Don Héctor sonrió con nostalgia. “En mi juventud, solía beber emoliente con mi padre cuando caminábamos por el parque.” Sofía inclinó la cabeza, curiosa. Clara pidió una jarra para compartir: el emoliente se sirvió humeante, con tonos dorados y un aroma que prometía calma y sabor.
Un Paseo por San Borja y un Emoliente para el Alma
Había una vez, en un frío día en San Borja, una niña llamada Sofía que salió a pasear con su mamá, Clara, y su abuelo, don Héctor. Iban caminando por las avenidas arboladas, disfrutando del aura limeña. Era un momento mágico, donde el tiempo parecía detenerse para permitirles compartir esa tarde especial.
Mientras paseaban, Sofía comenzó a quejarse de que tenía sed y antojos de algo dulce. “Mamá, abuelo, ¿podemos tomar algo rico?” preguntó con ojos brillantes. Clara y don Héctor se miraron con una sonrisa amable. De pronto, en una esquina tranquila, apareció un colorido puesto con un letrero que rezaba “CLUB EMOLIENTE”. Al acercarse, pudieron ver jarras llenas con infusiones tibias, llenas de hierbas, semillas y miel con una imagen que moderniza el emoliente, volviéndolo más amigable y versátil. La niña se sintió atraída por los diseños de las bebidas y los adultos se sintieron intrigados pues sus gustos, aunque eran diferentes, confiaban en las palabras de quien los atendía detallando mezclas de remedios herbales e ingredientes endulzantes para su degustación.
Don Héctor sonrió con nostalgia. “En mi juventud, solía beber emoliente con mi padre cuando caminábamos por el parque.” Sofía inclinó la cabeza, curiosa. Clara pidió una jarra para compartir: el emoliente se sirvió humeante, con tonos dorados y un aroma que prometía calma y sabor.
Tomaron su primer sorbo. Sofía notó el gusto ligeramente dulce, la suavidad de la linaza combinada con un toque de durazno y el abrazo tibio de la bebida afrutada. Clara sintió cómo el calor recorrió su garganta, relajándose, junto a un intenso y claro olor a clavo y manzanilla. Y don Héctor, con los ojos cerrados, se llenó de recuerdos sumergidos en flores de saúco y cebada.
El sabor del emoliente le trajo de vuelta la nostalgia de su infancia: aquellas mañanas frías donde su madre lo esperaba en la cocina con una taza humeante entre las manos.
Había algo en esa mezcla de cebada, hierbas y flores de saúco que sabía a hogar.
No era solo una bebida… era el calor de su casa, el cariño en una taza, el eco suave de las voces que ya no están, pero que viven en cada sorbo.
Los tres compartieron silencio cómplice mientras bebían. Luego, Sofía abrazó a su abuelo y le susurró al oído: “Gracias abuelo, por traerme aquí.” Don Héctor se emocionó y respondió con voz temblorosa de alegría: “Y gracias a ti, querida, por acompañarme a revivir esos momentos.” ¿Por qué Don Héctor le dice a su nieta que le revivió momentos del pasado?. Cuando Don Héctor era pequeño, solía tomar emoliente con sus padres en noches frías, en desayunos deliciosos con mucho amor que su mamá preparaba, en caminatas al parque, cuando lo premiaron por sus logros o simplemente querían pasar una noche en familia. Como toda persona que extraña su niñez y a sus padres, este momento con su hija y nieta le llevaron al pasado cuando también era un niño al lado de las personas que amaba, es por ello la melancolía, porque el emoliente le trajo miles de recuerdos con tan solo un delicioso sorbo.
Con el tarro vacío en sus manos, continuaron caminando. El aroma del emoliente se mezclaba con las flores y los árboles de San Borja. Sofía reía, señalando las bancas donde jugó antes, mientras su mamá tomaba la mano de don Héctor, eternamente agradecida por ese instante de conexión familiar.
Cuando llegaron a casa, la niña llevaba en su corazón el cálido sabor del emoliente y, en cada sorbo, un lazo fortalecido con su mamá y su abuelo.
Fin.