Textos a la carta
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Cartas de Elías Castelnuovo
Las cartas que me escribió, iluminan algunas facetas del viejo escritor y constituyen un testimonio de su experiencia moral
Cartas de Elías Castelnuovo

Querido Lubrano Zas:

Recibí su libro de cuentos. Casi lo leí enseguida. A usted le habrá costado muchos días escribirlos, pero yo lo leí en pocas horas. Aquí ocurre algo parecido a la gestación de un hijo. La mujer se pasa nueve meses para engendrarlo, mientras que el parto a veces no dura ni siquiera nueve minutos. De todos los cuentos, el que más me gustó, fue el primero: Disecada Soledad de los Sueños. Eso no significa, sin embargo, que los otros restantes que componen el volumen, carezcan de valor. Pienso, por el contrario, que hay una gran coherencia de estilo y de contenido, y que en su conjunto aparece siempre la misma mano que los escribe. Yo sostengo que por encima o por debajo de la obra artística, surge siempre la persona que la concibe. Y uno se queda al final, más que con los personajes del relato, con el alma de aquel que le dio vida. Cuando se escucha a Beethoven, por ejemplo, quien nos agarra y nos conmueve, no es el protagonista de sus óperas o sinfonías, sin  el mismo Beethoven, con su alma tempestuosa y su temperamento trágico. Con sus narraciones pasa lo mismo. No se repite el tema. Se repite el clima emocional. La frustración. El dolor. La tristeza. Mientras se recorre los distintos cuentos del volumen, se tiene la sensación de esas personas, naturalmente tristes, a quienes uno les pregunta: “¿Pero qué te pasa? ¿Te pasa algo?”, y ellas contestan: ¿A mí? A mí no me pasa nada” y después uno ve que le pasa de todo. O esas otras, que ante una desgracia, dicen “No llorés”, y se ponen a llorar amargamente. Usted está evidentemente en esa línea de los doloridos sin remedio. Sabe, sin duda, expresar y comunicar sus sentimientos, y encuentra naturalmente un eco en el lector. Muy bien el libro.
Elias Castelnuovo
Buenos Aires –  Agosto 23 de 1973

Prólogo del Libro: Cartas de Castelnuovo
El 14 de Mayo de 1980, invitado por Gente de Letras, leí Los Plátanos, una suerte de autobiografía a la cual di cierta libertad cuentística. Hablé principalmente de un movimiento literario llamado Cuentista Argentinos Contemporáneos (Ediciones El Matadero, 1960), y, barajando nombres, mencioné a Elías Castelnuovo, a quien conocí en Rosario, Santa Fe. Después aprendí a amarlo.

Escribiré sobre el autor de Tinieblas (1923), no sobre Boedo y Florida, grupos antagónicos a los cuales dediqué un espacio en Gustavo Riccio, un Poeta de Boedo (1969). Además, Castelnuovo, en sus Memorias (1974), aporta numerosos datos respecto a este vapuleado tema. Lo dicho no impide que,  de repente, surja el candor del boedista como una energía solitaria luchando por una literatura de cosas, es decir, sirviéndose de las palabras. He pronunciado el término candor significando, por supuesto, pureza de ánimo, esencialidad.

Las cartas (1964-1980), que Elías Castelnuovo me escribió al correr de la máquina, iluminan algunas facetas del viejo escritor fallecido el 11 de Octubre de 1982, y constituyen un testimonio de su experiencia moral, particularmente cuando recuerda a los dos Juan, Palazzo y Pedro Calou, y también cuando deja constancia expresa de que el no rechazó, así como así, El Juguete Rabioso (1926) de Roberto Arlt. Este se rechazó a sí mismo. Castelnuovo puntualizó errores a fin de evitar que la novela cayera en desgracia. Es una carta que requiere ser leída con amor.

En su mayor parte los boedistas- Roberto Mariani, Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Roberto Arlt, Gustavo Riccio, Juan Guijarro, Leónidas Barletta, Mirando Klinx, entre otros-, alcanzan la unidad que debe abarcar el escritor. Me refiero, por cierto, a la unidad entre el productor y su producto.

Me refiero, por cierto, a la unidad entre el productor y su producto. Recuerdo las palabras de Brandan Caraffa: “No hay gran arte sin gran amor (Clarín – 29-07-77)”. Hablo del anhelo de perfeccionamiento. El fin de la escritura está en su propio quehacer productivo. Cocteau nos habla de un ángel que albergamos y escandalizamos constantemente antes de dedicarle nuestro cuidado. No olvidemos que la obra vive alimentada por la experiencia. Me acuerdo de Max Jacob, de su sencillo pensamiento: “La pobreza voluntaria es una virtud estética”. Cuando un periodista  de Amaru entrevistó en Septiembre de 1977 a Elías Castelnuovo y pregunto qué consejo daría a un joven escritor, el autor de Malditos (1924), respondió: “Guardar una conducta”. Lo que importa es el hombre como un todo. El día que descubrí a Sherwood Anderson, me dije: “Ha escrito para mí”. Había encontrado Intimidad de un Novelista en una librería de viejo y no podía creer cuanto leía.

