Chaofair, Aristotelius y Dea Ram después de un sinnúmero de confesiones acerca de la existencia, las especies y las transformaciones comprenden que deben alimentarse para sobrevivir en tierras marcianas.
Hambre Desbocada
Si me preguntaran sobre mi hambre debería decir que era ínfimo en relación al de mi amigo Ansidorio Real. Apenas nos conocíamos en Tierra, pero en Marte fue todo distinto. Su inmensa mirada de angustia rompía el equilibrio sutil entre lo conocido y lo desconocido. Los rastros de su gula se podían hallar en las encías sangrantes que intentaba disimular al hablar conmigo. Al principio comenzó a masticar pequeñas piedras que encontraba en el camino hacia donde todos nos dirigíamos: una imagen verdosa a lo lejos, pero luego se zambullía en cráteres rocosos con la boca abierta, tan abierta que parecía comerse de un solo bocado la rispidez del terreno. Luego, su mirada se ensombrecía al punto de parecerse a una tormenta impiadosa hasta que finalmente lloraba como un niño. Era en ese momento cuando cualquier abismo entre nosotros se diluía. Solo le tendía mi mano y enredados en tácitas palabras intentábamos juntos entonar una canción cósmica. Una pequeña alegría en medio del desorden, una peculiar forma de ver a Marte desde la lupa del sonido, una manera de romper con lo angustiante, aunque Ansidorio, con el alma pesada de glotonería, hacía una mueca de disgusto y volvía a engullir lo que encontraba a su paso.
Chaofair y Aristotelius temían ser tragados por él. Pero su rostro solo denotaba una gran bondad, los pliegues de su frente eran como rutas posibles de transitar, e incluso la barba del mentón parecía estar hecha para servir del entramado que necesitaríamos cuando las temperaturas bajasen demasiado.
Yo llevaba en mi tercer ojo la responsabilidad de ver mejor. En breve todos nos transformaríamos aún más, pero el aura permanecería llena de iluminación. En cierto modo luché contra los prejuicios de Aristotelius que todo lo mide con la lógica, para él un ser insaciable se convertiría con el tiempo en un gran peligro.
Texto de Ana Caliyuri
Ilustración: Obras pictóricas de Tadeo Zavaleta De la Barra