Al Pie de la Letra
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Veredictos del Tribunal Sonriente
Relato de Pablo Diringuer con algunas elucubraciones sobre los boliches parlemitanos
Veredictos del Tribunal Sonriente

Ellos dos (Lems y Rafca) –como no era de esperar- salieron al ruedo luego de aparcar a la vuelta de ese diminuto boliche palermitano en esa fantasmagórica calle Thames, oscurecida por esos llorones árboles peinados al son del tonar musical.

Veredictos del Tribunal Sonriente
No hay nada más risueño que salir con mis dos grandes amigos (Lems y Rafca) a circunscribir la ambigüedad en cuanto a la precisión e imprevisión del saber cualquier horizonte buscado de antemano.

Siempre -o casi- solemos revolotear pétalos margariteros y dirigirnos apoyando culos en ese diagnosticador de cuatro ruedas, desvencijado y de color blanco casi oxidado, autodenominado: Fiat Duna.

Lems maneja y habla como un sombrero colgado sobre ese gancho de un perchero casi ignorado en la espesa humedad de la antesala del comedor ignorado de muchedumbres. Mientras manipula el volante de lonjas vilipendiadas de cuerinas vapuleadas de abandono, de a ratos, intercede los pormenores en el discurso lleno de sapiencias de parte de Rafca, y, de a otros ratos, me reputean porque casi sin pensar, me rajo pedos algo ruidosos producto del guiso anochecido que me hube de fagocitar dentro de ese jarro recontra hervido de garbanzos y casi una botella de tinto que me hubo de recomendar el chino de la vuelta de mi casa.

Ademanes, gestos… hasta artilugios de parte de lo espontáneo que nos vio casi nacer desde que nos descubrimos como infranqueables amigos en esa especie de antesala vilipendiada e infectada por esos insoportables bichos de todo tipo que lo único que hubieron de lograr y establecer es… el descreimiento de los… casi todos a la hora de las definiciones en ese tete a tete en donde, el simple gesticular, denota espontáneamente esa falta de credibilidad acompasada por esas frases titubeantes y reiteraciones de manos sobre narices o rostros cómplices en descargas casi tics de esas mentiras vapuleadas de desenmascaramiento.

Rafca, que hasta podría sostener que, no cree en casi nada de lo que puede proponerle una simple femenina al azar, casi que no se calla en nada durante ese corto viaje a bordo del Duna hacia ese Palermo que nos suele conectar frecuentemente con esa saga de boliches de puertas abiertas, casi brazos, bien predispuestos al ambivalente acurrucamiento para con alguna femenina rociada de alcoholes, cafés o lo que fuese luego de la echada ruleta a girar de situaciones.

Ellos dos –como no era de esperar- salieron al ruedo luego de aparcar a la vuelta de ese diminuto boliche palermitano en esa fantasmagórica calle Thames, oscurecida por esos llorones árboles peinados al son del tonar musical. Todo volumen enfrascador y exaltador en los allí presentes y, de a esos otros ratos, el cruzarse con alguna mujer suspicaz, bien suspicaces enarbolados esos bosques que diametraban vientos enlodados de alcoholes no exentos de modales característicos e inmersos de ganas… ¿de qué?  Pues… solamente echadas a rodar como si fuese una perinola mareada y que salpica sin cesar lágrimas o transpiraciones destiladas de sensaciones.

Generalmente alguno de ellos solía hacer apuestas previas sobre cómo nos iba a suceder de antemano en cuanto al encuentro cercano para con alguna mujer, de todos modos, los tres sonreíamos en la sapiencia de convencernos que el viento jamás obedecería a ningún ente meteorológico pronosticador de climas al respecto para nada creíbles.

Como solía suceder, Rafca era el encarador en medio de la selva autóctona palermitana, y tanto Lems como yo, si bien no esperábamos nada como sugerencia flotante de su ímpetu, casi de manera inmediata percibiríamos algún timbre de su parte para salvaguardar su aviso cómplice. Me tocó en esa oportunidad el presentarme de las dos mujeres que hubo de conciliar apreciaciones de vida nocturna bolichera, una veterana cincuentona algo excedida en peso aunque muy bonita de rostro casi angelical; Rafca, obviamente, hubo de pernoctar intenciones inmediatas para con la otra, llamativa, no solamente en su enganche palabreril, sino, una exuberante figura de escote más que atractivo, demostrador de dos melones jugosos a punto de caramelo con ese encanto más que llamativo a los ojos del varonil ansioso de oportunidades.

