Al Pie de la Letra
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Dekán Kómmunist
Cuento de Pablo Diringuer
Dekán Kómmunist

En el año 1986 en una no tan grande ciudad al norte de Ucrania hubo de ocurrir una situación catastrófica, la cual, en un principio, se tomaron medidas no solamente para corregir el gran error provocado, sino también, tapar la realidad de los hechos y no alarmar al común de la opinión pública.

URSS, 25 de abril de 1986; ciudad de Chernobyl en donde años atrás se había construido una gran central nuclear que, a partir del funcionamiento de la misma hubo de albergar cientos de personas que, con sus respectivas familias hubieron de ocupar unos cuantos edificios sitos en un nuevo pueblo llamado Prípiat que era exclusivo de todos los trabajadores de la planta nuclear en cuestión.

Construida inicialmente por los años 70, finalmente comenzó su total funcionamiento una década después; proveía su energía a vastas regiones del continente, y tal vez producto de cierto acostumbramiento en su accionar -aunque no se lo pudo probar fehacientemente- no se tomaron las precauciones necesarias y básicas para la no ocurrencia de hechos desagradables y perjudiciales hacia el común de las personas: ese día 25 de abril de 1986 el reactor número 4 de la central nuclear, estalló en millones de partículas y esa invisibilidad radiactiva se esparció cientos de miles de hectáreas en su alrededor lo que motivó la evacuación no solamente de los trabajadores y sus familias residentes de esos mismos sitios, sino también su repercusión en Ucrania, Bielorrusia y Rusia mismo.

Ciudad abandonada a su suerte y abandonada de hecho en donde el silencio arremetió de la noche a la mañana y la amplia mayoría de seres vivientes se transformaron en inertes de mudez y quietud; el Hombre como género no volvió sobre sus pasos; los pájaros dejaron de picotear cánticos entrelazados con vientos de hojas; los escasos lobos desafiantes huyeron entre los matorrales y los rezagados ni siquiera lograron oxigenar vida; cocodrilos y lagartos sucumbieron inmersos en el putrefacto riacho sin más vida que el propio suicidio de sus gusanos epiteliales.

Las fotos satelitales y de robots aéreos mostraban con lujo de detalles cómo en medio del vacío existencial de vida, sólo sobrevivían algunos árboles marchitos… el resto resultaba ser un silencio lunático en donde millones de hojas cadavéricas pululaban de aquí para allá mientras el viento acariciaba los cúmulos neveros sobre los techos abandonados y las alfombras blancas disimulaban de invierno la muerte tras su escarcha.

Chernobyl no solamente era tapa de los diarios y pantalla gigante de los televisores; a través de los voceros radiales, poco a poco fueron abriendo el dique de contención de la gravedad de los hechos y su repercusión en los sectores aledaños. En un gran radio de extensión de kilómetros todo ser habitante debía ser evacuado y completar la tarea con exhaustivo estudio de su salud física y mental no solamente inmediato, sino también a futuro pues el insostenible control emanado del escape de radioactividad se había tornado incontrolable y lo más probable era que una gran cantidad de personas tuvieran mutaciones en sus genes lo que provocaría inevitablemente deformaciones de todo tipo con sus consiguientes e ineludibles problemas de salud muy proclives hasta la muerte misma. El riesgo, también se trasladaría a las futuras generaciones con grandes posibilidades de notorias deformaciones en sus organismos. Los más estudiosos del tema hablaron después, de una tardanza de miles de años hasta que la región se viese normalizada, con lo cual, en las diferentes expediciones que se hubieron de realizar con extremas medidas de seguridad y trajes netamente protectores contra la radioactividad, fueron constatando año tras año y con extraña sorpresa, que la naturaleza comenzaba a readaptarse más rápida que lentamente a semejante y perversa realidad contaminante; en este sentido, aquella vegetación quemada y achicharrada por ese veneno invisible, logró extrañamente acomodarse a las circunstancias y repoblar de a poco esa especie de desierto catastrófico. Unos años después, nuevamente, y de llamativa presencia, el lugar comenzó a poblarse de diferentes especies de animales cosa por demás asombrosa porque los niveles de radiación seguían altos, pero aun así, manadas de lobos hicieron su aparición quizá, algo sorprendidos por la inexistencia del Hombre.

El Río

El pueblo fantasma de Prípiat, aquel que albergaba a más de cuarentamil personas directamente ligadas a la central nuclear de Chernobyl, logró, en los últimos años recuperar una especie de puerto en el cual algunos barcos de pequeño porte consiguen transportar algunos elementos de carga para las industrias carboníferas que recorren largas distancias. Producto de la contaminación todavía existente, no mucho tiempo deben detenerse por esos lares, no obstante lo cual, aprovechan diferentes embarcaciones para intercambiar productos alimenticios de otras regiones que no corrieron ningún tipo de riesgo contaminante. En ese puerto del mismo nombre de la ciudad fantasma, los marinos se quejan que por el poco tiempo que están no pueden resguardar esa mercadería ligada a la alimentación producto de ciertos animales merodeadores, algunos simios u orangutanes, que roban o saquean y destruyen gran parte de las existencias. Por tal motivo, ciertas barcazas han optado por incorporar algunos perros vigilantes que no dudan instante alguno en atacar a aquellos animales que osasen subir a bordo en pleno amarre del puerto y así, proteger de tales usurpadores de alimentos. En uno de esos pequeños barcos un capitán del mismo optó por incorporar a un extraño perro mutante de la zona con cabeza de lobo cuyo aspecto físico era el hazmereir de todos pues el mismo era de una deformidad muy llamativa, pero ante la aparición de algún mono o díptero robador de alimentos no dudaba en cumplir su misión y destruir a quien así lo intentase. El animal era verdaderamente feo, sus patas traseras ocupaban a la inversa, las de adelante; y en su extremo anal, la flaqueza de sus patas ubicaban una irrealidad fantasmagórica e inentendible a la vista de cualquier acepción racional humana, y sobre todo, en el normal acostumbramiento visual tal cual los seres racionales entendían la común imagen de un simple perro. Para complicar todavía más ese raro paisaje contemplador del animal en cuestión, el aparato genital del mismo se hallaba a la altura casi de su pecho, y en su cabeza, uno de sus ojos aparecía más distante, casi apartado hacia su lado izquierdo. Era verdaderamente un extraño perro bien deforme, pero era el mejor en el trabajo para el cual lo habían adoptado; no se le escapaba ningún bicharraco invasor y cuando atrapaba alguno, muy pocas veces quedaba con vida.

