Historietas
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Héctor Oesterheld
Cuando la Historieta Argentina se Puso los Largos
Héctor Oesterheld

En septiembre de 1945 bajo la sombra de la nube atómica, finaliza la Segunda Guerra Mundial. En la Argentina el mes de octubre abre un proceso de profundas transformaciones políticas, económicas y sociales. En otros terrenos,vemos los años de oro del tango, con las orquestas de “Grandes Maestros” y cantores de talento increíble. También el crecimiento de Oscar Gálvez en automovilismo, el Mono Gatica reinando en el box y los radioteatros, que conmueven multitudes. En ese marco, las revistas cómicas y de aventuras van afianzando su presencia en el mercado editorial. Una presencia que venía de lejos. Porque en 1928 la Editorial Columba lanzaba El Tony y en 1931 el diario Crítica incluía un suplemento de historietas en colores de gran éxito. En 1936, Dante Quinterno publicaba Patoruzú; un indio que es una especie de superhéroe nacional, de fuerza física y honestidad a toda prueba.

Rico Tipo es otra publicación surgida en 1944 con un humor fresco y corrosivo. Los caracteres porteños eran puestos en evidencia mediante personajes que marcaron la época con una sonrisa, como “El otro Yo del Doctor Merengue”, militante de la doble moral. O la página costumbrista “Buenos Aires en Camiseta”, del genial Calé, donde desfilaban sin prejuicios los hábitos porteños de todas las edades y sectores sociales. Pero el “boom” en esos años, sin duda lo representó Patoruzito Semanal, con historietas “serias” y “cómicas”, para adultos. El nombre remite a la etapa infantil del Gran Cacique acompañado por su padrino Isidoro, un vivillo porteño que en la versión infantil es Isidorito. Con tapas multicolores y atractivas, en octubre de 1945 gana la calle con personajes que serían ídolos como Vito Nervio, un detective argentino que vive sus aventuras en el mundo entero. Y en la sección cómica, creaciones como el marinero Langostino, hombre de mar fondeado en el Riachuelo, de Ferro; el Gnomo Pimentón, de Blotta o la tira Manucho y Meneca, a la que se suma Don Pascual, otro personaje que finalmente da nombre al conjunto; creación de Battaglia.

Con la expansión del mercado interno y la democratización del consumo, la Argentina ingresa de lleno a la sociedad de masas. Las múltiples publicaciones que con suerte diversa abarrotan los kioscos, dan fe de esa tendencia. El éxito de las historietas nacionales en detrimento de los “comics” particularmente norteamericanos y europeos aumenta la demanda de dibujantes y guionistas y así escriben – generalmente con seudónimo – hombres provenientes de la literatura y el periodismo como Conrado Nalé Roxlo y Dardo Cúneo. También comienzan a florecer bajo el amparo de la demanda, dibujantes y guionistas de oficio sin formación sistemática, a golpes de talento innato, vocación y audacia. Así también pasaba en el periodismo antes que se inventaran las carreras universitarias comunicacionales. A fines de la década de 1940, entre el público infantil – junto a una gran variedad de publicaciones – circulan los libros de cuentos pequeños, baratos y atractivos, de la Colección Bolsillitos de Editorial Abril. Allí escribe un joven geólogo llamado Héctor Germán Oesterheld. Se había iniciado como redactor de libros de divulgación científica y a comienzos de los años ‘50 se dedica exclusivamente a la historieta. Siempre en Editorial Abril luego de algunos personajes menores escribe el policial Ray Kitt dibujado por un chico italiano que con el tiempo marcaría profundamente la historieta argentina: Hugo Pratt. El primero de los héroes trascendentes de Oesterheld es Bull Rockett (1952), una tira donde la aventura se viste de ciencia, ya que el personaje es un científico sui generis con guiones que incursionan en el espionaje científico y militar y tramas que rozan el género policial. Recursos ficcionales que hábilmente combinados, dieron como resultado una de las historietas más exitosas y duraderas, dibujada primero por otro italiano, Paul Campani, luego por Francisco Solano López, el ilustrador del primer Eternauta; la obra cumbre de Héctor Germán Oesterheld. Es en esos días, que aparece Misterix, una pequeña revista apaisada de pequeño formato y accesible por unas pocas monedas, residencia de Bull Rockett.

