Si de nostalgia se trata hay que poner a la sombra los pensamientos, y por un instante dejarse llevar por la luz de algún recuerdo. Precisamente la remembranza de un sombrero con una pluma que era su adorno, me lleva a la historia de dicha prenda de vestir y a mi niñez.
La palabra sombrero deriva de sombra que es la finalidad por la cual se usa. Mi abuela italiana aparece en algunas fotos de casamiento con su pequeño cappello y un prendedor en el vestido como única muestra de estar de fiesta.
En la jerga rioplatense el sombrero fedora flexible y de ala corta, originario de Italia se denominó «gacho». Un exitoso tango del cantautor Carlos Gardel se titula Gacho gris.
Gacho Gris
Tango 1930
Música: Alejandro Sarni
Letra: Juan Carlos Barthe
¡Gacho gris!… compadrito y diquero,
fiel testigo de un tiempo de farra,
siempre fuiste mi buen compañero
a quien nunca he podido olvidar.
Requintado y echado a los ojos,
te llevaba en mis noches de taita,
y hoy la moda tan llena de antojos
te ha traído de nuevo a tallar.
¡Gacho gris, arrabalero!,
vos triunfaste como el tango,
y escalaste desde el fango
toda la escala social,
ayer sólo el compadrito
te llevaba requintado
pero ahora fungi claro,
sos chambergo nacional.
.………….
El sombrero es algo infaltable en la indumentaria de un tanguero.
Llamado en el lunfardo con el nombre de «funyi«, el sombrero fue objeto de inspiración tanguera; como lo demuestra el Tango «Cuesta Abajo» escrito por Carlos Le Pera y cantado por Carlos Gardel.
Cuesta Abajo
Si arrastré por este mundo
La vergüenza de haber sido
Y el dolor de ya no ser
Bajo el ala del sombrero
Cuantas veces, embozada
Una lágrima asomada
Yo no pude contener
Más allá del tango y bien cerca de mi niñez, recuerdo a Luis, padre del corazón, bancario, que usaba sombrero gris de fieltro con una infaltable plumita que lo adornaba. Tenía magia la pluma, no se quebraba ni aun cometiendo la torpeza de sentarme sobre el sombrero, a causa de mi distracción. Inquebrantable pluma casi como el recuerdo que a pesar del tiempo no se quiebra. Capítulo aparte merece la capelina que no use ni uso, tal vez algún día me decida a hacerle sombra a mi testa.