Epitafios
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Destiempo de un Regreso
Se llamaba / Don Juan Manuel de Rosas / y San Martin le regaló su espada
Destiempo de un Regreso

Epitafio para una Tumba Argentina en Inglaterra

Hizo morder el polvo de la derrota
a la tierra que ahora lo cobija
Tenía el genio del rastreo,
El mal de la divisa
Y la virtud de la baquía.

Acostumbrado a manejar el lazo
enlazó las estrellas y las manchó de sangre.
Lo velaron: el mate, la daga y la guitarra.
Los cascos de sus brutos
frenetizaron a las montoneras.

A su lado ni López, ni Ramírez, ni Artigas, ni Rivera,
ni los  pálidos héroes oficiales
pueden alzar sus sables un segundo.
Solo se dobla su fiereza
Ante la sombra prodigiosa
Del terrible San Juan Facundo.

Dirigió pericones como batallas
y empresas comerciales.
El amor lo salvó.
Y le cabe la gloria mejor
la de haber inventado
el más grande de los gritos criollos:
-¡Viva la Santa Federación!

Nadie de sus maldades grite si es hombre bueno.
Nadie de sus bondades hable si es hombre malo.
Hoy la justicia sopla sus cenizas
Se llamaba
Don Juan Manuel de Rosas
y San Martin le regaló su espada

Raúl González Tuñón
de Miércoles de Ceniza – 1928

Rosas y el Destiempo de un Regreso
En la turbulenta América de los laberintos, la del Bolívar de la desesperanza por creer que había arado en el mar, la del San Martin que acuno su amargura en las largas noches de exilio mas lejos pero con el corazón tan cerca como el desterrado José Gervasio Artigas en Paraguay, terminó sus días en Southampton, el brigadier Juan Manuel de Rosas.

Como para no desmentir su complejidad y los vericuetos  de su alma, aquel que buscó su cobijo en la tierra del enemigo dejó como manda testamentaria la exigencia de reconocimiento nacional previo para que sus restos volvieran al país. A lo largo del tiempo, son muchos los que han confiado en el juicio de la historia. Esta, inexorable e impiadosa, sin embargo, no siempre suele colocar a sus actores en tiempo y forma en el lugar que les corresponde.

Hoy, casi por arte de birlibirloque cuando el debate histórico se acallo, más que por razones, por angustias colectivas que nos retienen anclados en el presente sin poder mirar las enseñanzas del pasado y mucho menos soñar el futuro, aparecen las cenizas de don Juan Manuel, sin la revisión del juicio histórico a que lo condeno el mitrismo sarmientino, y de la mano de los mismos que durante más de un siglo condenaron al ostracismo post morten. Envuelto en beatitud y bendecido  por Bunge y Born, sin los auténticos colorados del Monte, viene don Juan Manuel cubierto con el poncho del indulto para que los Videla y Massera cabalguen los caballos de la impunidad.

Pero más allá de todo este juego de cartas marcadas y engolados locutores oficiales, entre fanfarrias y cañonazos que saludan en realidad a otros comandantes , este maldito argentino, vuelve con una imaginaria sonrisa por terminar al menos desmintiendo la profecía de Mármol, su antiguo adulón, que escribiera que ni el polvo de sus huesos América tendrá.

Ningún personaje de la historia argentina se catapultó con tal fuerza hacia el presente como lo hizo Rosas a lo largo de este siglo, ni ninguno despertó tan enconados debates, que llegaron a florecer a punta de pistola y plomo como para recordar que el pasado es parte de la vida y no de la muerte.

Muchos se han preguntado sobre las razones de esta contemporaneidad. Aunque en verdad, es un juego de espejos a medias, de sombras chinescas que proyectan había el presente lo que los espectadores quisieran ver. Un falso debate que encubrió largas décadas de nuestro siglo en torno a Rosas. Porque no se discutía ciertamente al hijo del hogar de don León Ortiz de Rozas, militar del rey y de la dama de linaje doña Agustina de Osornio, que vio la luz el 30 de marzo de 1793 en la calle Santa Lucía.

A través de la figura de Rosas, el revisionismo tradicional, de camisa parda y olor a sacristía, creía ver un antecedente histórico de Mussolini y ensalzaba en realidad al fascio y su visión del orden cuando no lo adornaban con el haz y las flechas falangistas de Primo de Rivera. Otros convidados al banquete del debate histórico creyeron ver, aunque no tuviera los ojos celestes ni el pelo rubio como Rosas, que se debatía la imagen de Perón, aclamado por los descamisados que cruzaron los puentes un 17 de octubre y que tenían el mismo color y mismo hambre que aquellos desarrapados, negros y oriyeros que un siglo antes gritaban ¡Federación o Muerte!

¿Pero por qué  don Juan Manuel emergía de una tumba lejana para entreverarse de tal modo en el presente?

Porque el gaucho de Los Cerillos, el Supremo Restaurador de las Leyes, con toda la turbulencia que implica encerrar tantos contrarios en un mismo cuerpo, resumía las potencialidades, enigmas, y las  mil cuestiones no resultas aun por La Nación Argentina. Rosas y todos los Rosas que lo habitaron sintetizan en sí mismos con la fiereza y la fascinación de un duelo criollo en un espacio cerrado los paños y muñones de un país que no ha definido su destino.

El federal que gobernó unitariamente al país por considerarlo inmaduro, el señor de estancias que fundó las bases del capitalismo argentino; el aristócrata que desafiaba en destreza al gaucho más habilidoso, el exponente más lúcido de la clase ganadera que terminó enfrentado  y volteado por la incomprensión de su propia clase; el que quiso querer a Francia e Inglaterra y que no vaciló en enfrentarlas  a cañonazos para defender la soberanía; el autoritario y sanguinario que con la mazorca tiñó de sangre un octubre de Buenos Aires pero que el pueblo aclamaba como su salvador. El que vivió rico y optó por morir pobre, pero convencido que a la chusma había que controlarla porque era peligrosa: el que soñó un país grande pero no dio pie a que el interior floreciera en sus potencialidades.

Aquel que desveló toda la vida a Alberdi, que necesitó setenta años para juzgarlo con ecuanimidad; el Rosas que inspiró estos versos que Raúl González Tuñón que hoy me permito rescatar en esta página.

Aquel Brigadier que desde el amor y desde el odio de partidarios  y enemigos  extemporáneos, tenía derecho a un mejor retorno a la patria, porque se acostumbró a ser sujeto y no objeto y porque nadie, al fin y al cabo, puede soñar a la hora de su muerte, que  su vigencia histórica quede enlazada a la apertura de las rejas de los responsables de 30000 desaparecidos.
Diario Sur – 30 09-89 – Por Eduardo Luis Duhalde

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