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“Cuándo el Fascismo Regrese, lo Hará en Nombre de la Libertad”
“La aspiración democrática no es una simple fase reciente de la historia humana. Es la historia humana.” Cicerón
“Cuándo el Fascismo Regrese, lo Hará en Nombre de la Libertad”

Pareciéramos estar en un “interregno gramsciano”. Ese período de crisis y transición social, donde lo viejo muere y lo nuevo aún no puede nacer, caracterizado por la inestabilidad política, la falta de orden y la presencia de “fenómenos morbosos”.

“Cuándo el Fascismo Regrese, lo Hará en Nombre de la Libertad”
Thomas Mann advirtió en 1943 que “cuando el fascismo regrese, lo hará en nombre de la libertad”. Ocho décadas después, la frase parece más un diagnóstico social de coyuntura que una profecía. En distintos puntos del planeta, líderes que se presentan como salvadores de la “libertad” encarnan formas nuevas de autoritarismo. Cambian los símbolos, pero no la estructura de culto al líder, la demonización del adversario y la promesa de redención nacional siguen siendo los pilares de una pulsión política que la modernidad nunca logró domesticar del todo.

Rob Riemen, en “El eterno retorno del fascismo”, advierte sobre el peligro de la violencia política en sí, haciendo énfasis en el fracaso de la inteligencia. Cuando la cultura abdica de su función crítica, la democracia pierde sentido moral. “La cultura y la democracia son inseparables” escribe; recordando que el propósito último del sistema democrático, es elevar a las personas; no reducirlas a consumidores o votantes pasivos. La democracia, dice, protege todo lo frágil, los niños, los ancianos, los enfermos, los pobres. Cuando deja de hacerlo, deja de ser democracia. La educación y la cultura juegan un papel esencial y en los últimos años la educación abandonó sobre las nuevas generaciones el incentivo del pensamiento crítico, ese pensamiento que muy bien sabe estimular la lectura, cuando se abordan textos filosóficos que superen “los 280 caracteres”.

El nuevo totalitarismo, consiste en la “desactivación del pensamiento crítico”, en eliminar casi por goteo, de manera imperceptible, diferentes derechos.

Riemen retoma una intuición que ya estaba en Hannah Arendt, que el totalitarismo no se impone solo con la fuerza, sino con la anestesia del pensamiento. En Los orígenes del totalitarismo, Arendt describe cómo la masa, despojada de criterio y de sentido común, se convierte en terreno fértil para los discursos de odio. Esa “embriaguez de resentimiento” que describe Riemen es la misma que Adorno llamó “personalidad autoritaria”, una mezcla de frustración social, antiintelectualismo y fascinación por el poder.

La crisis actual no es solo económica o institucional; es una crisis de “razón pública”, una patología de la inteligencia colectiva. La sociología moderna ya había advertido que, cuando el cálculo instrumental se impone sobre la ética y la cultura, la política degenera en administración técnica o espectáculo mediático. En ese vacío florecen los discursos mesiánicos, que prometen redención a través de exterminar al enemigo.

El enemigo en la Argentina, hoy se llama “casta”, “kirchnerismo”, o algún otro “ismo” con aires de izquierda. La lógica es siempre la misma, una identidad pura contra una amenaza difusa. Y esa oposición, tan simple como efectiva, desarrollada casi exclusivamente en clave de redes sociales, desactiva la complejidad y elimina la posibilidad del debate o deliberación democrática. No hay espacio para el pensamiento crítico, ni tolerancia al esbozo de un análisis sobre el tema. Lo que importa es “domar” al interlocutor sin esgrimir mayor argumento que el leguaje violento, la descalificación o el uso de la falacia.

La Argentina actual ofrece un ejemplo inquietante de este proceso. Javier Milei, que en 2021 irrumpió en la escena política como un fenómeno excéntrico, logró canalizar el hartazgo social en una narrativa de redención “liberal libertaria”. Como ocurrió con Trump en 2016 y 2024 o con Bolsonaro en Brasil. El “outsider” que parecía un bufón (the Joker), terminó encarnando el resentimiento de amplios sectores que se sienten defraudados por la política tradicional. Lo que comenzó como meme, transformándose en catarsis, terminó siendo gobierno.