En el extenso recorrido del barco que lo llevaba, el buque solía parar en varios amarraderos y el lobo deforme si le daban permiso descendía del mismo y se atrevía a husmear por los alrededores quizá, atraído por alguna hembra ambulante de oportunidades; nunca se alejaba demasiado del barco, y ante algún silbido de los marinos, automáticamente regresaba y se trepaba raudamente ante la inminente partida. El cuadrúpedo ni siquiera tenía nombre, bastaba algún sonido de parte de los marinos con el cual se sentía identificado y obedecía al instante. Así resultó ser durante los dos primeros años iniciales de su periplo marítimo, hasta, es más, ya se había corrido la voz de su firmeza vigilante y ruda en el trabajo encomendado y resultaba ser algo famoso entre los distintos barcos que se cruzaban todo el tiempo. En uno de esos últimos viajes y a punto de extender los dos años de su acostumbrada experiencia, la nave hizo un trasbordo y toda la tripulación -salvo el capitán y un par de marineros- quedó en tierra.

El Mar

La orden de la empresa marítima encargada de diagramar los viajes, era que tanto ese jefe marino como dos de sus hombres de mayor confianza, deberían cambiar de barco y de ruta marítima, con una extensión más que larga por un nuevo convenio económico de exportación carbonífera para regresar luego, nuevamente a la región con las bodegas llenas de vinos y cereales. El viaje en cuestión era cruzar el océano atlántico, más precisamente dirigirse hacia la República Argentina. Con el nuevo buque, mucho más grande que el acostumbrado hasta ese momento, la tripulación hubo de cambiar radicalmente y salvo los tres que venían juntos desde tiempos ha, todos los demás eran verdaderamente casi extraños. El capitán antes de hacerse cargo del nuevo buque, parte de llevarse todo lo referente a sus utensilios y mapas de su propio archivo, sin embargo, lo primero que ordenó fue que ese raro perro mezcla de lobo con deformidad inmediatamente subiese al nuevo y gigante habitáculo. Los demás marineros del barco se espantaron cuando lo observaron, en cambio, los tres que lo vieron crecer junto a ellos, reían cómplices.

El viaje en altamar duró… poco más de una semana, tiempo suficiente para que tanto la tripulación como el animal en cuestión se aclimataran en el trato cotidiano, tanto fue así, que en los turnos que rotaban para las diferentes comidas, nadie dejaba de preguntar por el animalejo que ya, era respetado por todos y querido también, hasta varios, durante los almuerzos gustaban de su compañía y aprovechaban para darle parte del alimento.

Las inclemencias del tiempo en el medio del océano eran moneda corriente, en pocos minutos podíase pasar de aguas similares a un tranquilo lago, y trocar por olas de veinte metros de altura que daban la sensación de soledad y desamparo en el medio de la nada; era verdad que tanto el capitán como sus inmediatos colaboradores resultaban ser muy experimentados pero lo bravío de las aguas del mar marcaba bien la diferencia con respecto a esa extensa trayectoria de los innumerables ríos, viejos conocidos de su parte. En ese largo viaje sin paradas intermedias el clima no fue favorable en absoluto, apenas hubieron de zarpar, comenzó una torrencial lluvia que los acompañó ininterrumpidamente durante casi dos días; al cuarto día, uno de los motores del barco comenzó a tener deficiencias en su funcionamiento, y hasta que pudieron repararlo el buque aminoró su velocidad hasta casi la mitad de la velocidad previamente calculada; al mismo tiempo, otra nueva tormenta volvió a complicar el periplo, tanto fue así, que tras el exagerado movimiento provocado por el oleaje, unos cuantos tripulantes se descompusieron casi por completo.

La diferencia en cuanto al soporte del viaje, la marcaba el perro mutante que en ningún momento mostró atisbo alguno de descompostura de cualquier tipo, y mientras el capitán continuaba con las órdenes necesarias de mando, el cuadrúpedo siempre se hallaba atento a su lado para atender cualquier gesto o silbido que requiriese su participación.

El último día del viaje fue un agradable y placentero gran momento pues el clima ayudó sobremanera con un sol radiante y las aguas extremadamente mansas de movimiento; en un momento dado, el capitán delegó el mando hacia uno de sus ayudantes y junto al otro y al lobo-perro, pasearon unos instantes sobre la cubierta mientras una suave brisa acariciaba los pelos largos del animal. El capitán contento porque ya se avistaban las costas de la Argentina le hablaba más a la mascota que al ayudante, y el perro, como si entendiese las palabras ladraba al viento su satisfacción. Por primera vez en varios días el vigilante lobo expresaba su alegría de saberse considerado por el gran capitán.

En Tierra

Amarrar el barco, si bien era una de las tantas rutinas acaecidas en este tipo de trabajo, al perro guardián le llamaba la atención el hecho del griterío bastante masivo en esa dársena que involucraba a una gran cantidad de estibadores y personal de aduana amén de lo gigante del sitio comparado con su conocida costumbre de antaño en donde esos reducidos lugares a los que había estado aclimatado durante bastante tiempo por los ríos, ya aquí, no tenían prácticamente nada de parecido. Luego de atracar y el papeleo correspondiente de la mercadería a desembarcar, comenzaron las grúas, los obreros-estibadores; los carritos manuales; el movimiento generalizado… el griterío por doquier.

