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Sólo el 10% del Cerebro
La mayoría de la gente utiliza solamente el 10% de su capacidad cerebral
Sólo el 10% del Cerebro

Cada vez que quienes nos dedicamos al estudio del cerebro salimos de nuestras torres de marfil para dar una conferencia o conceder una entrevista, una de las preguntas que suelen hacemos es: «¿Es cierto que solamente utilizamos el 10% de nuestro cerebro?» La cara de decepción que normalmente pone el que hace la pregunta cuando le contestamos que no es cierto da claramente a entender que el mito del 10% es uno de estos tópicos que se niegan a morir simplemente porque sería condenadamente bueno si fuera verdad (Della Sala, 1999; Della Sala & Beyerstein, 2007). Este mito, efectivamente, está muy extendido, incluso entre estudiantes de psicología y otras personas instruidas. En un estudio en el que se preguntaba «¿Qué porcentaje de su capacidad cerebral cree usted que utiliza normalmente la mayoría de la gente?», una tercera parte de los estudiantes de psicología encuestados contestaron que un 10% (Higbee & Clay, 1998, p. 471). El cincuenta y nueve por ciento de una muestra formada por personas con un título universitario en Brasil opinaban igualmente que las personas solamente utilizan un 10% de sus cerebros (Herculano- Houzel, 2002). Increíblemente, esta misma encuesta puso de manifiesto que incluso un 6% de neurocientíficos estaba de acuerdo con esta afirmación.

Seguramente ninguno de nosotros rechazaría un buen aumento de su capacidad cerebral si pudiera permitírselo. No tiene, pues, nada de sorprendente que los expertos en marketing que viven de la vana esperanza que tiene la gente de progresar y superarse en este sentido sigan tratando de vendernos una serie interminable de dudosos planes y adminiculas basándose en la premisa del mito del 10%. Siempre atentos a la posibilidad de conseguir una buena historia, los medios de comunicación han jugado un papel muy importante en el mantenimiento de este mito optimista. Muchos de los textos publicitarios que anuncian productos legales se siguen refiriendo al mito del 10% como si fuera un hecho, normalmente con la esperanza de halagar a los potenciales clientes que se ven a sí mismos como capaces de elevarse por encima de sus limitaciones cerebrales. Por ejemplo, en su popular libro How to Be Tunee as Smari [Cómo ser el doble de inteligente], Scott Witt (1983) escribía: «Si usted es como la mayoría de la gente, está utilizando solamente el diez por ciento de su capacidad cerebral» (p. 4). En 1999, una compañía aérea trató de engatusar a sus potenciales clientes con esta Información: «Dicen que solamente utilizamos el 10% de nuestra capacidad cerebral. Pero si usted vuela con X Airlines estará utilizando un porcentaje considerablemente más alto» (Chudler, 2006).

Sin embargo, un estudio realizado por un grupo de expertos convocado por el National Research Council de EEUU concluyó que (lamentablemente) en este caso, como en el de otros métodos milagrosos de autosuperación, no hay mejor solución para progresar en la vida que trabajar duro (Beyerstein, 1999c; Druckman & Swets,1988). Sin embargo, esta desagradable noticia no consiguió desalentar a millones de personas que siguen consolándose con la creencia de que la fórmula mágica para hacer realidad sus sueños reside en el hecho de que todavía no han encontrado el secreto que les permita echar mano de su enorme reserva, supuestamente no utilizada, de capacidad cerebral (Beyerstein, 1999c). Ese ascenso tan deseado, esa calificación estelar, ser el autor de esa novela que será un éxito de ventas son cosas que están perfectamente a su alcance, dicen los vendedores de remedios cerebrales milagrosos.

Todavía más discutibles son las ofertas de los empresarios New Age que proponen afinar los talentos psíquicos que supuestamente todos poseemos por medio de unos oscuros artilugios para el cerebro.

El autoproclamado parapsicólogo Uri Geller (1996) afirmaba que «de hecho, la mayoría de la gente utiliza solamente un 10 por ciento de su cerebro, como mucho». Empresarios como Geller dan a entender que los poderes psíquicos residen en el 90% del cerebro que la gente normal y corriente obligada a subsistir con ese servil y rutinario 10% todavía no ha aprendido a utilizar.

¿Qué motivos puede tener un investigador del cerebro para dudar de que un 90% de nuestros cerebros permanece silencioso? Hay varias razones para ello. Para empezar, nuestro cerebro ha sido creado por la selección natural. El tejido cerebral es muy caro: cuesta mucho desarrollarlo y hacerlo funcionar; con solamente un 2-3% de nuestro peso corporal, consume más del 20% del oxígeno que respiramos.

