Después de la caída de la bolsa de Nueva York en octubre de 1929, se disparó la Gran Recesión mundial que duró años y que en la Argentina y por causas conexas, se la conoce como Década Infame. Una de las primeras consecuencias de la parálisis económica, fue la caída de las exportaciones. Nuestra clase dirigente, descubrió con pavor que el mundo no nos compraba.
Se detuvieron las grúas en el puerto y los buques vacíos se apiñaban en los diques.
Buenos Aires vio con asombro, como detrás de la estación Retiro crecía una población de refugios de chapa y cartón. Habitada por hombres solos, en su mayoría extranjeros, se la llamo Villa Desocupación; tal era la condición de sus habitantes.
Esa villa creció y con el tiempo, se la conoció como Villa Comunicaciones o “la Treinta y uno”. El padre Carlos Mugica fue el símbolo de la tarea social en ese barrio. Por eso sus restos descansan en la humilde capilla de la villa.
La necesidad del techo propio fue una constante de las grandes urbes; en particular, Buenos Aires.
La inmigración aluvional de fines del siglo XIX que se estableció en los conventillos, en medio de carencias, organizó las primeras luchas por una vivienda digna. En 1907 se realizó la única huelga de inquilinos que se conoce. Más de 1200 conventillos con unos 100.000 moradores, se vieron involucrados en el conflicto. Demandaban rebaja de alquileres, suspensión de desalojos y mejoras edilicias. Buenos Aires, Bahía Blanca y otras ciudades, fueron parte del movimiento que sentó ese importante precedente.
La reactivación económica que a partir de los 40 crece en Buenos Aires y alrededores, estimula una oleada inmigrante desde el Interior. La gente se establece cerca de las grandes fábricas manteniendo la vigencia del conventillo e incentivando la aparición de las grandes villas en capital y Conurbano bonaerense.
El gobierno militar que se instala en 1943 congela los desalojos de viviendas. Esta medida que en primera instancia beneficia a los inquilinos, tiene un rebote negativo; ya que al prolongarse en el tiempo, retrae la oferta y encarece los nuevos alquileres. Estos fueron liberados de golpe totalmente en 1978 durante la dictadura, agravando seriamente el problema.
Entre 1946 y 1955 se construyeron 500.000 viviendas pero no alcanzaron.
Con el paso de los años, la población creció y no hubo planes masivos de viviendas populares.
Así crecieron hasta ser verdaderas ciudades: Villa Tranquila y Corina en Avellaneda; Itatí y Azul en Quilmes, La Cava en San Isidro. El mapa de la precariedad es interminable. Surgieron barrios de monobloques como Ejercito de los Andes en Ciudadela; el legendario Fuerte Apache, hoy demolido. Restos de ambiciosos planes de vivienda emprendidos por el Banco Hipotecario Nacional y que pueden verse en distintos puntos del país. Pero siempre fueron a la zaga de la demanda. Otros edificios que nunca fueron diseñados para viviendas, terminaron dando ese servicio, en medio del abandono y la decadencia; tal el Albergue Warnes, un hospital que nunca fue o el Patronato de la Infancia en San Telmo; o la bodega Giol en Palermo. Ruinas de un pasado de producción devenidos en vivienda o “aguantaderos”. También están los “hoteles”; un eufemismo para identificar edificios ruinosos que en muchos casos no tienen los servicios más elementales y donde se hacinan familias enteras en una sola habitación. Y están las casas tomadas y los conventillos que aun sobreviven en San Telmo; la Boca o Dock Sud.
En el Gran Buenos Aires florecieron en los años ochenta los asentamientos. Consecuencia de los desalojos y la caída del poder adquisitivo a partir de 1976, mucha gente se fue instalando en la provincia. A diferencia de la villa tradicional, el asentamiento suele tener formas organizativas previa a la ocupación del terreno. De allí que se suelen delimitar con claridad las parcelas, las calles, y los futuros espacios públicos. También la adquisición del los servicios básicos, están coordinados y gestionados por las comisiones vecinales.
Fuera de estas soluciones extremas, el drama tiene dimensión nacional. Hay millones de personas sin techo y es probable que pasen muchos años antes de que se remonte la situación. Mientras tanto la gente se organiza, se instala donde puede, resiste desalojos y pinta su bronca en las paredes.
Libro Pintadas Puntuales – Roberto Bongiorno – Ángel Pizzorno – Testimonios – 2020