Antonio Gramsci diría que, toda hegemonía se construye sobre la producción de sentido común. El discurso de la “libertad” se transformó en un dispositivo ideológico que legitima el desmantelamiento del Estado y cualquier política social. En nombre de liberar al ciudadano del “colectivismo”, se recortan jubilaciones y se reprimen jubilados, se desfinancia la universidad pública, se reduce el presupuesto en Salud, Educación, Ciencia y Tecnología y se precariza el trabajo. La motosierra no corta solo partidas presupuestarias y estructuras estatales; deja trabajadores sin empleo, elimina derechos, corta vínculos sociales, descuartizando la empatía y la memoria colectiva.

Lo paradójico es que buena parte de la sociedad celebra estos golpes como si fueran victorias propias. El antiperonismo mutado en antikirchnerismo funciona como dispositivo emocional de cohesión, el sufrimiento personal se tolera, si el enemigo es castigado. Tanto la psicología clínica como la Social, explican este comportamiento de las masas, de identificación con el líder, que pareciera producir placer en “la agresión compartida”. El ciudadano común, el trabajador, es capaz de sacrificar su bienestar, con tal de ver humillado al otro, sindicado como “culpable” o enemigo exterminable. Pareciéramos estar asistiendo a un período en que la racionalización no conduce los comportamientos sociales.

Desde una mirada sociológica, lo que podemos observar es una “reconfiguración del populismo”, en clave neoliberal. La novedad de esta etapa es que “el Pueblo” se define por la defensa del mercado. Es un populismo invertido, el pueblo no se organiza para disputar el poder económico, sino para defender “la libertad del capital”; un porcentaje importante de la población trabajadora pareciera sufrir del síndrome de “Stephen Candie”, ese personaje de la película “Django sin cadenas” de Q. Tarantino, que “Jon Kokura” utiliza como metáfora para aquellos trabajadores que defienden los intereses y privilegios de sus empleadores. Un esclavo negro, que se identifica con su amo blanco y desprecia a los de su propia raza, actuando como si perteneciera a la misma clase social que su amo, defendiendo los intereses de las clases dominantes y justificando sus privilegios ancestrales.

S.C.: – ¿Ha visto amo? ¡Ese negro tiene un caballo!

C.C.: – ¿Y..? ¿Tú quieres un caballo Stephen?

S.C.:  ¿Pa´qué coño quiero yo un caballo? ¡Lo que quiero, es que ese negro No lo tenga!

 “El esclavo no odia las cadenas, odia no tener a quien encadenar” diría Nietzsche

La culminación del proyecto neoliberal, en torno a las relaciones del trabajo, con la uberización de la economía y el trabajo de plataformas, pareciera lograr convertir al sujeto político en “pseudo-empresario de sí mismo”, responsable de su destino, incluso cuando el sistema lo condena a la exclusión. En esa moral de la autoexplotación, la pobreza deja de ser un problema político y pasa a ser una “culpa individual”, una responsabilidad del trabajador que pareciera desconocer que con su esfuerzo, sumado al de miles, está llenando las arcas y los bolsillos de un empresario, que multiplica su riqueza, a costa del esfuerzo y la explotación laboral de esos miles.

La consecuencia en la implementación de estas políticas, es que la ciudadanía ya no se concibe como comunidad deliberativa y organizada, con capacidad para decidir sus destinos, sino como agregación de individuos que compiten entre sí, detrás de una zanahoria que jamás alcanzarán. En ese contexto, las instituciones tradicionales de la democracia liberal no han podido, o no las han dejado, ofrecer respuestas a este tipo de problemáticas, perdiendo legitimidad. La política se convierte en marketing y la democracia se reduce a una técnica electoral, que busca ganar elecciones y legitimar a través del voto la construcción de este nuevo sentido común, que justifica la pérdida de derechos en razones de mercado.

Riemen se pregunta por qué las ciencias naturales avanzan, saben encontrar soluciones efectivas a los problemas de la física, pero las humanidades, con la filosofía en primer lugar, son incapaces de influenciar positivamente en la psicología de la sociedad. La respuesta, quizá, esté en la pérdida de sentido, que describía Max Weber con la “jaula de hierro” de la racionalidad instrumental, que ha colonizado todos los ámbitos de la vida. Cuando la técnica reemplaza a la ética y la emoción sustituye al pensamiento, la política degenera en espectáculo.

