En Mar del Plata Mochkovsky erigió el edificio de la Sociedad Anónima de Construcción y Afines (S.A.C.O.A.) a principios de la década de 1950 y luego en el subsuelo de esa construcción, funcionó el emblemático salón de juegos Sacoa en la calle Peatonal San Martín.
Eche Veinte Centavos en la Ranura
Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa
(Raúl González Tuñón – 1928)
Es posible que el juego sea una de las pocas actividades que nos acompaña partiendo de la infancia hasta alcanzar la vejez; sólo cambia el objeto de juego. Desde la pasión por los dados en la Antigua Roma y las invenciones lúdicas de otras tantas civilizaciones, en toda época y geografía hasta las alucinantes tentaciones mediáticas de nuestro siglo, el juego es parte ineludible de nuestras vidas.
En la inmensidad geográfica y cultural argentina, los juegos reproducen esa riqueza creativa. A vuelo de pájaro y tomando sólo la Ciudad de Buenos Aires como testimonio, podemos citar los naipes y los dados, o la “monedita” en la vereda jugada por los pibes mayores, mirando de soslayo que no aparezca el “vigilante de la esquina”, ya que los edictos policiales hasta finales del siglo XX, prohibían cualquier juego en el que interviniera el dinero. No obstante semejante cuidado de la moral pública desde los ámbitos oficiales, no impedía la existencia de sofisticados garitos ocultos, quiniela, lotería y carreras de caballos clandestinas, incluyendo las “cuadreras” rurales; actividades naturalizadas por las costumbres, pero que legalmente estaban penadas.
Pasaron los años y los sucesivos avances tecnológicos, generalizaron el uso de máquinas de entretenimientos. Esa nueva actividad vinculada al mundo empresario y su paulatina pero firme inserción en la franja de juegos, generó tempranamente nuevos y atractivos sitios de diversión.
La tecnificación del tiempo libre, ofreció también el bowling; juego de bolos que tempranamente convivió con las primeras “tragamonedas”, llamadas también “tragaperras” en otras latitudes, ya que “perras” se les decía a las monedas de bajo valor.
Años 80
Se cuenta que los primitivos ingenios seguramente mecánicos, circularon en el oeste norteamericano en los últimos años de la colonización (conquista del far west), a finales del siglo XIX, para competir con el juego de póker que lideraba los entretenimientos. Pero realizando un salto en la geografía y el tiempo, los memoriosos y las crónicas de época, recuerdan las “maquinitas” del legendario Parque Retiro de Buenos Aires o su antecedente el Parque Japonés; diversiones baratas a las que accedían familias trabajadoras, marineros que al otro día recalarán en otros puertos y provincianos recién llegados: “Cien lucecitas. Maravilla / de reflejos funambulescos. (…) Estampas, luces, musiquillas, misterios de los reservados”. Y esas máquinas que hacían “ver la vida color de rosa” por sólo veinte centavos, como nos cuenta el poeta citado en el epígrafe, describiendo en clave literaria ese mundo fantástico al que se accedía por unas monedas.
Los avances de la electrónica instalaron en el mercado nuevas opciones. Por ejemplo las vitrolas o fonolas, esos mastodónticos artefactos que desde la década de 1950 causaron furor en las ciudades de todo el mundo. Instalados en boliches bailables, cafés y en cuánto sitio convocara público, por unos centavos el cliente elegía el tema musical de su preferencia con sólo apretar un botón. Un brazo mecánico seleccionaba el disco y comenzaba la melodía.
Entre quienes vieron la posibilidad de comercializar localmente en gran escala esa actividad, estaba Mauricio Mochkovsky. El hombre vinculado a la construcción tenía también buenos conocimientos de electrónica y decidido a incursionar en este último rubro, adquirió varios juegos mecánicos antiguos (pinball), les incorporó las innovaciones del momento y las instaló en varios bares, pagando un porcentaje a los dueños. El éxito motivó a Don Mochkovsky y sus hijos Jorge, Alejandro y Ricardo, a avanzar en esa dirección, explotando también las fonolas que seguían pisando fuerte como “primas” de los juegos mecánicos.
El grupo Mochkovsky instaló en 1969 un bowling en Mar del Plata, ya que esa actividad florecía en todas las localidades y se mantuvo activa durante muchos años como pasó con el pool, que relegó al billar a un segundo plano.
En aquella ciudad Mochkovsky había erigido el edificio de la Sociedad Anónima de Construcción y Afines (S.A.C.O.A.) a principios de la década de 1950 y luego en el subsuelo de esa construcción, funcionó el emblemático salón de juegos Sacoa en la calle Peatonal San Martín; punto de reunión de noctámbulos crónicos, ociosos de toda hora y también de familias que remataban el paseo por el Centro, pasando un rato por los juegos de Sacoa.
Los videojuegos se expandieron por todo el planeta integrando el paisaje de casinos, bingos y afines. Nuestro país no fue la excepción, pero sí debe considerarse a Sacoa como uno de los pioneros.
Junto a la ampliación de ofertas de juegos electrónicos, Sacoa tomó la iniciativa en el reemplazo de los “fichines” (tickets de cartón) por tarjetas magnéticas; las novedosas ”Sacoa Card”. Tal medida redunda en mayor comodidad para el cliente y confiabilidad para la empresa en su propio sistema.
Además del local histórico marplatense y algún otro en la misma ciudad, “los” Sacoa florecieron en Rosario, Bahía Blanca, Villa Gesell, Jujuy, Monte Hermoso, Necochea, Miramar, Córdoba… sumando en la época de mayor expansión, decenas de locales en todo el país.
A pesar de la conectividad masiva vía internet que privilegia el uso de dispositivos celulares en forma individual, los salones de juegos electrónicos siguen convocando viejos y nuevos fieles.