Costumbres
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Canillita
“ando con el teatro del mundo debajo del brazo… “
Canillita

“Manos laburantes moldearon tu arcilla
mezcla milagrera de obrero y gorrión
quien nace diariero morirá canilla
cumpliendo en la vida la ley del pregón”.

Esta hermosa imagen, de ese oficio de hombres y mujeres que pasan su existencia ganándose la vida entre la marea de letra impresa que representan los diarios y revistas, corresponde tal vez a un pasado no muy lejano, ya que a la vuelta de una esquina cualquiera, uno puede toparse con un kiosko o una simple “parada” donde un “canillita” vocea su mercadería. La estrofa que antecede, poética pero que no esconde el trasfondo social de muchos diarieros, pertenece al tango “Para vos canilla”; de Julio Martín y Horacio Quintana. El mismo pinta una escena entre realista y poética,de muchos canillitas a mediados del siglo XX en la ciudad de Buenos Aires.

Entonces la gente leía mucho. Los diarios y revistas desbordaban los kioscos y las tapas coloridas de las publicaciones ilustradas, eran una sinfonía de colores. Pese a la competencia de la radio y el avance imparable de la televisión, era extraño que en una casa de familia no hubiera diarios o revistas. Los periódicos de la tarde sacaban dos ediciones diarias: la quinta y la sexta. Cuando se registraba alguna conmoción nacional, los matutinos lanzaban ediciones extras igual que los vespertinos. Las revistas satisfacían todos los gustos: desde la pequeña Colección Bolsillitos para niños, hasta las llamadas “femeninas” como Damas y Damitas, Para Tí, las fotonovelas, las que cubrían a la farándula como Radiolandia o Antena y más adelante TV Guía; las escolares (Billiken, Selecciones Escolares), y el gran universo de historietas, cuyo inventario es enorme.

Vendedores de Diarios en 1880 – Ilustración Fortuny

Las estaciones ferroviarias y el Centro porteño, eran las primeras bocas de venta de los diarios. Los camiones de las distribuidoras pasaban raudos, “tirando” los paquetes en las paradas; los canillitas los recibían y enseguida se organizaba el reparto a domicilio mientras se despacha a los clientes ocasionales. Los diarieros de la tarde repetían el rito de sus colegas madrugadores. Como una rueda infinita se repetía la rutina. Mañana, tarde y noche, sin feriados; salvo unos pocos, como Navidad, 1° de enero, Viernes Santo, 1° de Mayo y desde 1947, el 7 de noviembre: Día del Canillita en Argentina.

Además del kiosko, abundaban y todavía existen, las paradas.Se trata de puntos fijos donde “para” el canilla. A veces en el alféizar de la ventana de un bar o en el umbral de una puerta cerrada, el hombre acomoda sus diarios. Y por lo general un chico, hace el reparto. Otros desde tiempos inmemoriales, trepando a los colectivos y tranvías, voceaban las “últimas novedades” a los gritos, como modernos pregoneros. Noticias de tapa, los “burros” de los hipódromos de Palermo o La Plata, lotería, fútbol… todo ese universo encerrado en unas pocas páginas, hendía el aire de los barrios y el Centro en la voz del canillita; en la parada o en pleno reparto.

Pero es interesante rastrear los orígenes. Se cuenta que un empresario periodístico argentino, a finales del siglo XIX copió el modelo visto en su visita a los Estados Unidos. Era simple; consistía en cambiar la entrega por correo o la compra en redacción, por un método más barato y directo: “contratar” ( es un eufemismo), a un ejército de chicos y adolescentes que venderían los diarios a cambio de unas monedas. El método fue exitoso para las empresas, ya que su mercadería llegaba al lector casi en tiempo real con la salida de imprenta. Así fue que las calles de las grandes ciudades del mundo, se poblaron de niños que con inviernos brutales o veranos calcinantes, trotaban con su fardo de diarios bajo el brazo.

Buenos Aires no fue ajena a esa imagen. Y tan popular era la figura del pequeño diariero, que Florencio Sánchez, un dramaturgo uruguayo afincado en la capital argentina, escribió una pieza que se estrenó en 1902 en Rosario. El argumento giraba en torno a un jovencito de aproximadamente 15 años, con un denso drama familiar cuyo marco era la miseria que en general, afectaba a los más pobres en aquella Argentina considerada “El granero del mundo”. El pantalón del chico dejaba al descubierto unas piernas muy delgadas, quedando expuestas sus “canillas” flacas. El sobrenombre del personaje y título de la obra: “Canillita”.

Sánchez no fue un improvisado ni alguien que “vio” la oportunidad de explotar comercialmente un tema entonces dolorosamente en boga. De oficio periodista, se hizo tiempo para el teatro y difundir también su ideario anarquista, escribiendo en el diario de esa tendencia “La Protesta” entre otras publicaciones. Entre sus obras más reconocidas figuran “Barranca Abajo”, “Mi ‘hijo el dotor” y “Los muertos”. “Canillita” además de un cuadro costumbrista, es también una denuncia social.

En una escena el protagonista se define a sí mismo:

“Soy Canillita
gran personaje
con poca guita
y muy mal traje”.

De a poco el personaje se “comió” a los pibes diarieros reales, quienes comenzaron a ser llamados “canillitas”. El apelativo porteño se extendió a Uruguay y Paraguay, donde también se los llamaría así. Por eso como un justo reconocimiento a Florencio Sánchez, quien tempranamente se ocupó del tema e inmortalizó el oficio con su personaje, el día de su fallecimiento se conmemora el Día del Canillita. Pero si bien el trabajo ha evolucionado y no pocos canillas pudieron convertir su “parada” en un kiosko, haciendo su labor más confortable, la imagen clásica quedó fijada en el chico abordando el transporte público y pregonando las últimas noticias. Muchas generaciones fueron obreras del papel impreso, por eso el poeta Alfredo Carlino definió en dos versos la condición de cierto chico diariero:

“Lo que no perdonan son tus pies de canillita
el no haber ido a la escuela”.

Ese poema lo escribió en homenaje a alguien muerto accidentalmente en 1963; un hombre que de pibe también se ganó las monedas con el paquete de diarios bajo el brazo: el campeón de box José María “Mono” Gatica. La poesía se titula “Chau Mono”.

Florencio Sánchez Desde el Bar – Clarín -01-06-84

A su vez, no son pocos los que disfrutan del oficio por la variedad de experiencias que de alguna manera, da la calle. Uno de ellos, fue el canillita de una histórica parada del Centro porteño, Don Ramón Zamora quien a los 75 años de edad, llevaba más de seis décadas de diariero. Así reflexiona Don Ramón ante el enviado de un matutino:

“El mundo es un espectáculo que comienza cuando usted mira el reloj y cabe en un diario. Por eso yo digo siempre: ‘ando con el teatro del mundo debajo del brazo…’ “. (1)

Nadie podría definir mejor ese oficio.

1) Nota de E. Petkoff – Diario Clarín – Buenos Aires – 8 de mayo de 1984

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