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Entrevista a Heraldo «Dito» Tévez, un militante de la pintada
Entrevista a Heraldo «Dito» Tévez, un militante de la pintada

Testimonios: ¿Quién es Dito Tévez?

Tévez: Mi nombre es Heraldo Marcial Tévez. Vivo en el Barrio La Colonia de Quilmes Oeste.

Nací en 1954 en el viejo Hospital Rawson de la Capital. Pero desde muy chico estoy radicado en Quilmes.

Mi familia es originaria de Santiago del Estero. Mi papá era ferroviario, señalero del Mitre. Somos tres hermanos. Dos mujeres y yo, el menor. Cuando falleció mi viejo, yo tenía siete años.

A partir del ahí vi la lucha de mi vieja por criarnos, educarnos, por sobrevivir. Los hijos teníamos 11, 9 y 7 años.

Testimonios: ¿Tus viejos tenían alguna posición política?

R: Los dos eran peronistas. Pero mi viejo venía de una familia con nueve hermanos y todos radicales. Era la oveja negra peronista. Debido a eso tuvo que abandonar la familia original.

Yo crecí escuchando charlas políticas, aunque ellos no hacían una política activa, e interesándome por lo que pasaba en la calle. Eran los comienzos de los años sesenta. Escuchaba con más interés que conocimiento. Crecí parando la oreja. Así me fui enterando que había un tipo que se llamaba Perón, que lo habían bombardeado, que lo echaron, que estaba prohibido.

Testimonios: ¿A qué edad empezaste a trabajar?

R: A los 13 años. Terminé la primaria e intenté seguir el secundario. A mi no me interesaba estudiar. Mi vieja me presionaba. La situación económica familiar me empujó todavía más a no seguir la escuela; me pareció más necesario ir a trabajar. Arranqué ayudando a un primo que era verdulero durante un año y medio; después seguí rebuscándomelas solo. Con lo que salía.

Testimonios: ¿Cuándo tomaste contacto con la política activa?

R: Siempre tuve inquietudes, curiosidad por la información social, por lo que pasaba en el país. Escuchaba especialmente a los que habían vivido la época de Perón. Andaba por los 16 años y siempre trabajando. Había arreglado lavarropas con un tano, trabajé en una imprenta, en un comercio. Cuando estaba en la imprenta, me mandaban con frecuencia a la capital a llevar o traer pedidos. Una vuelta paso por la calle Azopardo, frente a la CGT. Veo un grupo de gente que comentaba que venían de visitar a Perón. Uno de ellos era Tolosa, creo. Y comentaban la posibilidad de que Perón volviera a la Argentina. Eso fue como un disparador para mí. De a poco el tema se fue metiendo en los diarios, en la charla de la gente. Empecé a conectarme con viejos militantes de la Resistencia que había en el barrio.

Un día me invitaron a una reunión y ahí empecé a participar. Sería por 1971. La actividad dejaba de estar en la clandestinidad. La militancia pasa a ser parte de mi vida diaria. Así llegamos a 1973, entre actos, volanteadas y pintadas. Los compañeros vieron que tenía mano para las letras y me empezaron a encasillar como letrista.

Testimonios: ¿Cuándo descubrís tu vocación por los pinceles?

R: De chico ya tenía afección por el dibujo, mis padres lo notaron y empezaron a estimularme. Era muy lector de historietas. Me atraían el humor y los dibujos. Tenía habilidad. Era la admiración de la familia. Venía algún pariente y «mirá lo que hizo el nene!». Y así fue que mi vieja ya viuda, decidió pagarme un curso por correspondencia. Saqué el cupón del Paturuzito y lo mandé. Con un gran esfuerzo, la vieja me anotó en la Continental School. Fuimos a la Capital, llenamos papeles, firmó un contrato y me empezaron a mandar las clases por correo. Tenía 13 años. Digamos que comencé a estudiar, porque siempre me había gustado dibujar. Ahí noté que no era muy constante, por eso no soy un dibujante profesional. Además de dibujar, me gustaba jugar a la pelota, a la bolita, pasear.

Testimonios: ¿Completaste el curso?

R: Sí. Pero no me dio formación profesional, fue una aproximación. Después, a los 21 años, sí me anoté en una academia. No completé por problemas económicos. Más adelante, en 1977, cursé diseño gráfico en una escuela estatal.

Testimonios: ¿Entre el curso por correo y la etapa de pintor de leyendas callejeras, volviste a estudiar?

R: No. El dibujo lo retomé después, ya en la dictadura del proceso.

Testimonios: ¿Tu primera experiencia?

R: Fue a fines de 1971. Salíamos un grupo de jóvenes y algunos mayores. Pero pintábamos con brea. No había aerosoles. Recuerdo que estuvimos toda una tarde derritiendo brea. Un compañero carga el tacho con brea en la bicicleta y se le cae; la capacidad de pintar se nos reduce a la mitad, porque pintamos el paredón de la Cervecería Quilmes que es muy largo. Cuando nos quedamos sin brea, estábamos tan entusiasmados que alguien propuso pintar con pasto.