En la Argentina de hoy, esa “fatiga moral” se traduce en resignación. Muchos eligen no votar (“porque todos los políticos son iguales” o “porque ninguna propuesta los enamora”) y otros lo hacen movidos por el odio, el hastío o el miedo, más que por convicción. La inusitada intromisión de D. Trump en la política interna del país, marcó un punto de inflexión. Violó todos los manuales de la diplomacia, insuflando el temor a la debacle financiera y a una nueva crisis económica, al afirmar que “Si no gana Milei, no hay ayuda”. Poco después, el Tesoro de los Estados Unidos intervino en el mercado cambiario argentino, con una maniobra inédita hasta el momento en la historia de América Latina (por lo menos tan abiertamente, ante los ojos de todos, sin ocultar su intención). Una vez más, la historia vuelve a demostrar la extraña capacidad social de elegir “verdugos en defensa propia”. Y así, mientras el Gobierno celebra “el fin de la casta”, un sector de la sociedad celebra la derrota del enemigo, aunque eso implique perder derechos conquistados con el esfuerzo y la sangre de nuestros padres y abuelos. El sufrimiento ajeno parecería ser menos doloroso si recae sobre los “kukas”; aunque eso implique aceptar que el presidente le haga bullying a un niño con trastorno del espectro autista (TEA), desfinanciar el Hospital Garrahan, o eliminar los programas de asistencia gubernamental a personas con discapacidad; y otro sector, probablemente con menor compromiso político, observa con miedo a las consecuencias que su voto podría provocar en el dólar, la inflación, el riesgo país y los mercados.

“La aspiración democrática no es una simple fase reciente de la historia humana. Es la historia humana.” Cicerón

Una politóloga amiga, me recordaba la máxima aquella de que “los pueblos no se equivocan, los que se equivocan son sus dirigentes” y lo profunda que es la actual “crisis dirigencial”, que el Pueblo volvió a optar por sus “verdugos”, antes de votar a la “histórica clase/casta política dirigente” que, se supone, debe velar por el bien común y más cuando esa “histórica clase” viene sufriendo importantes desgastes en las imágenes de sus cuadros dirigentes; con el agregado, que desde ninguno de los espacios que representan mayoritariamente el espíritu Nacional y Popular, han siquiera esgrimido alguna intención de realizar autocríticas sinceras, en pos de analizar los errores cometidos cuando fueron gobierno. Un sector de la sociedad, espera escuchar propuestas, acorde a los tiempos que vivimos, que valoren las experiencias del pasado, planificando a 4, 8 y 16 años políticas que ofrezcan mejoras sociales y económicas palpables, tanto para un futuro inmediato como mediato. Es imposible dejar de observar, que concurrieron a las urnas un poco más del 67% de los ciudadanos habilitados para votar y si, al porcentaje de ausentismo (33%), le sumamos el voto en blanco (1.8%) nos da como resultado que el 34.8% de la población en condiciones de ejercer su voto, optó por no apoyar ninguna de las propuestas ofrecidas, posicionándose como la opción más elegida entre los argentinos. La Libertad Avanza obtuvo el 25.9% de los votos, en tanto que Fuerza Patria, logró el 21.52%, reitero si lo calculamos sobre el total del padrón de ciudadanos habilitados para votar. Independientemente de que sería un error analizar el “NO VOTO” como un sector homogéneo, lo que está claro es que ninguna de las opciones ofrecidas por los partidos políticos logró interesar a la mayoría de la sociedad; o un sector mayoritario, no se sintió contemplado ni contenido en las ofertas políticas ofrecidas por los partidos tradicionales.

Las democracias liberales son partidistas y, como tales, necesitan de partidos políticos funcionando, con mecanismos internos que garanticen a través de la participación democrática, formas de renovación de sus cuadros dirigentes. Si algo demostró la elección del 26 de octubre de 2025, es que los partidos, si bien no han sabido interesar, ni enamorar a la mayoría de los argentinos y argentinas, tampoco, son “cascaras vacías” o meras herramientas electorales; el Pueblo cuando va a votar, sigue optando por las estructuras partidarias de su preferencia, más allá de quienes figuren en la foto o encabecen las listas. Sin dudas que los ciudadanos que integren esas listas, en la medida que gocen de buena imagen ante la sociedad, le aportarán a ese partido el plus necesario para ganar con holgura, en la medida que las propuestas, desarrolladas por los candidatos, tengan como eje central la solución de los problemas que hoy aquejan a nuestra sociedad y puedan palparse en objetivos tanto estratégicos como específicos, en opciones realizables.

