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Cacerolazos
Las grandes fortunas ya habían fugado del sistema bancario
Cacerolazos

En la mañana del 19 de diciembre de 2001 y a lo largo del día 20, hombres, mujeres y niños saquearon comercios (en particular autoservicios) en muchos puntos del país, siendo más numerosos en el conurbano porteño. En muchos casos, llevándose todo aquello que podían cargar. La televisión mostraba a quienes pertenecían a los sectores más postergados de la sociedad, haciendo eje en los barrios populosos de nuestras grandes ciudades, en plena faena arrebatadora. Las imágenes surgían del Gran Buenos Aires, Rosario, y gran parte del Interior, que se sumaban al desborde.

La tevé no cesaba de transmitir las imágenes en vivo de los sucesos, y algunos intendentes del Conurbano comenzaron a convocar a sus vecinos a desplazarse hacia la Capital, hacia la Plaza de Mayo; el epicentro de las grandes conmociones históricas argentinas. Medida bloqueada por la contención de la Gendarmería Nacional y otras fuerzas, en los accesos a la Gran Capital.

Todo era confusión. El gobierno radical hablaba de temas que a nadie le importaban en ese momento, mientras se preparaba de la peor manera a restaurar una autoridad definitivamente perdida.

La implantación del Estado de Sitio pretendió justificar una feroz represión sobre quienes pugnaban por llegar a la Plaza de Mayo. Sin embargo, horas después de la tragedia de la plaza con sus doce muertos en la Capital y otros tantos en las provincias, en distintos barrios de la Capital la gente haciendo caso omiso del Estado de Sitio comenzó a salir a la calle con cacerolas y otros enseres, golpeándolos en señal de protesta.

Las manifestaciones eran pacíficas. Familias enteras engrosaron la movilización y muchas de ellas se dirigieron directamente a Plaza de Mayo, instintivamente, como sucede desde 1810.

El agónico gobierno radical, jaqueado por el descalabro económico cuyo arquitecto, el ministro del ramo Domingo Cavallo, no pudo revertir. La desconfianza en el gobierno generó una “corrida” bancaria que obligó al ministro liberal a imponer medidas rigurosamente proteccionistas, como fueron las duras restricciones a los retiros de fondos conocidas como “corralito” y “corralón”. Esta última medida, golpeó el bolsillo y el corazón de los sectores medios que habían sido el principal sostén electoral de la Alianza radical – progresista. Las movilizaciones caceroleras y el retiro del apoyo de la oposición que se negó a compartir la suerte de la gestión moribunda, obligaron a Domingo Cavallo a renunciar, seguido luego por el presidente de la Nación, Fernando De La Rua.

El masivo cacerolazo que terminó de echar a De la Rúa, luego se transformó en asambleas barriales que con carácter multitudinario, se ocuparon de todos los temas de interés público. A modo de ágora del siglo XXI, los vecinos porteños se concentraban en plazas y parques buscando una salida frente al panorama incierto que enfrentaban. El presidente interino Adolfo Rodríguez Saa, también sufrió el embate cacerolero que después fue languideciendo hasta quedar acotado a los ahorristas que perdieron sus depósitos y otros sectores, con demandas puntuales.

Clarín – 26-01-02 – Foto Jorge Saenz

De estas ruidosas y largas marchas, las vigilias frente a los bancos cerrados y las asambleas barriales, surgió la consigna “que se vayan todos”. “Todos” eran las dirigencias políticas en bloque, a quienes se responsabilizaban por el desastre que sufría el país.

A los vecinos independientes que discutían en las asambleas, se sumaron enseguida militantes políticos de organizaciones diversas tratando de capitalizar el descontento; muchos con propuestas realistas y otros, repitiendo el antiguo rol de “tiradores de línea” que exhibían su buena capacidad oratoria, pero que en general, no tuvieron consenso.

La consigna expulsora rayante en el nihilismo no planteó alternativas claras, debido a la dispersión de ideas y a la amplitud de territorios que abarcaba. Finalmente no se fue ninguno, sólo los presidentes renunciantes.

El sistema político con las mismas caras en la mayoría de los casos salvo las más “quemadas”, renovó autoridades y consolidó el juego de las instituciones, quedando la consigna en la memoria popular como otra expresión de deseos fallidos. Además de la treintena de vidas humanas perdidas a manos de la represión absurda y vana, porque el gobierno se caía solo, el saldo fue la ruina de miles de ahorristas que confiaron sus dólares a los bancos y en la inmensa mayoría, sólo recibió la “pesificación” de aquellos capitales entregados en moneda extranjera; las grandes fortunas ya habían fugado del sistema bancario.

Recordemos que el acto de golpear cacerolas a modo de llamar la atención, no era habitual en nuestro país. Se popularizó cuando durante el gobierno constitucional de Salvador Allende en Chile, las clases media y alta trasandinas empezaron a ganar la calle y los balcones para repudiar al gobierno socialista, jaqueado por conflictos impulsados desde la derecha y la ultraizquierda política y un poder militar en franca rebelión.

Los cacerolazos chilenos recorrieron el mundo como un símbolo de protesta de los sectores más acomodados y simbolizaron la caída de aquella experiencia, que pretendió mejorar la distribución de la riqueza por la vía pacífica.

Corrientes y Bulnes – CABA – 2015

Algo quedó de aquello en la memoria colectiva argentina, ya que de a poco y en distintos ámbitos y tiempos, se comenzó a golpear enseres metálicos para llamar la atención; además de los tradicionales bombos y redoblantes, característicos de las movilizaciones populares. Del recuerdo saltaron a la conciencia con todo su potencial, en los días tristemente explosivos de diciembre de 2001. Años más tarde y bajo el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, las ollas volvieron a redoblar en barrios de buenos ingresos de la Ciudad de Buenos Aires; como cuando pretendieron apoyar a sectores empresarios rurales que rechazaban las retenciones impositivas por exportaciones aplicadas por el gobierno kirchnerista. También frente a otros problemas puntuales surgió el redoble cacerolero atronando balcones, pero el denominador común en la mayoría de los casos, fue la oposición a distintas medidas de gobierno.

En el año 2020 bajo el gobierno de Alberto Fernández y pandemia covid – 19 mediante, las cacerolas volvieron a sonar, rechazando los decretos que restringieron una serie de actividades para evitar la propagación del virus. Como en una película surrealista, los aplausos al personal sanitario se alternaban con el golpeteo agudo y monótono de las cacerolas; los balcones mostraban el humor o las preferencias políticas de sus habitantes, frente a la calle transformada en en el gran patio común de aquel inquilinato gigantesco, en que a ciertas horas del atardecer se convertía buena parte de la Ciudad de Buenos Aires.

Del Libro Pintadas Puntuales de Roberto Bongiorno – Ángel Pizzorno

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