Lunfardo
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Celedonio Flores: El Poeta de Villa Crespo
Celedonio Esteban Flores. Antología Poética
Celedonio Flores: El Poeta de Villa Crespo

 “-¿Cómo hace sus éxitos?
-Busco un pedazo de vida, la vivo intensamente en mi interior, me la tomo en serio  y despacito, con cuidado, voy haciendo el verso. Como he vivido un poco, como he dado muchas vueltas, como conozco el ambiente canalla, tengo la pretensión de vivir mis personajes.
Soy de los que no creen que el tango cómico sea la verdadera expresión de lo que siente el pueblo; sabemos todos que el tango es triste, como todas las músicas de nuestra tierra”.
Respuesta de Flores a un reportaje a mediados de 1930

Celedonio Flores. Su época
Como todo precursor que se precie, encontramos a Flores (nacido el 3 de agosto de 1896, en el barrio del Congreso,[1]y muerto el 28 de julio de 1947, en Palermo) ´perdido en las contradicciones de su tiempo. Sus mejores poemas, los narrativos (incluidos en Chapaleando barro, de 1929, y Cuando pasa el organito, sin fecha), son la mejor muestra de ese desencuentro: ¿qué hacer? Parecen preguntarse sus personajes y el poeta mismo. ¿Está mal la costurerita que se va al centro y se prostituye, ganando un presente regalado pero también un futuro donde fatalmente llegará la soledad y el desamparo?: “Después cayó en cama, donde resignada/ su vida de triunfos, fugaz, desfiló/ y una tarde, alegre, llegó la Pelada/ y se la llevó…” (La muerte de la bacana). ¿O está peor la que se queda en el suburbio, en el taller, a ser víctima de doce horas de trabajo diarias, teniendo todos los deberes pero ningún derecho?: “Va como ayer y como irá mañana/ a provocar su ancianidad temprana/ entre los muros fríos del taller. / Pero la noche que a pensar se atreva/ que es una cruz enorme la que lleva, / saldrá temprano…para no volver…” (El despertar del suburbio).

El poeta anticipa aquí la conclusión a la que años después arribará Nicolás Olivari en La costurerita que dio aquel mal paso: “¡Pobre la costurerita que dio el paso malvado!/ Pobre si no lo daba…que aún estaría/ sino tísica del todo poco le faltaría. / Ríete de los sermones de las solteras viejas; / en la vida, muchacha, no sirven las consejas/ porque piensa ¿si te hubieras quedado?”. ¿Quedarse o irse? ¿Se puede en esta situación ser pobre y ser decente? ¿Se puede al mismo tiempo ser poeta “culto”, un “bacan” y tener “el alma rantifusa”?

Estas contradicciones (de muchas de las cuales Flores salió airoso) son la muestra de una época terrible para nuestro pueblo. Momento histórico tristísimo que encuentra al suburbio, a Buenos Aires todo, convertido en un gran prostíbulo:

“Durante la década del 20, bajo el gobierno refinado y liberal de Alvear, se llega al apogeo de la llamada “mala vida” en Buenos Aires.”

Nos dice Juan José Sebreli en Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, para agregar luego:

“Por otro lado, la mayor parte de los peringundines y lupanares eran propiedad de destacados políticos. Aun las mayores organizaciones delictivas tenían relaciones con el Estado político y con el sistema social y económico imperante. El trust de la prostitución y la trata de blancas ejercido por la Zwi Migdal se efectuaba con la complicidad de la Dirección de Migraciones, de la policía, de la Municipalidad, de algunos medios del Poder Judicial y Legislativo y de los grandes diarios, que mantenían el silencio”.

Un país, que era tal solo de nombre, porque su economía era dirigida desde afuera, donde solo muy pocos disfrutaban lo que muchos producían donde la cultura, y sobre todo la poesía eran una franja muy fina, muy angosta, una zona sagrada donde pocos elegidos podían tener el lujo de permaneces. ¿Cómo el poeta de Villa Crespo no iba a estar el también dividido por sus contradicciones, él, un empleado de comercio, boxeador, hombre de radio, versificador criollo, al que pocos, ni él mismo, consideraban un poeta a pesar de saberlo y saberse talentoso? Es que la idea que la sociedad porteña del Centenario tenia del “poeta”, era la de un señor de buenas maneras y buenas letras, de un castellano puro, con su puesto vitalicio en la burocracia oficial y un espacio reservado en “los buenos diarios”. O bien uno que otro anarquista inofensivo fácilmente seducido por la idea aquella que afirmaba que era cosa de seres superiores versificar y publicar libros de poemas.

