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Akira
La Primera Animación Adulta para el Público Masivo- Disponible en Netflix
Akira

¿Qué es Akira?
Durante ocho años el mangaka —dibujante de manga, o sea historietas japonesas— Katsuhiro Otomo publicó en la revista Young Magazine, perteneciente a la editorial Kōdansha, uno de los mangas más importantes de la historia de Japón. Se titula Akira, y se desarrolló desde 1982 a 1990. Posteriormente fue recopilada en seis volúmenes que reúnen las casi dos mil páginas, y desde entonces la historia trascendió las fronteras del país oriental para convertirse en un fenómeno global, inyectándole aún más vitalidad a la industria de entretenimiento japonés en Occidente.

La historia se ubica en el futuro distante—para la década del 80— del 2019, en la ciudad japonesa Neo-Tokio, reconstruida tras la devastación que causó una explosión en apariencia nuclear. Los protagonistas de la historia son dos adolescentes, Tetsuo y Kaneda, ambos huérfanos, líderes de una pandilla de motociclistas que siembran el caos en las calles de la ciudad, buscan pelea con otros grupos rivales, desafían a la autoridad permanentemente y consumen drogas. Los chicos no son la excepción a la regla, el universo que plantea la película es en esencia distópico. Las revueltas sociales están a la orden del día, la policía reprime, hay una profunda desconfianza en el gobierno y en las fuerzas militares, ya que nunca queda claro por qué sucedió la explosión catastrófica en primer lugar. Los dos amigos sobrevivirán a un accidente en una autopista, en donde “chocan” con un pequeño individuo misterioso que termina desvaneciéndose, y a partir de ahí los adolescentes partirán caminos. Tetsuo termina en manos del ejército porque comienza a desarrollar poderes telequinéticos y un desorden mental creciente, y Kaneda intentará por todos los medios llegar a rescatar a su compinche, pero se encontrará con que su amigo, pese a haber sobrevivido físicamente al impacto, en realidad murió aquella noche en el asfalto.

En el medio de la aventura en la que se embarcan los protagonistas se revelará un profundo complot gubernamental, plagado de experimentos genéticos, sujetos de prueba aislados de la sociedad que manejan un poder en apariencia incontrolable y que significan un potencial peligro no solo para Japón sino para el mundo entero. Los adolescentes se ven forzados a perder lo que les queda de inocencia, propia de la edad, para pasar a la adultez, y el cambio en personalidad no solo es mental, no se ve en las acciones y decisiones que toman solamente (uno para el lado del bien, otro para el lado del mal) sino que el director hace uso de la transformación del cuerpo, a veces horriblemente deformado, apenas en control de Tetsuo, para ilustrar la metáfora de ese paso a otra etapa de la vida.

El argumento está simplificado porque Akira es una obra que, pese a pertenecer al género de ciencia ficción y acción, toca temas mucho más importantes de manera más sutil, pero no por eso esquivándole al análisis social —y su respectiva crítica— sin perder de vista el objetivo de entretener a la audiencia. Esta película, aparte, tuvo un impacto histórico que al día de hoy se siente en los países Occidentales, y que desarrollaremos en los siguientes párrafos.

El Contexto Histórico
Después de la devastación provocada por las bombas que lanzó Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, la sociedad japonesa se vio en la enorme y dolorosa tarea de aprender a reconstruirse desde las cenizas, literalmente. Este proceso de levantarse y rehacerse no fue solo edilicio, sino que los habitantes de Japón se encontraron de un día para el otro con restricciones de los productos culturales provenientes de occidente, por razones más que obvias. El gobierno y la gente sintieron el impacto de las bombas como un “sacudón” definitivo, y así comenzó un proceso de levantamiento como se han visto pocas veces en la historia de la humanidad. El mundo llegaría a vislumbrar a la pequeña isla surgir como una de las potencias económicas y culturales más importantes del planeta. Pero para llegar a eso la sociedad necesitaba sanar, necesitaba entender qué había pasado y cómo habían llegado hasta esa instancia, y el arte siempre es un gran medio para exorcizar demonios.

El primer gran “exorcismo” audiovisual que manufacturó Japón fue Godzilla, un monstruo salido de las profundidades del océano que destruye todo a su paso con su aliento atómico. Los paralelismos con los aviones norteamericanos llegando desde el mar y lanzando el fuego radioactivo son evidentes, y pusieron de manifiesto el trauma que los japoneses estaban atravesando.

