Gestión Cultural
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Políticas Culturales y Gestión
No ha existido régimen político alguno que no tuviera su política cultural por más que no la enunciara explícitamente
Políticas Culturales y Gestión

Por Políticas Culturales se puede entender el conjunto de intervenciones, acciones y estrategias que distintas instituciones gubernamentales, no gubernamentales, privadas, comunitarias, etc. ponen en marcha con el propósito de satisfacer las necesidades y aspiraciones culturales, simbólicas y expresivas, de la sociedad en sus distintos niveles y modalidades.

Es indudable que el espacio cultural contemporáneo se caracteriza por ser heterogéneo, complejo, conflictivo y cambiante. Por eso, justamente, remarcamos “en sus distintos niveles y modalidades”.

Esto significa que, antes que nada, en el momento de diseñar políticas culturales es necesario tener en cuenta y conocer la variedad cultural de los destinatarios, la complejidad del territorio y su gente, la multiplicidad de instituciones (oficiales, privadas, comunitarias, asociaciones intermedias) que interactúan.

Claro que esto no siempre sucede, lo que no significa que no exista una determinada política cultural. Néstor García Canclini señala que uno de los objetivos claves es obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social. El “tipo de orden” o de “transformación social” para el que se busca consenso no necesariamente es “progresista”: se puede perseguir un statu quo o imponer un orden retrógrado.

No ha existido régimen político alguno que no tuviera su política cultural por más que no la enunciara explícitamente o no la titulara de este modo.

Desde Pericles y Augusto, pasando por los Médicis que entendieron la cultura como una manera de lograr prestigio y posteridad, a los Reyes Católicos quienes expanden el reino de España con la espada, la cruz y la Gramática de Nebrija, los estados imperiales se imponen por la fuerza de las armas y las pautas culturales propias que son transformadas desde su código en universales y absolutas.

Cabe señalar asimismo aquellas experiencias como las del Realismo Socialista soviético y la Revolución Cultural china que no sólo impusieron una política sino también una estética. Y qué decir de la calificación nazi de arte degenerado para las producciones de vanguardia pero, a la vez, la necesidad de un Mefisto para legitimar por el prestigio que confiere la cultura la acción de Hitler. Y de la agobiante maquinaria hollywoodense para disfrazar de lucha por la libertad las infames guerras de conquista.

Hasta la aparente no-existencia de una política cultural define una política cultural. Impedir el desarrollo de determinadas manifestaciones de la cultura y obviar o neutralizar otras ya forma parte de una política cultural.

Desde este punto de vista resulta totalmente erróneo afirmar, como lo han hecho algunos intelectuales argentinos, que el Proceso Militar no tuvo política cultural. Prohibir, censurar, perseguir, constituyen acciones tan concretas y efectivas como favorecer, promocionar y sostener para ejecutar una política cultural. En ese período, por ejemplo, la música denominada rock nacional estuvo prohibida y raleada de los medios de comunicación hasta que se produjo la Guerra de Malvinas: entonces comenzó a fomentarse desde el poder político porque supusieron que contribuía a integrar la movilización patriótica en pos de la recuperación del territorio y la perpetuación del régimen.

Es preciso tener en cuenta que la política cultural está inserta en la política pública. La pertenencia al “Tercer Mundo”, al “Capitalismo Periférico”, constituye un dato esencial a considerar en el momento de la planificación porque no se pueden trasladar acríticamente los modelos concebidos en los países centrales. Por ejemplo, no es igual el impacto producido por los productos culturales masivos estadounidenses en América Latina que en Francia, a pesar de que los franceses aduzcan que la invasión de las pantallas del cine de Hollywood le hace tanto daño a su cinematografía como a las nuestras: si bien puede haber coincidencias estratégicas, los medios para enfrentar el problema son disímiles.

¿Dónde entra la gestión cultural en el marco de una política?

