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El Hombre de la Tierra
Catorce mil Años de Soledad
El Hombre de la Tierra

John Oldman ha renunciado a su empleo como profesor de historia y está terminando los preparativos para la mudanza. Sus colegas y amigos, contradiciendo los deseos del hombre, aparecen por su cabaña para una última velada de conversación, algunos tragos y, por fin, la despedida. La jornada avanza y la conversación empieza a tornarse cada vez más interesante. John entonces lanza una pregunta hipotética: ¿qué pasaría si un hombre del paleolítico hubiera sobrevivido hasta el presente? Los amigos, todos especialistas en distintas ramas científicas y artísticas, elucubran teorías varias, desde cómo sería la fisonomía de esta persona hasta el impacto psicológico de haber vivido tantos siglos. Contento con la conversación, Oldman le confiesa al grupo que él es el hipotético hombre inmortal, que lleva vivo catorce mil años, que conoció a gente de la talla de Cristóbal Colón y que, en su primera etapa, dejó de envejecer a los treinta y cinco años de edad, y por eso se ve obligado a ir trasladándose cada diez años.

Él no puede volverse viejo, y eso levantaría sospechas.

El hombre de la Tierra transcurre enteramente en la cabaña de John Oldman. La puesta en escena, casi teatral, (de hecho años después se trasladó a las tablas) se ampara en una trío de engranajes:

  1. las actuaciones, todas soberbias y a la altura de la propuesta;
  2. la dirección de Richard Schenkman, sutil y habilidosa para manejar los escasos recursos de producción que enfrentó todo el equipo;
  3. el guión de Jerome Bixby (de quien hablaremos unos párrafos más abajo) que refinó durante décadas una obra maestra de la ciencia ficción intelectual, sin espectáculo visual, a fuerza de puro diálogo.

 Si alguno de estos tres elementos hubiera fallado, esta película independiente no tendría el estatus de culto que goza hoy. Los actores aprovechan al máximo la exquisitez del guión, y en un film que podría catalogarse dentro del género fantástico, El hombre de la Tierra decide romper con uno de los dogmas del séptimo arte, el que reza “muestra, no digas”. Aquí no hay una representación visual de las distintas eras que transitó este inmortal. Tenemos al hombre hablando, respondiendo las insaciables preguntas de tan diverso grupo con paciencia y pericia, algunos elementos de utilería que confirman la veracidad de las afirmaciones.

Conforme avanza la historia el guión ahondará en cuestiones filosóficas profundas pero, sobre todo, asestará una mirada punzante magnífica al mito fundacional de la doctrina cristiana. Esta porción del film, tal vez el punto más alto, es el que más preguntas genera en el espectador. Tan bien está planteada la temática religiosa que es imposible no ponerse a pensar, independientemente del credo que uno profese —o aún no profesando ninguno— sobre la naturaleza de la mitología, de las figuras principales de cada movimiento y, sobre todo, de Jesucristo. Si bien la Iglesia Católica no tiene un buen registro tolerando críticas o intentos de desmitificación, el objetivo de la película no es entrar en una polémica chabacana o incitar la ira de los más fieles, sino utilizar a uno de los personajes religiosos más relevantes del planeta para avanzar una trama que profundiza en la génesis de estas personalidades legendarias. Jerome Bixby, en su escrito, reflexiona sobre el poder de estos líderes espirituales, independientemente de la veracidad de los mismos.

Quienes interpelan al inmortal John Oldman (cuyo apellido es un juego de palabras en inglés, “oldman” se traduce literalmente como “hombre viejo” son:

Edith, experta en el cristianismo y su literatura, Art Jenkins, arqueólogo; Will Gruber, un psicoanalista que llega después con el fin de evaluar de soslayo la psiquis de John; el biólogo Harry, la historiadora —e interés romántico del protagonista— Sandy, y Dan, experto en antropología. Completa el grupo Linda, alumna de Art, que llega con él sorprendiendo a todos con su presencia.

Los actores que le dan vida a estos roles son David Lee Smith, Tony Todd, John Billingsley, Ellen Crawford, Annika Peterson, William Katt, Alexis Thorpe y Richard Riehle. Estas ocho personas cargaran con todo el peso dramático durante los 87 minutos que dura el film.

La amplia variedad de campos de estudio que abarcan los integrantes de esta peculiar tertulia permiten a la historia navegar con soltura todos los debates sobra la naturaleza de la inmortalidad desde una perspectiva holística. Todos tienen conocimientos sobre las áreas de expertise del otro, pero en la conversación y el debate, las perspectivas individuales, sus opiniones, se respetan porque entendemos que cada uno es un representante con autoridad de la materia que practican. El primer cuestionamiento lógico a la narrativa del supuesto hombre de las cavernas inmortal es que John, al ser un especialista en historia, está más que calificado para inventar un cuento bien fundamentado de un hombre atravesando miles de años. Pero a medida que la película avanza cada respuesta a las preguntas de sus amigos parecen irrefutables, a pesar de que no haya pruebas aparentes que certifiquen la autenticidad del insólito postulado.

