Al Pie de la Letra
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Rompimientos y Signos Zodiacales
Relato de Pablo Diringuer sobre Eimibel mientras el hielo de su vaso derretía recuerdos casi imborrables
Rompimientos y Signos Zodiacales

Eimibel era del signo de Virgo y yo, de Aries. Lems me decía que ella era una persona que se detenía mucho tiempo en pensar demasiado en las cosas o situaciones a resolver, mientras que yo, era mucho más expeditivo e impulsivo.

Enojos, Rompimientos y Signos Zodiacales
Me sobrepasa el enojo. Estoy pasado de vueltas en lo anímico y la bronca con esa especie de vacío sentimental dilata mis tejidos más íntimos y hasta llega a despertar pensamientos laberínticos de los que jamás opté por frecuentar ni transitar.

Ante este tipo de situaciones, bienaventuradas esas personas que hasta da la impresión de “cobijar” al otro, a ese individuo que necesitare aquel cercano que sin lugar a dudas conociere en detenimiento y con demasiada frecuencia el por qué de los por qué inherentes en la aflicción del momento. Y sí, siempre lo sé, que mis dos grandes amigos –Lems y Rafca- son esas gotas que jamás rebasan la grieta asfixiante del acertijo imprevisto en el desasosiego sentimental. A todo ésto que describo, poseo el agregado de lo que somos los tres para con nosotros mismos; esto es, las marcadas diferencias que poseemos en nuestras personalidades, sobre todo cuando de relaciones sentimentales se trata. Lems, por ejemplo, ante un rompimiento amoroso ya sea éste por propia iniciativa o, por el contrario, desde la otra parte, siempre trata de seguir hasta lo último de lo último para finalmente dar vuelta esa página arraigada de sentimientos; Rafca, en cambio, es netamente expeditivo al respecto, y ante la menor circunstancia de desavenencias perfumadas de conflicto amoroso, no duda un instante en cortar a rajatablas la relación que fuese y… “a otra cosa”…

Y bueno, ineludible el también hacerme cargo de mis acciones al respecto, soy ese tercero en cuestión que, para sintetizar, soy una mezcla de ambos.

Generalmente solemos frecuentarnos de manera seguida, sobre todo los fines de semana cuando las luces asoman chichineadas de búsquedas para con el otro sexo, esto último siempre y cuando ninguno de nosotros estuviésemos entongados con alguna mujer, situación que postergaría inevitablemente ese tan agradable momento compartido por verdaderamente amigos.

Este día sábado, nocturno de ambiciones placenteras para con una mujer, me encuentra imprevistamente solitario y verdaderamente rayado para con la mínima intención de entablar algo con alguna femenina. Tanto Rafca como Lems se hallan partícipes de acompañamientos para con el otro sexo, motivo por demás elocuente en mi solitaria presencia y hasta desbordado en esa primaria sensación de ya, no contar con esa persona la cual hubo de formar la tibieza fuertemente constante del saber que esa voz, ese gesto, o esa mano entrelazada y el beso, ya, hubo de formar parte de un nuevo pasado histórico que ni siquiera hubiese sido registrado en ningún texto ni siquiera de hojas  ni blancas ni menos que menos amarillas olvidadas en algún rincón húmedo de trivialidades.

Salimos casi tres años con Eimibel, su nombre, ya, de por sí, llamóme la atención, y claro –me había dicho- había nacido en Uruguay, y sus padres –ya fallecidos- acostumbraban a ser partícipes de ese arraigo bien de ese país en donde se permitía inventar nombres o poner como de los mismos el pila de apellidos.

Eimibel me resultaba una mina bien distinta a mi manera de ser y, por ende, en esa tan marcada diferencia de personalidades, siempre existía en el ambiente de los entendidos en la materia sentimental eso de: “los opuestos se atraen y se complementan…” Con el tiempo traté de interpretarlo y asumirlo y hasta Lems en varias oportunidades trató de explicarme más detenidamente alrededor de las maneras de ser que según él –que algo hubo de indagar alrededor de los signos zodiacales- solía suceder el tener o no que ver el uno para con el otro.

Eimibel era del signo de Virgo y yo, de Aries. Lems me decía que ella era una persona que se detenía mucho tiempo en pensar demasiado en las cosas o situaciones a resolver, mientras que yo, era mucho más expeditivo e impulsivo ante cualquiera situación que se produjese.

