Fuera de Serie
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Avatar: La Leyenda de Aang
ANIMACIÓN ESTADOUNIDENSE CON SABOR ORIENTAL — DISPONIBLE EN NETFLIX
Avatar: La Leyenda de Aang

A primera vista, para los desprevenidos, Avatar: La leyenda de Aang puede parecer una producción salida directamente del mejor estudio de animación japonés. El estilo en el diseño de los personajes, las secuencias de pelea, el humor, el tono épico, los animales fantásticos que pueblan este exquisito y enorme universo. Si uno es un espectador casual que no investiga mucho y simplemente se lanza a la aventura de descubrir una nueva serie, la confusión es lógica e, incluso, sirve también como un halago para los creadores.

Bryan Konietzko y Michael DiMartino se juntaron un día y comenzaron a intercambiar ideas en base a un dibujo que había hecho Bryan. Ahí se veía a un personaje calvo en el cielo, rodeado de bisontes. Parecía un pastor, pero no era eso. Entre los dos comenzaron a elaborar los rudimentos de una historia.

Pensaron que el protagonista podía ser un ser del aire, que se encontraba con otro de agua al cual venían persiguiendo personas de fuego.

Dividir las “facciones” utilizando los elementos terrestres permitía diferenciar con facilidad a los distintos grupos. En aquel primer boceto, quien luego sería Aang era un hombre de mediana edad que tenía a un compañero robot. Los creadores querían ubicar su serie en un futuro distante, con personajes que sobrevivieron a un evento apocalíptico.

Cuando el protagonista cambió para ser un niño de unos doce años, el concepto empezó a tomar forma y las historias que apasionaban a Konietzko y DiMartino empezaron a infiltrarse en el armado del proyecto. Ambos son fans declarados de la fantasía épica como El Señor de los Anillos o sagas como Harry Potter. En particular son admiradores de la construcción de mundos (worldbuilding en inglés), en donde uno o más autores construyen un universo que parece posible, táctil, habitable, creando mitología alrededor de la historia principal.

Con esta idea base le presentaron la idea al vicepresidente de la cadena de televisión Nikelodeon, Eric Coleman, que confió plenamente en la visión de las dos personas. Los amigos y animadores se pusieron a trabajar no sólo en un piloto sino en construir la mitología alrededor de los personajes principales.

Decidieron incluir referencias estéticas y narrativas a diversos animés japoneses, el cine de artes marciales de Hong Kong, filosofía oriental y hasta conceptos extraídos de yoga.

Para los estilos de pelea optaron por tomar diferentes artes marciales y se las asignaron a las diferentes facciones. Los del aguautilizaron Tai Chi; airese basa en Pa kua chang; fuegousa el Kung Fu Shaoilin del Norte y tierraHung Gar. Cada estilo les da a los personajes un sello distintivo visual que, a la hora de retratar las batallas vertiginosas crean una separación clara entre los oponentes, y forman parte no sólo de la filosofía estratega sino que son un rasgo de personalidad que suma mucho en la construcción del mundo que tanto aprecian los creadores.

Como los nombres indican, quienes pertenecen a alguna de las naciones “elementales” pueden llegar a dominar dicho elemento. Cada grupo tiene maestros capaces de manipular a voluntad el fuego, la tierra, el aire o el agua, y existe la leyenda de un gran maestro capaz de utilizar los cuatro al mismo tiempo, un ser poderoso capaz de torcer el rumbo de cualquier batalla. El “Avatar”.

Aang es un niño al que encuentran congelado un par de exploradores adolescentes de la nación del agua, Sokka y Katara, quienes quieren detener los constantes ataques de la nación del fuego, comandada por el príncipe exiliado Zuko. También está destinado a convertirse en el legendario Avatar y, con suerte, llevar la armonía a los reinos antes que la escalada bélica lleve a la destrucción de naciones inocentes y la muerte de gente que sólo busca paz.

La animación es una maravilla, un espectáculo visual que toma los mejores elementos de la animación japonesa pero con el estilo vertiginoso y siempre en movimiento de la mejor tradición estadounidense.

A diferencia de muchos animés en donde abundan los planos estáticos con  personajes que a menudo solo mueven la boca, los ojos o a veces ni siquiera eso para ahorrar en el presupuesto, los directores decidieron mantener siempre el estímulo visual, siempre en pos de la narración y la historia.

Los primeros treinta y dos episodios estuvieron animados en la empresa J.M. Animation. Diecinueve estuvieron a cargo de D.R. Movie, y otros diez episodios se repartieron con Moi Animation. Las tres compañías tienen base en Corea del Sur, y consiguieron acoplarse a la perfección con las exigencias de los guiones, los diseños de personajes y una historia que a medida que avanzaban las temporadas crecía en niveles de intensidad y de escala épica.

Los sesenta y un episodios se convirtieron en un clásico moderno, que disparó una serie en clave de secuela, historietas, videojuegos, novelas, infinidad de muñecos y todo tipo de merchandising. Por supuesto hubo una adaptación live action que es uno de los ejemplos paradigmáticos sobre cómo NO realizar una adaptación. El último maestro del aire, dirigido por M. Night Shyamalan, pasó a la infamia como una de las peores películas del siglo XXI, con un elenco poco inspirado, escenas de acción ridículas que insultaban el espectáculo de la serie animada, y que puso en evidencia las limitaciones de un director que, en algún momento, se consideró igual a Spielberg.

Netflix lleva años amagando con hacer una serie con actores reales y los fans suelen ser escépticos. Por un lado la ansiedad de poder disfrutar a los personajes que tanto aman siempre es un plus, pero el material original es roza la perfección, casi no tiene sentido hacer la traducción a live action. El reciente ejemplo de Cowboy Bebop, una serie animé japonesa que se puede ubicar —con tranquilidad— entre las mejores producciones animadas a escalas global, tuvo su adaptación con actores que fue un fracaso rotundo, contentó a casi nadie, la cancelaron tras una primer temporada y generó controversias de todo tipo, incluyendo a miembros del elenco chocando con los fanáticos que pedían respeto al material original y se encontraron con un producto destinado a satisfacer a todos y que, por supuesto, terminó satisfaciendo a casi nadie.

El que mucho abarca poco aprieta, dicen, y en el mundo actual donde la corrección política se convirtió en un laberinto sin salida, tal vez La leyenda de Aang se vería más beneficiada sin un intento de adaptación “al mundo moderno”. Que descanse en su gloria animada, que sea el testimonio de la libertad creativa de un equipo que pudo contar la historia que quería contar y de la forma que deseaba.  

Para aquellos fanáticos de la aventura, de la animación, de las artes marciales o de la comedia, Avatar: La leyenda de Aang es un producto sumamente accesible. Las tres temporadas se pueden maratonear en una semana tranquilamente, y como toda buena historia, siempre deja con ganas de más.

Todos los episodios se encuentran disponibles en Netflix.

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