La gestión cultural será, sin lugar a dudas, el desarrollo de una política cultural.

Política / Políticas
En diversos ámbitos se sostiene que la política cultural única remite al autoritarismo. Por eso se prefiere hablar de políticas culturales.

En principio no tenemos el prejuicio del uso del singular porque el concepto de cultura sobre el que nos basamos es lo suficientemente abierto como para sustentar una política plural (ista). Un Ministerio de Cultura lleva adelante una política cultural como un Ministro de Economía pilotea una política económica: implementan diferentes planes y programas pero apuntan a fines comunes que podrán consistir en mejorar la calidad de vida de la comunidad, afirmación de valores, etc.

Si ha de hablarse de “políticas culturales” en la suposición de que habrá una política cultural para los aborígenes, una para los jóvenes, otra para la tercera edad…creemos que se comete un exceso retorico, dado que la lógico indica que se trata de ramificaciones de un tronco común.

Se podría enunciar así de dos modos diferentes:

a) El Ministerio de Cultura (o el organismo equivalente) delinea la política cultural con sus planes  y programas específicos que favorezcan el desarrollo de la comunidad.

b) El Ministerio de Cultura delinea las políticas culturales que favorezcan el desarrollo de la comunidad.

¿Por qué razón el enunciado a) se asociará  a autoritarismo y el enunciado b) a democracia? ¿Es el problema de los varios que son uno, del uno que es varios, o varios que son distintos e inconciliables? ¿Tendremos políticas distintas para los teatros de ópera, los cines y las celebraciones populares? ¿O se trata de la misma política con las variantes del caso?

El Lugar de la Cultura en la Política

¿Qué lugar ocupa la cultura en la vida política de nuestras sociedades?

Estructuras e Importancia Estratégica
¿Qué lugar ocupa la cultura en la vida política de nuestras sociedades? Si se juzgan las plataformas de los partidos para las campañas electorales comprobaremos que el espacio otorgado -y su contenido- se corresponde con el desinterés, primo hermano de la ignorancia. A menudo -y salvo excepciones que confirman la regla, por honrosas que sean- aparece mezclado en los discursos con Educación, rara vez con Turismo. Sin embargo ningún dirigente se atrevería a decir que no le interesa porque la cultura es un barniz de prestigio insoslayable. Pero es más frecuente que reciban a deportistas exitosos que a representantes de actividades culturales destacados.

También es importante, considerar el lugar que ocupa en el organigrama del Gobierno. Cuando Cultura tiene el rango de Ministerio significa que el/la titular del área participa de las reuniones de Gabinete y, participa del diseño de las políticas de estado. Cuenta con un presupuesto propio, y el Secretario es el responsable de su ejecución. Este no es un dato menor porque una de las claves en política es no solo tener fondos sino poder ejecutarlos. En estructuras donde hay asignación de presupuesto pero la ejecución debe seguir un paso más, se demora sensiblemente el funcionamiento y, como consecuencia, el desarrollo de las actividades. Por ejemplo, en plantas donde Cultura es una Secretaria insertada dentro del Ministerio- por lo común Educación-, si bien los fondos correspondientes no pueden gastarse en otra cosa, el responsable es el ministro y se exige un escalón mas (lo cual puede ocasionar días o semanas de retraso). Por otra parte, en estos casos, el Secretario de Cultura no participa de las reuniones de Gabinete y la presencia de Cultura en el temario del Poder Ejecutivo esta intermediada por el ministro que, por lo común, tiene problemas más urgentes con la Educación y deja relegada la situación cultural. Estos conceptos son válidos para las áreas provinciales y municipales.

El Valor Estratégico
Así como son diferentes las posibilidades de implementación de modelos de políticas culturales en Europa o Estados Unidos y en nuestros países, también existen diferencias notables al interior de estos.

