Son pocos los films de terror con la reputación de Halloween, dirigida por el maestro John Carpenter y estrenada en 1978, catapultando a una popularidad inesperada el subgénero slasher (asesinos con cuchillos) que dominaría la década siguiente en la taquilla y generaría una cantidad imposible de contabilizar de copias baratas e intentos burdos por capitalizar los lugares comunes que films como este ayudaron a crear.

También son pocos los films de terror que están preservados en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Los curadores consideraron a Halloween como una obra cultural, histórica y estéticamente significativa, criterios que cualquier película debe cumplir para poder entrar a ese panteón.

Uno podría pensar que son muchas las sagas de terror que se expanden a lo largo de cuatro décadas y cuya popularidad parece no decaer nunca, pero no son tantas. Halloween cuenta, hasta la fecha, con doce películas que componen la convulsionada mitología, y aunque varias de ellas no tienen relación entre sí, son parte del legado. Aparte tiene expansiones a otros medios populares como historietas, novelas, videojuegos e infinidad de juguetes y estatuas coleccionables. Los seguidores acérrimos de la saga tiene material de sobra para elegir.

Si bien antes de este largometraje hubo otros exponentes dentro del género que cuentan con asesinos de arma blanca —Psicosis del legendario Alfred Hitchcock es el ejemplo paradigmático— los especialistas consideran a Halloween como la que consiguió darle la popularidad necesaria para disparar la catarata de slasher que dominaron la década del ´80 y gran parte de los´90. Es justo afirmar que sin este film no tendríamos otras sagas como Martes 13, Pesadilla en lo profundo de la noche (las de Freddy Kruger), la franquicia de Chucky (que estrenó serie hace unos días) o Scream, cuya quinta parte ya está lista para estrenarse y también tuvo una serie televisiva.

Este pequeño film independiente de terror fue un momento bisagra en la historia del cine de horror en Estados Unidos, y como suele pasar con este tipo de productos, tomó a todo el mundo por sorpresa. John Carpenter, acostumbrado a hacer films con presupuestos moderados, recibió un salario de diez mil dólares para escribir, dirigir y hasta hacer la música (y el derecho al 10% de las ganancias, un decisión que probaría ser un acierto mayúsculo) de esta pequeña obra de terror. Junto a la productora Debra Hill comenzaron a planificar una historia simple, con un asesino en apariencia imparable que persigue a una niñera en la noche de Halloween, y la tarea de escritura le llevó tan sólo diez días. A gran velocidad, con un rodaje planificado en base a un mes de rodaje, el mito comenzó a cobrar vida.

Debido al escaso presupuesto (unos trescientos mil dólares) el pequeño equipo técnico tuvo que apelar a toda la creatividad posible. Ya habían asegurado al veterano actor Donald Pleasence como el Dr. Sam Loomis, y a la entonces desconocida Jamie Lee Curtis, hija de los gigantescos actores Janeth Leight y Tony Curtis. La joven actriz haría su debut aquí, y labraría un camino que la llevaría a ser más que un apellido famoso. Las limitaciones llevaron al diseñador de producción, Tommy Lee Wallace, a gastar menos de dos dólares en la máscara que llevaría el asesino. En una tienda de disfraces encontró una reproducción del rostro del Capitán Kirk, de la serie Star Trek. El rostro del actor William Shatner moldeado en goma barata se alteró apenas, se agrandaron los huecos de los ojos y se la pintó de blanco para dar la impresión de una entidad sobrenatural, el famoso boggieman (el “coco”) y se le dio al actor Nick Castle junto con un overol de trabajo para completar el look. Con unos pocos billetes, mucha imaginación y la increíble dirección de Carpenter nació The Shape, el alter-ego del asesino serial Michael Myers, una de esas figuras icónicas que trascienden el terror. La mayoría de la gente que ve aquella máscara sabe a qué hace referencia, hayan visto o no la película.