Más tarde devoré Sherwood Anderson y Yo, Winesburgo, Ohio, sus novelas, y traté de leer cuanto se relacionaba con él, y de súbito comprendí que inconscientemente buscaba en su escritura al hombre. No olvidaré así nomás su grito: “¡Conserva tu camisa!”, Leopoldo Marechal, afirma que “las actitudes del hombre y del escritor deben ser coherentes, de lo contrario se cae en la inautenticidad” (Clarín -27-01-83)

Castelnuovo desapareció a los ochenta y nueve años de edad en medio del silencio oficial. Antes, en 1969, el 13 de Mayo, Primera Plana (N°333), trató mis Palabras con Elías Castelnuovo (1969), de innecesarias y acometió burlonamente contra su figura física, expresando que su perfil se parecía al de Werner Baxter por su “pelo lacio y melancólico”, pero ocultó su paso por el periodismo, el teatro nacional, el ensayo y ni menciona su narrativa, a la cual dedicó su vida entera. Este ocultamiento de ayer preanuncia el silencio de hoy. Para criticar a un escritor, supongo se debe abarcar su producción con conjunto y relacionarla con el contorno histórico, sin dejar de lado  su conducta. Cuando la revista juvenil Cruces (N°4), entrevistó en cierta ocasión a Castelnuovo en su casa de Liniers y le preguntó: “¿Cuál piensa usted debería ser la donación del escritor?”, el viejo maestro respondió: “Ante todo: vivir. Pero en su profundo significado”. Se refería, por supuesto, a la biofilia, en amor a las cosas, a la no cosificación. “Juro, escribió en Caña Fistula (1976), que celebré todas las fiestas de la libertad. Que no mató jamás a nadie, que no robé ni mentí, ni levanté falso testimonio nunca, ni tampoco nunca mande a nadie ningún anónimo”. Y en La Prensa, el 2 de Marzo de 1952, en un artículo sobre Iván Turguenev:”… para escribir bien una obra no basta con saber escribir correctamente. Hay que saber pensar y sentir bien, para lo cual se necesita aprender a vivir en forma análoga”.

Entendió los componentes más representativos del grupo de Boedo, fueron, además de narradores, pensativos. Esto se descubre en las Aguafuertes Porteñas (1933), de Roberto Arlt, su narrativa, en la ensayística de Álvaro Yunque (1889-1982), en El Arte y las Masas (1935), de Elías Castelnuovo y su preocupación por el problema bíblico, por el Cristo- Hombre, que lo llevará a escribir Jesucristo y el Reino de los Pobres (1971). Eran escritores productivos. Se exigían a sí mismos. No se limitaban a escribir: vivían. Entonces no puede extrañar que, en 1920, Castelnuovo, se erija en director de La Protesta y Leónidas Barletta (1902-1975), tome contacto con ciertos actores en 1930 para echar las bases del Teatro del Pueblo y en 1951 funda Propósitos. Con motivo de la aparición de Memorias (1974), el R.P. Hernán Benítez, en carta a Elías Castelnuovo, dice: “…Porque sus Memorias no son solo el libro que yo hubiera querido dejar escrito tras mi muerte. No. Es su vida, la vida que usted ha vivido, la que yo hubiera querido vivir. Vale la pena morirse después de esa vida”.

La Nación del 18 de diciembre de 1982, publicó un artículo del señor Torcuato Luca de Tena, miembro de la Real Academia Española, intitulado El Escritor y la Soledad, en el cual afirma, después de citar diversos autores, que “el gusto por la soledumbre que acentúa en el escritor durante la época creacional”, y que en este tiempo “su temperamento se vuelve huraño” y “aborrece el trato con los demás”, recién concluida su obra se reincorpora a la sociedad, como si ésta y la soledad fueran separables.

Aquí y ahora el escritor no trata de aislarse para producir, está solo, y por ende realiza su trabajo a hurtadillas y paga a muy alto precio su vocación. El escritor no busca la soledad para producir, produce a pesar de la soledad. Esto lo sabía Elías Castelnuovo, cuya convulsionada existencia empapó sus relatos. De ahí que en su Decálogo del Escritor expresa: “Se aprende a escribir, escribiendo de continuo, sin tener en cuenta el tiempo ni la hora, ni tampoco los ruidos que puedan hacer los vecinos. A fuerza de caer la gota de agua perfora la piedra”.

Esto me recuerda a un artículo de Michael Braudeau intitulado Roberto Arlt, el Desesperado (La Nación 16-10-83), que nada agrega al conocimiento del escritor nacional. Un desesperado era también Roberto Mariani (1893-1946). “Todos lo éramos”, solía decirme Raúl González Tuñón.

Tampoco se trata de que ahora, en las “altas esferas hayan captado la ambigüedad de su mensaje político”, como afirma Braudeau, La producción del autor de Los Lanzallamas (1931), es alegoría y de algún modo preanuncia los oscuros y alarmantes acontecimientos que surgieron después del ’76. Además, Jorge Luis Borges no “reina sobre las letras argentinas” como asegura el francés: existe Luis Franco. Michel Braudeau no profundiza, por ejemplo, en las testimoniales Aguafuertes de Arlt, en sus cuentos, ni en las Nuevas Aguafuertes Porteñas (1960), compiladas por Pedro G. Orgambide. Tampoco considero un considero un acierto hablar de Roberto Arlt como un “campeón del lirismo argentino, primo de Carlos Gardel y de Carlos Monzón”. El grupo de Boedo, al cual perteneció Arlt y Castelnuovo, estaba compuesto por verdaderos cronistas de la época.

