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Avatar 2: El Camino del Agua
HASTA LAS BALLENAS HABLAN — DISPONIBLE EN SALAS DE CINE
Avatar 2: El Camino del Agua

Despejemos la ecuación antes de entrar al análisis: Avatar 2 es una película que, en el aspecto técnico, es impresionante. Cuando uno comienza a ver los ciento noventa minutos —si, 190 minutos— es imposible diferenciar qué segmentos se filmaron en un estudio con escenarios hechos a medida, que son los menos, y cuantas locaciones se generaron en cientos de computadoras.

James Cameron consigue una vez más crear un mundo alienígena tangible, bellísimo desde el diseño y la ejecución por parte de los genios en efectos visuales. Los verdaderos héroes de esta historia son los artistas conceptuales que le dieron vida a la visión del director y los expertos en CGI que lo plasmaron en la gran pantalla. Los Na´vi, la raza de gigantes azules con ojos saltones se expande. Aquí conocemos a una tribu acuática cuya paleta de color es verde marino, y su fisonomía está adaptada para la vida en el agua.

Gran parte del metraje tiene lugar en los océanos de la luna Pandora, y todo el líquido creado desde cero en las pantallas LED de los miles de artistas luce como agua real. Las criaturas fantásticas se sienten creíbles a pesar de sus imposibles fisonomías, podemos ver hasta los poros de cada especie que aparece en pantalla. Cameron es un experto cineasta que sabe colocar la cámara para regalarle al espectador planos brillantes, épicos, cargados de poesía visual.

A nivel técnico, Avatar 2 es la mejor película del año.

El problema que tiene este film es la historia, lo que debería justificar el espectáculo visual. Volvemos a ver a Jake Sully (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldaña, la mejor a nivel actuación por un amplio margen), él un humano cuya conciencia se “descargó” definitivamente al cuerpo sintético de un Na´vi, y ella una poderosa guerrera nativa. Ambos se han hecho cargo de su tribu, viven una vida tranquila en los bosques de Pandora y hasta han tenido hijos mestizos, de cinco dedos, como los humanos, pero con todas las características de los extraterrestres. Adoptaron a la milagrosa hija de la Doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver), quien quedó en una especie de coma en la primera película y, de forma misteriosa, consiguió concebir un bebé azul gigantesco a quien los protagonistas adoptaron. Kiri, interpretada por la propia Weaver, se siente ajena a todo. Su naturaleza es una incógnita que será develada en la tercera, cuarta o quinta entrega de esta saga. No sería extraño que su origen sea algún tipo de analogía religiosa, por lo poco que se ha visto hasta ahora.

Los problemas comienzan cuando los humanos llegan una vez más a la gigantesca luna. El Coronel Miles Quaritch ha conseguido trasladar post-mortem su conciencia a un avatar, y busca venganza contra el matrimonio que lo asesinó en la primera entrega. Está acompañado por un pequeño escuadrón de elite, todos avatares, que les da una ventaja física, sumado al entrenamiento militar que tienen. Básicamente es el mismo malo de la primera entrega, sólo que esta vez es azul y enorme.

La premisa es básicamente la misma de la primera entrega, solo que son los hijos de los protagonistas quienes tienen que aprender a cabalgar las bestias, a reconocer animales e interactuar con el medio ambiente. Son ellos nuestra puerta de entrada a esta nueva porción del mundo que conocimos hace trece años, y Cameron le dedica muchísimo tiempo a mostrar paisajes antes que dotar de personalidad a sus protagonistas.

El grupo de militares y científicos está vez no buscan un mineral sino el líquido de una glándula que tienen unas ballenas. Este material, aparentemente, retrasa indefinidamente el envejecimiento y por eso es tan codiciado. Las ballenas son, también, el animal sagrado de la tribu acuática, y no pasará mucho tiempo hasta que los militares usen a las criaturas para encontrar a Sully y su familia.