La segunda consecuencia directa del ataque estadounidense fue que las producciones provenientes de ese país fueron prohibidas en la isla, incluidas las animaciones de Disney y las historietas. El público joven sobre todo ansiaba acceder a formas de entretenimiento, y esto disparó dos industrias que se volverían verdaderos gigantes: el manga (las historietas) y el animé (los dibujos animados). La sociedad japonesa abrazó estas formas artísticas que fueron evolucionando a gran velocidad, entregando historias para todos los públicos: historias infantiles, para adolescentes y también para adultos. El constante crecimiento en cantidad y calidad creó una biblioteca gigante de contenido en un breve lapso de tiempo, convirtiendo en estrellas a muchos de los estudios que producían las animaciones y en emblemas del mundo editorial a aquellas que publicaban las historietas. Ambas industrias, aparte, se retro-alimentaban, y hasta el día de hoy los mangas más populares suelen tener su versión animada, y muchas veces las series animadas se adaptan al formato impreso.

A medida que el volumen de historias animadas e impresas crecía, la economía japonesa crecía a su paso. En la década del ´80 Japón vivió el pico máximo de crecimiento. La sociedad experimentó una etapa de confort económico y este sobrante de dinero se volcó mucho en la industria del entretenimiento, permitiendo así que las productoras invirtieran más plata para lanzar productos innovadores, de mejor calidad y con temáticas aún más amplias que antaño. A modo ilustrativo, durante esta década los estudios de animación cuadruplicaron la cantidad de films lanzados al mercado con respecto a los ´70.

Sin embargo, para la mayor parte del mundo occidental, las animaciones y las historietas japonesas eran material para unos pocos “entendidos”. Las cadenas de televisión no pasaban series provenientes de la Tierra del Sol Naciente, las librerías y tiendas especializadas no vendían los mangas, y las salas de cine no proyectaban producciones japonesas. El mercado de la animación estaba dominado por Disney y algunos proyectos de empresas como Warner Bros que había incursionado en los dibujos para televisión, su principal fuerte. Por eso imaginar en los ´80 que los animés japoneses, con la estética tan particular que tienen, diferente a todo lo que el público occidental conocía, era impensado.

Hasta que se estrenó Akira, en 1988, limitado a salas selectas estadounidenses, y ahí se disparó un fenómeno cultural que, hasta la fecha, continúa expandiéndose. Este film, dirigido por el propio autor del manga, fue una revolución no sólo por el impacto que tuvo, sino por la forma de hacer animación. La estética de cada cuadro (la animación tradicional utiliza 12 cuadros por cada segundo de metraje, aquí se utilizaron 24 cuadros por segundo, como las filmaciones con actores reales) destilaba no solo maestría de los dibujantes, sino una atención a los detalles de los fondos, los diseños de personajes, las brutales escenas de acción y de destrucción masiva que ninguna persona fuera de Japón había visto jamás. Tal es la calidad de este film animado que hoy en día se lo considera una obra maestra del género, un testimonio del poderío creativo de las compañías japonesas y una vara muy alta en cuanto a calidad, que pocos productos fuera del país insular fueron capaces de replicar.

Akira consiguió recaudar más de 45 millones de dólares a nivel global, y el fenómeno se expandió en el mercado hogareño. Primero tuvo una edición en VHS y Laserdisc (una especie de precursor de los dvd y blurays) y con el correr de las décadas fue adaptándose a cada nuevo medio de reproducción que existió. Pero Akira fue también el Caballo de Troya que le permitió a la cultura popular japonesa insertarse en el mundo definitivamente. Hoy es normal ver películas japonesas animadas en las carteleras de todo el mundo, incluido Argentina, en donde la animación y los mangas son inmensamente populares. Series como Dragon Ball, Sailor Moon, Naruto, Attack On Titan o Cardcaptor Sakura venden miles de libros por mes y son éxitos en la televisión o en cine.

Los films de Hayao Miyazaki, tal vez uno de los directores más importantes de la historia,son catalogados dentro de los más hermosos e impactantes de la animación mundial, incluyendo premios en todo tipo de festivales a lo largo y ancho del planeta. Y todo lo hizo sin renunciar al estilo japonés no solo de animación sino en el lenguaje narrativo, en el ritmo de las historias y en las temáticas, completamente distintas a las producciones occidentales. El público general le puede agradecer a Akira por haber allanado el camino de manera tan contundente.

Toda esta “invasión” japonesa tuvo su “Día D” cuando Akira salió del mercado interno japonés y se abrió al mundo. Permitió que estas producciones salieran del ghetto y se ramificara en todos los sectores etarios, en la mayoría de las culturas globales, y al día de hoy continúa en permanente expansión, más saludable que nunca.

Quienes quieran disfrutar de esta joya animada, de esta porción de la historia del séptimo arte puede hacerlo gracias a la plataforma de streaming Netflix.

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