El barco debería estar por lo menos unos diez días anclado a la dársena, tiempo en que, luego de vaciar su contenido, los camiones detenidos sobre las calles aledañas deberían ingresar para cargar nuevamente el buque con los vinos y cereales.

La mayoría de la tripulación, en varios turnos, podía bajar a tierra y tratar de distenderse no alejándose demasiado del puerto; algunos tenían ganas de «respirar» el nuevo aire del lugar y ya se la pasaban averiguando sobre sucuchos tipo bares y alguna mujer contenedora de sensaciones. El capitán junto a su inmediato reemplazante se vio reunido con otro capitán de otro barco coincidente en el amarre de la dársena contigua, sucedía que era un viejo conocido del continente asiático y luego de varios años de no verlo, imprevistamente se lo hubo de cruzar a miles de kilómetros, razón por la cual, ameritaba más que nada recordar viejas épocas. En ese gran encuentro de ambos capitanes, el perro no fue de la partida pues el mismo se había quedado con el otro hombre de confianza del capitán, y debido a contactos portuarios, el ayudante en cuestión logró salir de la zona de dársenas y acercarse a los bares de la zona de Retiro, cerca de la villa de emergencia 31, lugar que le dijeron tuviese ciertos recaudos por lo que decidió ir acompañado por ese gran animal vigilador. Eran pocas las cuadras a transitar -le habían dicho- con lo cual, dentro de todo, los riesgos de perderse o llegar a un sitio equivocado eran algo menores. Finalmente llegó al lugar apuntado, y justo al lado de un muy rudimentario lugar tipo bar, aprovechó para tantear el contacto para con alguna mujer por una escasa hora o algo más, según se diese la situación. Después de un par de cervezas apareció el cafishio quien lo hizo meter en una habitación de un primer piso por escaleras muy rudimentarias, y allí, una mujer excedida en peso y apretada bombacha descorchó su exigua vestimenta para ofrecerle todo el placer requerido.

El lobo mutante se había quedado en la puerta del sitio a la espera del ayudante del capitán, pero en ese interín se hubo de armar una batahola por las angostas callecitas del lugar e imprevistamente un desbande de grupos antagónicos comenzaron a agredirse no solamente con palos y piedras sino también sonaron disparos de armas de fuego y más pronto que tarde todo fue un descontrol y en contados minutos llegó la policía y con gases lacrimógenos todos los involucrados huyeron en diferentes direcciones. Era tan irrespirable la escena que hasta los dueños de ese pequeño bar de mala muerte debieron autoexiliarse a distancia para no asfixiarse; al perro lobo no le fue distinto, jamás había experimentado semejante situación, máxime pues, él venido del medio de los bosques por más radioactividad que lo hubiese transformado en sus genes, jamás había sentido la imposible sensación de no respirar y sus ojos forzados a lagrimear. Corrió como pudo de loca manera y mientras seguían las explosiones de armas o gases se metió por esos laberintos inéditos de salidas desconocidas y en contados minutos se encontró solo en medio del rancherío. Se quedó quieto en la oscuridad y cuando sintió calma paró sus orejas con el simple deseo de captar ese sonido conocido de alguno de sus compañeros de barco que lo hiciese recordar hacia dónde debía dirigirse. Así fue durante otro largo rato, pero no sucedió ningún mensaje. Pues entonces decidió tomar su propio camino confiado en su brújula, sin embargo, le ardía tanto su nariz que no lograba concentrarse en la orientación exacta y en varias oportunidades se dio cuenta que había llegado a ese esporádico punto de partida. El laberinto lo había hecho transitar en círculos durante casi tres horas lo que motivó un cansancio inusitado y, en determinado momento se acostó al lado de unas viejas maderas casi tanto como para no quedar en medio de ningún camino que lo obligase a mover. 

Sin Mar

A la mañana siguiente su olfato habíase recuperado, no obstante, su brújula marcaba cualquier sitio impreciso. La fragancia de unas hamburguesas aceitosas chorreadas de mostaza le hicieron tomar conciencia que nada había comido en varias horas; él seguía pensando en el capitán y sus dos ayudantes, pero ya no estaban y debía arreglárselas a su manera; intentó acercarse al  lugar de dónde provenía semejante gusto olfativo, y aunque nunca había saboreado semejante comida, pronto estuvo cerca de la emanación del mismo. El gustoso aroma provenía de un rancho y tras la ventana que lo enmarcaba asomó de cabeza ansiosa de recibir… algo. Pero desde el otro lado, un pibe de unos quince años se asustó al verlo, al observar sus amorfos ojos separados, y la primera reacción que obtuvo fue la de una agresión no solamente de palabra, sino también varias pedradas lo hicieron huir de manera desconcertante; es que nunca le había sucedido ningún desprecio de parte de un ser humano, y en esta oportunidad, era el debut o el anticipo de lo que podría llegar a pasarle de allí en más. El joven hasta hubo de salir del rancho y le seguía vociferando todo tipo de improperios que aunque no los entendiera, el tono mismo de su voz le alcanzaba para percatarse de su enojo para con su existencia.

Lobo no sabía del miedo, jamás lo había sentido desde su nacimiento, pare él, la vida lo llevaba en andas costumbristas de saberse fuerte y atrevido para lo que viniese, y además, se sentía acostumbrado a observar a los demás animales el gesto de sus rostros, cuando él, envalentonado y apoyado por los hombres en su tarea, terminaba expulsando a aquellos otros que venían a llevarse algo que no les pertenecía. Aunque no era para nada consciente del sentir miedo, sí lo era al ver el rostro a los demás frente a su efusiva actitud audaz e intimidante de sus actos.

