La Nostalgia está de Moda
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Nostalgias y Otoños
El olor a escuela es único como el olor al café o al pan tostado
Nostalgias y Otoños

Se acerca el tiempo de ir a la escuela, y entre tanta cosa que sucede en el mundo de hoy, no viene nada mal retornar a la inocencia. La ingenuidad de preparar el portafolios con los útiles escolares era un modo de preparar el espíritu del aprendizaje.  Es factible de cultivar el sentido de la curiosidad intelectual, al menos así lo sentí desde niña. Los colores que venían en caja metálica eran mis preferidos, la diversidad de tonos me daba alegría.

La variedad de lápices desde  el blanco y el negro para pasar por una paleta de verdes, rojos, azules, amarillos y más, despertaba en mí el deseo de pintar pero claro, no había demasiado tiempo para eso porque la concentración mayor estaba en el tintero de porcelana y la pluma cucharita, y el secante, y esas cosas tan antiguas como mi memoria pueda recordar.

Hacer los mapas con tinta china y plumín se convertía en una tarea de difícil concreción. Me recuerdo rehaciéndolos hasta quedar satisfecha con el trabajo realizado e incluso se me hacía la medianoche en esa tarea porque a último momento el pulso temblaba y la línea quedaba quebrada. Inadmisible, no era por sacar una buena nota que lo rehacía, era por desafiar al pulso.

Aún hoy me desafío con otras cosas, es un modo de extender el propio techo de la imaginación o incluso de ampliar el infinito que cabe en mis sueños.

El olor a escuela es único como el olor al café o al pan tostado. Ver cómo se derretía la manteca en cada tostada caliente, en el desayuno antes de ir a clases, me llevaba por caminos fantasiosos, en verdad no era otra cosa más que asistir a la transformación de algo sólido en algo cuasi líquido tal como la vida que exige transformarnos a cada rato, en cada etapa o a diario para sobrevivir a los pequeños apocalipsis personales.

Hablando de nostalgias recuerdo el herbario que nos hacía hacer la profesora de botánica, esa singular colección de plantas o partes de plantas, hojas, flores secadas, conservadas, identificadas, y acompañadas de información para conocer nuestro hábitat. Confieso que siempre me dio impresión secar flores, marchitarlas adrede para aprender de ellas, ponerlas entre una hoja canson y una transparente y ver cómo perdían la savia a medida que pasaba el tiempo, hasta ser solo una colección que crujía y más nada. Quizá por la misma razón, el otoño me produce un estado descolorido, o para no ser tan determinante, ya que el paisaje otoñal está colmado de colores cobres, rojizos y ocres, digamos lisa y llanamente que no me gusta el otoño, aunque haya titulado a uno de mis libros con esa estación: contradicciones humanas. Tal vez, no me gusta el otoño porque las hojas que caen de los árboles son pisadas hasta morir en un tacho de basura o quizá porque la noche le gana a la luz y los días se acortan. En fin, cada uno y cada cual es una pieza inacabada y tal vez algún otoño me sorprenda sin melancolía y a sus anchas.

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