«Porque estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni gobiernos, ni cosas presentes ni cosas futuras, ni poderes, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor. (Romanos 8: 38-39).
Edita Lorena Almarza Gutiérrez – Chile
La Eterna Sonrisa
En memoria de mi ex estudiante Erick Garrido
El tibio sol peinaba con timidez su cabellera dorada por el trigo, en el caserío de Pueblo Seco sus habitantes aún pernoctaban, atrapados por Morfeo en mágicos castillos o en desolados parajes donde el alma quiere enajenarse y emigrar hacia otras lunas vestidas de soledades. Era febrero del año dos mil veintitrés, ese singular día, sería trizado por la melancolía y el dolor vestido de harapos transitaría una vez más por la bulliciosa ruta cincuenta y nueve. La sirena de emergencia con su enloquecido sonido anunciaba un mal presagio, era como una espesa bruma que cubre con su maligna capa la cintura del mundo. El bien había confrontado al mal, en el arduo batallar de la mágica vida. Temerosas flores fueron arrancadas sin piedad en la mocedad de su existencia, siendo arrulladas por la nefasta oscuridad perpetua.
El joven Erick abrió con dificultad sus oscuros ojos, pasó su morena mano sobre su amplia frente para limpiar un manantial de sangre que se deslizaba hacia sus delicadas sienes. Se sentía atolondrado, casi adormilado y adolorido. Se encontraba en una indescriptible nebulosa, entre el ser y no ser.
De pronto apareció una misteriosa mujer a su lado con rostro de esqueleto y le susurró al oído con aliento nauseabundo, putrefacto como salido de antiguas tumbas faraónicas.
-Hoy, hoy es nuestra inevitable cita, ven acompáñame, deja tu magullado cuerpo de niño herido – dijo la catrina mostrando una leve compasión por la juventud aún atrapada en los poros del mozuelo, quien se negaba a obedecer la sombría invitación, moviendo con dificultad su cabeza lesionada le dijo:
-Por favor no me lleves, no quiero dejara mi familia, a mis amigos, amo la vida y la alegría, aunque la tristeza ha sido mi permanente sombra desde niño, no quiero irme – musitó con un hilo de voz apenas audible, era una cascada herida por el tiempo de alas negras. Sí hasta el aire dolía respirarlo, un frío penetrante se apoderó de su noble alma, sería la última vez que Erick mostraría al convulsionado mundo su especial sonrisa, su alegría desbordante de girasoles, pintados por Vincent Van Gogh. Todo en él se detuvo, sus entelados ojos fueron vestidos por la perenne oscuridad, una bandada de tordos negros había regresado para despedir al adolescente, también al pequeño y travieso niño que durante su infancia azul corría por los pasillos de la Escuela Básica de Pueblo Seco contagiando a sus compañeros de infinitos juegos y de interminables sonrisas cual burbujas se esparcían entre sus amigos.
Feliz llegaba hasta la pequeña aula de recursos del Grupo Diferencial atendido por la Profesora Diferencial Edith, ella era de contextura delgada, pupilas claras, cabellera oscura, ondulada y piel clara. Ella amaba a los niños, los trataba con infinita ternura. Una de tantas conversaciones visualizó frente al gélido féretro del inerme Erick.
En la pared había un retrato de Claude Monet en él se podía apreciar la naturaleza a orillas del río Sena. Esa mañana la maestra solo deseaba motivar a sus estudiantes trasladando sus mentes hacia el futuro, a ese futuro a veces incierto y esquivo. Su finalidad era que se forjaran metas y que alcanzaran sus edénicos sueños. Mirando sus inocentes rostros les preguntó:
-Niños qué les gustaría estudiar a futuro?
Erick rápidamente levantó su mano y una vez que Edith le cediera la palabra respondió:
– Yo quiero ser médico.
-¡Qué bien!, te felicito – dijo la profesora complacida-
– Sabe pensándolo bien, mejor no, porque si se me muere un enfermo, mejor seré mecánico, total si se me muere un auto no importa.
Y todos los que se encontraban presentes en el salón se pusieron a reír.
El gravitante dolor que cubría el espíritu de la maestra, la hizo hacer una mueca de alegría al recordar esa anécdota, mientras una silenciosa lágrima recorría su bella faz.
De pronto el sufrimiento que imperaba en la pequeña habitación fue rasgado por rezos cantados a lo divino por la vecina Mercedes, el tiempo se detuvo en el ceremonial rito, la luna miraba a través de los cristales rotos el juvenil rostro del malogrado joven y una delicada brisa besó sus oscuros cabellos, era como si en esa brisa se estuviera despidiendo de su madre al secar la rebelde lágrima que inundaba su noble mirar, abrazó largo rato a su hermana acariciando sus perfumados cabellos, meció el delantal de la acongojada abuela y miró a su maestra y le regaló un ramo de sonrisas. Ahora su aliento de vida, estaría a salvo viajó hacia el infinito a dormir en las luminosas manos del Padre de luces celestes, para nacer a una nueva vida libre de dolor, de oscuridades impuestas, de desérticos pesares. Renacerás, si renacerás del olvido y tu pie caminará en el paraíso recobrado.
«Porque estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni gobiernos, ni cosas presentes ni cosas futuras, ni poderes, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor. (Romanos 8: 38-39).