Estas ballenas, aparte, tienen su idioma, son más inteligentes que cualquier otra especie, hasta tienen una filosofía propia. Cameron dedica por lo menos diez minutos a mostrarnos como uno de los personajes se hace amigo del animal y conversan. Puede parecer poco tiempo pero, en un largometraje, es muchísimo.

Si, hasta las ballenas hablan acá.

Avatar 2 se desarrollará entre los militares buscando a sus objetivos y los Na’vi aprendiendo a convivir en un entorno nuevo, mientras deciden si dan batalla al enemigo una vez más o si continúan huyendo.

En el medio, el director se tomará todo el tiempo del mundo para retratar su universo que, si, es espectacular, pero retrasa demasiado la narrativa. El personaje de Kiri se la pasa interactuando con el entorno, casi aislada en su mundo, y exhibe “poderes» que no sabemos de dónde salen, pero que son muy útiles para la trama. Ella se pasea durante todo el metraje protestando porque se siente ajena a su familia y a las personas que la rodean -una problemática netamente adolescente- y explorando cada grano de arena, cada gota de agua, cada animal y planta con la que se cruza. Parece, de a ratos, la encarnación de la famosa frase “hippie con OSDE», pero de piel azul.

El resto de los hermanos quieren ser guerreros como su padre y son clichés hasta el hartazgo. Dicen tantas veces la palabra “bro» que ya no tiene sentido cuando uno lo escucha, se oye como el intento de un abuelo por escribir diálogos para adolescentes. Cada vez que estos chicos aparecen en pantalla toman las decisiones más previsibles, al punto tal que el destino de ellos se puede deducir a los diez minutos de haber empezado a ver el largometraje.

El niño que hace de Spider, el humano salvaje amigo de la familia Na’vi, se la pasa gruñendo la mitad de la película y la otra mitad contradiciendo cada una de sus motivaciones. Termina convirtiéndose en un elemento de utilería para que el argumento se desenvuelva, deje el cabo suelto para la tercera parte, y su carácter unidimensional queda en dolorosa evidencia sobre el final de la historia.

Las batallas son espectaculares porque Cameron es un genio en lo suyo. Sabe construir escenas vertiginosas y sabe perfectamente como colocar la cámara para que cada puñetazo se sienta poderoso. Pero es acción estéril, derivada de la película anterior, que no propone nada nuevo. Es espectáculo puro, si, pero que al final solo sirve para que el film dure más tiempo y haya algo con qué entretenerse mientras escuchamos diálogos trillados y observamos un documental sobre un mundo extraterrestre que costó 400 millones de dólares.

El cineasta se da el lujo de homenajear su obra con escenas sacadas casi cuadro por cuadro de Titanic. Hay momentos que parece querer capturar la magia de Terminator, sin conseguirlo. Hay planos calcados de Avatar 1, que ya no lucen originales por razones obvias. Todo parece un ejercicio estético con la finalidad de mandar un mensaje ecologista tan obvio, tan refregado en la cara del espectador, que al salir de la sala de cine tres horas más tarde uno intenta convencerse que vio la mejor película del año para justificar semejante sacrificio de tiempo y dinero.

Para los fanáticos de la primera entrega, por supuesto, nada de esto importará. Quienes se hayan enamorado de este mundo encontrarán más de lo mismo, y lo disfrutaran. Pero quienes buscan originalidad, la misma  que Cameron se cansó de pregonar criticando otros géneros y franquicias, encontraran una contradicción en su postulado demasiado evidente.

Avatar 2 cosecha elogios en todos los medios del mundo, probablemente sea una de las películas más taquilleras del año —y eso que James Cameron admitió que, por los costos, era el peor negocio en la historia del cine— y eso significará que miles de personas podrán seguir disfrutando de las aventuras de los extraterrestres azules gigantes en el futuro.

Ojalá la tercera entrega proponga algo diferente, una historia profunda, que desarrolle a los personajes. El director es un autor, un amante de la ciencia ficción, un tipo capaz de crear obras maestras. Con esta secuela no consiguió revolucionar el cine, como tanto quería, pero el futuro tal vez depare alguna sorpresa.

La esperanza es lo último que se pierde.

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