Costumbres
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La Calesita
¡Carancanfún! Está un loco en una calesita Y Dios es una máquina de humo
La Calesita

Calesita, carrusel, tiovivo, todos los nombres parecen definir una idéntica cosa; pero no siempre hablamos de lo mismo. Calesita es la que cuenta con figuras fijas. Carrusel es sólo si las figuras tienen movimiento; los caballitos, autos y otros componentes que “suben y bajan”. Al menos así lo define la gente del oficio. Pero ¿alguien se imagina en Buenos Aires y otras de nuestras ciudades y pueblos utilizando esas sutilezas para referirse a ellas? Son calesitas a secas. Sin importar que sus figuras se muevan o estén quietas.

El artefacto giró en la vida de muchas generaciones de argentinos y para los porteños, una plaza o parque no era tal sin calesita. Como no podía ser de otra manera, el tango también se involucró con ellas y tejió más de una historia.

“Llora la calesita
de la esquinita sombría.
Y hace sangrar las cosas
que fueron rosas un día”.

Así pinta su postal el poeta Cátulo Castillo con música de Mariano Mores en el tango “La Calesita”.

Pero otro poeta y músico, Enrique Santos Discépolo (Discepolín), escribió en 1930 su tango “Justo el 31”:

“Hace cinco días
loco de contento
vivo en movimiento
como un carrusel…”

El personaje celebra girando “como un carrusel”, que su pareja lo abandonó. Discepolín utiliza la palabra carrusel para referirse a la calesita. Ese sustantivo es una castellanización del francés carrousel.

En sus países de origen al principio la fuerza motriz de las calesitas era humana, pero a medida que ganaron peso, comenzaron a utilizar animales. En nuestro país se usaban mulas y caballos. Los equinos con pretal y pechera, giraban sin pausa al compás de un organito mecánico. Se alumbraron con lámparas de aceite, luego kerosén y finalmente con electricidad, que reemplazó definitivamente a caballos y mulares en el arrastre.

En 1860 arribó al país la primera calesita importada de Francia y se instaló en la zona de la actual Plaza Lavalle; entonces El Parque. Su nombre se refería al Parque de Artillería.

Treinta años después, empezó a girar la primera calesita de industria nacional. Las pioneras emplazadas en el Jardín Zoológico municipal y en Plaza Constitución, serían dos de las más antiguas en la ciudad de Buenos Aires; ambas tiradas por mulas y con organito mecánico. Otra de las más veteranas se instaló en 1920 en Ramón Falcón y Albariño, Villa Luro.

Pero yendo más atrás y rastreando orígenes, nos enteramos que en la vieja Constantinopla en el siglo XVII bajo dominación turca, ya existía una suerte de calesita con figuras ecuestres, con las que los caballeros otomanos se entrenaban con fines militares. También en Occidente se habría utilizado el invento oriental con los mismos objetivos. Pero en 1673 un tal Rafael Foyarte, con ojo avizor, vio las posibilidades económicas del invento, si se le daba uso civil. El hombre llegó a Inglaterra y lo patentó como entretenimiento. En la Francia prerrevolucionaria, se convirtió en un divertimento para la nobleza. Luego se popularizó en ferias y espectáculos ambulantes.

Pero no en todas partes se llamó calesita o carrusel. En España existe una historia nunca documentada pero con fuerte credibilidad, que afirma lo siguiente: En 1834 en Madrid, un tal Esteban Fernández, un “tío” (equivalente a lo que llamamos un ‘tipo’ en Argentina) que explotaba una calesita en Madrid, al fallecer, el cortejo fúnebre pasó frente a su fuente de trabajo. La leyenda urbana (o no) madrileña, afirma que el hombre realmente no estaba muerto y gritó “estoy vivo”; salvando así su vida. Desde entonces se cuenta, que a la calesita se la llamó la del tío vivo. De allí vendría el sustantivo español de “tiovivo” para las calesitas en ese país. En fin. Nada de esto es comprobable, pero el nombre perdura.

Nuestro primer carrusel (el de figuras móviles) de industria nacional, se atribuye a la firma rosarina Sequalino Hermanos, por encargo de la empresa CUMA especializada en el rubro.

El artefacto fue emplazado en 1943 en Rivadavia e Hidalgo en el barrio porteño de Caballito. Años después se trasladó al Jardín Zoológico de la ciudad de Buenos Aires y en 1979, fue adquirido por una entidad de bien público para utilizarla en el partido bonaerense de Ayacucho. Sequalino Hnos. después de exportar calesitas durante años a varios países vecinos, cerró sus puertas en 1984.

Caballitos, carrozas, llamas, perros, aviones… multitud de figuras fueron las delicias de generaciones de argentinos. La sortija, esa pera de madera con una argolla en el extremo para ser atrapada por los pequeños clientes, dicen que es un invento argentino que se difundió en la década de 1930. Recordemos que “sacar” la sortija representa una vuelta gratis. La sortija tal vez, es pariente cercana de otra institución popular: la yapa. Sólo que la yapa es un regalo y con la sortija, se premia la habilidad y a veces, la solidaridad del calesitero con algún chico que en vano intentó atrapar el premio.

En los años ‘40 y ‘50 del siglo pasado, hasta bien entrados los ‘60, la calesita tuvo su edad de oro. Plazas, parques, baldíos, fueron sus escenarios. Los tangos se alternaban con los discos infantiles. Era frecuente escuchar las canciones infantiles de Alberto Closas en sus grabaciones marca “Calesita”, alternando con Cambalache de Discépolo y otras piezas “pesadas” del repertorio tanguero. Para todos los gustos.