Pero había algo que había comenzado a notar y sentir, algo para lo cual jamás había pensado en saber cómo actuar… y era esa nueva situación planteada desde que habíase quedado solo, el hecho de encontrarse por primera vez echado de cualquier modo por el Hombre; jamás le había sucedido y no alcanzaba a comprenderlo, en muchas oportunidades no le habían prestado la necesaria atención, pero eso de agredirlo de cualquier manera… le resultaba un gran interrogante.

Con el transcurrir de la horas comenzó a sentir hambre y al cruzarse con variados animales, le surgió el imitarlos en cuanto a la actitud de éstos al romper bolsas de basura y hurgar dentro del contenido algún desecho que le resultase apetitoso; no estaba acostumbrado, pero el estómago hacía ruido vacío y la automaticidad lo obligó a la acción. Horas más tarde, yendo por otra callejuela, se cruzó con una vieja mujer que posaba una gran lata en derredor de su humilde vivienda, desde la cual se notaba el humeante vapor de algo; inmediatamente, alrededor de una decena de perros se abalanzó sobre el recipiente, pero al llegar al mismo, un gran perro de cuerpo voluptuoso desparramó al resto y se aprovechó de la mayoría de su contenido; los demás observaban ansiosos poder probar aunque sea unas migajas del caliente guiso, hasta un par de ellos, desvalidos, goteaban saliva a la espera de un lugar alrededor de la olla, pero el gigante perro negro les gruñía a cada instante toda vez que alguno acortaba distancias. Lobo sintió pena y desconcierto por la mayoría de los marginados que no podían acercarse mientras las costillas les reflejaban el espacio prácticamente vacío en sus interiores alimenticios, entonces se acercó al recipiente para saber sobre qué se trataba el aromático plato a deglutir. El gigante negro, lo trató como a un igual a los demás, pero el extraño mutante expulsor de gorilas selváticos, primero utilizó sus dos patas ampulosas y musculosas delanteras para acercarse y ponerse frente con frente, y mientras sus filosos dientes relucían puntiagudos cuchillos, el mandamás de la olla atacó primero lastimando de manera superficial una de las patas del lobo. Lobo soportó el incipiente chubasco pero una centésima de segundo reaccionó de la manera más afín a su raza y lo tomó del cuello revoleándolo casi a dos metros de distancia; lobo se alejó del alimento y se puso al lado del herido perro que había comenzado a quejarse por su sangrado, al instante se paró como pudo y se alejó tambaleante. Los demás observaban la escena, la mayoría con el rabo entre las patas, nadie se acercó al alimento, finalmente, el mutante lobo probó dos bocados y se fue inmerso en su búsqueda, el resto se acercó y el festín fue para todos los que habían quedado.

Después de una semana a la deriva en medio de casas humildes y esporádicos asfaltos con vehículos a toda velocidad que desconocía por completo -pues en la selva de la que provenía no existían- su aspecto ya no era el mismo; sus pelos florecientes de salud se hallaban pegados y chamuscados de suciedad y la robustez que lo caracterizaba sólo mostraba pellejos casi colgantes a la espera de una cierta saciedad más contemplativa que hurgar dentro de esas bolsas de polietileno pestilentes y en algunos casos, inundadas de gusanos. A la imagen de animal mutante y extremadamente raro, había que sumarle la imagen de abandono y dejadez existencial; nadie reparaba en él, y si lo hacían era para mirarlo con desprecio y hasta repulsión. ¿Es que solamente se podía considerar lo visualmente bonito?

La realidad inundaba su espectro, y de ratos, se contagiaba de otros vagabundos como él, y juntos deambulaban amaneceres inciertos a la espera de algún viento que refrescase el fin de la escasez que castigaba y castigaba.

El Circo

Los dos camiones venían desde lejos, habían hecho un gran recorrido por el país y con diferente suerte, una vez más se hallaban por la Ciudad de Buenos Aires que muy buenos resultados les había traído en las anteriores oportunidades, una aceptable cantidad de gente los había acompañado en las presentaciones. Ambos vehículos trasladaban todo lo referente a la estructura de un circo; en uno de los mismos, llevaban las lonas armadoras de la gigante carpa junto a la estructura de caños , lianas y sogas, también se hallaban en diferentes jaulas los animales que, por distintos motivos, ya no estaban los de antaño, es que, entre los mismos había un pequeño elefante que solían pintarlo de diferentes colores según el protocolo de su espectáculo que interactuaba con payasos hasta que, una denuncia de maltrato animal producto de una organización defensora de animales, se los hubo de sancionar y obligar a quedar en una zona de hábitat natural de residencia animal; un viejo león también, ya no estaba, hacía un año atrás se les hubo de morir en plena gira producto de una intoxicación alimenticia; sólo les quedaban una cebra, un caballo, un burro y un mono; amén de, nueve perros de diferentes razas que formaban parte del espectáculo sobre todo en los sketchs protagonizados con los payasos y otro con el domador -quien era el dueño y se llamaba Tarkán como el circo-.

En el otro transporte, viajaba todo el séquito de componentes del espectáculo, esto era, además del dueño y partícipe domador, los trapecistas, payasos, bailarinas, y ayudantes de vestuario y estructura; eran alrededor de veinte personas en donde las actividades de unos y otros se mezclaban todo el tiempo con tal que el espectáculo saliese de la mejor manera.

Al llegar al epicentro de la ciudad, la policía de tránsito, varias veces impidió que se asentaran por los alrededores, eso hasta tanto se terminaran de hacer las gestiones permisivas del espectáculo programado para pocos días después en esa gran plaza de la avenida Garay y la calle Combate de los Pozos. Finalmente y como excepción los dejaron estacionar en una calle aledaña del barrio de Retiro, allí donde por las noches cunde la incertidumbre de lo que pueda suceder producto del descampado y el descontrol cerca de las vías del ferrocarril.

