Hay epitafios que los difuntos borrarían, si pudieran de muy buen grado…Y se encuentran- en menor proporción, claro está- los que dan ganas de morir para ostentarlos sobre la lápida.
Siguiendo con el tono que señala éste, no podemos menos que recordar el que adorna la imponente tumba de un famoso y severo general brasileño, muy temido por sus arrestos y su mal carácter. Puede leerse en el cementerio situado en las afueras del Rio de Janeiro, y dice así: ”Aquí yace el general Fulano. Transeúnte: pasa tranquilo. ¡Está muerto!”.
Entre los epitafios celebres, dignos de figurar en la lista de los más mordaces e ingeniosos, citemos el de Aretino: Expresa textualmente:
Qui giace l’Aretin
Poeta famoso
Di tutti disse mal
Fourché di Cristo
Scusandosi col dir
“non lo nocosco”.
Aquí yace Aretino,
poeta famoso,
de todos dijo mal,
menos de Cristo,
excusándose al decir “
no lo conozco”
Bien Johnson, el poeta beodo, que nació nueve años después que Shakespeare y murió veintiuno más tarde que éste, a los setenta y cuatro años de edad, y por cuta muerte “lloraron las tabernas de Londres”, al decir de Manuel Barberá, tiene un epitafio poco común, como su vida misma. Cuando falleció las puertas de los bares del Támesis se entornaron, mostrando crespones, y enmudecieron los brindis. Tanto lo amaban los amigos, los bohemios, que se habló de levantarle un monumento. Mucho tiempo después, una noble inglés hizo grabar en la humilde tumba estas tres palabras que sintetizan la trayectoria del hombre que estuvo más cerca de la obra de Shakespeare: “¡Oh, raro Ben!”
Finalmente, como dechado de practicidad y respetuoso homenaje, traigamos a colación una placa que se encuentra en la abadía de Westminster, donde se conservan los restos de grandes personalidades inglesas. Está sobre la tumba del arquitecto sir Christopher Wren, que, en días de Carlos II, la reconstruyó después de un incendio. La inscripción dice:
“Si monumentum quaeris circumspice.” (Si buscas monumento, mira en torno)
PBT – 08-04-50 – Escribe José María Villone