Ya fué
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Las Cuasi Monedas
En 1822 la provincia de Buenos Aires comienza a emitir sus propios billetes y fue el primer ‘uno a uno’
Las Cuasi Monedas

“Dónde hay un mango
Viejo Gómez
Se lo han limpiao
Con piedra pómez”.

Así describe con ácido humor porteño, la ranchera “Dónde hay un mango?”, escrita en 1933 por Ivo Pelay con música de Francisco Canaro y convertida en una suerte de himno a la “mishiadura”.

Son años difíciles de desocupación, fraude político y desesperanza. Los “mangos” se los limpiaron todos. ¿Quiénes?, es otra historia. Pero no fueron esos años de la llamada Década Infame, los primeros en que los pesos escasearon; y para desgracia de las futuras generaciones, no serían los últimos.

En tiempos de la dominación española, en los territorios virreinales circulaban monedas de plata y cobre. La Revolución de Mayo y la inmediata Guerra de Independencia de las Provincias Unidas del Sur y la pérdida definitiva del control realista sobre nuestras tierras, trastoca el antiguo modo de vida colonial y en consecuencia, la economía. La Asamblea del Año XIII entre otras medidas, ordenó acuñar monedas pero con los flamantes símbolos nacionales (rasgos de soberanía) , en lugar de la antigua efigie del rey español.

Pero después de una década de lucha en varios frentes contra los realistas y las conmociones políticas internas, las provincias asumen su autonomía y comienza la dispersión de la unidad monetaria.

En 1822 la provincia de Buenos Aires comienza a emitir sus propios billetes: “Al principio eran convertibles por igual valor de pesos metálicos (que pasaron a conocerse como ‘pesos fuertes’), y fue el primer ‘uno a uno’ de nuestra historia. Pero ya en 1826, la provincia decretó el ‘curso forzoso’ de los billetes, saliendo de la convertibilidad. Las consiguientes devaluaciones llevaron a que, para 1862, del “uno a uno” inicial, un peso fuerte pasará a cotizarse a 25 pesos corrientes”. (1).

Con el paso de los años y las desavenencias políticas, sumadas al profundo desequilibrio entre las economías del Interior por un lado, y el Litoral con Buenos Aires y el monopolio aduanero por el otro, pese a las contradicciones secundarias entre el porteñismo y los ganaderos litoraleños, la anárquica “canasta” de monedas se amplió. Así fue que en el territorio nacional circulaban “pesos plata boliviana”, “pesos fuertes”, “pesos bolivianos” y otros, con diferentes valuaciones según la región.

Recién en 1881 bajo el primer gobierno de Julio Argentino Roca, se pudo unificar la moneda con la denominación que regirá durante muchos años: peso moneda nacional. También esas unidades fueron llamadas “patacones” y se acuñaron en cuatro valores: un peso, cincuenta centavos, veinte centavos y diez centavos. Entre 1881 y 1883 se emitieron 600.000 ejemplares de la moneda soberana.

Más allá de los vaivenes políticos internos y sus consecuencias económicas a lo largo del siglo XX, la Gran Depresión de los años ‘30 que afectó al mundo, puso en evidencia la debilidad y dependencia de la economía argentina. Pese a algunos brotes inflacionarios que fueron puestos bajo control a mediados de los años ‘50, el primer experimento de algo parecido a las tristemente célebres cuasi monedas, lo llevó adelante el ingeniero Álvaro Alsogaray, cuando fue designado por el presidente interino José María Guido al frente del Ministerio de Hacienda en 1962. Se trató de los bonos conocidos como “Empréstito Patriótico Nueve de Julio”, destinado al pago de salarios de trabajadores del Estado, con el inconveniente que el comercio minorista no los aceptaba y en la calle, los “arbolitos” de la época los compraban con una comisión del 10 por ciento promedio.

Quienes pudieron acapararlos en cantidad, hicieron fortunas.

Los años siguientes, entre golpes de Estado y gobiernos civiles débiles, la inflación creciente estuvo siempre acompañando como una sombra el bolsillo de los argentinos. Así fue que en 1969 durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía, se realizó la reforma monetaria que quitó dos ceros al billete de cien pesos moneda nacional (vigente desde 1881), y lo equiparó a un peso Ley 18,188. Dicha unidad monetaria rigió hasta junio de 1983 (gobierno de facto del general Benito Bignone), en que fue reemplazado por el “Peso Argentino”, cuya paridad fue un peso argentino por cada diez mil pesos Ley 18.188. La dictadura autotitulada Proceso de Reorganización Nacional (1976 – 1983), dejó al país endeudado en más de 40 mil millones de dólares, condicionando severamente a los futuros gobiernos constitucionales.

