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Nomadland
Una Vida en la Ruta
Nomadland

Fern estaba casada con un empleado de una compañía que manufactura materiales de construcción. Tras una larga agonía, él muere y ella queda viuda, viviendo en la pequeña localidad Empire. En el 2008 la Gran Recesión azotó a Estados Unidos, y de entre las tantas empresas que cerraron, la de ella fue una. El pueblo donde Fern vivía se convirtió en un sitio fantasma, incluso perdió su código postal. Obligada por las circunstancias adversas, la mujer, entrada en su sexta década de vida, acondicionó su pequeña camioneta y se lanzó a las rutas de la Costa Oeste, en búsqueda de trabajo golondrina, lugares para estacionar y dormir, en pos de un nuevo estilo de vida que probablemente nunca buscó.

La mujer, estoica, se resiste a la oportunidad que le ofrece su hermana de ir a vivir bajo techo.

Debby y su marido George, empresario de bienes raíces (y un contrapunto ideológico con la protagonista, breve pero sustancial) intentan tenderle una mano a una persona que consideran desesperada, pero no comprenden la nueva visión de vida que adquirió manejando por interminables rutas norteamericanas. Fern busca en la soledad mantener vivo el recuerdo de su esposo, para no dejarlo morir del todo, mientras lucha contra un sistema económico que deja de lado a las personas mayores. Es una batalla por la supervivencia diaria, por momentos bucólica, poética, pacífica; por momentos poco glamorosa, dura, y hasta helada. La vida nómada requiere ir en búsqueda de los climas cálidos, los empleos temporales y una pequeña pero fuerte comunidad que se apoyan mutuamente.

La camaradería es una de las características que la película destaca en varios puntos del metraje. Fern traba amistad con una entrañable mujer anciana llamada Linda May, que la ayuda en su trabajo temporal en Amazon, empacando casas, y le indica el camino hacia una de las comunidades nómades más grandes, liderada por Bob Wells, un hombre cuyo hijo se suicidó, que agrupa en Arizona a cientos de personas que viven en sus vehículos. El hombre fomenta el estilo de vida minimalista, pero no se caracteriza como un gurú sino una persona que ofrece una segunda oportunidad a las personas que fueron desplazadas por el capitalismo salvaje que, según sus palabras, trata a la gente como caballos de arreo y cuando se acaba su vida útil, los mandan a pastar, olvidándose de sus necesidades.

A lo largo de la película veremos situaciones cotidianas que tiene que transitar la protagonista. Problemas técnicos con su camioneta, la escasa disposición espacial de la que dispone en el interior de su vivienda, hasta los pormenores de tener que ir al baño dentro de una vehículo. Todos esos “sacrificios”, al menos desde la perspectiva de personas sedentarias como la mayoría de los que ven el film, parecen desaparecer cuando la directora muestra los increíbles paisajes que Fern vislumbra. Aquellas tierras en apariencia infinitas son la recompensa.

También conoceremos a otros personajes igual de memorables en el camino. Dave, la única figura ficticia aparte de Fern, es un hombre que se lanzó a la ruta tras una turbulenta relación con su familia. Swankie, una mujer de 75 años con cáncer terminal de cerebro, busca una última aventura: llegar a Alaska para ver la tierra en donde se crió antes de morir. Linda May (que originalmente iba a ser la protagonista del film) otra anciana mujer de energía aparentemente inagotable, que desea volver a su tierra natal para construir una casa autosustentable y así tener algo para dejarle a sus nietos.

Dave se convierte en una especie de interés romántico para Fern, pero es un sentimiento unilateral. Cada vez que la mujer parece comenzar a forjar un vínculo, se sube a la camioneta en dirección a nuevos destinos. Los dos trabajaran juntos, realizaran trueques, compartirán silenciosas comidas contemplando el vasto territorio desértico que habitan. El hombre le ofrecerá lo que parece ser una última oportunidad de estabilidad a la mujer, que se debate entre la ayuda que le ofrece tanto Dave como su hermana, y la vida nómada.

