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Volver al Futuro
LA OBRA MAESTRA DE ROBERT ZEMECKIS — DISPONIBLE EN NETFLIX
Volver al Futuro

En su concepción original, Volver al Futuro no fue pensada como una trilogía sino como una película autoconclusiva, con un final abierto divertido pero sin más pretensiones que la de entretener al público.

Robert Zemeckis ha declarado más de una vez que, de haber pensado que filmaría las dos secuelas jamás hubiera puesto a la novia de Marty McFly en la máquina del tiempo cuando estaban finalizando aquella primera entrega, por la cantidad de problemas de continuidad a resolver en la segunda parte.

El éxito de aquel seminal largometraje de ciencia ficción, aventuras y comedia casi obligó al director y al productor Steven Spielberg a replantearse la posibilidad de continuar con la franquicia, y Zemeckis fue tan celoso de su creación que, al día de hoy, no existen remakes porque él mantiene los derechos y no permite que nadie se meta con su trilogía.

Volver al Futuro, la franquicia —que si tiene una serie de dibujos animados y libros de historietas que ampliaron el canon— fue un “accidente” afortunado, se convirtió en un ícono cultural sin quererlo, y tiene una historia apasionante detrás de cámara que, treinta y siete años más tarde, sigue generando legiones de fanáticos a lo largo y ancho del globo.

El guionista Bob Gale y el director, amigos en la vida real, comenzaron a pensar en escribir una historia en la cual el protagonista viajara en el tiempo, hacia el pasado, para explorar las consecuencias de interrumpir el momento en el cual los padres se conocen. El éxito de ambos artistas permitió que, tras varios borradores del guión original, consiguieran que se apruebe. Inicialmente algunos productores quisieron que la cinta se llame El hombre espacial de Plutón, porque pensaron que el título original era demasiado confuso. Por suerte Spielberg se metió en la discusión y le permitió al director mantener la nomenclatura deseada.

Los “problemas” comenzaron desde antes del rodaje. Las expectativas por conseguir a un actor joven, capaz de acaparar a la audiencia adolescente y, al mismo tiempo, contentar a un público adulto, eran altas. Se barajaron muchísimos nombres, entre ellos los de estrellas —en aquel entones— en ascenso como Johnny Deep, John Cusack y hasta Robert Downey Jr. El director y el guionista estaban convencidos que el indicado era Michael J. Fox, quien gozaba de una excelente reputación y una fama en permanente ascenso gracias a la sit-com Lazos de Familia. Uno de los productores, Sidney Sheinberg, ni siquiera le dio el guión a Fox e impuso al actor que él tenía en mente: Eric Stoltz, quien había destacado en la película La Máscara, un drama basado en una historia real sobre un adolescente con una rara enfermedad llamada lionitis, que le provoca al paciente una desfiguración extrema en el cráneo debido a la acumulación de calcio. La buena noticia para Zemeckis fue que el productor le otorgó la capacidad de reemplazar al actor protagonista en el caso que no funcionara.

Lamentablemente para Stoltz las cosas no fueron bien desde un comienzo. El actor no era un comediante nato, utilizaba el famoso “Método Stanislavski”, con lo cual durante todas las jornadas que participó del rodaje siempre se mantuvo dentro del personaje. Todos debían llamarlo Marty, lo que generó varias roces con miembros del equipo. Aparte de eso, nunca terminó de comprender la naturaleza de su rol, lo que derivó en escenas de muchísima intensidad en donde la dirección le pedía más liviandad. Todos estaban de acuerdo en que Stoltz era un gran actor, sólo que no el adecuado para una comedia. El director, tras recibir el visto bueno de los productores, tuvo una reunión en la cual le tuvo que informar al artista que iban a prescindir de sus servicios, e inmediatamente hacer lo imposible para conseguir a Michael J. Fox, quien tenía una agenda muy apretada debido a las grabaciones de su popular show televisivo.

Como todos sabemos, la producción consiguió acoplarse a los horarios del nuevo actor. La película, sin embargo, estuvo al borde de la cancelación debido a que se perdió más de un mes de trabajo, con escenas claves en las cuales Stoltz había participado. También hubo un costo monetario elevado (para la época) de casi cuatro millones de dólares, que fueron a parar en reconstruir sets que ya se habían abandonado, sueldos adicionales por el tiempo extra que demandaría volver a filmar las escenas y, por supuesto, el salario del actor despedido.

Debido a que Fox solo podía grabar en las noches, el actor se sometió a un estrés increíble ya que apenas podía dormir, no tenía mucho tiempo para los ensayos previos de las escenas. Muchas partes de la película se filmaron con los actores en forma separada. Si hoy uno ve Volver al Futuro no se dará cuenta, pero hay muchos diálogos entre Doc Brown —el legendario Christopher Lloyd— y Marty McFly en donde los actores hicieron sus partes sin tener al coprotagonista al lado.

