Desde que en 1776 la Corona española crea el Virreinato del Río de la Plata, su cabecera, la ciudad Buenos Aires, cobra una creciente importancia política y económica. Tal vez por eso en 1806 y 1807 se convierte en el objetivo de Inglaterra que despacha sendas expediciones a ocupar la ciudad del Plata, fracasando en ambas oportunidades por la valentía de sus habitantes que derrotan a los invasores. La aventura inglesa no obedece al capricho solitario de algún jefe, sino que es una meditada decisión tomada en los más altos niveles políticos de Londres. A partir de 1804 en que Napoleón Bonaparte cerró Europa a las importaciones británicas, sumada a la independencia norteamericana que hizo otro tanto, el Imperio necesita con urgencia nuevos mercados donde colocar el excedente de producción de sus fábricas y talleres.
Más adelante y debido a la invasión napoleónica a la península ibérica, Inglaterra se convierte en aliada de España y Portugal y negocia apoyo militar a ambos reinos a cambio de la apertura parcial de los puertos americanos al comercio sajón; cosa que en el caso de Buenos Aires, se concreta en 1809. En ese mismo año arriba a esta ciudad el nuevo virrey designado por la Junta de Sevilla: Baltasar Hidalgo de Cisneros; se trata de un veterano marino que ha luchado contra Inglaterra y que fue herido en la batalla de Trafalgar. Debido a una lesión auditiva que sufrió en esa batalla, le aplicaron el mote de “el sordo de Trafalgar”.
Con el monarca español Fernando VII prisionero de los franceses, la metrópoli invadida, y un futuro incierto para el reino, en Quito y el Altiplano se producen rebeliones que son brutalmente reprimida por el ejército español. En Buenos Aires algunos círculos intelectuales difunden las obras de los revolucionarios franceses y crece la idea de independencia o al menos de generar cambios políticos importantes en la América Española. La oportunidad llega con la noticia de la caída de Junta de Sevilla, el gobierno provisorio que reemplazaba al Rey cautivo y que había designado a Cisneros.
El argumento de los criollos es simple: al cesar la autoridad que designó al Virrey, éste también cesa en el mando. Para discutir la situación, Belgrano y Castelli gestionan ante Cisneros un Cabildo Abierto (asamblea de vecinos notables) que se concreta el 22 de mayo. Luego de una serie de idas y venidas se designa una junta de cinco miembros: Cisneros presidente y Saavedra y Castelli más dos españoles son los vocales. En la tarde del 24 prestan juramento.
Salvo al entorno virreinal la junta no conforma a nadie. Se cuenta que cuando Cornelio Saavedra (jefe de Regimiento de Patricios) se apersonó en el cuartel, la tropa le reprochó a viva voz la permanencia del Virrey en el mando. Recuerda el notario eclesiástico Don Gervasio Posadas, vecino del cuartel, que en la noche del 24 “una gritería en Patricios” no lo dejó dormir en toda la noche. Pero no sólo los patricios estaban enojados. En la casa de Nicolás Rodriguez Peña, uno de los focos de la política criolla, se sucedían febriles reuniones y en la mañana del 25 comenzó a arribar gente a la Plaza de la Victoria, frente al Cabildo. A medida que crecía la multitud, también aumentaba el tono de los gritos y cánticos. Se escuchaba: “ el pueblo quiere saber de que se trata”, dirigido a los cabildante que en el interior del edificio continuaban buscando una solución, cuando ya se sabía que la junta presidida por Cisneros había renunciado.
“El pueblo no tolerará
que se burle su voluntad”.
Entonaban los manifestantes en su asedio al Cabildo, siendo notoria la activa participación de algunos miembros del círculo de Rodriguez Peña, como Antonio Berutti y Domingo French .
También se conoció la queja de algunos vecinos contrarios a la causa criolla, en el sentido de que los numerosos soldados de Patricios apostados en torno al Cabildo y en la Plaza, dificultaban el ingreso al edificio de aquellos identificados como partidarios de la permanencia del Virrey en el cargo.
Así las cosas, entre cánticos, gritos y mucha impaciencia, la nueva Junta presidida por el Jefe de los Patricios quedó constituida y en horas de la tarde se dirigió al Fuerte a prestar el juramento de rigor entre la algarabía del pueblo porteño que continuaba concentrado en la histórica Plaza.
La revolución había triunfado.
Del Libro Cánticos Populares de Roberto Bongiorno
Editorial Biblioteca Nacional – 2015