Al Pie de la Letra
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Represión Sentimental en los Años ‘70
Relato de Pablo Diringuer
Represión Sentimental en los Años ‘70

Transportarse mentalmente y la vista -la mía- recordar esa escena en la esquina del colegio secundario de Ramos Mejía, casi ocultos o… a medias porque ya no les interesaba, o tal vez pretendían ser de alguna manera el ícono de lo que sucedía frecuentemente y ya, les importaba muy poco o nada… Ellos eran gays o trolos como se solía etiquetar por aquel entonces. Edelmiro y Ramiro se hubieron de modificar sus respectivos nombres y, para los que los conocíamos, se solían llamar «Kilmer» y «Rocu» respectivamente y siempre se los veía juntos -a veces de la mano- pero cuando salían del colegio, parecían no poder aguantar un instante más, y se besaban cuanto podían.

Yo había comenzado a salir con mi primera «novia» y cuando nos encontrábamos fuera del colegio solíamos ir a algún bar de los alrededores para interiorizarnos de alguna materia en la cual representábamos ciertas marchantas de trompos giradores, pero también, no nos privábamos de esa tremenda e inmanejable sensación amorosa del Dar como el mejor verbo a conjugar como alumnos impecables de la materia «Lengua»… y como tal, en más de alguna oportunidad, esos primarios besos aventuraban trasponer fuera de dientes y labios y visitaban más que agradablemente esa otra boca deseada llena de pieles erizadas al por mayor.

En esos primeros toques de rugosidades labieras nos hubo de compartir charlas con esa otra “extraña pareja” de dos varones afeminados -Kilmer y Rocu- que por aquel entonces no dudaron en invitarnos a compartir mesas y mesas de bares de todos los colores por ese tan recordado oeste del gran Buenos Aires; cuando ellos mostraban sin tapujos ese caramelo pegote de sus besos casi a escondidas, aprovechaban a mirarnos y reían casi al unísono, pues indefectiblemente se percataban de nuestra primera experiencia en ese idilio y hasta se daban el lujo de opinar sobre lo que hacíamos a cada instante, motivo por el cual en una de sus primarias señalizaciones hicieron hincapié en que esos labios contactados, debían dejar salir «ese pez bien mojado acostumbrado a la soledad de su nacimiento»… y claro… ya el mismo dejaría de ser pez para ser «pescado». Luego inevitablemente reíamos entre cerveza y cerveza y tal vez con esa primera novia que tenía, gozábamos del beso como esa cúspide imbatible de sensaciones, mientras Rocu y Kilmer, si bien no se privaban de hacerlo, siempre tenían cierto recaudo por esas cosas alimentadas desde tiempos «ha» en donde lo que usualmente debería ocurrir por órdenes no escritas en Sociedad, a la vez debían interpretarse como una regla ineludible y a cumplir a rajatablas.

Épocas violentas por aquel entonces en lo que nos tocó vivir en Sociedad, y también completamente faltas de asimilación sobre cómo podríase mostrar cierto avance en esos pormenores de convivencia democrática sobre ese todo que nos incluía independientemente del gusto individual de cada uno en particular.

A mí me daba algo de pena eso que les pasaba a Kilmer y Rocu; tenía que reconocer en esas charlas que solíamos tener al respecto con esa primera pareja que si bien me costaba asimilar el ver a dos hombres besarse desenfrenadamente así, en público, al mismo tiempo, me inflaba verdaderamente las pelotas que el conjunto de los demás en general, pusiese cara de culo cuando los veía franelearse; en más de una oportunidad alguien de cualquier otra mesa hubo de levantarse y dirigirse hacia la nuestra con exabruptos so pretexto de “las buenas costumbres” o también la censura en vivo y en directo de parte de algún cajero de bar invitándonos a retirar del mismo o el pedido de documentos de parte de un ignoto cana por el hecho de no bancarse el acaramelamiento de ellos ambos tomados de la mano caminando por la avenida Rivadavia.

Noviazgos congelados en el tiempo como así también ciertos parámetros visualmente inolvidables de aquel entonces como el tener que callarse la boca so pretexto oficial de Poder estúpidamente argumentado “por el bien de los argentinos”.

Mirar pensativamente el espectro; bien reconsiderado, sobre todo por el individuo que soy actualmente y la cáscara que me recubre ajada en años pero también con la suerte alimentada de antióxidos mentales que me compone y ante cada situación que me retrotraiga a mi actual presente no me surge en absoluto el olvido; el negar u obstaculizar  lo fuerte vivido a pesar de esas telas de arañas siempre ocultas para extender sus velos ante el menor descuido del oxígeno mental y debido a  lo cual, un instante, un momento adecuado o… algo así como a la marchanta de mi vida cotidiana, el detenerme arriba de la moto unos instantes frente a esa hermosa plaza del Planetario de la ciudad de Buenos Aires para atender un mensaje de un amigo de la revista para la cual estoy trabajando y luego de responder la requisitoria que fuese, el distraerme casi inconscientemente al ver esa pareja lesbiana, sentada en uno de esos innumerables bancos placeros cómo se besaban displicentemente mientras los contados transeúntes gozaran el aleteo de cientos de pájaros como ese paisaje añorado de años y años de relajada vida.   Y entonces vuelvo al viaje mental de antaño conflictivo por aquel entonces y a esos dos ex -compañeros del colegio comercial de Ramos Mejía cuyas vidas fueron perimidas, reprimidas, condenadas por ese estúpido Poder asesino de juventudes proclives a… simplemente ser y disfrutar…

Kilmer fue preso en la comisaría de la zona por “costumbres indecentes en la vía pública”; estuvo detenido un fin de semana entero y cuando lo largaron tuvo que ser internado en un hospital debido a los golpes recibidos… una semana después murió y nadie hízose cargo de nada, sólo se dijo como parte oficial “fallo respiratorio”.

Rocu, por su parte, hube de encontrarlo una sola vez más por aquel entonces, y con un estado netamente depresivo, poco tiempo después  se suicidó luego de tomarse un frasco lleno de barbitúricos.

¿Cuántos años hubieron de pasar… yo seguía allí o aquí?   

Kilmer y Rocu junto a esa novia que me había mandado a la mierda en ese allí antiquísimo de almanaques arrugados; y este aquí a bordo de la moto brillando mis ojos al observar esa pareja de dos mujeres aterciopeladas de beso en beso y ese río de gentes y autos respirando displicencia en esa búsqueda constante de sentirse bien, sólo eso, irrigaciones varias hacia mi cerebro que se niega todo el tiempo a desconocer lo que indica mis latidos corazonados.

De Pablo Diringuer

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