Sin embargo, los contratiempos le permitieron a Robert Zemeckis la rara oportunidad de revisar los problemas que tenía la narrativa, ya que todo lo que se había filmado y descartado terminó funcionando como un “borrador” de la película. Se corrigieron líneas de dialogo, encuadres de varias tomas y el tono en varios pasajes humorísticos. El director, cuya mirada perfeccionista sobre su trabajo es harto conocida en Hollywood, no se desalentó y consiguió dar vuelta el tablero.

Los efectos especiales estuvieron a cargo de Industrial Light & Magic, empresa pionera en la industria que nació gracias a la visión de George Lucas para Star Wars. La primera entrega no tiene muchos efectos en pantalla, apenas los del auto-máquina del tiempo DeLorean realizando sus viajes, los efectos de la fotografía desvaneciéndose junto con la mano de Marty durante el número musical en el tercer acto, y por supuesto la toma final con el vehículo volando hacia cámara. En la segunda entrega la apuesta se multiplicaría varias veces, suponiendo retos de todo tipo para el equipo técnico y para el director… pero eso es historia para otra nota.

La máquina del tiempo en sí fue objeto de debate antes de comenzar el rodaje. Inicialmente iba a ser un aparato inmóvil, que el científico movería con un camión. Sin embargo terminaron optando por utilizar el ahora famoso DMC DeLorean, un automóvil que fue un fracaso comercial cuando se lanzó al mercado, criticado por su pobre rendimiento y todo tipo de problemas en la línea de producción. Fue tal el escándalo que generó este vehículo que llevó a la bancarrota a la empresa y a su dueño, John DeLorean, a la cárcel tras ser arrestado intentando vender un millón de dólares en cocaína con el fin de salvar su empresa del desastre que le causó su proyecto. Gracias a Volver al Futuro los pocos autos que fueron fabricados se salvaron de ser destruidos por completo, ya que se convirtieron en objetos de colección muy preciados. Aun así, el director no se privó de bromear sobre la reputación del auto. Cuando Doc Brown le revela la máquina del tiempo a Marty, este se muestra poco impresionado. ¿Construiste una máquina del tiempo con un DeLorean?, le reprocha al orgulloso científico.

La música fue obra del gran Alan Silvestri, habitual colaborador de Zemeckis. El músico no recibió muchas indicaciones, aparentemente el director le dijo que iba a ser una película “grande” sobre viajes en el tiempo. El compositor quiso crear una suite musical que el público pudiera identificar con unos pocos acordes. Y vaya si funcionó. La banda sonora de Volver al Futuro se convirtió en una de las más icónicas de la historia del cine y, si uno escucha los primeros acordes, por supuesto que la reconocerá.

Hew Lewis produjo y compuso la popular canción The Power of Love, ante la negativa de escribir una que hiciera referencia al título de la película. Zemeckis le permitió al artista hacer lo que quisiera, y lo que iba a ser una única colaboración se convirtió en doble cuando el músico accedió a escribir Back in Time. Eddie Van Halen también participó componiendo uno de los solos de guitarra que utiliza Marty para asustar a su padre, vestido con un traje anti-nuclear. Chuck Berry accedió a ceder los derechos de Johnny B. Good apenas unos días antes de grabar las escenas. Si alguien se pregunta si Michael J. Fox tocó la guitarra para la producción, la respuesta es afirmativa. El actor aprendió a tocar la guitarra, pero no cantó, sino que fue doblado por otro cantante durante la post-producción.

El resultado de todos los esfuerzos fue una comedia de aventuras y ciencia ficción imperecedera. Se le pueden señalar agujeros en la trama (como a cualquier película) pero la balanza siempre queda a favor de la película. La magia que Zemeckis y compañía consiguió capturar en pantalla es impresionante, no muchos films que ostentan casi cuatro décadas se pueden disfrutar de esta forma.

Volver al Futuro es una de las pruebas ejemplares de la maestría del director, quien a menudo vuela bajo el radar de los especialistas en cine cuando mencionan a los mejores de la industria. Robert Zemeckis es un hombre renacentista. Siempre buscó ser vanguardista, buceando cuanto adelanto tecnológico existiera —u “obligando” a las compañías a crear nuevas tecnologías que se adecuen a sus requisitos estéticos— con el fin de contar la mejor historia posible.

No sólo consiguió un hit crítico y monetario, sino que se dio el lujo de dirigir dos secuelas a la altura de la primera entrega, que constituyen una de las pocas trilogías que cierran a la perfección el arco de los personajes. Volver al Futuro es, quizás, la obra más conocida de Zemeckis, y también debería ser la puerta de entrada a la filmografía de un director excepcional.

Tal vez nosotros no dispongamos de un DeLorean armado con un dispositivo nuclear que nos catapulte hacia el pasado o futuro, pero si podemos ir a Netflix y viajar hacia 1985 para revivir (o descubrir) esta obra maestra.

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