Miscelaneas
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Han Fusilado a Dorrego…
“La gente baja ya no gobierna /y a la cocina se volverá”. Dice un estribillo unitario
Han Fusilado a Dorrego…

“Cielito, cielo nublado
por la muerte de Dorrego
enlútense las provincias
lloren cantando éste cielo”.

Con estos versos sencillos los cantores populares denunciaron uno de los crímenes más absurdos de la época y que se convirtió en la chispa de la guerra civil, que enlutó a la joven Argentina durante muchos años. Porque más allá de los protagonistas, lo que en realidad confrontaban eran dos modelos de país: básicamente, uno federal y respetuoso de las autonomías provinciales y su diversidad cultural; democrático, soberano y promotor de las industrias regionales; el otro, el unitario, pretendía un país centralizado, libre importador, a su manera modernizante, pero sin reparar en costos y férreamente alineado con una concepción del mundo, cuyo centro era la civilización europea y en algunos casos, también la estadounidense; que abarcaba todos los aspectos de la construcción del nuevo Estado; desde la economía hasta la cultura, subordinadas a los modelos dominantes en dichas potencias.

Reflejo de ese pensamiento son las palabras de Bernardino Rivadavia, ministro de Gobierno del gobernador bonaerense Martín Rodríguez, al brindar en idioma inglés ante la comunidad británica en Buenos Aires, por la coronación del flamante rey de Inglaterra, Jorge IV: “… por el gobierno más hábil, el inglés; y por la nación más moral e ilustrada, la Inglaterra” (1). El brindis del ministro es toda una definición; y los hechos confirmaron que lo suyo no fue sólo un halago diplomático.

La campaña libertadora suramericana había culminado el 9 de diciembre de 1824 en la batalla de Ayacucho, Perú. Los ex virreinatos se enfrentaban al desafío de la construcción de los nuevos estados – nación. Ya no existía el poder realista español en ésta parte del continente. Después de muchos años de guerra, las economías regionales estaban dislocadas y el comercio de Buenos Aires, que durante siglos usufructuó su condición de “puerta a la tierra” y que en buena medida se enriqueció con el contrabando aprovechando las fallas del monopolio español, se había fortalecido. En el comercio portuario florecieron grandes fortunas de ilustres familias peninsulares y criollas, junto a los comerciantes extranjeros en la metrópoli y los poderosos ganaderos dedicados a la exportación de cueros y otros derivados vacunos. Las dificultades y puja de intereses, tensan la situación en el Río de La Plata. El expansionismo portugués con sede en Río de Janeiro y la siempre activa diplomacia británica, aportan a la crisis que ya se incuba desde mucho antes en ésta parte del planeta. El nudo del problema que eyecta a Rivadavia del gobierno, es la cuestión de la Banda Oriental que tiene como corolario, la guerra con el imperio carioca. Ese es el contexto en la Cuenca del Plata cuando el coronel Dorrego asume la gobernación bonaerense en 1828, con potestad para decidir cuestiones internacionales por delegación de las provincias. Pero ¿quién fue éste hombre cuyo asesinato conmovió al país y desencadenó la tragedia que siguió después?

Manuel Crepúsculo Bernabé Dorrego nació en Buenos Aires en 1787. Estudió en el prestigioso colegio San Carlos. Luego viajó a Chile a estudiar Derecho. Allí se involucra en el proyecto revolucionario y luego cruza la cordillera. Trae consigo voluntarios para la lucha armada y solicita a la Junta Revolucionaria el alta en el ejército patriota. A partir de octubre de ese año, Dorrego entra en operaciones en Salta a órdenes del primer jefe del Regimiento Patricios, Cornelio Saavedra, quien luego es reemplazado en el cargo por Juan Martín de Pueyrredón. En el norte participa en varios combates y es gravemente herido en la batalla de Suipacha; el primer triunfo criollo importante. Estando ya el general Manuel Belgrano al mando del Ejército del Norte, es enviado a Buenos Aires a realizar gestiones ante el primer Triunvirato. Vuelto al frente de guerra, el 24 de septiembre de 1812 participa en la batalla de Tucumán, con el grado de teniente coronel. El 20 de febrero de 1813 cumple un rol decisivo en la estratégica batalla de Salta que estabiliza el Frente Norte, paralizando el avance realista.