Tarkán se acomodó las babuchas que utilizaba como pantalón y mientras estiraba las piernas por los alrededores del lugar, daba indicaciones sobre el proceder inmediato del accionar hasta el día en que -permiso mediante- pudiesen trabajar en el armado de la gran tienda cirquera del sitio habilitado. Él vestía y hablaba raro, con una especie de acento extranjerizante que despistaba hasta el más conocedor de las idiosincrasias mundiales; además de sus pantalones estilo babucha, completaba su vestimenta con una túnica y un turbante en su cabeza con una especie de diamante en el medio justo de su frente; poseía unos espesos bigotes y de a ratos usaba unos guantes sin la extensión de sus dedos que -según decía- le servían más que nada para que cuando utilizaba el látigo en las presentaciones como domador, no le lastimasen las manos.

En esa primera tarde-noche de asentamiento momentáneo en la periferia de la ciudad, ladridos de perros inmersos en la oscuridad oíanse de a ratos por los alrededores mientras los componentes del circo apuraban un pequeño fuego para preparar la cena inmediata.

Los ladridos se hicieron cada vez más fuertes y más cercanos, alguno hubo de pensar si se trataba de los propios animales que poseían, pero no, luego de la verificación correspondiente, corroboraron que los ladridos y los aullidos provenían desde el medio de la oscuridad del abandono de esa tierra de nadie en donde los pocos ranchos diseminados por entre las vías ferrocarrileras albergaban algunos canes y felinos hambrientos mientras peleaban entre ellos vaya uno a saber si fuese por comida o hembras en celo.

Tarkán, entre la preocupación que lo invadía, no dejaba de evidenciar su acertijo en cuanto a su espectáculo producto de la poca cantidad de animales que poseía y que se había visto agravar también, con el grupo de perros que todavía ostentaba en donde el último ícono que los representaba, tuvo que dejarlo en una veterinaria, a punto de fenecer, producto de haber contraído moquillo ¿Cómo suplantarlo en el espectáculo que tenían programado? Siempre que reflexionaba al respecto, lo señalaba con un sesgo de preocupación y automáticamente golpeaba su puño contra lo que fuese con tal de descargar su ira e impotencia.

 -¡El circo Tarkán no va morir, ni morirá nunca! -vociferaba luego de unos tragos de aguardiente-. El resto acompañaba y brindaba al respecto mientras chinchineaban copas. Entre brindis y brindis luego de la improvisada cena, los ladridos y aullidos de imprecisos animales continuaban, Tarkán se levantó de su aposento y trató de orientarse desde dónde provenían los alaridos y -hasta por qué no- gestos de sufrimiento animal; en medio de la oscuridad circundante trató de orientarse según su instinto de vida de años de tratar con diferentes animales; así fue que ante la vista interrogante de los demás, fue acercándose sigilosamente hacia un pequeño sendero lleno de yuyos y trastos desvencijados y en desuso, había también suciedad de todo tipo ya fuese maderas podridas, botellas, latas, en fin, basura en general, pero semejante espectáculo no amedrentó para nada a Tarkán que siguió acercándose al epicentro de los sonidos emitidos por animales desconocidos. Finalmente logró encontrar el sitio exacto del alboroto animal: allí estaban cuatro perrunos observando a otro que se hallaba caído sobre la tierra húmeda con la cabeza partida debido a un ladrillazo; uno de los perros que lo rodeaba, lo lamía y hasta trataba de «despertarlo», de a ratos daba la impresión de desesperanza y se quejaba a los cuatro vientos, cuando eso sucedía, el mutante perro-lobo lo acompañaba aullando como un solitario animal en el medio del desierto. Tarkán observó la escena, pero más que nada se detuvo en mirar al más grande de ellos: el perfecto aullador cuya imagen dantesca impactó sobremanera: había encontrado lo que buscaba, un nuevo animal bien llamativo y necesario para su espectáculo cirquero que inevitablemente torcería el rumbo declinante de los últimos tiempos de su anhelado modo de vida.

Preparando el Nuevo Espectáculo

No le había costado demasiado a Tarkán atraer al mutante animal hasta donde se hallaba su gente esa noche, bastó un poco de alimento caliente para que el mismo se acercase con total confianza, amén que, al conocerlo todos los integrantes en esa primera impresión de repulsión visual, se terminaban congraciando después de observar su floreciente y llamativa inteligencia apenas hubo de entrar en algo de confianza; le hablaban de cualquier cosa y acompañado de gestos el extraño lobo acataba las diferentes consignas y hasta se dejaba acariciar. Esa noche, luego de haber comido compensando varios días de huecos estomacales, el lobo se entregó mansamente a pernoctar en la jaula de los demás perros, con los cuales se sintió acompañado como uno más en la búsqueda de su propio destino.

Nunca había estado entre barrotes acerados ni de ningún otro tipo, sin embargo, después del ansiado alimento y rodeado de varios cuadrúpedos a su modo de ver inofensivos, pudo aflojar parte de su tensión y desasosiego y el sueño profundo hizo su aparición netamente relajante.

La mañana habíase tornado con muy buenas perspectivas, no solamente por el buen clima reinante, sino debido a las muy frescas noticias de parte de las autoridades municipales en donde había llegado el tan anhelado permiso de la preparación del espectáculo en ciernes en el sitio que se había pactado; raudamente levantaron campamento y se dirigieron hacia el lugar en cuestión y, aparte de la agilidad y simpleza que tenían en el armado del mismo, también los empujaban las ansias de saberse metidos en su espectáculo y, en ese sentido, el haberse compenetrado y tomar conciencia de estar en el lugar deseado que siempre fueron muy bien recibidos.

