Llegue a “la Capital” (así solemos decirle los que no vivimos allí) un 18 marzo del 2003, venía de mi amada Necochea, una ciudad un tanto más chica, quedada y conservadora, para compararla a grosa vista con la metrópolis en la cual camino estos días; llegar acá me fue más una intriga que un miedo, estaba dispuesto a recorrer y ver que tenía para ofrecerme la city y su gente; si bien tenía un breve recorrido y conocimiento de algunos lugares, siendo que mis vacaciones solían ser acá, no era lo mismo que estar viviendo y afrontando una nueva vida.
Recuerdo de chico la fascinación de la gran ciudad, las avenidas colmadas de autos, la gran oportunidad de comprar todo tipo de cosas, los subtes, la gente a las corridas, la cantidad extensa de vendedores ambulantes de comidas y demás chucherias, las líneas de colectivos de tantos números y colores, el ruido, el adoquinado de las calles, principalmente el de Avenida Alberdi, sin embargo, lo que más me fascinaba eran las luces, esa cantidad de faroles que iluminaban las calles, pero más que nada a las avenidas, que hacían parecer que la ciudad estaba prendida y nunca se apagaba, es que en realidad es así “la capi nunca duerme” .
Fue viviendo aquí que lo descubrí, fue pateando mis primeras entrevistas de laburo a la mañana temprano, en que noté que la ciudad cambiaba de día a noche, pero que jamás dormía; fue gracias a esas caminatas diurnas en las que me seguía maravillando por su contenido y sus extensas posibilidades que me di cuenta que esto podía ser tan entretenido como peligroso; pero no fui yo solo, fue mi hermano que parafraseando una parte de un tango, me regaló lo siguiente que se me grabó en el cerebelo como un tatuaje en la piel: “no te dejes enamorar por las luces del centro”, quizás la traducción era difícil, pero no, era bastante clara y directa, era una advertencia, una llamado de atención, ya que por desgracia la ciudad tiene eso, te dejas llevar por la noche y la joda, que tiene sus momentos dulces y golosos, pero que a la vez te nublan y cortan la visión, porque uno va embobado mirando la luminaria y se pierde de lo lindo y de lo feo que tienen las calles, de lo fácil que se consiguen algunas y lo más fácil que se pierden.
Quizás les parezca una estupidez esto que les estoy contando, pero no lo es, para mi algunas cosas se me dieron un poco más fáciles gracias a la ayuda de familiares y gente que vivía aquí, pero no todos tienen esa suerte y muchas veces las ciudad los supera, creemos que es nuestra y que podemos comérnosla y cabalgarla como si nada, pero no, es una yegua con cruza de loba salvaje que no deja que nadie la dome y que si puede ella te va a devorar a vos, porque a esta hermosa metrópolis hay que amarla como es, pero más que nada respetarla y tenerle paciencia.