Testimonios: ¿Cómo es eso?

R: Agarramos manojos de pasto húmedo y se frotaban sobre el fondo de cal. Pudimos cumplir la consigna. «El pasto es buenísimo», decía el compañero. «No sale más».

Testimonios: ¿Qué pintaban?

R: Cámpora al gobierno; Perón al Poder. Paralelamente, me encargaron algunos cuadros con las imágenes de San Martín, Rosas y Perón; que eran la línea histórica – política que levantábamos. Los hacía en trozos de chapa para los locales. Pero no era mi única actividad. Participaba en laburos barriales, movilizaciones, que entonces eran constantes. Era muy común participar en manifestaciones partidarias o de la CGT.

Testimonios: ¿Ya estabas catalogado como «el pintor»?

R: No sé si «el pintor». Yo no me volqué a especializarme en eso. Simplemente había que salir a pintar, y siempre alguien decía: «Che, éste es bueno para las letras». Fueron las circunstancias.

Testimonios: ¿Algún problema con vecinos por las pintadas?

R: No, porque no pintábamos frentes de casas. Le dábamos a los paredones.

Testimonios: ¿Tomaban alguna medida de seguridad para prevenir posibles agresiones?

R: No nos parecía necesario. Pero había mucha fantasía sobre ese tema.

Recuerdo una vez, sería durante la campaña del FREJULI en 1972 o 73, estábamos pintando sobre el puente 14 de Agosto que cruza las vías del ferrocarril; éramos una banda de muchachos. Todos con camperas o sobretodos porque era una noche muy fría.

En el grupo había un gordo que como no alcanzaban las brochas, simplemente acompañaba.

En eso pasa una camioneta y gritan: «El gordo tiene la matraca; el gordo tiene la matraca…!» Imaginaron que el gordo era la custodia armada del grupo. Y el pobre gordo tenía las manos en los bolsillos porque estaba muero de frío.

Esto duró mientras se pudo hacer política. Meta pintada y pegatinas. Después vino el golpe y me metí en el freezer.

Aproveché para profesionalizarme. Estuve en una academia de dibujo artístico y como ya dije, también estudié diseño gráfico. Eso fue por 1977. Trabajé en una agencia de publicidad en la Capital haciendo dibujo y letras. Después fui decorador de vidrieras para una empresa textil y luego, seguí decorando por mi cuenta. Fueron 6 o 7 años sin hacer nada en política.

Testimonios: ¿Por qué?

R: Cuando empieza la represión se van perdiendo los contactos. Tal vez fue una decisión inconsciente o simplemente no hubo nadie que me chifle y me diga: «Che, vamos a hacer algo».

Quedé muy aislado, además del terror que existía.

Testimonios: ¿Cuándo retomás la militancia?

R: Cuando en 1982 se hace la campaña de afiliación, me afilié. Pero empecé a activar en la interna de 1983. Primero parcialmente. Después, cuando surge la Renovación, me meto de lleno. Eso en 1984 u 85. Vuelvo a ocuparme de las pintadas. También sacamos una revista de propaganda política. Yo hacía el logo, el diseño, títulos; todo en forma artesanal. Toda la parte de armado.

Testimonios: ¿En las pintadas seguías con la brocha y el alquitrán?

R: No. Se seguía usando cal pero también el negro de humo y el látex; y la pinceleta. Durante los años 80 participé pintando en todas las elecciones. Siempre paredones; nunca le pinté la casa a un vecino.

Testimonios: ¿Algún incidente con sectores rivales en eso que llaman «La guerra de las paredes»?

R: A mí nunca me tocó. Pero por supuesto que existen. Salen en los diarios. A veces son enfrentamientos violentos. Depende de los grupos.

Testimonios: ¿Hay códigos entre los grupos que pintan?

R: Ahora sí. A veces se acuerda respetar una pintada hasta tal o cual fecha, o no pintar sobre una blanqueada si tiene firma conocida, o saltear paredones para dejarle algo a los otros.

 Pero en otras épocas eso no existía. La calle, las paredes, había que ganarlas y eran del que tenía más presencia o más posibilidad de pintar. El que llegaba último tapaba al anterior. No se acordaba ni se respetaba nada.

Algunas veces nos cruzábamos o discutíamos con algún grupo, pero fuera de insultos o amenazas, nunca pasó a mayores.

Tampoco nos dejábamos «apretar», ni madrugar. El General Perón decía que los vivos existen porque hay tontos. Nosotros no éramos tontos, aunque nunca quise pasarme de vivo. Pero si se podía robar una consigna o una pared, también lo hacíamos. Eran las reglas del juego.

Testimonios: ¿En aquellos años, también había grupos de pintores que cobraban por hacerlo?

R: Existían, pero no era lo más común. En general, éramos militantes que salíamos motivados por una causa, a difundir una propuesta.

Testimonios: ¿A partir de la Renovación, siempre seguiste militando?

R: Seguí y sigo. Hice muchas cosas. Pero quedé encasillado como letrista. Pero ahora no soy el único, no soy imprescindible para hacer una pintada. Hay otros muchachos.