Pero por múltiples razones que es tedioso inventariar, la calesita fue languideciendo al compás de los cambios culturales.

También existe otra categoría de calesitas: las manuales. Algunas todavía son de madera.

Otras de “fierro” con tablitas a modo de asiento, bamboleantes y generadoras de vértigo.

Rigurosamente manuales. Son parte del “mobiliario” de las plazas públicas. Y también existen las que generó la industria del plástico; pequeñas, dóciles, fáciles de instalar en un jardín o patio. Pero no generan la adrenalina de sus primas manuales de las plazas. Que créase o no, todavía existen. A medida que las calesitas barriales iban despareciendo, surgieron algunas de dos pisos en sitios muy puntuales y con capacidad para decenas de pibes.

Algunos datos son ilustrativos: en 1998 sobre un parque de cuarenta y seis calesitas, se habían perdido veinte. “Los pibes se van…”, dijo un calesitero. Otro relevamiento alarmante, informaba que la edad de usuarios bajó de doce a un promedio de seis años. Internet en la Argentina, recién comenzaba a ganar terreno. Las calesitas sobrevivientes fueron reemplazando sus viejas figuras de madera o metal, por otras de fibra de vidrio.

Un relevamiento de 1997 en la ciudad de Buenos Aires informaba que en los grandes espacios verdes porteños, sólo sobrevivían calesitas en los parques Lezama, Patricios, Saavedra, Tres de Febrero y en las plazas Almagro y Pueyrredón. El problema del canon municipal, el pago a SADAIC por el uso comercial de la música, consumo eléctrico e ingresos brutos entre otros gastos, fue en aquellos años una espada de Damocles sobre las cabezas de los calesiteros. Sumado a la caída vertical de clientes.

En el año 2021 y pandemia mediante, la Ciudad de Buenos Aires registra 61 calesitas en actividad. Cifra discutible en importancia, para el peso que esa presencia tiene en la cantidad de población, en la identidad y cultura porteña. Y en la vida cotidiana de muchas generaciones, nada menos que vinculada a la pequeña felicidad que fue para quienes no nos olvidamos que fuimos pibes. Pero así son las cosas.

Como reflexión final, vale un comentario del gran periodista Jorge Gôttling que como pocos, buceó en las profundidades del ser ciudadano: “La infancia extravió hoy la calle y el barrio como socios en su socialización: la vida transcurre en los medios, la TV provee las conductas, los ídolos y las convicciones, ocupa todo el tiempo del esparcimiento.

Obstinadamente, resisten con la vieja fórmula de un recorrido redondo, cadencioso e incontaminado, acaso una tímida invocación a la magia” (1).

1) Gôttling Jorge- Clarín – 16-08-98

Un Loco en la Calesita

Un romance de estación
Le hizo perder la cabeza
Se fue al baño y se fumó

Y empezó a sonar la orquesta
Un, dos tres va y bien
Tocaba y se olvidaba de todo

Un, dos tres va y bien
La Fender le chorreaba de odio
Él quería conocer

Eso de irse a California
Trabajaba en un taller
De mecánica en la Boca
Él se apresuró
Y se arrancó de a uno los dientes
Y se salvó
Por ser de clase cincuenta y siete
Nunca tuvo un buen hogar
No fue padre ni buen hijo
Nunca conoció a Gardel
Sólo a Hendrix y a Tanguito
Se empezó a cansar
Y así probó algunas pastillas
Se volvió a cansar
Y no paró hasta ver la heroína
Está un loco en una calesita
Casi desnudo y con la vista enferma
Y daba vueltas y se sonreía
Y silbaba bajo por no molestar
Y Dios es una máquina de humo
Cambió la Fender por una Suzuki
Se fue a Brasil con plata de su abuela
Y estuvo preso por robar un auto
Y llegó a Gerais
Y se pegó el tren
Y Dios es una máquina de humo
Y Dios es una máquina de humo
Nadie más lo volvió a ver
Se sospecha que anda suelto
Disfrazado de faisán
O gendarme en algún puerto
Un, dos tres va y bien
Está un loco en una calesita
Dicen que un ángel lo atrapó en el baño
Lo crucificó y le sacó los ojos
Y con su sangre se pintó los labios
Y cortó sus piernas y se las comió
Y Dios es una máquina de humo

Fuente: LyricFind
Compositores: Rodolfo Paez
Letra de Un loco en la calesita © Sony/ATV Music Publishing LLC

La Calesita

Llora la calesita
de la esquinita sombría,
y hace sangrar las cosas
que fueron rosas un día.
Mozos de punta y hacha
y una muchacha que me quería.

Tango varón y entero
más orillero que el alma mía.
Sigue llorando el tango
y en la esquinita palpita
con su dolor de fango
la calesita…

Carancanfún… vuelvo a bailar
y al recordar una sentada
soy el ranún que en la parada
de tu enagua almidonada
te grito: ¡Carancanfún!

Y el taconear
y la «lustrada»
sobre el pantalón
cuando a tu lado, tirado,
tuve mi corazón.

Grita la calesita
su larga cuita maleva…
Cita que por la acera
de Balvanera
nos lleva.
Vamos de nuevo, amiga,
para que siga
con vos bailando,
vamos que en su rutina
la vieja esquina
me está llamando…
Vamos, que nos espera
con tu pollera marchita
esta canción que rueda

la calesita…

Tango – 1956
Música: Mariano Mores
Letra: Cátulo Castillo

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