Al Pie de la Letra
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Dedos
Relato de Pablo Diringuer con suspicacias sobre realidades que se cuentan con los dedos de una mano
Dedos

¿Te doy una mano? -alguien dijo por ahí- y me ayudó y ningún dedo del medio se paró puntiagudo hacia las estrellas; también abracé y llevé de la cintura -y me llevaron- y las manos acariciaron el  Ser preciado y apareció el beso como un conjunto de dedos…

Dedos
Ese dedo índice que toca y aprieta el botón izquierdo del mouse: click y a otra cosa mocosa y ya no te recito en prosa.

Sucede que las reflexiones semanales, quizás, se reservan para este día viernes antes del pacato huevo ad honorem previo al fin de semana. Y vuelvo al dedo que no es el del fuck you, es el de al lado y es más genuino, mucho más que el importado del norte que ya me infla bien las pelotas sobre todo por esa maquinaria insoportable y periodística que le dio la posibilidad a un panzón fumón y drogón de traje que dice que se las sabe todas y, después, la cámara televisiva lo escracha y enmarca y enfoca con ese dedo del medio hacia arriba y que es importado del «gran país del norte» y te lo muestra como si fuese una gran invención, un gran acontecimiento para ofender al que reciba semejante mensaje de insulto fotográfico y… simplemente es un dedo que apunta al cielo y, si en ese cielo está ese culo gordo del que lo emite periódicamente por TV, bien que se le meterá hasta el fondo del upite y le hará una enema que no contiene café porque ya todo el día se pincha los caños con el mismo ni tampoco tabaco pues ya sus restos de pulmones picotean agilidad y agitación de tejidos nerviosos de células raras a punto de estallar en el infinito de su inoperancia saludable y física de té chiquito de manzanilla a la hora de la tranquilidad de la merienda.

Los dedos de la mano y la propaganda mediática que te dice aunque no quieras que uno es más valioso que algún otro del resto. Yo mientras tanto saludo con las mías y abrazo al que quiere y también me salen callos que no necesariamente pertenecen a la famosa masturbación de amarse solo y consigo mismo; también hay que laburar y si el plebeyo nos domina, las manos indefectiblemente mostrarán sus consecuencias.

¿Te doy una mano? -alguien dijo por ahí- y me ayudó y ningún dedo del medio se paró puntiagudo hacia las estrellas; también abracé y llevé de la cintura -y me llevaron- y las manos acariciaron el  Ser preciado y apareció el beso como un conjunto de dedos que rozó y saboreó los labios del otro/a.

Está todo bien con el pulgar hacia arriba, pero con este gobierno de oligarcas de cuello duro -no podría ser de otra manera- el pulgar perfora el asfalto y se va hasta la China. Yo tenía una compañera en la escuela primaria que no me acuerdo si era china o japonesa, creo que esto último; ella era muy bajita y flaquita, parecía mi dedo meñique, pequeñeces bastante borrosas dependientes de mi infancia y, por demás, alejadas de mis tiempos actuales, épocas por demás convulsionadas en donde dedos de todo tipo invaden el espectro, y los arqueros del fútbol con sus guantes aterciopelados que contienen el impacto del balón hasta en un tiro desde los doce pasos y justo justo iba hacia el ángulo.

Parar la mano en esa calle llena de carteles que impiden la catástrofe de un probable choque de vehículos, porque la vida pareciera ser una larga senda llena de vicisitudes e imprevistos en donde el insulto existe a flor de piel y nosotros todos reaccionamos de imprevisible manera: podemos posar el dedo índice como el retrato de la enfermera sobre los labios, o podemos agraviar al otro como ese gordoinflón televisivo y su dedo «C» hacia el infinito; o también tener esa actitud de juntarlos a los cinco y estrecharnos en un noble sentimiento humano de construcción sincera.

Tocar música o cantar al unísono el movimiento de los dedos sonadores de tonos, acariciar y no cascar. Apretar el gatillo indica que el plomo existe porque todavía nos falta. Y nos falta mucho por aprender.

Por Pablo Diringuer

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