En 1953 nace otra historia clave: el Sargento Kirk. Concebido originalmente como personaje argentino, lo trasladaron al far west por razones comerciales; es el auge de la idealización del oeste norteamericano y también el escenario más vendible. En realidad es éste un detalle secundario, ya que la universalidad del personaje, su tratamiento, nos permite ubicar a ese sargento desertor de la caballería estadounidense que convive con cowboys e indios comanches , galopando por territorio ranquelino o participando en algunas de las sableadas del “Toro” Villegas en la disputa secular por la tierra. Es que no se trata de héroes versión Hollywood, sino de hombres concretos, marginales, no sólo por su condición de habitantes de ese territorio de violencia y miseria como era nuestra frontera interior, sino porque a su manera eran nobles y con normas de conducta que no fueron las del sistema, como Martín Fierro. La aventura les era fatalmente impuesta por la simple razón de que el medio mismo es la aventura, cotidiana e inevitable. No son otra cosa los relatos de Lucio V. Mansilla (Una Excursión a los Indios Ranqueles) o los del Comandante Prado (La Guerra al Malón). A éste carácter de la aventura como objeto en tanto sinónimo de vida, debemos agregar la abundante información histórica, geográfica y social de esos pueblos, con que Oesterheld otorga verosimilitud al escenario en que vaga el Sargento Kirk. El plumín mágico de Hugo Pratt hace el resto. Podemos definir a Kirk y a Bull Rockett como los primeros personajes netamente “oesterheldianos”. Poco después aparece el Indio Suárez, un ex boxeador convertido en entrenador y que pronto conquista la simpatía de los lectores. El apellido del personaje es una obvia alusión a Justo Suárez, el Torito de Mataderos. Lo dibuja el español Freixas y se publica en la legendaria Rayo Rojo, una muy pequeña revista de historietas que costaba unos pocos centavos. Pero el autor de historietas para adultos se sigue acordando de los pibes y los cuentos ilustrados Gatito se instalan en los kioscos.

Es 1957 el año de despegue de Héctor Germán Oesterheld. Abandona Editorial Abril y funda con su hermano la Editorial Frontera. Con ese sello aparecen las revistas Frontera y Hora Cero. En sus distintas ediciones (semanal, mensual, extra, Libro de Hierro) desfila una impresionante galería de personajes protagónicos habitando todas las geografías y las épocas. Reaparece el veterano Sargento Kirk junto a un debutante Ticonderoga, un joven norteamericano de la época de la dominación británica. También engrosan las páginas de ambas revistas entre muchos otros personajes, Patria Vieja, historias de la Argentina de sable y lanza y Rolo, el Marciano Adoptivo; un porteño del montón que con los muchachos del club del barrio, frenan una invasión extraterrestre. Si bien el esquema, a pesar del sabor local que cultiva, no rompe con el estereotipo del género, algunos detalles argumentales preanuncian a El Eternauta. A “Rolo…” lo dibuja Solano López. Es también la época de Randall, otro western dibujado por varios maestros, y de Sherlock Time, ilustrado por Alberto Breccia, inquietante aventurero del espacio y el tiempo que, sin embargo, libra sus titánicas luchas a la vuelta de cualquiera de las esquinas porteñas. Vale recordar un episodio clásico: los familiares de las víctimas del tranvía caído al Riachuelo en 1930, son citadas en un galpón del barrio de Barracas y con un pretexto simple pero creíble, los conducen en el tranvía que repetirá el itinerario del que protagonizó la catástrofe. En una madrugada invernal y de niebla compacta, un motorman impasible, desoyendo los gritos aterrados de los pasajeros, embiste la barrera con el farol que advierte que el puente no está habilitado y (como en 1930) se hunde en el Riachuelo trágico. En el lecho negro reposa una nave extraterrestre que se dispone a secuestrar al pasaje. La operación es interrumpida por el siempre eficiente Sherlock Time acompañado por el jubilado Luna, una especie de Sancho Panza pero flaco; siempre convidado de piedra en las decisiones que toma el líder de la tira y que comprometen su tranquilidad.

