Cuando uno transita por las rutas o los pueblos de la región cuyana de la República Argentina es factible que vea a cada lado del camino botellas con agua, coronas hechas de papel, placas, fotos y otras ofrendas.
Cuenta una tradición popular de San Juan, que luego de morir el Gobernador Plácido Maradona, alrededor del 1840, su íntimo amigo Pedro Correa, guerrero de la Independencia, fue perseguido por la policía, pese a las inmunidades que como soldado de la batalla de Chacabuco le habían sido acordadas.
Su hija Diolinda Correa de excepcional belleza se transformó ante los sucesos acaecidos en una de las mujeres más perseguidas por los enemigos de sus padre, pero quien, sin embargo, pudo resistir y se caso con el hombre que realmente amaba. Pero la felicidad duró muy poco, ya que las montoneras del caudillo riojano Facundo Quiroga lo tomaron como reclutas, dejando en la provincia cuyana a la joven esposa con su pequeño hijo recién nacido.
Al encontrase sola y acosada, Diolinda decidió ir a La Rioja para encontrarse con su marido. Anduvo por valles y quebradas, cruzó arenales ardientes que llagaban sus pies, se estremeció en la penumbra de los montes hasta quedar agotada en las proximidades del Vallecito.
Dice la tradición que al encontrarse sedienta y exhausta se dejó caer sobre la cima de un pequeño cerro y al sentirse morir pidió que sus pechos sigan produciendo leche para poder alimentar a su hijito, quien fue encontrado vivo por unos arrieros, quienes luego de dieron sepultura a la joven madre en el lugar donde fue hallada, en las proximidades del Vallecito, en la cuesta de la sierra Pie de Palo, Departamento de Caucete, provincia de San Juan.
Poco tardó en conocerse la desdichada suerte de la sanjuanina y hasta su humilde tumba comenzaron a acudir hombres y mujeres del llano y de las sierras, que le dieron comienzo con sus peregrinaciones a la devoción de la “Difunta Correa”.
Su Devoción Popular
Al poco tiempo de conocerse la historia de Diolinda Correa se levantó un santuario muy humilde en el lugar en que fue hallada junto a su hijo, para convertirse con el correr de los años en uno de los símbolos más significativos de los cultos populares argentinos. Hasta él llegan miles de hombres, mujeres y niños, quienes ante al abatimiento, el dolor, la angustia y la desesperación por seguir adelante le hacen promesas a la Difunta a cambio de trabajo, alegrías y curaciones de graves enfermedades.
Pero la difusión de sus milagros se extendió más allá de la creación de santuarios, los poetas y cantores populares le dedican sus coplas y canciones; los hombres de campo le piden protección para sus ganados y cosechas; los arrieros, con quienes tiene una deuda, la consideran su protectora, hacen sus peligrosos viajes a través de las serranías y quebradas bajo su amparo; las madres que por su debilidad carecen del necesario alimento para sus pequeños, elevan sus oraciones fervientes a ella para que nutra sus pechos escuálidos. Además une a los esposos desavenidos, a los novios contrariados y protege la felicidad de todos los seres dignos que a ella recuren a exponerle sus luchas, sus sufrimientos y sus pesares.
La devoción por esta joven madre trascendió las barreras y llegó a la Capital Federal, en especial por la curiosidad que despiertan las miles y miles de personas que participan día tras día, año tras año en las peregrinaciones para rendirles tributo. Descalzos, de rodillas, sin importar las altas temperaturas del noroeste argentino veneran su memoria al atribuirle poderes milagrosos y depositan sobre su tumba velas encendidas en señal de presencia y veneración.
La tradición cuanta que la Difunta se enoja cuando ella cumple con lo pedido y no recibe lo que se le prometió cumplir a cambio del milagro, uno puede llegar a vivir en la angustia y la desgracia eterna y sólo puede modificarse la situación si se resuelve la falta hacia la bella Diolinda. Dichas advertencias suelen aparecer en las famosas cadenas de la felicidad quienes recetan ciertos pasos a seguir para adquirir la felicidad eterna pero avisan que si no se efectúan debidamente recaerá sobre el responsable de continuar la cadena la desgracia total.
Desde san Luis a Chile: Lugares de su Culto
Fuera del monumental complejo de Vallecito, La Difunta Correa tiene numerosos lugares donde se le rinde culto, que van desde la totalidad de la provincia de san Juan hasta Chile y Uruguay.
Sin embargo no siempre fue querida la Difunta ni aceptado su devoción. En 1982, cuando ya languidecía la última dictadura militar, el entonces interventor de San Luis, ordenó por decreto demoler todos los templos dedicados a su culto y prohibió la construcción de los mismos, incluyendo la eliminación de los que se estaban construyendo. El mismo dictamen establecía, también, que le no se le permitía a los propietarios de estancias que dentro de sus terrenos poseyeran templos o santuarios dar acceso a los mismos al público y ordenaba en esos casos que se construyera un adecuado cerramiento de los lugares privados dedicados al culto de la joven madre. El alegato del gobierno dictatorial puntano era que “el culto a la Difunta Correa se basa en hechos que carecen de sustento histórico, constituyendo por lo tanto una leyenda, no encontrándose el mismo legalmente inscripto en el Registro Nacional de Cultos”. Pero que se podía esperar de un gobierno que trató de eliminar a todo aquello que pensaba distinto, aunque en esa oportunidad no pudo con la Difunta, con su pueblo y sus milagros.
Los santuarios de la Correa se extienden por todo el país y los mismos, sean nichos, capillitas, casitas o simplemente producidos por acumulación de ofrendas, se realizan en forma colectiva, contribuyendo cada cual con lo que puede, culminando en una obra material que, si bien no se destaca en general por su belleza, a veces sobresale por su buen gusto.
Es importante destacar que a la difunta se le debe cumplir y en ese caso la vida transcurrirá sin tropiezos y con felicidad.