Recuperada la democracia, la fiebre inflacionaria golpeó con dureza al gobierno de Raúl Alfonsín, cuyo ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille en junio de 1985 estableció el Plan Austral. Se trató de un plan cuyo eje fue la restricción severa del gasto público, congelamiento de salarios y tarifas, y desagio de pagos contraídos a futuro. El impacto psicológico estuvo dado por el cambio de denominación de la moneda: el peso fue reemplazado por el Austral. Valor del nuevo billete: un austral por mil pesos argentinos o 0,80 centavos por dólar estadounidense. El Plan Austral fracasó y fue seguido por el Plan Primavera de manos del mismo ministro, que finalizó en la hiperinflación que obligó al presidente radical a adelantar la entrega del gobierno a su vencedor en las elecciones

presidenciales de 1989, Carlos Menem.

El presidente justicialista tampoco pudo poner la inflación en caja y cambió tres veces de ministro de Economía hasta el arribo de Domingo Cavallo. Este economista de convicciones liberales, motorizó la Ley de Convertibilidad del Austral, quitándole cuatro ceros a la anterior moneda: un peso equivale a diez mil australes o un dólar estadounidense. Nacía el “uno a uno”. Para ahorrar gastos en nuevas impresiones, se selló la masa de australes circulante con la leyenda “Convertibles de curso legal”.

El gobierno menemista logró una estabilidad monetaria inédita de casi diez años, pero la contención artificial de la paridad monetaria, el “uno a uno”, se financió con privatizaciones y cierre de empresas y servicios del Estado y una creciente deuda externa. En la década de 1990 implosionó la Unión Soviética y el modelo económico liberal alcanzó su hegemonía en casi todo el planeta. El Consenso de Washington impulsa también el Plan Brady, que ofrece reprogramar deuda a treinta años con una pequeña quita.

A finales de los años ‘90, se estima que el 50 por ciento del déficit público estaba originado en la caída de aportes previsionales debido a la transferencia de fondos a las AFJP, a lo que hay que agregarle el desequilibrio en la balanza de pagos por el auge importador; son los años del “deme dos” y los viajes baratos al exterior. El agotamiento del modelo menemista era evidente. En ese contexto surge la Alianza formada por la UCR y una fracción del peronismo progresista. Sus candidatos presidenciales, Fernando De La Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez, ponen como eje de su gestión, acabar con la presunta corrupción del gobierno anterior y otras medidas, pero sin tocar la convertibilidad ni avanzar en transformaciones más o menos profundas. A poco andar el vice presidente renuncia al gobierno por denuncias de coimas en el Senado de la Nación para que se vote una reforma laboral, exponiendo la debilidad del Poder Ejecutivo. No obstante, Álvarez apoyó el desembarco de Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía, luego de un fugaz paso del radical Luis Machinea y el liberal Ricardo López Murphy, quien aplicó un fuerte ajuste generando un repudio generalizado. De aquellos días data entre otras medidas, una quita del 13 por ciento del salario a los trabajadores estatales y otros recortes brutales. El FMI y otros organismos de crédito concedieron un “megacanje” de deuda prorrogando vencimientos, con un costo financiero altísimo. Finalmente; el Fondo decide no financiar más el “uno a uno” y le suelta la mano a De La Rúa.

Cavallo aplica una medida conocida como “corralito”, fijando un tope semanal para extracciones bancarias en efectivo y así, evitar una fuga masiva de depósitos. Pero el malhumor se traduce en fuertes protestas, saqueos y movilizaciones populares. Las provincias dejan de recibir pesos del gobierno central y comienzan a pagar sueldos y a proveedores con bonos nacionales llamados Lecop y billetes locales, emitidos para la emergencia.

Cavallo renuncia a su cargo, De La Rúa decreta el Estado de Sitio y luego debe renunciar a la presidencia. Después de una maratónica sucesión de presidentes provisionales, asume el cargo Eduardo Duhalde quien termina implementando la pesificación de los dólares depositados, a menor valor que el billete estadounidense.

El país estaba en cesación de pagos, ya que el presidente anterior a Duhalde, el puntano Adolfo Rodríguez Saa, había decretado la suspensión del pago de la deuda externa.

Fue así que el país asistió a una danza de monedas provinciales con los nombres más diversos: como ejemplo, el patacón bonaerense; Lecor en Córdoba; Federal en Entre Ríos; Quebracho en el Chaco; Petrobono en Chubut y Río Negro y así sucesivamente hasta alcanzar a quince las provincias emisoras de bonos.

En el año 2006 culminó el rescate de los bonos emitidos y en 2016, el Banco de la Provincia de Buenos Aires incineró 240 toneladas de patacones que habían sido cambiados a sus tenedores por pesos. Hoy las cuasi monedas son una curiosidad histórica, pero siguen presentes en la memoria colectiva.

1) Billetes y Estampillas de los 200 años. Ed. Especial de Clarín – Buenos Aires, marzo de 2010.-

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