Luego de la caída del efímero gobierno de Bernardino Rivadavia y el rechazo generalizado que sufrió su Constitución unitaria y centralista por parte de las provincias, éstas reasumieron su autonomía. El 12 de agosto de 1827 los bonaerenses eligen a Manuel Dorrego como gobernador. Este coronel, veterano de la Guerra de Independencia contó con el apoyo del Partido Federal, fuerza política de importante base popular en Buenos Aires y otras provincias. Por delegación del Interior, Dorrego conduce las relaciones exteriores y la guerra. En el frente externo, las luchas civiles en la Banda Oriental (Uruguay) motivan la intervención brasileña cuya aspiración era anexarse ese estado, la población oriental se pronuncia mayoritariamente por seguir perteneciendo a Las Provincias Unidas del Río de La Plata y así estalla la guerra con el imperio brasileño. En la batalla de Ituzaingó (3 de febrero de 1827) el General Alvear derrota a los imperiales, sin embargo en la mesa de negociaciones y como consecuencia de una evidente intervención británica, nuestros diplomáticos aceptan la independencia oriental. La resolución del conflicto genera frustración en muchos veteranos de guerra; entre ellos Juan Galo de Lavalle. Este prestigioso general que sirviera a órdenes de José de San Martín, está asesorado por un grupo de hombres de tendencia unitaria que lo convencen para dar un golpe de estado contra Dorrego a quien sindican como responsable de “Los males que aquejan a la Nación.” Incluyendo la desastrosa paz con Brasil.
A principios de diciembre de 1827 en el partido bonaerense de Navarro, Lavalle derrota a Dorrego y lo fusila. El crimen es absurdamente gratuito ya que Lavalle ni siquiera se hace cargo del gobierno. En la ciudad y en la campaña, el cancionero anónimo improvisa versos en homenaje al gobernante sacrificado y en repudio de su matador:
“Cielito y cielo nublado
por la muerte de Dorrego,
enlútense las provincias
lloren cantando este cielo”
Cantan con emoción curtidos hombres solos o en grupo; en los fogones rurales o en las pulperías y fondas urbanas:
“Cielito, cielo de plata
cielo de la montonera,
aunque no tienen cultura
no harán acción tan grosera”.
Cantan otros comparando la conducta en la guerra de los gauchos enrolados en la montonera, que contrasta con la de los militares unitarios. La muerte de Dorrego abre el camino a la guerra civil entre unitarios y federales: entre dos modelos antogónicos de país que se cerraría en 1852 con la derrota del país federal. En el medio, hubo episodios famosos y figuras legendarias que alimentaron los cánticos populares, uno de ellos fue Juan Facundo Quiroga. El jefe riojano integraba junto a Juan Manuel de Rosas y Estanislao López el triunvirato que conducía los destinos de la Argentina. El asesinato de Quiroga en 1835 motivó el nacimiento de innumerables coplas:
“El general diz que ha muerto
yo les digo así será,
tengan cuidado magogos
no vaya a resucitar”
Y por supuesto la personalidad de Juan Manuel de Rosas motivó también la existencia de muchas coplas:
“Que vivan los federales
mueran los que no lo son;
viva Juan Manuel de Rosas,
viva Doña Encarnación”.
Decía un cántico incluyendo a la esposa del Restaurador en el homenaje. Otra cuarteta hace blanco en el unitario enemigo:
“Que viva el Restaurador
y los federales fieles
revienten los unitarios
echando bofes y hieles”.
Pero también el antirrosismo tenía sus héroes, el general Juan Lavalle fue uno de ellos:
“Palomita blanca
vidalita
que cruzas el valle;
ve a decir a todos
vidalita
que ha muerto Lavalle”
Anoticiaba una triste copla sobre la muerte de quien el general San Martín calificó como “primera espada del Ejército Libertador”, en los años de la lucha por la independencia nacional. La interminable guerra civil se resolvió el 3 de febrero de 1852 en la Batalla de Caseros cuando el general Urquiza al frente de una coalición que incluía ejércitos brasileños y uruguayos derrotó a Rosas, que marchó al exilio.
Del Libro Cánticos Populares
de Roberto Bongiorno