Uno de los personajes fundacionales de ésta nueva historieta es sin duda, Ernie Pike, corresponsal de guerra estadounidense que Hugo Pratt (se dijo que como una broma al guionista) dibujó con el rostro de Héctor G. Oesterheld. El perfil de Pike se basa en un corresponsal verdadero llamado Ernie Pyle, muerto por los japoneses en una isla del Pacífico en 1944. La producción del periodista fallecido, se habría caracterizado por narrar pequeñas historias, dramas de hombres comunes atrapados por la guerra. Oesterheld parte de éstos pocos datos reales para armar su criatura de ficción. El dibujo vigoroso de Pratt destaca los rostros cansados y vulgares de los protagonistas, hombres que se ensucian encima, que tienen miedo o derrochan un coraje insospechado y donde el heroísmo o la cobardía le caben a cualquiera, independientemente del bando en que combate. Esa mirada fatalista y comprensiva, la explicó más de una vez el autor por boca de Ernie Pike: “El único villano es la guerra.” Este tratamiento original subvierte la convención del género bélico impuesto hasta entonces, en que los argumentos se sostenían en la oposición buenos – malos, bellos – feos, valientes – cobardes, resolviéndose el conflicto inevitablemente con la victoria relumbrante y sin fisuras de los primeros; en definitiva, del bando que ganó la guerra en la realidad. Si a la demolición de éste estereotipo maniqueo le sumamos los recursos del oficio, el manejo de la técnica narrativa, y los cuadros magistrales de Hugo Pratt, el primer ilustrador de la serie, ya nos encontramos ante el gran salto de calidad de la historieta argentina, ante la confirmación de un género que decididamente alcanza la mayoría de edad. El “escriba” Ernie Pike tiene mas tarde su espacio propio: la revista Ernie Pike – Batallas Inolvidables, lanzada por Editorial Frontera en 1960. Se trata de una publicación que, junto a episodios imaginarios de calidad similar a los que aparecían en Hora Cero, ofrece una abundante información compuesta por mapas, fotografías y textos de gran valor documental sobre las principales batallas del segundo gran conflicto. Algunas de las “estrellas” militares desfilan por sus páginas, como los mariscales Rommel y Montgomery, el Afrika Korps, los Commandos británicos y otros personajes, fuerzas y batallas. A la revolución argumental y plástica hay que agregarle a Ernie Pyke – Batallas Inolvidables, haber llevado la divulgación histórica a una cantidad de lectores nunca alcanzada a hasta entonces. Paralelamente a Ernie Pyke, otra historia crecía en Hora Cero Semanal: El Eternauta. Guión de Héctor Hoesterheld y dibujos de Francisco Solano López. En principio se trata del trillado argumento de la invasión extraterrestre a nuestro planeta. Pero desde los primeros cuadros descubrimos que allí pasa algo distinto. Por lo pronto no hay escenarios exóticos ni superhéroes con trajes plateados y lucecitas brillantes. No. Es un grupo de amigos jugando al truco en un chalet de Vicente López, en el Gran Buenos Aires.