Tras ocho horas constantes de un trabajo sincronizado entre todos los miembros, la camaradería rindió los exactos frutos del resultado satisfactorio, hasta algunos hicieron las veces de  improvisados cocineros y a nadie le faltó el bocado para ese mínimo de fuerzas final que hubo de necesitarse para ver terminada esa frutilla reluciente de ver la gran carpa montada en todo su esplendor. No faltaba nada y hasta los animales se hallaban mordisqueando sus alimentos. Sólo restaba hacer el previo ensayo que siempre servía para corregir errores, agregar o quitar lo que no saliese de manera acertada. Los payasos tenían en general un papel más que preponderante pues siempre se hallaban presentes entre acto y acto y matizaban con gestos, dichos entre ellos y los animales; las trapecistas solamente aparecían en un par de oportunidades, en las cuáles, en una de ellas el pobre mono era arrojado entre dos de ellas en las alturas y el desdichado animal se aferraba antes de ser arrojado o por propia iniciativa, para ser recibido por la otra con un terrible rostro de terror que hasta en los ensayos, el domador Tarkán le gritaba en todo momento para que cumpliese con las órdenes impartidas.

Con respecto al burro, el caballo y la cebra, a los tres los hacían actuar juntos y cabalgados por correspondientes payasos, y hasta en algún momento y debido a la coherencia del pretendido espectáculo (el mismo resultaba ser una especie de carrera en donde el burro siempre llegaba último) al caballo y al burro los terminaban pintando de cebras para confundir al reiterado ganador y finalmente el mono robaba el pintado burro terminaba ganando la misma.

Tarkán, dueño y domador del espectáculo, siempre impactaba por su voz de mando y su aspecto de mandamás; con su vestimenta de tipo medio oriental, o turco o ligado a esa cultura bastante distante de lo conocido por estos lares, no pasaba para nada desapercibido sobre todo ante ese público ávido de sentirse compenetrado por esa idiosincrasia ligada al ambiente circense. Él y su látigo se complementaban de manera perfecta como algo rudo y al mismo tiempo implacable ante el menor anuncio de su voz de mando, y si en alguna oportunidad alguien no cumpliese sus irrestrictas órdenes, implacablemente se las vería con su correspondiente castigo o adustos gestos y frases castigadoras del desatino.

El papel de los perros era por demás algo más accesible y hasta bastante familiar por así decirlo, sólo faltaba poder acoplar al nuevo animal rescatado desde las penumbras del anonimato, allí, en esa ignota oscuridad al lado mismo de esa mishiadura humana llena de abandono.

Los perrunos interactuaban todo el tiempo con los payasos y hasta alguno de aquellos, los hacían salir vestidos con polleras, caminando en dos patas y esporádicamente con un paraguas sobre sus cabezas; también había uno vestido como para jugar un partido de tenis y otro con una pelota de fútbol que hacía un gol de cabeza en un arco. Solamente faltaba ensamblar el papel que le tocaba al perro-lobo; Tarkán apostaba a poder suplantar al perro líder que se le había muerto tiempo atrás, y para ello tenía depositadas grandes esperanzas en la reciente incorporación de ese raro animal deforme, que mostraba ser por demás inteligente, y de ello se convencía todos los días un poco más por ver cómo prácticamente no hacía falta insistirle en su trabajo pues a lo sumo con un par de indicaciones, cumplía al pie de la letra lo que se le inculcaba.

También a Tarkán había cosas que no le gustaban del animal, si bien lo esencial lo tenía y era lo que más le importaba, pues, en definitiva, era consciente que lo que prevalecía era el resultado final del espectáculo, de aquel no le gustaban ciertas actitudes hasta algo raras a su modo de ver cómo reaccionaba de diferente con respecto a los demás animales; esto era, ciertas actitudes algo contemplativas que tanto Tarkán como sus ayudantes estaban acostumbrados a aplicar con respecto a los demás en donde quien no acataba las diferentes órdenes se los sometía con algún castigo, para que no volviese a ocurrir. La mirada del lobo-perro ante una situación violenta para con alguno de sus similares, parecía decir que no estaba conforme con ello, y en eso Tarkán lo comprobó en uno de los ensayos previos al espectáculo en donde uno de los perros debía saltar desde una pequeña tarima hasta el lomo mismo de la cebra en movimiento, y el can pifió en el destino y cayó sobre el pasto, y Tarkán lo castigó con el látigo para obligar nuevamente a realizarlo, algo que el animal asustado no quería hacer, para terminar nuevamente agredido por un golpe de soga de uno de los payasos. Ante esa situación, la primera situación conflictiva de parte del lobo-perro de mostrar imprevistamente sus dientes y un extraño gruñido que sorprendió a todos pero más que nada a Tarkán, que aunque no dijo nada en el momento, observó la escena y en su mente tomó nota de algo que no le había gustado. En la noche previa al primer espectáculo en ciernes, también hubo de comprobar frente a sus ojos otra actitud que acrecentó aún más su fruncido ceño; había sucedido que a otro de los perros se lo había castigado por no haber hecho correctamente otro de los pasajes junto a una bailarina con la cual debía pararse en dos patas y acompañarla en los movimientos musicales, el mismo -imposible saberlo- optó por quedarse quieto sobre un atado de alfalfa y encima orinar sobre el mismo mientras la chica bailaba y se hastiaba en el intento. El castigo no fue solamente algún golpe ejemplificador y sus gritos correspondientes, sino, también, dejarlo encerrado en una jaula sin su ración alimentaria. El lobo, luego de observar el resultado de lo sucedido, y ante el abandono propinado a su compañero, y con una parte de su ración, la acercó hasta la jaula-celda del infortunado animal y se la introdujo por entre los barrotes. Tarkán observó asombrado la escena y automáticamente bramó un: -¡Oh, ya tiene nombre este lobo deforme, ya descubrí su nuevo nombre esta bestia impertinente y atrevida que no respeta el orden!… ¡De aquí en más te llamarás «The Can Kómmunist»! ¡Más fácil para el oído de todos «Dekán Kómmunist»! ¡Y ya aprenderás a respetar la  ley y el orden, pedazo de bestia!!!