La guerra en el norte se perfilaba como una lucha de desgaste interminable. El entonces teniente coronel San Martín, llegado a Buenos Aires en 1812, aconseja. “Por el norte no haremos camino”.

Ya tenía en mente el cruce a Chile y liberado éste, concretar el desembarco por mar directamente en el centro del poder realista: Lima. El Libertador tenía razón. La pinza accionada por el mismo San Martín desde el suroeste y por Simón Bolívar desde el noreste, llevaron al colapso el poder militar imperial al cabo de un largo conflicto.

En plena lucha independentista, se suceden los reacomodamientos regionales con los enfrentamientos internos inevitables a la hora de definir modelos nacionales.

En ese marco Dorrego ya en Buenos Aires, sufre el destierro a manos del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Exiliado en Estados Unidos, retorna luego de la crisis de 1820 y es designado gobernador provisional; cargo que ejerce hasta la asunción de Martín Rodríguez en septiembre de ese año. En 1827 cae la república rivadaviana a raíz de la crisis con Brasil y la divulgación de los negociados mineros, que comprometían directamente a Don Bernardino. Con el recupero de la autonomía por parte de las provincias, Dorrego es elegido gobernador bonaerense con los poderes delegados por el Interior.

En el ínterin Manuel Dorrego rechaza por tercera vez su ascenso a general de la Nación, pese a que su excelente legajo lo habilitaba. Ya es un hombre con ideas maduras y democráticas, con una visión latinoamericana, a las cuales no sería ajena la larga charla sostenida en el Alto Perú con Simón Bolívar, en torno al proyecto de unidad continental.

Su gobierno comienza con un panorama sombrío para las Provincias Unidas. Las ambiciones del imperio esclavista brasilero sobre la banda Oriental, habían llevado a la guerra. La diplomacia inglesa jugó fuerte impulsando la independencia uruguaya, que le permitiría controlar el puerto de Montevideo, llave maestra de la cuenca del Plata y por elevación, también reducir la presencia argentina o carioca en ese enclave estratégico. La provincia “Cisplatina” debía ser para el apetito británico, “Un algodón entre dos cristales”. Es decir, un amortiguador en el juego de poder de Buenos Aires y Río de Janeiro. Pero el desembarco de los Treinta y Tres Orientales capitaneados por José Antonio Lavalleja, culminó en una guerra del pueblo contra el invasor imperial y la exigencia de reincorporarse a las Provincias Unidas. El reconocimiento argentino a ese pedido desató el enfrentamiento armado.

El negociador argentino ante la corte de Río de Janeiro, Manuel García, aceptó en primera instancia la cesión del Uruguay a los brasileños y luego, la independencia de la Banda Oriental debido a la presión británica, una independencia que los patriotas orientales rechazaban, porque exigían reintegrarse a la Provincias Unidas del Río de La Plata. Lo paradójico es que las armas argentinas al mando de Carlos María de Alvear, habían derrotado ampliamente a los esclavistas en la batalla de Ituzaingó, dejando abierto el camino al triunfo nacional. La indignación estalló en nuestro país y se extendió al Ejército en campaña, que vio como en la mesa de negociaciones se perdía el triunfo logrado en el campo de batalla. El desastre diplomático sumado a las sospechas de corrupción por una cuestión minera, arrastró al presidente y a su ensayo unitario.

Vicente López y Planes como Presidente Provisional convoca a elecciones, que en la provincia y ciudad de Buenos Aires gana Manuel Dorrego. Asume el cargo el 13 de agosto de 1827.