Allí los sorprende la nevada mortal, el primer golpe que el enemigo cósmico descarga sobre la Tierra. La muerte llega en forma de tenues copos que cubren el planeta entero con su terrible sudario. Buenos Aires se convierte en cabecera de la invasión y a la vez, en un gigantesco cementerio a cielo abierto, porque casi todos sus habitantes son aniquilados por la nevada – como cualquier otra forma de vida – y los escasos sobrevivientes, compiten entre sí matándose unos a otros. De a poco se organiza la resistencia. Un batallón de la guarnición militar Campo de Mayo que sobrevivió de casualidad, junto a un puñado de civiles, inicia la reconquista de la ciudad. Así surgen episodios impresionantes como el Combate de la General Paz o las luchas en el estadio de River Plate. Manteniendo la característica de una historieta clásica de aventuras y con picos de tensión narrativa cada cierto número de cuadros (necesarios por la condición de entrega semanal de la publicación), la acción alcanza un ritmo vertiginoso que a lo largo de 350 páginas, no decae en ningún momento. Pero a medida que crece la trama, vamos descubriendo la otra lectura, tal vez involuntaria, que se desprende de ésta aventura macabra. Se trata de la parábola sobre el carácter de ser social de nuestra especie. Las crisis de valores, los principios elementales que tambalean en un mundo en ruinas y frente a un enemigo infinitamente superior, tan desconocido y poderoso que aterra. Sin embargo se lucha. Con bronca, con derroche de coraje. Hay solidaridad entre los combatientes, hay afecto. No se cumple la regla derrotista de que “El hombre es el lobo del hombre” y vemos cómo a pesar de la importancia de un personaje como Juan Salvo (futuro Eternauta por su condición de viajero de la eternidad), el obrero metalúrgico Franco y otros, se convierten en alma de la resistencia, diluyéndose el protagonismo individual. Oesterheld ya lo advierte en el prólogo de la historia: el verdadero héroe es el héroe colectivo. La historia tiene un desarrollo circular: luego de regresar del futuro buscando sin tregua a su mujer e hija, Juan Salvo se encuentra nuevamente en su barrio, cuatro años antes de la invasión. El reencuentro con su tiempo, le hace olvidar lo que vivió, pero sucederá. Queda abierta la posibilidad de que el drama se repita infinitamente, al mejor estilo borgeano. Hubo una segunda parte de El Eternauta, que pese a conservar buena parte de la calidad argumental y el siempre talentoso dibujo de Solano López, no logró la repercusión de la primera. Tal vez porque el género ya había entrado en el ocaso.

Al iniciarse la década de 1960, las ventas de la Editorial Frontera comienzan a declinar y desaparece en 1963. No obstante, la dupla Oesterheld – Breccia crea Mort Cinder. Un personaje extraño que aparece en 1962 en la revista Misterix y sobrevive un par de años.

Se trata de un ser inmortal que en distintos tiempos y geografías, protagoniza historias densas, con climas opresivos acentuados por el trazo maestro de Breccia. Un modelo de historieta definitivamente adulta. Después llegó el silencio. Sobre lo que pasó, podemos conjeturar que la historieta, vehículo de cultura masiva durante décadas, no fue ajena a los padecimientos que las sucesivas políticas desnacionalizadoras generaron en la Argentina a partir de 1955, y se profundizaron con el fortalecimiento del modelo liberal en sus distintas etapas. El auge importador que caracterizó esos ciclos, también afectó la industria editorial local, sumado a modas culturales que caracterizaban a la historieta como vehículo de dominación cultural, confundiendo el medio con el mensaje. Pero otro hecho clave vinculado estrechamente a lo anterior contribuyó al retroceso de nuestras historietas: el avance de la televisión. Si bien la revolución tecnológica y cultural que implicó el avance televisivo conspiró contra la supervivencia de la historieta, la falta de una concepción nacional de la cultura, integrada a un proyecto de país independiente, permitió que esa formidable herramienta educativa se transformase en un caballo de Troya de la colonización cultural dentro de cada hogar argentino. A esta competencia arrolladora hay que sumarle la indiferencia y muchas veces el desprecio con que los sectores consumidores de cultura libresca sintieron por la historieta, a la que consideraban un género menor, sin posibilidades artísticas, con argumentos incapaces de transmitir “mensajes”. Es decir, restarle toda posibilidad reflexiva y reducirla a un divertimento para infradotados. Porque para esas miradas, si divierte, si entretiene, no puede ser algo serio. Si lo lee todo el mundo, no puede ser bueno. No es difícil adivinar por debajo de esta obsesión contenidista, una profunda desconfianza hacia todo lo popular.