Celedonio con Barquina

La adolescencia y la primera juventud de Flores coinciden con este panorama, que se completa con el comienzo de la primera guerra mundial, la revolución rusa, que puso en guardia al imperialismo y a la oligarquía nativa, y el auge del capitalismo británico. En el país se asuste a la instauración en el poder de algunos sectores del pueblo representados aun por la clase media. En tanto, la oligarquía espera la oportunidad de copar p abatir al radicalismo triunfante y a su líder, Hipólito Yrigoyen, lo que conseguirá primero con Alvear y luego con el golpe del 6 de septiembre de 1930. Aquel se debate entre sus buenas intenciones y las limitaciones propias de su clase, para llevar adelante un proceso liberador, y el pueblo, compuesto aun por el lumpen y un incipiente proletariado industrial, ha ido hace años a dar con sus huesos al llamado arrabal de la ciudad. Allí conviven los que no tienen lugar en la misma, los “inferiores”: los inmigrantes (entre 1920 y 1930 llegan aun un millón y medio) y los criollos que se negaron a ser explotados por la codicia de los ganaderos y prefirieron emigrar a la ciudad, siendo, por supuesto, como los “hombres nuevos” expulsados de la urbe.

En este ambiente, en el cual tuvo su nacimiento el tango como expresión cultural, es donde Celedonio Flores, hasta ahí uno de los tantos poetas modernistas, va a encontrar sus propios acentos y donde va a ir dando poco a poco sus mejores poemas tomados de tipos y situaciones límites. Gobello y Soler Cañas le hacen decir en la Primera antología lunfarda: “te voy a contar… A esa edad en que se hacen versos, ensayé los míos. Quise escribirlos delicados, sutiles, finos…pero había grandes contras en el camino. ¿Cómo te ibas a tirar contra Amado Nervo o Rubén Darío? El naipe no daba pa´tanto hermano. Entonces, un día que estaba bien seco, en uno de esos días en que uno sueña con la lotería sin tener el billete, me abrí de aquella parada elegante y escribí Margot”.

La poesía de Celedonio se ve influida y se emparenta con la de la llamada Generación del Centenario. Hijos literarios de Rubén Darío, lectores de Baudelaire, de Dostolevski, de Dante Gabriel Rosetti, Maeterlinck, del propio Machado, admiradores de “El Quijote” y de la novela histórica de Walter Scott, de Tolstoi, Gorki y Kropotkin, los que eran anarquistas; influidos también por el mesianismo romántico de Almafuerte, tratan de salir de la retórica modernista al darse cuenta, quizá, que las marquesas, los orientalismos y las montañas de donde bajaría el superhombre (el poeta) para salvar a todos, resultan anacrónicos en la Argentina de 1910. Deciden entonces fijar los ojos nuevamente en nuestra realidad, aunque no tanto, y como los primeros pasos son siempre inseguros y tímidos, comienzan por describir su propia casa, aunque sin poder desembarazarse, ni mucho menos, del arsenal formalista del modernismo y de todos los movimientos europeos del cual es síntesis.

Así es como en 1907 aparece Las barcas, de Enrique Banchs, poemario fuertemente influido también por el simbolismo europeo, en el que se cuelan cosas como este Rincón de patio: “Chorrean las macetas recién sagradas/ La pared envejecida donde el mocoso/ ha escrito un comentario libidinoso/ bajo la indiferencia de las miradas”. Un año más tarde Carriego se atreverá a cruzar el zaguán, a abrir la puerta y asomarse a la calle. En la segunda parte de Misas herejes, en El alma del suburbio, descubre una nueva temática y profundiza las proporciones de Banchs. Ha atenuado alfo el simbolismo, trata de comprender a los personajes del suburbio, lo cual muchas veces logra, pero no da ni con el lenguaje ni con el punto de vista adecuados. Un excesivo acartonamiento y una inocultable sensiblería apagan sus mejores momentos.

