Cuando uno piensa en los héroes más antiguos probablemente los primeros nombres que se vengan a la mente sean los de Superman o Batman, ya que en la primera mitad del siglo XX marcaron a fuego la cultura popular con sus historias publicadas en revistas y tiras dominicales. Sin embargo existe un personaje que los antecede por casi veinte años, que vio la luz en las revistas pulp (publicaciones baratas enfocadas en géneros considerados menores como la ciencia ficción, el terror o las aventuras) y que influenció a Bob Kane y Bill Finger cuando crearon al Hombre Murciélago en 1939.
El Zorro nació gracias a la pluma del escritor Johnston McCulley en 1919, y era uno de los protagonistas de un cuento titulado La Maldición de Capistrano. Allí debutó Don Diego de la Vega, un playboy antes de la era de los playboys, aristócrata de ascendencia española, hijo Don Alejandro, cuya muerte impulsa la creación del alter-ego enmascarado, cuya «Z” marcada con su espada es paredes, postes o incluso en la piel de sus enemigos es su carta de presentación.
Un año más tarde se adaptó por primera vez a la gran pantalla el cuento, titulado esta vez La Marca del Zorro, personificado por el inmortal Douglas Fairbanks en donde se terminó de conformar el look definitivo: traje negro, sombrero de ala ancha, capa, la espada europea, el fino bigote. El largometraje fue un éxito inmediato, y desde entonces se han producido casi medio centenar de films con El Zorro como protagonista, no sólo en Estados Unidos, sino en varios países de Europa, México y hasta la India.
En Argentina siempre tuvimos un amor particular por el personaje. La serie de televisión producida entre 1957 y 1959, con Guy Williams —quien se enamoró de Argentina y pasó los últimos años de su vida en Buenos Aires— como protagonista se sigue emitiendo en canales de aire casi ininterrumpidamente, un hito sólo comparable con las reposiciones de El Chavo del 8. Es muy probable que muchos lectores de esta nota tengan recuerdos de alguna mañana o mediodía en la infancia mirando las aventuras de El Zorro en la televisión, mientras hacían alguna tarea escolar o almorzaban, mientras tarareaban la popular canción (En su corcel/ cuando sale la luna/ aparece el bravo Zorro) y observaban los duelos con espadas en alguno de los setenta y ocho episodios que se filmaron.
Williams también fue responsable de “pasar la antorcha” a un entonces joven Fernando Lúpiz, campeón de esgrima en la década del 70, que trabó amistad con el actor y hasta compartió escenarios durante muchos años, junto a varios miembros del elenco original. En el año 2000 Lúpiz consiguió los derechos para una puesta en escena teatral, repleta de acción, caballos y todo lo necesario para retratar una historia de El Zorro en sus escenarios habituales, y fue tal el éxito que el show se mantuvo en pie durante catorce años. Es justo decir que el cariño por el héroe enmascarado en estas tierras sudamericanas es indiscutible.
Por supuesto que El Zorro no se supeditó a las revistas, el cine, la televisión y el teatro. Se han publicado numerosas historietas con el personaje como protagonista; Isabel Allende escribió una fabulosa novela que narra la infancia y adolescencia de Don Diego de la Vega antes de convertirse en el vigilante; existen numerosos videojuegos para distintas consolas y máquinas arcade —los famosos “fichines”— junto a cantidades incalculables de juguetes a lo largo de estos 102 años de historia. Siempre hay un proyecto cocinándose, ya sea para televisión o cine, siempre hay alguna historieta pronta a ser publicada. La vigencia de este héroe pulp no ha decaído.
En 1998 se anunció el estreno de un largometraje nuevo del amado héroe. Martin Campbell, quien venía de dirigir GoldenEye, una de las mejores películas de James Bond y protagonizada por uno de los actores más recordados en el papel, Pierce Brosnan, parecía la elección ideal para el proyecto. Sony Pictures y Amblin Entertainment pusieron noventa y seis millones de dólares para financiar el film.
El elenco iba a contar con Anthony Hopkins encarnando a un viejo Diego de la Vega que debe pasar el manto a alguien antes que sus aventuras acaben con él, y así recluta, casi por accidente, a un ladrón a quien le salvó la vida de pequeño: Alejandro Murrieta, personificado por Antonio Banderas, quien busca venganza por el asesinato de su hermano a manos del Capitán Harrison Love (el actor Matt Letscher), mano derecha del poderoso Rafael Montero (Stuart Wilson), antiguo enemigo del De la Vega y raptor de su hija Elena, quien creció creyendo que Montero era su padre y que su madre había muerto durante el parto.
