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El Cordobazo – (2 de 2)
El Reflujo Rebelde - El Mito del Hombre Providencial - Qué fue el Onganiato - Conclusiones
El Cordobazo – (2 de 2)

El Reflujo Rebelde
En la mañana del 30 los militares controlan toda la ciudad, salvo el barrio Clínicas que persiste en la lucha. Sobre él se concentra la represión que advierte que “se hará fuego” sobre quien ofrezca resistencia y serán “Sometidos a Consejo de Guerra” quienes protejan o encubran a resistentes.

Aumentan las detenciones y también el número de heridos y muertos. Las sedes de Luz y Fuerza y SMATA son allanadas por militares y detenidos sus secretarios generales, Agustín Tosco y Epidio Torres, respectivamente. Tosco fue condenado a ocho años y tres meses de prisión y Torres a cuatro años y ocho meses y trasladados al penal de Santa Rosa, La Pampa. Primer destino de un largo peregrinar carcelario. Una extensa lista de dirigentes, militantes sindicales y estudiantes, reciben penas menores.

La Policía Montada

Mientras el país estaba paralizado por el paro dispuesto por la CGT nacional, Córdoba vivía la jornada con la característica que le imprimió su paro activo. El día 31 lentamente los colectivos vuelven a circular y de a poco retorna la “normalidad” si así puede llamarse, al clima que vive una gran ciudad bajo control militar, allanamientos, detenciones, ruinas y marcas de incendios por todos lados. En Buenos Aires, Onganía intentó explicar los hechos con el remanido argumento de la conjura “subversiva” acechando a un pueblo feliz. A su vez, el general Sánchez Lahoz de alguna manera, niega esa interpretación al decir a un medio de prensa que “Hasta las niñas cordobesas participaron de la destrucción”; reconociendo el carácter popular y local del estallido. Por su parte, el general Alejandro Lanusse, afirma años después en sus memorias plasmadas en Mi Testimonio: “Como el organismo que enferma de remedios, Córdoba estaba enferma de orden. De un orden que se le presentó como torpemente anacrónico cuando creyó avizorar que preparaban una regimentación corporativa”. Tal afirmación posterior, no impidió a Lanusse presentarse en Córdoba a 48 horas del Cordobazo, vestido con uniforme de combate como señal de respaldo a sus subordinados. Las dos CGT cordobesas en la clandestinidad unificadas en la lucha, declaran el lunes 2 de junio “Día de Duelo” por las víctimas de la represión.

El saldo final del Cordobazo habría sido de 12 muertos, con un solo militar caído; más de 90 heridos, la mitad policías, y muchos heridos leves y contusos. Las cifras por daños varían enormemente, según las fuentes. Pero fueron muy importantes.

El ministro del Interior de Onganía, Guillermo Borda,renunció el 9 de junio. El gobernador Carlos Caballero, lo hizo el 16 del mismo mes. Así comenzó a declinar el poder omnímodo del dictador que pensaba quedarse 20 años. El mito de la autoridad sin fisuras quedó herido de muerte.

Barricadas en las Calles

El Mito del Hombre Providencial
¿Dónde se originó esa leyenda? Onganía emerge como hombre fuerte del Ejército, durante los enfrentamientos militares de “azules” y “colorados” en 1962. Las fuerzas armadas argentinas vivían en estado deliberativo desde 1955, cuando derrocaron al gobierno constitucional de Juan D. Perón. Su fuerte politización y la ausencia de liderazgo, llevó a la institución a vivir en constantes luchas internas y a desestabilizar a los gobiernos civiles débiles, que ellos mismos habilitaban o derrocaban, ya que aquellos eran siempre, producto de elecciones condicionadas. El problema de fondo de esa democracia restringida, fue el peronismo proscripto. El poder militar con la complicidad de partidos políticos tradicionales, instaló durante 17 años una suerte de asombroso appartheid político, que afectaba a gran parte de la ciudadanía argentina. Pero como la política no puede anularse por decreto, la fuerza proscrita reaparece una y otra vez de mil formas. El antiperonismo no le encontraba la vuelta, pese a haber intentado todo, menos una democracia auténtica.

En 1962 la anarquía militar se llevó puesto al presidente Arturo Frondizi y en su reemplazo, los sediciosos aceptaron al presidente provisional del Senado, José María Guido.

En los juegos de guerra, “azules” son las tropas propias; “colorados” es el bando enemigo.