El principal “culpable” de transformar esta premisa en una obra maestra es Jerome Bixby, un escritor y guionista norteamericano, especialista en el campo de la ciencia ficción. El hombre, fallecido en 1998 tras finalizar el último borrador del guión de esta película, tiene varias docenas de cuentos cortos publicados en numerosas antologías, participó tanto como escritor o editor de las revistas más prestigiosas del género, y se dio el lujo de escribir los guiones de series como Star Trek y Twilight Zone, dos pináculos de la televisión ci-fi estadounidense. También le puso la firma a películas como El Viaje Fantástico, aquella fabulosa historia de un grupo de personas que se encogen a nivel celular para viajar dentro del cuerpo humano; o El terror de más allá, inspiración directa para una de las obras maestras del terror en el espacio: Alien, el octavo pasajero.

Bixby comenzó a redactar el guión de El hombre de la Tierra en la década del 60, y fue puliendo cada manuscrito a lo largo de treinta años. Se dice que la cronología de la gestación se remonta incluso veinte años antes, cuando se le ocurrió la idea. Era tal la obsesión del escritor con lo que, presumimos, consideraba su mejor obra, que jamás conseguía soltar los manuscritos para que un director llevara a cabo su visión. Cual escultor que refina con los cinceles más finos los recovecos inaccesibles de una estatua, el guionista moldeó una historia casi perfecta, a la que no le sobra ni le falta nada. Explota al máximo el poder del diálogo bien escrito y hace lo que la mejor ciencia ficción es capaz hacer: generar preguntas al espectador, dejarlo con interrogantes que germinan dentro de quien consume la historia.

El hombre de la Tierra es un producto de una época en la literatura de ciencia ficción. Las publicaciones más importantes empezaban a acoger a autores que se concentraban en el campo denominado espacio interior. Mientras que mucho autores recurrían al infinito espacio —espacio exterior)— para situar las historias fantásticas (y muchas veces utilizando este concepto de otredad cósmica para interpelar la actualidad propia) esta nueva camada de autores en los ‘60 se dedicaron a explorar el interior humano, la increíble e insondable constelación de personalidades y motivaciones que cada persona posee. El elemento fantástico, por supuesto, está presente en este tipo de obras, pero se parte de personajes “realistas” para dotar de más inquietud a estas narrativas. Esta película se puede calificar tranquilamente dentro de la sub-categoría “ciencia ficción de espacio interior”, ya que aquí la exploración de la fantasía es intelectual, no visual. Los disparos no salen de coloridas armas con rayos láser, sino que son balaceras dialécticas.

La producción de este film fue, cuanto menos, peculiar. Inicialmente se le asignó un presupuesto de unos 200 mil dólares, un número bajo incluso para una película independiente en Estados Unidos. Al final del rodaje el número se había recortado a menos de la mitad, obligando a la pequeña producción a filmar en un formato casi hogareño (MiniDv) que por suerte no atenta la calidad de imagen final, gracias a la post-producción. El equipo técnico y actores cobraron un sueldo bajo. El hombre de la Tierra tuvo un estreno comercial escueto, y pese a que ganó en la mayoría de los festivales de cine fantástico en los cuales participó, ya en el 2007, año de su estreno, parecía que estaba condenada al olvido.

La piratería, los sitios de torrents, rescataron de un seguro ostracismo a esta gema del séptimo arte. En los foros de Internet se comenzó a hablar de este pequeño film de ciencia ficción y la gente comenzó a compartir no solo la película sino la historia detrás de la cinta. El amor del guionista por su última obra, las peripecias de todos los involucrados para llevar adelante la visión de un prócer de la ciencia ficción. En poco tiempo se convirtió en un film de culto, a tal punto que el hijo de Bixby, Emerson, no sólo no salió a condenar la descarga “ilegal” del film, sino que alentó y agradeció la difusión masiva y gratuita. En un siglo que inició con la infame batalla entre la banda de rock Metallica contra la web de descargas Napster, en la cual los gigantes musicales le tiraron con los mejores abogados que sus millones de dólares podían pagar para frenar el tráfico ilegal de su música, El hombre de la Tierra tuvo la posibilidad de inmortalizarse en la cultura popular gracias a los fans y a la “piratería”.

Diez años más tarde el propio Emerson, con motivo del estreno de la secuela, devolvió el favor a los fanáticos subiendo de forma gratuita a un sitio web la nueva película. Una forma poética de cerrar un ciclo que llevaba más de cincuenta años de desarrollo.

Para los que deseen acceder a uno de los mejores secretos ocultos en la gigantesca biblioteca de ciencia ficción estadounidense, o quienes quieran escapar a las convenciones más trilladas y pisoteadas del género, El hombre de la Tierra puede encontrarse, de forma totalmente gratuita, descargándola en sitios de torrents, o en plataformas web de streaming gratuito. Tienen el aval de Emerson Bixby.

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