Testimonios: ¿Qué técnica usan ahora?

R: Siempre la blanqueada de fondo. Con brocha o la maquinita blanqueadora. Después la letra. Yo nunca usé camión o compresores, como hacen esas bandas de profesionales.

Testimonios: ¿Cómo vive un militante que pinta por compromiso político, que corre riesgos, que chupa frío; la competencia de los grupos que lo hacen por plata hoy para un partido y mañana para otro?

R: Yo no soy un crítico de éstos grupos; tampoco creo que debe dejar de ser un tema militante para comercializarse. No me preocupa tanto, porque es sólo un rebusque. Creo que es consecuencia de la falta de laburo y otras cosas. También de la picardía de algunos que tienen más recursos y pueden contratar grupos que pintan, pegan carteles, tocan el bombo o hacen bulto en algún acto político. Es la picardía y la falta de laburo. Por ahí yo criticaría al dirigente y no al tipo que de ésta forma se lleva algún mango a la casa.

Testimonios: Algunos de estos grupos «profesionales» por llamarlos de alguna manera, tienen fama de ser violentos, de no respetar códigos, ¿que hay de cierto?

R: Y… sí. Por lo que se cuenta hay grupos que pintan paredes pero también sirven para amedrentar rivales. Son parte de la realidad. Podríamos definir a éstos muchachos como mercenarios.

Si hay que robar una pared te la roban, si hay que apretar, aprietan; son distintas metodologías.

Testimonios: En otra época, la pintada callejera era clave para una campaña política; hoy con el auge de la televisión, las gigantografías y otros recursos, ¿tiene la misma importancia?

R: Yo creo que hoy todo pasa por los medios, en particular la televisión. Esto superó la propaganda tradicional, me atrevería a decir que incluso superó a la militancia. Porque hoy pesa más no quien tiene más militancia sino quien sale más en los medios.

Igual creo que hoy sigue siendo posible difundir propuestas por medio de pintadas, compitiendo aún con la televisión. Creo que es un recurso válido.

Recuerdo que para un aniversario de la muerte de Perón, con un compañero nos dijimos: «Hay que hacer algo por el aniversario del Viejo». Agarramos un tacho de pintura y un par de pinceles y salimos a pintar «Perón Vive», por todo Quilmes. Eso no se le ocurrió a ningún medio. Hay que ver la oportunidad, la forma de transmitir ese mensaje. Y tener un mínimo de técnica. Creo que la discusión no pasa por los medios, sí o no. Tiene que ver con la oportunidad.

Testimonios: ¿Qué pensas de los graffitis; esas pintadas que sin ser políticas expresan pensamientos, emociones, a veces en forma muy ingeniosa?

R: Acostumbro detenerme a leer graffitis. Hay ingeniosos, hay groseros, hay expresiones de amor; y en eso uno no puede estar en contra. Más allá que le moleste al vecino, porque le arruinan las paredes o escriban un monumento o un árbol.

Testimonios: ¿En la actualidad seguís militando?

R: Sigo militando y si hay que pintar, pinto. No le esquivo al bulto.

Testimonios: ¿Se siguen reproduciendo los pintores callejeros?

R: Hay algunos muchachos que se inclinan por esto. Por ejemplo en el sector donde yo milito, el Frente de Agrupaciones Peronistas de Quilmes, hay compañeros, en particular un muchacho con buenas condiciones y que pinta mucho mejor que yo. Está más en la cosa que lo que estuve yo. Es letrista; yo soy un dibujante… al que las circunstancias lo llevaron a hacer letras.

De todos modos, aunque hay una invasión de diseñadores con computadora, veo una nueva generación que toma la posta y sigue dispuesta a enchastrarse con los tachos y cagarse de frío por un proyecto político. Pero insisto: la discusión no es sobre la validez de un medio u otro; sino de la oportunidad, la conveniencia de uno y otro recurso.

Testimonios: ¿Entonces la pintada no ha muerto?

R: De ninguna manera. Es como que vos me digas que murió la radiofonía. No murió. Cambió. Esto es lo mismo. O el volante entregado puerta a puerta, no murió. Yo particularmente, creo más en ese tipo de difusión, que en los diarios o la TV.

Testimonios: También hay murales políticos…

R: Es un recurso más. El tipo que se expresa a través de un dibujo, está un escalón más arriba que el que sólo lo hace con una letra. Pero la capacidad artística en definitiva no pasa por el detalle de una letra o un dibujo; sino por la llegada del mensaje al receptor. Por ejemplo si yo hago una pintada con letra gótica perfecta, puedo ser un buen técnico. Y quizá con un aerosol o un rodillito, puedo hacer llegar mejor el mensaje.

Testimonios: ¿Qué le dirías a esos pibes que también les gusta tomar la brocha y un tacho como expresión militante?

R: Que sigan.

Testimonios: ¿Por qué?

R: porque hace falta que sigan. Porque ellos también necesitan una esperanza y una utopía como la necesitamos nosotros. Por qué me preguntabas… porque si no, no hay futuro.

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