Nomadland no tiene una “historia” tradicional, no hay una trama definida, sino que se centra en el personaje de Fern. Son una serie de viñetas que retratan la vida real de los nómades norteamericanos, un grupo de gente que vive de forma similar a la que describe la cinta. El estilo narrativo es casi documental, mayoritariamente cámara en mano cuando los personajes interactúan, y planos generales, gigantes, que priorizan el entorno generando la sensación de que las personas son minúsculas partículas en un océano inconmensurable.

Frances McDormand es la protagonista absoluta de este retrato costumbrista, y justifica con creces su nominación al Oscar. La actuación se basa no sólo en los diálogos, de los cuales ella es más oyente que oradora, sino en cómo ella transita los ambientes que le toca habitar. Vemos el esfuerzo que le reportan los trabajos manuales a una mujer de su edad, los pormenores de dormir con temperaturas extremas en una camioneta que no fue diseñada para vivir dentro. Cuando Frances sonríe, se nota la honestidad en aquel gesto. Fern no expresa nada que no quiera expresar, por eso cuando la sonrisa aparece, lo hace con potencia. La construcción de esta criatura memorable se apoya también en todo lo que la actriz no manifiesta. En muchos pasajes del film está al borde del llanto y vemos cómo ella se fuerza a no derramar lágrimas que no considera necesarias. Pero cuando lo hace, se siente genuino.

Pero lo que más impactó a quien escribe es la mirada que ofrece la actriz. Es muy difícil crear empatía en el espectador con tantos planos de ella mirando otras cosas. Fern mirando un paisaje, Fern mirando como tocan el piano o Fern con los ojos cerrados, flotando desnuda en un pequeño río perdido en un bosque, para luego mirar de costado una cascada. Se intuye en esa mirada que está tomando fotografías mentales de todo lo que ve, y que intenta absorber cada experiencia, como si redactara un diario invisible. En esos ojos se ve el dolor de lo que pasó, la incertidumbre de lo que vendrá y la determinación a vivir el presente, sea como sea. Frances McDormand entrega una actuación que hipnotiza.

Chloé Zhao, directora china establecida en Estados Unidos, logra un film de una potencia poética arrolladora, a pesar de que es una película que no tiene un ritmo vertiginoso en ningún momento.

Ubica la cámara de forma no invasiva, decidiendo ser un espectador de las escenas. Lo más admirable es el trabajo que hizo con la mayoría del reparto, que no son actores sino nómades reales. Todos utilizan sus nombres y brindan monólogos intensos, con candidez genuina. En ningún momento uno piensa que está viendo gente que intenta actuar siguiendo las líneas del libreto, sino que parecen conversaciones reales. En parte esto es porque, si bien hubo un guión, Zhao conversó mucho con sus actores, y decidió incorporar muchas de sus historias y luego insertó el personaje de McDormand en la ecuación. Una jugada por demás inteligente, que aporta a la veracidad del relato. Cuando la nominaron a mejor directora para la próxima entrega de los Premios de la Academia norteamericana, pocos que hayan visto el film se sorprendieron.

La fotografía de Joshua James Richard es preciosista, repleta de planos generales que lucen como pinturas gigantes. Aprovecha a la perfección los paisajes variados de la Costa Oeste que transitan los personajes, y es una de las claves para que los pasajes más contemplativos de Nomadland sean un deleite a la vista. No importa que no “pase mucho” en la historia, porque lo que se ve es tan hermoso que cuesta quitar la vista de la pantalla. Richard también fue nominado a un Oscar por su labor.

Nomadland es una película que, por ahí, no sea para cualquiera. No tiene un ritmo veloz, es un film sumamente reflexivo que toca temáticas que generan más preguntas de las respuestas que ofrece. Este film es una pausa hermosa del vértigo habitual de los tanques hollywoodenses.

La película se estrena hoy, 15 de abril, en los cines argentinos.

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