Son muy pocos los dirigentes políticos que valoran la importancia estratégica que tiene una política cultural. En la Argentina, por ejemplo, la crisis terminal de la que estamos emergiendo no es solo económica, a pesar de que reviste una gravedad inusitada. Lo más hondo es la perdida de sentido. Argentina se había quedado sin un proyecto de país, un proyecto que pudiera movilizar a la comunidad. El descrédito de la clase política torna impensable una salida desde ese lugar.

Quizá haya que preguntarse si la democracia liberal es la forma adecuada de gobierno y organización social en estas tierras, sistema al que no hemos llegado por una lógica evolución política y cultural sino por una extrapolación del modelo en una etapa de nuestra historia.

En este contexto hablar de política cultural parecería un contrasentido, habida cuenta de que lo que está en crisis es la política en sí misma. Sin embargo, es ante esta falta de sentido donde paradójicamente la política cultural cobraría sentido.

En este marco regido solo por la variable economicista elemental y torpe se verifican:

-Una falta de conciencia de la importancia del sector Cultura. Los sucesivos tironeo para convertirla en un apéndice de un ministerio de Turismo o de Educación y dejarla luego como Secretaría de Estado ejemplifican esto en un contexto donde se privilegian tejidos personales. Si lo importancia puede medirse por el espacio presupuestario, la conclusión en Argentina no puede ser más triste: apenas el 0.3 por ciento del total de la administración nacional está asignado a la Secretaria de Cultura.

En la Ciudad de Buenos Aires, donde el presupuesto de Cultura llega al 4 por ciento, la actividad otorga un brillo y una visibilidad a toda la gestión de Gobierno. Lo llamativo es que no se registre el dato en otras instancias nacionales y provinciales, y no se imite. Aunque mas no sea por el mero y craso cálculo político si a los dirigentes el sector les importa poco y nada, como suele suceder.

-“Depresupuestación”. Cierres lisos y llanos o integraciones en provincias y municipios, al peor estilo de las fusiones empresariales con la excusa de la “eficientizacion” y “optimación” de gastos y recursos. Resulta obvio que no existe la menor noción de la importancia estratégica del sector ni mucho menos de sus posibilidades económicas- si ese fuera el único parámetro valedero-. Según los diferentes investigadores, la cultura  mueve en la Argentina entre 7300 y 10.0000 millones de pesos (alrededor del 3% del Producto Bruto Interno). Con la ignorancia y la soberanía como brújula, políticos y economistas navegan en estas aguas.

Y los funcionarios de cultura se mueven entre la desesperación y el desánimo para que el área no desaparezca de las estructuras de gobierno. Incluso varios de ellos han constituido una red para mantenerse en contacto y alertas, para planear acciones en común. Ante la falta de fondos se encuentran inermes y deben realizar prodigiosos esfuerzos para financiarse sin caer en la genuflexión ante posibles sponsors e impedirles avanzar sobre el espacio público, que intenten influir sobre las decisiones políticas.

Se plantea el problema sobre que gestionar, sobre qué base deben diseñarse las políticas culturales y, desde ahí, tomar las decisiones. Porque los organismos constituyen una pesada y paquidérmica carga que, por lo general, absorben todo el presupuesto. Es muy común que se enuncie en las plataformas un concepto de cultura similar al de UNESCO pero que, en la práctica, todo vaya a artes y espectáculos.

Consideramos que es necesario explorar experiencias de las culturas populares que han sobrevivido exitosamente los embates de la cultura hegemónica, de dictaduras y afines, porque hablan de:

-legitimación de dirigentes en un momento  en que la dirigencia política está totalmente deslegitimada, dado que los líderes de estas experiencias juegan su prestigio y su continuidad en contacto con la gente, en lo cotidiano.

-construcción de poder cuando la sensación dominante es la impotencia.
Héctor Ariel Olmos – Políticas Culturales y Gestión – Fragmento
El Gestor Cultural – Ricardo Santillán Guemez y Héctor Ariel Olmos – Compiladores – 2004

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