Si hay una imagen pública de Juan Perón que puede caracterizarse como un símbolo, es precisamente la del General sonriendo a la multitud y alzando los brazos como intentando un abrazo imaginario. Coronando ese abrazo están las robustas manos.
Por la enorme gravitación que la persona de Perón tuvo en nuestra Historia, cualquier aspecto particular ya sea intelectual o físico, tiene una relevancia especial.
Con las manos se trabaja, se acaricia y también se conduce. Y el timón de la principal fuerza política argentina durante treinta años, estuvo justamente en esas manos.
No fue casual entonces, que en una noche de junio de 1987 alguien se apoderó de esas manos y las hizo desaparecer.
El 30 de junio de ese año los dirigentes justicialistas Vicente Saadi y Carlos Grosso y el titular de la CGT Saúl Ubaldini, reciben sendas notas donde se les comunica la profanación y se les exige el pago de ocho millones de dólares para la devolución de las manos.
El macabro episodio causó consternación en una ciudadanía sensibilizada por el alzamiento militar ocurrido pocas semanas antes y una serie de atentados terroristas de origen incierto.
La justicia constata el hecho. Se suceden las declaraciones de repudio y los actos de desagravios, y la Central Obrera declara un paro general.
El oficialismo y la oposición libran verdaderos duelos verbales acicateados por la proximidad de las elecciones.
Los hombres más moderados de uno y otro sector ponen paños fríos mientras se intenta esclarecer la bárbara operación.
Nadie cree en el móvil económico. Es indudable la intencionalidad política. Pero ¿con qué fines? .
Por la audacia y el profesionalismo evidenciado, no hay dudas que se trata de gente acostumbrada a tratar con la muerte. También se sabe que intervinieron varias personas.
La investigación ordenada por el juez Far Suau no arroja nuevos resultados.
En septiembre se realizan los comicios que dan un amplio triunfo al peronismo, mientras se van conociendo episodios que los investigadores vinculan al robo de las manos.
El sereno del cementerio Luis Lavagne había recibido una feroz paliza que le provoco la muerte. Una mujer que frecuentaba la necrópolis también fue duramente golpeada.
El Comisario de la Policía Federal Carlos Zunino, a cargo de la investigación, en agosto de 1988 es victima de un atentado salvando la vida milagrosamente.
Asimismo, la tragedia alcanza también a los hombres que se presume que mas sabían del caso: el juez Far Suau y el jefe de la Policía Federal, comisario Juan Ángel Pirker. El primero fallece en un accidente automovilístico en noviembre de 1988. Pirker muere en su despacho del Departamento Central de Policía, victima de un ataque de asma.
En 1990, el doctor Allende, reemplazante de Far Suau archiva la causa pero en 1994 el juez Baños (quien sucedió a Allende) la retoma a raíz de haber descubierto un juego de llaves del blindex que protegía al féretro de Perón. Las llaves estaban depositadas en la comisaría segunda de la Capital.
Aún se desconoce quiénes profanaron el cuerpo del General Perón y los móviles del hecho.
Libro Pintadas Puntuales – Roberto Bongiorno – Ángel Pizzorno