Recordemos que el gobernador bonaerense representaba al resto de las provincias en relaciones exteriores, paz y guerra. Su decisión de continuar la lucha para rescatar al Uruguay del dominio brasileño, fracasa ante la negativa del Banco Nacional de prestarle dinero y bajo presión inglesa para que acuerde la paz con Pedro l. El banco estaba controlado por comerciantes británicos y criollos que sólo les interesaba sus negocios. La presión británica llegó hasta la amenaza de usar su fuerza militar para que la Argentina renuncie a la Banda Oriental y reconozca su independencia. Dorrego quedó como el entregador de esa parte principal de las Provincias Unidas, ya que tuvo que aceptar la secesión de ese territorio, ante la imposibilidad de continuar la guerra.

Pese al complicado frente externo, Dorrego ordena la administración provincial, suprime las levas (reclutamiento forzoso), funda junto a Juan Manuel de Rosas la actual ciudad de Bahía Blanca, firma tratados interprovinciales, funda la Academia Militar y varias escuelas públicas e impulsa el funcionamiento de la Universidad de Buenos Aires y promueve el voto universal. La Constitución rivadaviana había impuesto el voto calificado, reducido a un sector minoritario de la población.

El Ejército en Operaciones liderado por Juan Lavalle regresa, mientras un grupo de ciudadanos prominentes teje la red del golpe de Estado. El militar unitario es acosado por cartas insidiosas que ya no se conforman con el asalto al poder, sino que exigen la cabeza del legítimo gobernador.

Juan Cruz Varela y Salvador María del Carril, son dos de los civiles que instigaron el asesinato de Dorrego. La cobardía de éstos personajes llega al extremo de pedirle al jefe sedicioso: “Cartas como éstas se rompen…” (2); escribe el poeta y periodista Varela a Lavalle, en torno a la suerte que le espera a Dorrego. Pero Lavalle tomó la precaución de no romperlas, por eso la posteridad conoció la trama secreta del crimen.

El 1 de diciembre de 1828 Lavalle se pronuncia contra Dorrego. Éste se retira a la campaña para remontar tropas leales, mientras sus generales Guido y Balcarce rinden la Capital a los golpistas.

Los unitarios desconocen al gobierno legal y apoyan a los subversivos.

“La gente baja ya no gobierna
y a la cocina se volverá”.

Dice un estribillo unitario que circula en las calles porteñas.

Juan Manuel de Rosas sostiene al gobierno con sus tropas, pero optó por replegarse a Santa Fe para pedir ayuda al gobernador y caudillo federal, Estanislao López. Dorrego decide enfrentar a Lavalle en los campos de Navarro; provincia de Buenos Aires. Es derrotado y tomado prisionero. El futuro Restaurador de las Leyes denuncia el contenido del golpe: “Sólo están con ellos, los quebrados y agiotistas que forman esta aristocracia mercantil… Los pobres de la ciudad y de la campaña están en contra” (3).

El 13 de diciembre de 1828 el gobernador legal y líder de los federales bonaerenses Manuel Dorrego, fue fusilado por Lavalle, quien se negó a entrevistarse con el condenado. “La gente baja” ya no volvió a la cocina como pretendía la copla unitaria, sino que empuñó la lanza y el fusil para dar batalla al modelo de país opuesto. Comenzaba una lucha sangrienta entre argentinos, que duraría décadas y envolverá también a la Banda Oriental. Dorrego será recordado siempre como líder y mártir del pueblo federal.

1) Diario La Razón – Historia Viva (Separata) – Buenos Aires, Julio 1966
2) Galasso Norberto – Dorrego y los caudillos federales – C. C. Enrique Santos Discépolo – Buenos Aires, 1998
3) Obra Citada

Han fusilado a Dorrego,
la patria está desangrando,
por la ambición del poder
la libertad peligrando.

Revuelo de Ponchos Rojos – Zamba
Letra: Raúl Trullenque
Música: Roberto Rimoldi Fraga

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