El film se sitúa en la localidad ficticia Haddonfield, en 1978. El peligroso Michael Myers escapa del hospital psiquiátrico en donde estaba recluido desde 1963 tras asesinar a su hermana. El gigantesco hombre aprovecha el traslado hacia un juzgado en donde su médico personal quería asegurarse que jamás sería liberado, roba un auto y se dirige hacia su antiguo pueblo, en donde terminará eligiendo como su próxima víctima a la joven Laurie Strode, a quien perseguirá matando a todas las personas que se crucen en su camino. La muchacha deberá enfrentarse a lo que parece ser una fuerza imposible de derrotar de la naturaleza, que jamás corre, no dice una sola palabra, simplemente está acechando todo el tiempo, apareciendo donde menos uno lo espera. Silencioso como un fantasma, sin ningún tipo de sentimientos. Una máquina de matar.

La acción trascurre en la noche de Halloween, de ahí su título, y la simple premisa probó ser efectiva entre el público. Recaudó entre sesenta y setenta millones de dólares, convirtiéndola en una de las películas independientes más exitosas de la historia. La protagonista y el villano ascendieron al Olimpo de los personajes imborrables de la cultura popular. La música de Carpenter es precisa, tensa, y contribuye a la atmósfera del film a tal punto que es imposible pensar en una secuela de Halloween sin aquella melodía inquietante.

El film (y sus subsiguientes secuelas) fueron motivo de análisis, libros, ensayos de todo tipo buscando lecturas entre líneas sobre el rol de la mujer en las películas de terror, las armas blancas que eligen los victimarios como una metáfora sobre la sexualidad, y sobre las motivaciones del villano a la hora de elegir sus víctimas. Sin embargo, para quien escribe, todo este tipo de análisis no suman tanto al producto original. El monstruo —al menos en esta primera entrega, antes que las demás películas se encargaran de ahondar en la psicología de Myers— no parece tener una razón evidente para salir a matar. El Dr. Loomis describe a su paciente a la perfección:

Pasé ocho años tratando de llegar a él, y otros siete intenté mantenerlo encerrado porque me di cuenta que lo que habitaba detrás de los ojos de ese niño era pura y simple… maldad.

Muchas veces los monstruos en la literatura o el cine tiene más fuerza cuando no sabemos mucho sobre ellos. El ser humano le teme a aquello que no conoce, y por eso Michael Myers es una figura tan amenazante. No habla, no nos dice por qué hace lo que hace. Elige víctimas, las mata, y sigue. Su propósito es quitar vidas, y las motivaciones que lo llevan a elegir este camino son intrascendentes. El espectador no necesita saber si el monstruo tuvo una infancia dura, si sufrió algún abuso, si realmente está loco, porque las víctimas no saben nada de eso tampoco. Cuando Myers se pone la máscara y toma la cuchilla, las razones quedan fuera de la ecuación y el miedo toma la escena. En una película de terror es todo lo que importa.

Halloween es una película poderosa, con una historia fácil de seguir y que, pese a tener más de cuarenta años, sigue siendo sumamente efectiva a la hora de asustar. Aquellos que quieran meterse en la saga no deben confundirse con Halloween del año 2007, dirigida por Rob Zombie, ni con Halloween del año 2018, dirigida por David Gordon Green, cuya secuela se estrenó la semana pasada en cines. No sé cuántas franquicias cuentan con un título que se repite tres veces, y ciertamente no ayuda a los nuevos espectadores a la hora de buscar las películas. Si les sirve de ayuda-memoria, la que deben buscar es la del año 1978.

Quienes quieran adentrarse en este fascinante universo (que tiene entregas muy buenas y otras que no suman nada) pueden encontrar en Netflix el largometraje original y la secuela directa, estrenada en 1981 y escrita por el propio Carpenter. Es un combo ideal para el precalentamiento de cara al 31 de Octubre.