En todos los tiempos las subculturas (entendidas éstas como expresiones sectoriales o marginales) han tenido códigos herméticos que les permitían a sus miembros reconocerse entre sí. El uso va ampliando el círculo de los iniciados hasta que en muchos casos éstos códigos transformados o no, se incorporan a la cultura de masas.
Así pasó con el lunfardo. La jerga que desde las cárceles y el mundo del hampa se filtró en el habla cotidiana. Mechado con la media lengua “cocoliche” de tanto gringo recién desembarcado, el tango y los poetas de la orilla completaron el circuito de difusión, transformándolo en el habla marginal de Buenos Aires.
Si bien en la antigua cultura lunfarda hay cierta idealización de la criminalidad (poetas como Carlos de la Púa y Bartolomé Aprile) y un claro desprecio por los valores tradicionales y las formalidades, nunca hubo una exaltación de la muerte en términos absolutos como se desprende del tatuaje de “los cinco puntos”.
Este código originado hace unas tres décadas en el ámbito carcelario, está resumido en cuatro puntos con uno en el medio y simboliza a un policía cercado por cuatro delincuentes o a la inversa, el delincuente rodeado por la policía; el final es la muerte o la detención de quien está en el centro. La uniformidad de los puntos revela que todos valen lo mismo, sean policías o criminales y que a cualquiera le puede tocar estar en el centro.
Presumiblemente en sus orígenes el mensaje tatuado en la piel era la tarjeta de presentación de quien había matado a un policía; sólo reconocido por los iniciados en el rito. Hoy lo veamos en algunas paredes y como lo explica un conocedor del tema, significa “muerte a la yuta”. Un deseo, una consigna de aquellos que sin haber llegado al homicidio, (los “logis”) son solidarios con la propuesta criminal.
También muchos detenidos por delitos menores se hacen cargo del tatuaje, por códigos de pertenencia o por el prestigio que en la rígida escala de los valores delictivos tienen los hechos de sangre.
Los que están afuera y se dan el lujo de pintar paredes con ese símbolo, tal vez lo vivan sólo como una moda, pero es una dramática representación de la vida diaria en nuestras grandes ciudades.
Por Roberto Bongiorno – Angel Pizzorno
Del Libro Pintadas Puntuales