Celedonio y su pareja

Luego, con diferentes matices se acercarán momentáneamente a este “prosaico sentimental”, el Lunario sentimental (1909), donde, según Guillermo Ara en Leopoldo Lugones, el poeta “se reencuentra con los elementos populares, en contacto con su tiempo”; algunos poemas de Mario Bravo, Manuel Gálvez, Ernesto Mario Barreda y el propio Ghiraldo, entre otros, todos haciendo gala de un ingenuo realismo de contorno ciudadano y en algunos casos (como en Sendero de humildad, de Gálvez, o Poemas del campo y la montaña, de Mario Bravo, ambos de 1909) campesino o pueblerino.

En 1915, Las iniciales del misal, de Baldomero Fernández Moreno, lleva a la poesía de la ciudad hacia esa suerte de realismo poético de netos caracteres impresionistas que se llamó “sencillismo”. El poeta de Setenta balcones…aunque admirador de Lugones, consigue desprenderse del modernismo, y de la tradición francesa pasa a refugiarse en la española (sobre todo en la poesía clásica y en Manuel y Antonio Machado). Se ha dicho que su poesía es una óptica de los sentidos más que una óptica de los sentidos más que una óptica de las palabras, como era la de Lugones. Se puede agregar que es una descripción intimista de la ciudad y de sus barrios, una pátina o impresión que deja esa realidad en la propia vida del poeta y sus relaciones familiares, que se termina siendo la pintura más simple y conmovedora de nuestra clase media, de sus amores y de su asombro por el descubrimiento definitivo de su ciudad, y que se hace más feliz cuando el poeta desrealiza los objetos y consigue sintetizar en ellos su sentir: “Soy esa fuentecilla de la plaza/ en la que beben los niños./ Un soporte, una pila,/ y un capullito de agua cristalino” (Soy).

Con lo mejor, con lo peor, y con las contraindicaciones de esta poesía, está relacionada, repito, la obra poética de Celedonio Flores. Conviene agregar que los elementos universales que estos poetas, a excepción de B. Fernández Moreno, no habían sabido asimilar, fueron enriquecidos por la “escritura”[2] de Flores: los popularizó cuando una poesía testimonial del desamparo nacional de las primeras décadas de este siglo. Por qué conto así es la mejor muestra de esta preocupación, y creo que por sí solo podría justificar toda una obra poética:

Porque cuando pibe me acunaba en tangos
La canción materna que llamaba al sueño,
Y escuché el rezongo de los bandoneones
Bajo el emparrado de mi patio viejo…

Porque vi el desfile de las inclemencias
Con mis pobres ojos de llorar abiertos,
Y en aquella pieza de mis buenos viejos
Cantó la pobreza su mejor canción de invierno.

Y yo me hice en tangos,
Me fui modelando en odio, en tristeza,
En las amarguras que da la pobreza…

En llantos de madres…
En las rebeldías del que es fuerte y tiene
Que cruzar los brazos cuando el hambre viene.

Y yo me hice en tangos,
Porque es bravo, fuerte; tiene olor a vida,
Tiene algo de muerte.

Porque quise mucho, porque me engañaron,
Y pasé la vida engarzando ensueños.
Porque soy un árbol que nunca dio flores,
Porque soy un perro que no tiene dueño.

Porque cuando quiero me desangro en besos,
Porque quise mucho y no me han querido,
Por eso yo canto tan triste…por eso.

De todo esto, y de la superación y síntesis que comenzará a partir de Por la pinta (1914), poema premiado por el diario Ultima Hora (Margot, cuando en 1919, a instancias de Gardel, lo convierte en tango), para continuar luego en sus mejores poemas, con los naturales desniveles y dudas (como ya se ha expresado, hijos del poeta, pero también hijos de su época).

1 –  A pesar de ello, popularmente se lo conoce como el poeta de Villa Crespo, porque en este barrio, “Cele” iba a pasar su adolescencia y parte de su primera juventud

2 – Término usado por R. Barthes, El grado cero de la escritura. Se define en referencias a la “lengua” y al “estilo”; la primera pertenece a  la “naturaleza” de lo colectivo, y la segunda, a la “naturaleza” de lo individual. Así, el escritor no elige ni su lengua ni su estilo, porque desde el
mismo momento que escribe es porque un “estilo” se decide por él. La escritura, por el contrario, es elección histórica, corresponde “esencialmente a la moral de la forma, en la elección del área social en el seno de la cual ese escritor decide situar la naturaleza de su lenguaje”

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