Mientras Don Diego de la Vega, quien pasó años planificando su venganza, intenta entrenar en el arte del combate, las acrobacias y hasta los buenos modales al aparentemente indomable Murrieta, el hombre terminará enamorándose de una adulta Elena, ahora en la piel de Catherine Zeta-Jones, muy a pesar de su verdadero padre que no quiere como marido para su hija a un antiguo malhechor reformado, y adoptará las causas sociales y la sed de justicia de su mentor.
El Zorro volverá a luchar por los ciudadanos de California, contra la corrupción en las altas esferas de poder, y enfrentará una batalla épica en el final que, si no la han visto en veintitrés años y aman las películas de aventuras, deben darle una oportunidad.
La película fue un éxito, tanto de recaudación como en la crítica. Rescató el encanto de los viejos films y seriales, y demostró que una propiedad intelectual tan popular y longeva puede modificarse para el nuevo público sin sacrificar la esencia. Lo que a muchos le parecería un sacrilegio —un Zorro que no sea Don Diego de la Vega— aquí se siente como una transición natural, bien justificada desde el guión. Antonio Banderas parece haber nacido para interpretar al héroe, y al ser un personaje nuevo, consigue imprimirle al otrora refinado y siempre sonriente vigilante unos resabios de ira, de torpeza y brutalidad propia de su pasado como ladrón itinerante. Anthony Hopkins demuestra una vez más por qué es una leyenda del medio, y Zeta-Jones está lejos de ser una mera dama en peligro o el interés amoroso “vistoso”; acá es una mujer capaz de pelear codo a codo con el héroe, con ideales, con destreza y con rebeldía.
Las escenas de acción están hechas en los sets, con espectaculares despliegues de efectos especiales y, sobre todo, coreografías apasionantes, que se aprovechan de un entorno propio de los western para ampliar la mitología de El Zorro y conducirlo al nuevo milenio. Pese a que se nota en algunas escenas que no es Banderas quien está dando volteretas como acróbata de circo, estos pequeños “errores” le aportan el encanto de las producciones clásicas, cuando las aventuras de capa y espada eran productos más habituales.
Lo que termina de aglutinar todo para brindar el mejor espectáculo cinematográfico posible es la banda de sonido a cargo de James Horner. El compositor, ya uno de los más importantes en la industria en 1998, encapsuló melodías españolas, rioplatenses y mexicanas junto a una orquestación con reminiscencia a la era dorada de Hollywood. El segundo tema, Elena and Esperanza, es —a criterio de quien escribe— una de las mejores composiciones jamás hechas para un film, y está dentro de un soundtrack impecable y emocionante, hecho a la medida de un personaje tan grande e importante como El Zorro.
En una era en donde las películas y series se concentran cada vez más en reciclar viejos personajes con cambios sin una justificación impulsada por la trama sino por el mero hecho de cambiar los paradigmas ante la preocupante falta de ideas en la industria hollywoodense, La Máscara del Zorro probó que era posible retocar a un personaje popular, cambiarle algunos elementos siendo fiel al espíritu del original, introduciendo los elementos nuevos en el argumento y llevando al espectador de la mano por una aventura divertida, emocionante y vertiginosa. Campbell haría algo similar con James Bond una segunda vez al reinventarlo para el nuevo siglo con la imprescindible Casino Royale, en donde se vio al Agente 007 más humano hasta la fecha. (Y es una pena que no haya podido hacer lo mismo con Green Lantern en el 2011, tal vez una de las peores películas de superhéroes jamás hechas)
La Máscara del Zorro es una invitación a la aventura, es un largometraje divertido, un homenaje a las películas viejas y a la serie de televisión que hemos visto más de una vez entre desayunos o almuerzos. Apela a la nostalgia sin abusar, tiene un elenco repleto de estrellas, acción por doquier y, sobre todo, es una buena obra del séptimo arte. La pueden encontrar disponible en Netflix mientras tararean, una vez más, en su corcel/ cuando sale la luna/ aparece el Bravo Zorro.