En 1969 aparece una nueva versión de El Eternauta con guión de Héctor Oesterheld. Actualizada en su contexto y con una lectura política más directa que la anterior. La dibuja Alberto Breccia y la publica el semanario Gente. Dura poco tiempo. El argumento es que los dibujos “no gustan” a los lectores y los autores se ven obligados a terminar la publicación en pocas semanas. Una verdadera lástima, ya que lo poco que se publicó, confirma que habría sido una obra definitiva, por los retoques del guión y los asombrosos dibujos de Breccia.

Para muchos, El Eternauta de Oesterheld – Breccia pudo ser el logro más alto de la historieta argentina. El perfecto ensamble guionista – dibujante permite textos breves en función de un dibujo nunca tan alegórico, tan apocalíptico y a la vez tan realista. Quizás profético. Con esa obra alucinante se cierra la época más fecunda de la historieta nacional, porque los guiones que vinieron después, los buenos, llevaron en general la marca inconfundible de Héctor Oesterheld.

CONCLUSIONES

Es ocioso remarcar que no existe un arte puro y que toda creación está salpicada por su época. La obra de Oesterheld es un ejemplo. No es casual que se dieron los pasos más largos en busca de la identidad del género en años en que la Nación Argentina trataba de afianzar su identidad. Tampoco el balance de la Segunda Guerra Mundial puede ser ajeno a esa actitud que lleva a Oesterheld a considerar la guerra como la gran derrota humana, ignorando el maniqueísmo de réprobos y elegidos (Ernie Pike). En esa extensa producción que fue la obra de Oesterheld en pocos años, no hay premios ganados fácilmente y las victorias, muchas veces tienen un sabor amargo. En los apuntes de Ernie Pyke, los que aparecen son hombres comunes en una circunstancia extraordinaria como la guerra. Es el carácter humano de éstos antihéroes, sumado al trabajo excepcional de un grupo de dibujantes que trastocó los esquemas tradicionales del género. Esa plasticidad de los personajes que vagan por llanuras del far west o mueren de un balazo entre mosquitos y barro en alguna isla perdida en el Océano Pacífico, es lo que permite que podamos sentirlos como propios, aunque no se trate de gauchos ni figuras de Buenos Aires. En eso consiste la verdadera universalización cultural, en la comodidad con que nuestros códigos pueden animar una historia más allá de la geografía. Pero cuando esos episodios pueden sustraerse al escenario arquetípico de la aventura y transcurren en nuestro barrio, es decir en nuestra propia historia, y el lector lo acepta y lo goza como a los modelos que asimiló desde pequeño, es porque el género ha crecido hasta diferenciarse claramente de sus modelos y alcanza el perfil que permite por la originalidad de su factura, percibir la otra aventura, la de un país construyendo su destino.
Después pasaron otras cosas. Entre ellas, que Héctor Oesterheld y casi toda su familia, desde 1977 se encuentra desaparecida.

Por Ángel Pizzorno

Bibliografía

Historia de los Cómics. Ed. Toutain. Barcelona. 1982.
El libro de Fierro. Ed. La Urraca. Bs.As. 1985.
Superhumor Nº1. Ed. La Urraca. Bs.As. 1981.
Oesterheld, Héctor y Solano López, Francisco. El Eternauta, Ed. Récord, Bs.As. 1979.
Oesterheld, Héctor y Breccia, Alberto, El Eternauta, Ed. LaUrraca, Bs. As. 1982.

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