Nostalgias que Parpadean en la Existencia
La palabra nostalgia me remonta a mis abuelos, ellos sabían de cómo tenerla y cómo ocultarla de toda la familia. Inmigrantes italianos y españoles que, como tantos otros inmigrantes, nos trajeron el sabor de la niñez y /o juventud de aquello que no volverá, pero que sí existió. Así fue como le tuve amor a los ñoquis, la tortilla española, las torrejas, el juego de barajas, los barcos anclados, las valijas de cartón, la tabla de lavar, el calentador a kerosene, la radio tipo capilla, el aljibe, la máquina de coser, las agujas de tejer, los relojes de bolsillo, el papel de carta; y ya en tiempos más avanzados, la máquina de escribir que mi padre tenía en su negocio.
Esos recuerdos que el alma y la mente almacenan tienen la particularidad de llenarse de olores, sabores, y en ocasiones de instantes no existidos, pero que le agregan peso a la nostalgia con la anuencia de la imaginación.
La nostalgia se emparenta también con la tinta y el tintero que supe usar, junto al papel secante, en la querida Escuela Normal y esos pupitres de asiento doble de hierro que inspiraban a la amistad, la empatía y complicidad con la mentada frase : “yo me siento con vos”. La compañera de banco era mucho más que una compañera, era la aliada en el camino de aprender, ni más ni menos que el meollo de la cuestión central.
Como toda nostalgia, nada sería el objeto por sí mismo sin el parpadeo existencial de mis padres, de la biblioteca que estaba en el living, de los libros que mi viejo compraba los días domingo, junto al diario, el disco long play y las “masas finas”, y eso que mi papá era un laburante, pero le alcanzó para traer la cultura a nuestra casa. También nos trajo su propia añoranza en un vetusto tocadiscos donde sonaba algún tango, algún foxtrot, y el infaltable Nat King Cole con la canción “Yo vendo unos ojos negros… quién me los quiere comprar”.
Para cerrar esta semblanza o nota un tanto larga, me quedo con la alegría de saber que el tiempo pasado forma parte de mi propia historia, pero que jamás me hizo detener en el tiempo, lo digo, mientras escribo en la notebook que seguro será nostalgia de alguien, mañana. Progresar de algún modo duele porque en el fondo asistiremos al duelo de algo que deberemos enterrar, pero que también dará lugar a nuevos nacimientos. No deseo volver a bañarme en un fuentón, me encanta la ducha que osa empapar mi mente, y ni qué decir entre la “letrina” que usaban mis abuelos y un baño “como la gente·, y eso que no pasaré o sí por los medios de comunicación; el teléfono que decía “¿operadora, número? Lo dejo para un próximo encuentro en el tren de los recuerdos.