Fueron testigos de su tiempo, y la íntima desesperación quemo el pecho de Gustavo Riccio, de Miranda Klix, quienes murieron tuberculosos temporalmente, como Juan Palazzo, precursor de ese grupo, cuya testimonialidad Luis Alberto Sánchez no registra en su Historia Comparada de las Literaturas Americanas (Editorial Losada, 1976)-

El profesor peruano  Luis Alberto Sánchez, educado en el Colegio de los Sagrados Corazones, miembro del Partido Aprista, en la obra mencionada, examina al grupo literario de Boedo y subraya la devoción por el “feísmo aterrador” de sus componentes, particularidad ésta inexistente En la Penumbra (1932- Segundo Premio Municipal), en Calfucurá (Claridad, 1956), o en la cuentistica yunquiana. De Roberto Arlt (1900-1942), deja constancia  de su contemporaneidad con Borges y de su participación en el martindierrismo. “Estuvo más cerca de Leónidas Barletta”, afirma, desconociendo que ambos eran boedistas, y de este último olvida nombrar De Espaldas a la Luna (Edit, Platina, 1964), novela que echa por tierra el citado “feísmo aterrador” y sin tener en cuenta que esa fealdad suele ser creada deliberadamente para satisfacer, como dice Herbert Read, una necesidad social o psicológica”.

Deseo nombrar a un escritor casi desconocido, Alcides Greca (1899-1956), con quien Castelnuovo trabó amistad en sus frecuentes viajes a Rosario y San Genaro, Provincia de Santa Fe, y el cual si bien no militó en Boedo, escribió dentro de esa etapa histórica, y cuando Roberto Mariani en 1925 publicó sus Cuentos de la Oficina, Greca daba a conocer poco después Cuentos de Comité (1931) y Tras el Alambrado de Martin García (Editorial Tor, Edición del Autor – signo significativo-1934), que coincide con la aparición de Teatro Proletario (Edit. Victoria, 1934), de Elías Castelnuovo, revelando de algún modo el parentesco crítico e irreverente de Greca con el movimiento boedista.

Este escritor santafesino dice que Tras el Alambrado es el diario de un preso y no fue escrito con propósitos literarios sino “esencialmente documental”, y asegura que sus libros están buscados dentro de cincuenta años por los estudiosos. Debo añadir que Tras el Alambrado de Martin García no es solo documento humano sino premonición, ya que contiene en algún sentido cuanto después padecimos los argentinos. Alcides Greca no fue un exitista ni un ganapremios. Se lo impidió su “sinceridad de hombre de letras, que colocó por encima de los convencionalismos del político”.

El 9 de noviembre de 1979, Elías Castelnuovo, invitado por la Asociación Argentina de Alergia e Inmunología, concurrió a la sede de la asociación, sita en Moreno N°909, Capital Federal. Tema: Del Publico al Orador. Es decir, nosotros hacíamos  las preguntas y él respondía. Entre los asistentes se encontraba Liborio Justo (Lobodón Garra), autor de Literatura Argentina y Expresión Americana (Edit. Rescate, 1977), también  Gerardo Pisarello, el de La Poca Gente (Ediciones Eurindia, 1972). En un momento dado, contestando a una pregunta, Castelnuovo trato, sin resultado de recordar un fragmento de uno de sus libros. Entonces ocurrió algo reconfortante. Sin levantarse de su asiento, un muchacho recitó de un tirón, con naturalidad, el fragmento en cuestión. El maestro, satisfecho, sonreía.

Esa misma noche cambié con él algunas palabras. Me impresionó escucharlo,  a su edad, hablar apasionadamente. Del hombre, del coraje de crear, de ser dentro de una sociedad esquizofrénica en cuyo seno se desarrolla el fantasma de la guerra nuclear. Después casi no volví a verlo. Pienso estas cartas encierran elementos testimoniales como para intentar completar el perfil íntimo de Elías Castelnuovo. Nos dejó una lección de verticalidad y armonía de vivir. Sus restos fueron velados en la Sociedad Argentina de Escritores. En el velatorio su gentil esposa, me dijo: ”Sabe, Lubrano Zas, amaba la vida, no quería morir”
Lubrano Zas – Edición Cañón Oxidado – 1988

El 09 de Diciembre de 1999 fallece Máximo  José Lubrano en Buenos Aires. Había nacido en Rosario el 29 de mayo de 1913. Su seudónimo nació de la unión de los apellidos de su padre Lubrano y el de su madre Zas. Nunca fue indiferente a la injusticia y al dolor de sus semejantes. La Junta disfrutó de su amistad y su presencia. Fue Miembro Honorario de la misma y al crearse la Biblioteca recibió  su nombre.
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