Los demás observaban la escena y hasta alguno sonrió con un sesgo de complacencia por la ocurrencia, pero sin lugar a dudas semejante nombre jamás sería de olvidar.

Día Debut, Primera Función

Por las calles aledañas en los alrededores del circo, un llamativo vehículo de variados colores contratado para promocionar el espectáculo, vociferaba a todo volumen de altavoces el lugar y la hora a comenzar el espectáculo, y a través del mismo se encargaban de decir una y otra vez de la particularidad de los animales componentes y sus destrezas, pero más que nada resaltaban esa rara imagen del lobo mutante cuyo nuevo nombre inculcaron hasta en los afiches pegados en las cercanías donde Dekán mostraría su destreza e inteligencia jamás vista en el país, hasta alguna foto ampliada lo mostraba con su cabeza deforme y sus ojos desalineados y separados de estrabismo, un verdadero imán de atracción por demás para ese público infantil que tanto fantaseaba alrededor de las diferentes aptitudes desconocidas de los mismos.

Ese primer sábado en el inicio de la programación pactada por dos meses, la función comenzó puntualmente a la hora programada en ese horario vespertino, casi nocturno; la hora: 19.00

Los payasos y sus cornetas y trompetas desafinadas y esos absurdos zapatos exageradamente alargados de color rojo que pegaban aparatosamente golpes hacia otros de sus pares por diálogos absurdos y ese mono que les robaba bananas ante semejantes distracciones propias del entretenimiento infantil; ese agitado cabalgar de los tres equinos con los trapecistas, las bailarinas y el solitario mono saltando un aro incendiado por las alturas mientras el «jefe» domador y su estrafalaria vestimenta resaltaban tras el imperativo sonido de su látigo ordenador de actividades. Así fue, de resultas, durante esa primera hora y media de espectáculo hasta que llegó la última media hora, reservada exclusivamente para esos diez perros que todo lo harían para el beneplácito de los chicos y que nada ni nadie interrumpiese,  pues el espectáculo debía continuar.

Los perros llegaron todos juntos en una jaula tapada con una lona y arrastrada por el burro al que inducían ejercitar su fuerza mientras un payaso lo antecedía con una gigante zanahoria. Paulatinamente fueron destapando la gran jaula y uno tras otro, los perros se fueron acomodando en una perfecta línea hasta que el último en aparecer fue Dekán mientras Tarkán lo anunciaba como el plato fuerte de la jornada.

Dekán se paró frente al resto de sus pares como si fuese el líder de ellos, Tarkán desde uno de los costados daba órdenes con simples e imponentes gritos basados en vocales que todos en teoría sabían comprender; uno de los primeros gritos hízoles desconcentrar la hilera que formaban para ocupar diferentes lugares en la actuación, uno de los canes -de color marrón, parecía estar algo lastimado en una de sus patas- se había distraído y pasaba su lengua una y otra vez por una de sus extremidades, lo que motivó el grito del domador una vez más y un latigazo al aire para amedrentarlo y volver a la realidad del inminente espectáculo; el mismo era sobre la arena esparcida sobre el centro mismo del ambiente, se habían puesto dos pequeños arcos en los extremos opuestos y los canes debían jugar un improvisado partido futbolero, cinco contra cinco y si bien el árbitro era el mono con un pito que debería sonar frecuentemente, el que dirigía sustancialmente el partido era Tarkán cuyo silbato era imitado por el del mono. El mismo no duraría más de diez minutos aproximadamente y en el mismo los perros corrían aceleradamente empujando la pelota que se frenaba a cada instante por la pesadez arenil. Dekán, por su característica física de las dos patas delanteras bien musculosas, no le llevó mucho tiempo en acercarse al arco y hacer el gol, sin embargo, el mono repitió el silbato de Tarkán y argumentó una falta inexistente que provocó la silbatina de todo el público que había colmado las tribunas. Afuera las estrellas colmaban el brillante esplendor de la noche sin nubes, adentro, el brillo de Dekán iluminaba con toda atención los aplausos y vítores del piberío enardecido que no paraba de gritar su nombre: ¡Dekán, Dekán, Dekán! gritaban desaforadamente los vástagos y sus padres se contagiaban como infectados de esa nueva pandemia descontrolada. El partido continuó y el equipo contrario al de Dekán inusitadamente les hizo un gol producto de ese mismo perro que -perteneciente al equipo de Dekán- se seguía lamiendo una de sus patas en el mismo arco que debía defender.

La gente había tomado partido por el equipo del líder que hasta había sido empapelado en los alrededores del lugar. El mono tocó el silbato nuevamente y el cotejo continuó, faltando instantes para que se diese por terminado el mismo, y ya, Tarkán observando el reloj, justo en ese instante, a punto de hacer sonar el silbato, Dekán empujó la pelota hacia el arco contrario y la misma quedó frenada a la puerta de la red, para terminar introducida por casi un diminuto caniche que venía corriendo desde la otra punta. ¡Gol! empate uno por uno y el mono que no paraba de sonar el pito mientras saltaba como loco. Las tribunas no paraban de cantar el nombre de Dekán.