Ese momento no fue más que contados minutos, luego del cual Rafca desapareció de escena y yo constaté a Lems sobre la barra, escabiando brebajes junto a una dicharachera morocha, lo cual nos demostraba sin lugar a dudas el bien concebido sitio muy proclive al interactuar para con el sexo opuesto. La rellenita mujer que no paraba de hablarme de pormenores inherentes de ganas de comunicar, había comenzado a convencerme en las ganas de acercarme más y más no solamente a sus comentarios alrededor de su vida y sus creencias sobre cómo visualizaba el inmediato devenir siempre enmarcado en lo complicado de la locura vivida y por vivir, y de a ratos casi seguidos, abría esos paréntesis casi solitarios entre ella y yo como si estuviésemos aislados casi del mundo, en una isla desierta… y entonces, no aguanté más y acerqué la larga banqueta hacia la de ella y la comencé a besar en esos labios bien brillosos de un rouge con estrellitas y ella se anotó en mi actitud que si no fuese por lo alto de la música ambiental, esos chisporroteos de salivas jugosas entremezcladas de vapores alcoholizados de ambos, hubiesen sido la atracción ruidosa de la lujuriosa reunión en ciernes. Allí me enteré de su nombre –Ámbar- y entre trago y trago de mi ginebra con gancia me agradaba sobremanera el raro menjunje entre lengua y lengua para con su fernet colero que jamás hube de imaginar.

Pedimos una segunda vuelta de alcoholes que ya ni sabía, ni menos que menos las perspectivas de ambos sobre todo, en los pormenores previos alrededor de los por qué ni cuando hubimos de caer en esos especies de paracaídas en ese sitio quizás, inducidos por los amigos hacia el marchantero lugar; ni su amiga escotada que había desaparecido con Rafca; ni mi otro amigo Lems, daban pista de nada, y no nos importó en absoluto, solamente salimos del bar abrazados y en lo displicente de la noche llena de estrellas, mientras caminábamos por el viejo Palermo, en una de esas deshabitadas y angostas calles sin miradas curiosas de ningún tipo ella me declaró que hacía rato que no se sentía tan… pero tan excitada y que hasta me confesó que lagrimeaba de felicidad en su sexo y hasta tuvo el atrevimiento descontrolado de su parte en tomar mi mano y llevarla hacia el interior de su holgado pantalón y confirmar sus dichos en donde su más que rociado clítoris hízome excitar hasta exhalar gemidos en ese boca a boca que nos hubo de transportar a épocas ha, casi colegiales y mientras los orgasmos silenciaban cualquier palabra, nuestras lenguas sólo disfrutaban ese raspar o acariciar o fusionarse entre ellas la excelente sensación del vivir hasta que el planeta se derritiese en la lava que fuese y que, más que plácidamente nos condujese a un nuevo más y más de ese mismo que excitase la ansiedad del momento. Ambar estaba tan caliente como yo, sin embargo, quiso bajarme los lienzos para gozar oralmente, algo que no me dio para autobajarme y quedar con el culo al aire en ese paisaje desolado del barrio palermitano, si bien ya habíamos desagotado el barril de ganas, la nocturnidad de los grillos avisaba el despertad vecinal que hasta algún jovato madrugador o curioso tal vez hubiere escuchado esos gemidos descontrolados del desaforo plagado de calentura.

En un rápido tomar conciencia de lo hecho, acomodamos vestimentas y, algo alineados o desalineados de gestos, vestimentas y pelos nos amarramos a cinturas y transitamos como pudimos sobre esos empedrados humedecidos de silencios madrugadores, de a ratos nos dábamos algún beso y sólo sonreíamos de placer concebido, el rouge de ella en sus labios, ya no resaltaba de brillos, los mismos habían rotado de lugar… sus ojos color caramelo destilaban estrellitas iluminadas de inesperada alegría amorosa. Inesperada mi reacción muy reservada en mi Ser, no me animaba a decir ni menos que menos, el demostrarlo, aunque ella no se privaba en sentirlo y percatarlo… el abrazarnos por la cintura tal vez hubo de sacarnos silenciosamente una foto sin rostros, sólo con lo inexplicable de esa energía contemplativa del Dar sin restricciones ni el absurdo del aparentar porque sí, hicimos punto a la distancia, una incipiente felicidad con fecha naciente y esas señales suspensivas de las que nunca se sabe.

Por Pablo Diringuer 

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