He aquí, luego de tanto análisis de las personas en sus maneras de ser y/o comportamientos, ella me mandó bien a la mierda con su pensamiento reflexivo de lo que teníamos y yo con mi impulsividad fui a parar a la costa de la lora.

Sábado nocturno en otro bar de los tantos inundados de luces y copas rociadas de alcoholes vislubrantes de búsquedas con ton y sin ton de marchantas a la hora del encontrarse con uno mismo.

Habré caminado desde mi domicilio en Caballito como unos cuarenta minutos, y allí, ya en Palermo un ignoto bar del cual ni idea de nada, y en su interior me agradó esos sonidos musicales de vieja data para mi gusto, de tal manera, traspuse esas oxidadas puertas adrede artesanales y ya, en su interior, agradablemente pocas mesas ocupadas, sitios que hube descartar casi automáticamente pues sólo mi sombra copiábame y esos largos bancos de aposentos con cuerinas amuchadas de culos aplastadores, me dio la bienvenida.

Por las raleadas mesas, dos pibas pseudo mozas divagaban de aquí para allá justificando su accionar. Tras la barra en cual me hallaba una mina atendía los tragos, y en la caja un chabón de apariencia imperativa indicaba cosas a los demás, a todas luces simulaba ser –y tal vez lo era- el mandamás del lugar. Sin embargo, la femenina que preguntó sobre mi trago a pedir, parecía escaldar situaciones algo devenidas de pormenores obvios de hastío para con el “cajero ordenador”. En medio del confortable bullicio musical hacia los parroquianos que incumbíamos el sitio, ella le contestaba mal al chabón ante cualquier sugerencia recibida.  -¡Ya te lo dije varias veces que así no va más! –le dijo de manera impetuosa hasta casi agresiva y le hizo el gesto característico con su brazo de que apartase su presencia en las potenciales palabras hacia su persona.

Yo me estaba tomando un gancia con ginebra que estaba bárbaro, bien fresquito y con algo de limón y observaba la escena como esas viejas de ruleros con batones mirando aquellos teleteatros lejanos después de las dos de la tarde, y si bien no me reía en absoluto, tomaba nota en mi interior y de a ratos obnubilaba mi fresco acontecer alrededor de Eimibel.

Tenía la íntima sensación de estar mirando capítulos constantes y continuos y encima, en vivo y en directo exclusivamente para mí, pues en la barra, si bien éramos tres en hasta ese instante, los otros dos se fueron y solamente mi persona el plenipotenciario espectador de los sucesos.

La joven mujer preparadora de tragos, proseguía con sus dichos enojosos hacia esa especie de jefe receptor de dardos verbales sin compasión: -¡Me tenés podrida con tus persecutas y también tu manera de actuar sin consultar nada de nada… no te importa nada de lo que yo piense, no considerás al que piensa distinto, siempre actuás por tu cuenta y yo me tengo que enterar cuando ya está todo hecho y no te importa si me va o no me va!… ¿Ves?… ¡por eso hay poca gente en el bar, ya te empiezan a conocer no solamente los que laburamos acá, hasta los que suelen venir se dieron cuenta lo bagarto que sos! ¡Mirá que si habré pensado lo que teníamos que hacer y te lo dije varias veces, pero después te jactás que lo que vos hacés es lo más importante… y sí sos re-fiel a tu signo del zodíaco, ineludible el saber que sos de aries y siempre el impulso a hacer lo que se antoja, y encima, yo, virginiana que pienso y pienso las cosas y te limpiás bien el traste con el que te dice otra cosa!

Y continuó con su verborragia y me señaló: -¡Hasta él, que es el único que nos está mirando en este momento se da cuenta de lo que te estoy diciendo!…

Finalmente, y ya al borde de un ataque de reviente palabrero no amable por supuesto, me señaló y me dijo mientras yo me estaba escabiando mi segundo ginebrero  gancia: -¡Me juego las tetas que hasta él que no sabe lo que pasa hubiera tomado parte a mi favor por tu accionar omnipotente! ¿No cierto?

Yo solamente sonreí y levanté el cristalero vaso a modo de brindis, y mientras ella, como fiel virginiana, depositaba sobre el mostrador el pequeño delantal que poseía, y partía del lugar con destino incierto. El tipo de la caja, llamó a una de las mozas para que reemplazara el vacante lugar. Yo, yo solamente seguía pensando en Eimibel mientras el hielo de mi vaso derretía recuerdos casi imborrables.

Por Pablo Diringuer

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