Pareciéramos estar en un “interregno gramsciano”. Ese período de crisis y transición social, donde lo viejo muere y lo nuevo aún no puede nacer, caracterizado por la inestabilidad política, la falta de orden y la presencia de “fenómenos morbosos”. A pesar de los peligros que este estadio presupone, podría ser la oportunidad para que surjan nuevos liderazgos, irrumpan en la escena política nuevas caras, nuevos conductores, caracterizados por una ética profundamente humanista y profundamente cristiana. Que propicien la “cultura del encuentro”; que piensen la democracia como ese sistema de gobierno que tiene como finalidad hacer lo que el Pueblo quiere, y defienda un solo interés, el del Pueblo. Que centre sus objetivos en aquellos que trabajan buscando progresar; donde los únicos privilegiados sean los niños y los ancianos; Que los objetivos políticos sean poner el capital al servicio de la economía y ésta al servicio del bienestar social, propiciando lograr, como meta, una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Publicado en 8 noviembre 2025 por Tesis 11

*Rodrigo de Echeandía, Abogado especializado en Negociación Colectiva y Empleo Público. Psicólogo social. Dirigente sindical. Gestor Cultural y de Políticas Públicas, Editor, Emprendedor Editorial. Fue Coordinador General de Juventud de la Cruz Roja Argentina; Secretario General de UPCN en la Delegación Ministerio de Cultura de la Nación; Secretario de Comunicación y Prensa de UPCN Secc. Capital. Fue Asesor de la Secretaría de Trabajo de la Nación; Gerente de Medios, Exhibición y Audiencias en el INCAA; posee publicaciones en medios especializados sobre el Futuro del Trabajo; Colaborador del I.M.T. de la Untref (Julio Godio); Docente – Capacitador. Miembro del concejo editorial de la Asoc. Civil, Cultural y Biblioteca Popular Tesis11

Referencias y Autores Citados
Thomas Mann (1875–1955), novelista y ensayista alemán, Premio Nobel de Literatura. En plena Segunda Guerra Mundial advirtió que “cuando el fascismo regrese, lo hará en nombre de la libertad”, anticipando la manipulación del discurso liberal con fines autoritarios.

Rob Riemen (1962), filósofo holandés, autor de “El eterno retorno del fascismo” (Taurus, 2010). Sostiene que la democracia solo sobrevive si preserva su dimensión moral y cultural, y que la pérdida del pensamiento crítico abre paso a nuevos totalitarismos.

Hannah Arendt (1906–1975), filósofa política alemana. En “Los orígenes del totalitarismo” (1951) describió cómo la masa despojada de criterio se convierte en terreno fértil para el odio y la manipulación.

Theodor W. Adorno (1903–1969), miembro de la Escuela de Frankfurt. En La personalidad autoritaria (1950) analizó la relación entre frustración social, antiintelectualismo y fascismo.

Antonio Gramsci (1891–1937), pensador marxista italiano. En sus Cuadernos de la cárcel desarrolló la noción de hegemonía cultural y el concepto de “interregno”: los períodos en que lo viejo muere y lo nuevo aún no puede nacer.

Max Weber (1864–1920), sociólogo y economista alemán. En su idea de la “jaula de hierro”, que limita la libertad, al atrapar al individuo en el sistema capitalista, del que no pueden imaginar escapar; advirtió sobre la colonización de la vida por la racionalidad instrumental y la pérdida de sentido ético.

Friedrich Nietzsche (1884-1900), filósofo, filólogo, dramaturgo y poeta alemán

Marco Tulio Cicerón (-106 – -43 a.C.), filósofo y jurista romano, símbolo del naturalismo clásico.

D.N.E (Dirección Nacional Electoral – Ministerio del Interior)

Quentin Tarantino (1963), cineasta estadounidense. En “Django sin cadenas” -“Django Unchained” (2012), el personaje Stephen Candie encarna la identificación del oprimido con el opresor, metáfora retomada como crítica al trabajador sin conciencia de clase.

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