Al Pie de la Letra
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Un Viaje en Barco
Carlos Balbi y el relato de un viaje largo y placentero de los que ya quedan muy pocos
Un Viaje en Barco

El cercano aniversario de bodas despertó en el matrimonio el deseo de realizar un viaje en barco; un largo y placentero viaje.

Comunicaron la idea a parientes y amigos.

Visitaron agencias de viaje, se informaron sobre países, ciudades, hoteles, alternativas.

Finalmente compraron los pasajes.

Mientras hacían trámites conocieron y trabaron relación con algunos matrimonios que serían sus compañeros de excursión; se visitaron, hablaron del futuro.

Cuando se acercó la fecha de partida, parientes y amigos les ofrecieron una fiesta, una gran fiesta: numerosa, alegre.

Finalizada la celebración y para dar por comenzado el viaje, se alojaron en un hotel de lujo sobre la Gran Avenida; aunque se podría decir que casi no pudieron dormir por la alegría y la emoción. Se abrazaban y besaban.

Al día siguiente almorzaron en el mismo hotel y luego pidieron un taxi hasta el puerto.

Cuando llegaron al muelle, parientes y amigos los esperaban.

Conversaron animadamente, se saludaron, se abrazaron, algunos se emocionaron hasta llorar. Finalmente subieron por la planchada.

Personal subalterno, que los esperaba, los acompañó y ayudó a instalarse en el camarote. Luego, a la barandilla, a saludar.

Nuevos adioses y besos que, ahora, transitaban el aire.

Sonó la sirena, el humo de las chimeneas se hizo más abundante, se retiró la planchada.

Más saludos y agitar de pañuelos.

Pero pasaron algunos minutos y la partida se demoraba. Una hora. El barco no partía. Dos horas.

Los ruidos y los humos cesaron.

Había inquietud en los pasajeros. Preguntaron entonces a los marineros, pero éstos estaban tan ocupados que no les respondían, o decían no saber nada.

La tarde transcurre sin novedades. Y mientas el sol toca el horizonte y luego se esconde dentro del agua, se anuncia por los altavoces que la partida se efectuaría al día siguiente.

Parientes y amigos se retiran.

En la luminosa mañana siguiente los parientes y amigos regresaron para decir nuevamente adiós a los viajeros. Éstos ya los esperaban sobre el muelle, deseosos de abrazarlos.

Pero las calderas callaron. Nuevamente surgió preocupación en los pasajeros. Esta vez las preguntas se dirigían a los oficiales: “El verdadero problema – respondían éstos – sólo lo conocen los superiores, pero a ellos no hay acceso”.

De pronto, luego del mediodía, volvió la esperanza junto con la alegría: ¡AHORA SÍ!, de las calderas salían humos, sonaban estridentes silbatos, repiqueteaban alegres campanas y se oía el rum rum de potentes máquinas. Los oficiales daban órdenes, los marineros corrían de babor a estribor y de popa a proa. Entonces, a bordo.

Barandilla, pañuelos, besos con la mano arrojados al aire.

Por fin se sueltan las amarras, y un remolcador tira….

Pero el barco no se aparta de la costa.

Los días con humaredas, pitar de sirenas, pon y quita de planchadas, enganche y desenganche de remolcadores, continuaron. Pasaron las semanas, los meses, los años.

Parientes y amigos de nuestros viajeros, aún retornan cada día y agitan sus pañuelos; pero cada vez con menos fuerza, las sonrisas son cada día más amargas;  ya quedan muy pocos…

Carlos Alberto Balbi

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