Sólo se diferenciaban en que los azules pretendían una integración gradual del peronismo al sistema pero sin Perón, y los colorados militaban lisa y llanamente, la dictadura militar con el peronismo proscripto in eternum. A esa diferencia estratégica, hay que sumarle las rivalidades internas que envenenaban la vida del Ejército. La Armada era claramente colorada y la Fuerza Aérea, no tenía alineamientos definidos. En septiembre de 1962 las tensiones estallan violentamente. La conducción colorada del Ejército intenta descabezar los mandos azules para avanzar a la toma del poder total. Al frente de la Guarnición Campo de Mayo estaba el general “azul” Juan Carlos Onganía, quien se subleva contra el Comandante en Jefe, el general Sánchez Lorio. Lo hace según rezan sus comunicados, en defensa del gobierno para garantizar elecciones libres y así evitar una dictadura militar. Se suceden las escaramuzas y el país está en vilo varios días. Onganía emerge del conflicto como triunfador y se instala el mito del Hombre de Orden. El presidente José María Guido lo premia con la Comandancia en Jefe del Ejército. Aún así en abril de 1963 la Armada con algunos pocos apoyos del Ejército, liderados por el eterno conspirador general Benjamín Menéndez, intenta un nuevo asalto al poder. El 2 de abril la Aviación Naval arrasa el Regimiento de Tanques 8 (respondía al mando azul) con asiento en Magdalena, provincia de Buenos Aires y emergen otros pocos focos golpistas. Luego de muchas horas de dramática incertidumbre, los sublevados fueron derrotados militarmente, pero el sector azul triunfante, resuelve la pulseada militar sufriendo una derrota política. En el terreno militar es cierto que Onganía acabó con la indisciplina en su fuerza y redujo el poder naval, terminando con la hegemonía de la Armada en las decisiones políticas. Pero el país arriba a las elecciones presidenciales de 1963, con el peronismo nuevamente proscripto; triunfa el radical Arturo Illia, quien vence con un magro 25% de votos. El “azulismo” militar traicionó su compromiso plasmado en el famoso Comunicado 150, en que prometió comicios libres y sin proscripciones. Las elecciones condicionadas de 1963 tendrán funestas consecuencias en el corto plazo, ya que los partidos participantes con su actitud, convalidaron al poder militar como árbitro de la política argentina. Arturo Illia mantiene a Onganía en el cargo y lo sostendrá pese a la proclama golpista que enmarcada en la Doctrina de la Seguridad Nacional, éste pronuncia un año más tarde en la V Conferencia de Ejércitos Americanos.

Onganía renunció a su cargo a finales de 1965.

La caída del gobierno radical fue uno de los golpes más anunciados. Confluyeron los medios de comunicación, intereses económicos concentrados, las luchas obreras y la propia actitud gubernamental, que no trabajó para construir un amplio frente antigolpista sin exclusiones que frenara el inminente asalto al poder.

El General Onganía en la Sociedad Rural

Qué fue el Onganiato
El 28 de junio de 1966 el golpe se consuma bajo el nombre de Revolución Argentina, ante la expectativa de amplios sectores de la sociedad, la política y el sindicalismo. A poco andar la dictadura demostró su verdadera naturaleza. Feroz represión a cualquier resistencia obrera, intervención a las universidades, proscripción de la actividad política, clausura del Congreso

Nacional, intervención de la Corte Suprema de Justicia, cierre de grandes ingenios azucareros provocando despidos en masa y con la represión salvaje como marco de fondo, ante cualquier amago de protesta. El modelo fue la dictadura brasileña implantada en 1964, que en su rol de “satélite privilegiado” de EE. UU. en la región, combinaba una economía liberal desnacionalizadora con un feroz autoritarismo.

Onganía en un complejo equilibrio, armó su gobierno con “nacionalistas” y “liberales”.

Los primeros eran hombres ligados a organizaciones católicas y algunos de ellos, militaron en organizaciones filofascistas en la década de 1930 y tomaron las riendas del Ministerio de Interior, el de Educación y las universidades. La economía en cambio, como pasó con todas las dictaduras fue de signo liberal. El dictador había frecuentado los Cursillos de la Cristiandad y no ocultaba su fervor religioso. Una fuerte campaña de “moralidad” se entromete en la vida de los argentinos. Allanamiento a hoteles por hora en búsqueda de mujeres adúlteras, persecusión a chicos de pelo largo y mujeres con minifalda, prohibición de películas, libros, discos y espectáculos. En poco tiempo el clima social y político se torna irrespirable. Los Comandantes en Jefe que en 1966 entronizaron al dictador, fueron relevados por éste. El hombre parece “cortarse solo” y trabaja para imponer un modelo institucional llamado “comunitarismo”. El engendro es un remedo del fascismo italiano y pretende reemplazar los partidos políticos por representaciones corporativas. Onganía estima que la dictadura debería durar unos veinte años, para cumplir sus objetivos medidos en tres tiempos: económico, social y político. El marco fue siempre la represión. La respuesta popular gestándose silenciosamente, alumbró con el incendio cordobés el camino a seguir. Una seguidilla de “azos” como el Rosariazo y el Correntinazo estudiantil previos al 29 de mayo, iniciaron un ascenso de lucha que ya no se detendría hasta acabar con la dictadura el 25 de mayo de 1973. Para muchos esa fecha simbolizó el Argentinazo triunfante.

Conclusiones
Onganía se va en junio de 1970 desprestigiado y solo, echado por sus camaradas de armas. La aventura “comunitarista” terminó de la peor manera para su creador. Pero el calvario del pueblo argentino no había finalizado. Sus herederos intentarán hasta el final condicionar la voluntad de la ciudadanía.

El Cordobazo del 29 de mayo de 1969 al que seguiría otro en marzo de 1971 llamado “El Viborazo” y que tumbó al gobernador fascista Camilo Uriburu, quien en su caída arrastró a otro dictador, Roberto Marcelo Levingston, quedó grabado a fuego en la Memoria Popular.

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