer de golpe. Cuando viajo en avión siempre pienso en estas cosas.

– ¿Le gustan las cosas dramáticas?
-No, no me gustan.

-Pero la mayor parte de sus poemas son dramáticos.
-Sí, pero duran un minuto y medio.

-A usted le gusta el drama, pero que sea cortito…
-Lo romántico me gusta mucho. Estuve viendo vez pasada “Ana Karerina” y me emocioné.

– ¿Siente melancolía por las cosas perdidas, por las cosas del pasado?
– Si; a veces quisiera que no hubiesen desaparecido nunca. Por ejemplo, me trae mucha nostalgia el barrio de San Telmo. Es un barrio que tendrían que haber conservado como estaba; la casa de Sobremonte, la casa de Liniers. Que lastima, porque eso va a desaparecer.

Uno cierra los ojos y ve pasar a la mazorca y a los grandes payadores con la guitarra colgada a la espalda.

-Entonces, ¿Qué le gusta más, el pasado o el presente?
-El presente.

– ¿Cuántos años hace que se casó?
-Seis. La verdad es que he formado un hogar un poco tarde. Pero estoy muy contento. Ella me contagia un poco la alegría de la juventud, porque es una chica muy joven.

– ¿Cómo se mantuvo soltero tanto tiempo?
-Bueno; es un poquito despatarrada la vida de un hombre cuando anda en estas cosas y, a veces, se olvida de formar su propio hogar.

– ¿Dudaba antes de casarse?
-La verdad que sí. Uno es como esos potros a los que les tiran el lazo y se lo saca con las patas. Pero ahora estoy contento. Nos queremos, somos muy amigos. He encontrado el ultimo amigo verdadero de mi vida.

– ¿Por qué en la conversación se ha confesado amigo de Manzi y de Cobián? ¿Y de Discépolo?
-Nos conocimos mucho. Amistad íntima no; porque la verdad es que yo retaceaba un poco la intimidad. Era amigo de todos, pero la parte intima uno a veces la dosifica. Discépolo fue un gran poeta (lo he llamado “el Shopenhauer del tango”), es innegable la belleza y profundidad de sus versos.

-Se dice que usted es el hombre culto, refinado, que llega al tango. En verdad, tiene el aspecto de ser un europeo, o un play- boy.
-No quiero que me confundan con alguien que tiene una cultura que no le permite llegar al tango con orgullo.

– ¿No les tiene envidia a los interpretes de sus cosas que llegan a la fama, viven directamente el éxito, mientras usted queda- por así decirlo- arrinconado?
-Soy retraído, un poco apático.

-Es cierto, es retraído, pudoroso. No sé; escuchándolo, me acuerdo de la frase que dice: el calavera no chilla…
-Uno se puede sentir orgulloso, y dar el frente y el perfil, cuando en realidad hay una obra profunda, un descubrimiento. El genio, a mí se me ocurre, es el que inventa, el que produce cosas raras.

– ¿Y usted se considera un descubridor?
-A mí se me ocurrió insistir en esto de las letras de los tangos, de la música popular, porque me sentía más libre que con la disciplina del estudio terrible de una carrera.

– ¿Le hubiese gustado seguir una carrera?
-Me gusta ser lo que soy.

– ¿Y entonces por qué se queja?
-No me doy importancia. Me parece que está bien. Este trabajo es una manera de hacer cantar al pueblo; puede hacer un mérito en esto de hacerlo cantar. Es un mérito, nada más; no es un galardón.
Francisco UrondoPanorama – Octubre 1967

Cadícamo al Piano con su Esposa – Foto Bernardo Acuña – Panorama – Octubre 1967

Adiós Muchachos
Casi más de un cuarto de siglo, los tangos entristecieron el corazón de las muchachitas sentimentales. Pero siempre hubo, aquí y allá, algún buen trozo de una canción popular, retozona, frívola o simpáticamente cachadora, para compensarlas de sus lágrimas, que valen mucho más que todas las manchas de tinta que hacen los autores cuando escriben. Este ingenio de la batuta ligera y de la prosodia milonguera para decir cosas que siempre andan en torno de las faldas, son las guirnaldas votivas del culto por la canción popular. Hoy podemos decir que la falda pobre- suplantada por la minifalda- y la trenza rizada- por los pelos lacios- es sólo un recuerdo lejano de “Milonguita”, la pebeta mas linda e’ Chiclana… El silbido de los labios es el mas grande ritornelo… que producen las canciones. Los tangos describieron con fuerza una época; Villoldo, Coblán, Bardi, De Caro, Delfino y otros grandes pianistas cultores del acervo popular. Entre los poetas fueron sus inspiraciones, maestro como son mis maestros, podrían decir, encontraba en ellos cierta vibración- Pascual Contursi y Celedonio Flores (apenas dos) y detrás todos los que ustedes quieran… Ellos dejaron un estilo, un léxico gramatical que hoy la Academia Porteña del Lunfardo trata de esclarecer y los intelectuales de atrapar como los cangrejos de la lingüística tanguera. Ellos pasaron, se fueron, pero se les recuerda diariamente, con los auténticos tangos que dejaron: “Mi noche triste”, Mano a mano, “Margot”, etc., etc…

También yo un día me cansaré de apretar la estilográfica engañadora, a los que vengan, después de mucho de nosotros, les interesará saber de que locura estaban impregnados lo sidas de ayer, de qué modo interpretábamos la viaja enfermedad de los hombres: el amor. Por eso insisto: los tangos tienen que describir una época, como lo hiciera el Negro “Cele”. Por eso no hay que hablar mas del arrabal, de la mina que se escapo de la casa; eso era en el Buenos Aires de hace 20 años. El autor de ahora tiene temas a montones. El viento de los tiempos modernos sopla bajo la ceniza. No olvidemos que a nosotros – los autores de hoy- nos toca el triste oficio de los precursores: el de desaparecer. Hemos trabajado para preparar la llegada de otros autores que, sin cansancio, elegirán las semillas mas fértiles. Lo más difícil para un autor, es aceptar con serenidad la sentencia da la propia destrucción por los nuevos valores.

Esperemos que aparezcan, esperemos que el pueblo los aplauda. Por suerte la naturaleza me dotó de un alma alegre. Sé que la vida es hermosa porque existe el sol de la buena amistad. El día que me independice que este oficio, regalaré a cualquier poeta aprendiz todos mis diccionarios (que nunca me han servido para resolver una letra de tango), y en el colmo de mi generosidad, le regalaré también- como un obsequio de la casa- todos los manuscritos que duermen olvidados en los cajones de mi armario…
Enrique Cadícamo

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