Automáticamente, los ayudantes modificaron el escenario a continuar y, para finalizar faltaba la última parte del mismo en donde nuevamente los perros deberían actuar y concluir su participación; la misma se trataba de saltar arriba de tarimas que puestas en círculo, en cada una de ellas una pelota de estopa debía ser  trasladada por el perro correspondiente y depositarla en aros de básquet a diferente altura, en degradé empezando por el más chico de los canes, el último de los diez perros, obviamente le tocaba a Dekán. Así fue durante los primeros ocho quienes realizaron su periplo cumpliendo exactamente lo indicado y encestando todas y cada una de las pelotas que les correspondían; eso fue hasta el noveno, en donde ese perro con una de sus patas lastimadas, si bien recorrió el trayecto sobre las separadas tarimas, no pudo saltar de manera óptima y cayó con pelota y todo sobre la arena para terminar reprochado no solamente por Tarkán sino también por alguno de los ayudantes que no conforme con sus gritos lo entrelazó con una soga y lo sacó raudamente de la escena. Lo siguió inmediatamente Dekán que haciendo gala de su agilidad, no solamente saltaba de a dos las tarimas, sino que también desde las alturas no tuvo ningún empacho en embocar en el aro más alto de todos.

La alegría del público desbordaba todo presagio y los vítores de la gente se hacían escuchar varias cuadras a la redonda. ¡Dekán, Dekán! era ensordecedor, pero el extraño lobo perro mutante no se detuvo frente al público que coreaba insistentemente su nombre; en el mismo instante en que el espectáculo se cerraba, se apuró a acercarse a ese compañero lastimado quien no pudo cumplir con lo que se le había encomendado, y allí lo vio, tras las telas del infortunio cómo era castigado una vez más por esos seres todo poderosos que decidían la perinola del castigo o la devoción; el látigo de Tarkán y su súbdito, golpeaban una vez más al animal que aparte de lamer su pata delantera, escondía su curvada cola casi triste entre el valle de sus ancas traseras.

El público seguía visualmente a Dekán, y en ese costado de la antesala se podía vislumbrar a los dos perros y a los dos hombres castigadores impolutos; cuando Tarkán amenazó una vez más con su látigo para golpear otra vez al desdichado perro, Dekán mostró los dientes y su gruñido traspasó el griterío popular; Tarkán enfureció con el mutante lobo y tomó distancia para darle un chicotazo con el látigo, pero no pudo, Dekán, con sus puntiagudos dientes amordazó la punta castigadora y el mismo se tensó como probando al más fuerte; Dekán lo soltó de golpe y Tarkán posó su trasero sobre el piso como una bolsa de papas caída desde la altura de un camión de carga. La gente miraba la escena y reía pensando que todo eso formaba parte del espectáculo y aplaudía ese inefable cierre del clima circense, pero inmediatamente su ayudante volvió a castigar al perro lastimado y allí Dekán enfureció todavía más y se abalanzó sobre el mismo tumbándolo de espaldas contra el suelo y arrebatándole el látigo y arrojándolo fuera del alcance. Tarkán se levantó a los gritos insultando a Dekán:- ¡Maldito deforme siberiano tendrás tu propio castigo y con esto aprenderás de por vida con quién debes de meterte y con quién no!…  Inmediatamente tomó su látigo domador y comenzó a castigar a Dekán quien aguantó los primeros chubascos hasta que su otro compañero pudo alejarse unos metros; Dekán, con su corpulento físico pudo aguantar los primeros golpes aunque uno de estos hubo de lastimar el ojo izquierdo lo que motivó todavía más su ira y luego de atrapar el cuero que quemaba en cada golpe, finalmente se lo arrancó de las manos a Tarkán y se abalanzó sobre el brazo ejecutor del sangrado; lo mordió con tanta fuerza que prácticamente se lo cercenó a la altura del codo y automáticamente brotó un riachuelo de sangre. Dekán no lo soltaba y mientras Tarkán se desahogaba no solamente en sangre sino también en desaforados gritos de dolor, el ayudante seguía golpeando a Dekán con su látigo en el lomo pero el enojo y el desdén de lobo-perro-mutante era tal que nada los frenaba.

El contagio del griterío, pronto llegó a la tribuna que observaba atónita el desarrollo de los acontecimientos y de gritar el nombre de Dekán, pasó a reemplazarlo por un ¡Oh, Oh, oh, qué barbaridad! y mientras los padres alborotados trataban de tapar los ojos de sus hijos, el desbande del público fue algo imparable y de manera totalmente desordenada; todos corrían fuera de los límites de la gigante carpa.

Dekán seguía asido del brazo de Tarkán que había comenzado a divagar de inconsciencia producto del sangrado, el ayudante seguía luchando por separar el brazo -o lo que quedaba de éste- de la boca de Dekán, pero no lo lograba y hasta mismo corría el riesgo de ser atacado pues la fortaleza del animal parecía no tener límites por castigo recibido, hasta en un momento dado, Dekán soltó su presa y atacó al muchacho, quien debió salir corriendo para buscar ayuda.

En contados minutos aparecieron médicos de una ambulancia que se hallaba en la esquina mismo del lugar, y luego casi al unísono entró la policía y ante el dantesco espectáculo, uno de ellos desenfundó una pistola 9 milímetros y desenrajó primero un disparo que impactó en una de las patas delanteras de Dekán, que aun así, seguía aguijoneando con sus colmillos el morado brazo del domador, finalmente un segundo disparo penetró a la altura de los pulmones de Dekán y su corazón finalmente quedó estático. Los enfermeros levantaron urgentemente, y como pudieron, el cuerpo de Tarkán que todavía respiraba; el brazo casi no sangraba pues el gran charco de sangre había sido absorbido por la arena. Dos horas después se confirmó la muerte de Tarkán. Por otra parte, los restos del infortunado animal lobo-perro-mutante llamado Dekán quedaron por varias horas allí -peritaje mediante- abandonado, casi arrojado a la marchanta de una extraña y dificultosa vida. La radioactividad no lo hubo de amedrentar ni fenecer; el Hombre hizo todo lo posible para que sucediese lo contrario, aún a pesar de algún capitán que navegaba hacia un destino incierto, muy difícil de precisar.

Pablo Diringuer – 02/08/20

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