Piedra Libre
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La Exclusión Social
Como se ha visto con el paso del tiempo, el problema de fondo (entonces y hoy) es el modelo de Nación
La Exclusión Social

El gaucho, protagonista junto a una franja criolla intelectual de nuestra Guerra de Independencia y luego de las guerras civiles, por historia e identidad fue el forjador del Ser Nacional Argentino en ese momento histórico.

Rep – Página 12 – 21-07-24 –

La Exclusión Social
El protagonista de nuestra obra literaria más representativa, es también un personaje que simboliza a buena parte del habitante rural de nuestro país, en una etapa determinada del siglo XIX.

A partir de la caída de Juan Manuel de Rosas, el modelo económico – social vencedor más allá de la precaria sobrevida de la Confederación Argentina bajo los gobiernos urquicistas (Urquiza, luego Santiago Derqui), trajo aparejado también un profundo cambio cultural cuyos ejes pasaron por el alejamiento de las tradiciones hispano – americanas y la estigmatización del principal sujeto social: el pueblo criollo.

“No trate de economizar sangre de gauchos. Es lo único que tienen de humano. Este es un abono que es preciso hacer útil al país” (1).

Así aconsejaba Domingo F. Sarmiento al brazo ejecutor de esa política, el general Bartolomé Mitre. Las ideas del sanjuanino, aún las más brutales, son una concepción de país sintetizada en su apotegma “Civilización o Barbarie”. Lo propio era “bárbaro”; lo extranjero, aún a contramano de nuestra realidad, representaba la “Civilización”. Como se ha visto con el paso del tiempo, el problema de fondo (entonces y hoy) es el modelo de Nación.

El gaucho, protagonista junto a una franja criolla intelectual de nuestra Guerra de Independencia y luego de las guerras civiles, por historia e identidad fue el forjador del Ser Nacional Argentino en ese momento histórico.

El porteñismo triunfante impuso su modelo extraño de “Civilización a palos”, como lo confirman las sangrientas expediciones al Interior resistente bajo el mando de la dupla Sarmiento – Mitre.

El proyecto liberal se impuso y el gaucho que no se sometió pasó a ser perseguido.

“Nos mandaba el coronel
a trabajar en sus chacras
y dejábamos las vacas /
que las llevara el infiel”;

dice un Martín Fierro convertido en “milico” a la fuerza, mientras el desarraigo le arrebataba la familia y sus pequeños bienes. Para seguir vivo sólo le quedaba convertirse en “matrero”; desertor y gaucho malo, a los ojos de un poder que sólo podía consolidarse encuadrando a la fuerza la población bajo sus designios.

La primera parte del poema (El Gaucho Martín Fierro) es una crónica dramática

desarrollada en un tiempo impreciso, salvo por algunas pistas que el autor deja como

al pasar. La tragedia del flamante excluído se contrapone con una difusa Edad de Oro:

“Sosegao vivía en mi rancho
Como el pájaro en su nido
Allí mis hijos queridos

Iban creciendo a mi lao
Solo queda al desgraciao
Lamentar el bien perdido” (2).

Es decir, existió un tiempo en que vivir mejor no era un privilegio ni una fantasía; fuela norma, porque la realidad así lo demostró.

El gaucho del siglo XIX como sujeto histórico, fue aniquilado por los cambios económicos con su integración forzada “manu militari” a las reglas del Modelo y la desaparición de alternativas políticas (caudillos y montoneras federales).

Extinguido el peligro “bárbaro” del gauchaje pobre, las oligarquías locales integradas a la división internacional del trabajo diseñada por el imperio británico, imaginaron una granja proveedora de riqueza infinita: “El granero del mundo”, expuesto en una acumulación de riqueza obscena e improductiva. Entonces rescataron al gaucho sólo como figura literaria, despojado de todo contenido social y político para enfrentar un nuevo “peligro”, lo que llamaron “el aluvión blanco”; la masa inmigrante europea expulsada de sus patrias por los cambios en los modos de producción y que arribaron a nuestras costas, en búsqueda de una vida mejor.

Con los inmigrantes que en general se hacinaban en los conventillos, llegaron también ideas revolucionarias. Nuevos aires de rebeldía soplaron en la Argentina retomando antiquísimas tradiciones de lucha, fusionando apellidos criollos con los gringos recién llegados, hermanados frente a las injusticias sociales.

Martín Fierro resucitó en las nuevas generaciones que enfrentaron a los antiguos enemigos, con flamantes sellos políticos que en algunos casos, se proclamaron herederos de las mejores tradiciones de nuestro gauchaje proscripto.

Más allá del paso de los años y la tensión permanente entre dos modelos de país antagónicos, en la memoria colectiva subyace la experiencia histórica que acumula victorias y derrotas, recordándonos que la Larga Marcha de los argentinos por una sociedad más justa nunca fue gratuita, ni se trata de una línea recta siempre ascendente.

Desde las jornadas de 1806 y 1807 contra el invasor inglés, las batallas por la Independencia, las guerras civiles y las grandes conmociones sociales y políticas posteriores, siempre tuvieron como protagonista a las masas, que supieron engendrar los liderazgos necesarios en cada etapa para reemplazar las conducciones vacilantes.

Pese a ser un personaje de ficción, Fierro encarna una suerte de santo laico en el que se ve reflejado gran parte de nuestro pueblo cuando lucha, canta o reflexiona. “Los hijos de Fierro”, tituló el cineasta Fernando “Pino” Solanas a una de sus películas, evocando con acierto a nuestro pueblo en esos días de resistencia a la opresión. Sin dudas que a aquellos “Hijos de Fierro” hoy se agregaron nuevas generaciones que como las anteriores, anhelan habitar una Nación digna.

José Hernández puso en boca de su criatura la infinita sabiduría popular, recogida en años de deambular por la Patria. Entre otras cosas, Fierro nos dejó un consejo o mandato:

“Tiene el gaucho que aguantar
Hasta que lo trague el hoyo
O HASTA QUE VENGA ALGÚN CRIOLLO
EN ESTA TIERRA A MANDAR” (3).

1) Carta de Domingo F. Sarmiento a B. Mitre del 20/9/1861. Citada por Norberto Galasso en Cuadernos para la Otra Historia – Bs. As. – 2000.-
2) Hernández José – Martín Fierro. Canto III – Verso 295.- Edición Cultural Argentina – Bs. As. 1968.-
3) Ibid. Canto XII – Verso 2091.-

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