Resulta muy poco verosímil que la evolución haya permitido un despilfarro de recursos a la escala necesaria para construir y mantener un órgano tan masivamente infrautilizado. Además, si poseer un cerebro más grande contribuye a la flexibilidad que potencia la supervivencia y la reproducción -que son los dos «objetivos esenciales» de la selección natural- resulta difícil creer que cualquier leve incremento en la capacidad de procesamiento cerebral no haya sido inmediatamente aprovechado por los sistemas existentes en el cerebro para mejorar las probabilidades de su portador en la continua lucha por prosperar y procrear.

Las dudas relativas a la cifra del 10% también se basan en las pruebas procedentes de la neurología y la neuropsicología, dos disciplinas que tratan de comprender y paliar los efectos de las lesiones cerebrales. Perder mucho menos de un 90% del cerebro debido a un accidente o a una enfermedad tiene casi siempre consecuencias catastróficas.

Fijémonos, por ejemplo, en la muy divulgada controversia relativa al estado de coma y finalmente a la muerte de Terri Schiavo, la joven de Florida que permaneció en un estado vegetativo persistente durante quince años (Quill, 2005) La privación de oxígeno derivada de una parada cardíaca que sufrió en 1990 había destruido aproximadamente un 50% de su cerebro, la parte superior del encéfalo responsable de la conciencia. La moderna ciencia del cerebro identifica a la «mente» con la función cerebral. Por consiguiente, los pacientes como Terri Schiavo pierden permanentemente la capacidad de tener pensamientos, percepciones, recuerdos y emociones que constituye la esencia misma de ser humano (Beyerstein, 1987).Aunque algunos afirmaban ver signos de conciencia en Schiavo, la mayoría de expertos imparciales no encontraron evidencia de que alguno de sus procesos mentales superiores no se hubiese visto afectado. Si el 90% del cerebro fuese realmente innecesario, este no habría sido el caso.

La investigación también pone de manifiesto que ninguna parte del cerebro puede ser destruida por una embolia o un traumatismo craneal sin dejar a los pacientes con graves déficits funcionales (Kolb & Whishaw, 2003; Sacks, 1985). Del mismo modo, la estimulación eléctrica de zonas del cerebro durante operaciones de neurocirugía no ha puesto de manifiesto la existencia de «áreas silenciosas» en las que el sujeto no experimente ningún tipo de percepción, emoción o movimiento cuando los neurocirujanos aplican estas pequeñas corrientes (los neurocirujanos pueden hacer esto con sujetos conscientes con anestesia local porque el cerebro no contiene receptores para el dolor).

El pasado siglo fue testigo de la llegada de una serie de tecnologías cada vez más sofisticadas que permiten fisgonear el tráfico del cerebro (Rosenzweig, Breedlove & Watson, 2005). Con la ayuda de las técnicas para la obtención de imágenes cerebrales, como los electroencefalogramas (EEG), los escáneres obtenidos por tomografía axial computarizada (TAC) o por emisión de positrones (PET), y las máquinas de obtención de imágenes por resonancia magnética funcional (MRI), los investigadores han conseguido relacionar un gran número de funciones psicológicas con áreas específicas del cerebro.

Con animales no humanos, y ocasionalmente con humanos sometidos a tratamiento neurológico, los investigadores pueden introducir sondas en el cerebro. Pese a lo detallados que son los mapas cerebrales así elaborados, no hay áreas silenciosas a la espera de que se les asigne una función. De hecho, incluso las tareas más sencillas requieren generalmente la contribución de áreas de procesamiento distribuidas prácticamente por todo el cerebro.

Otros dos principios de la neurociencia firmemente establecidos crean otros problemas al mito del 10 por ciento. Las áreas del cerebro que no se utilizan debido a haber sufrido lesiones o a causa de alguna enfermedad, tienden a hacer una de estas dos cosas: o bien se atrofian o «degeneran», como dicen los neurocientíficos, o bien son reemplazadas por áreas cercanas que están al acecho de nuevos territorios para colonizarlos para sus propios propósitos. En cualquier caso, es poco probable que un tejido cerebral en buenas condiciones esté mucho tiempo sin utilizar.

En total, la evidencia sugiere que no hay «ruedas de recambio» cerebrales esperando a ser montadas con un poco de ayuda de la industria de la autoayuda. Así pues, si el mito del lO por ciento tiene tan poca base, ¿cómo se creó? Los intentos de localizar los orígenes de este mito no han conseguido encontrar ninguna pista decisiva, pero sí se han materializado unos cuantos indicios (Beyerstein, 1999c; Chudler, 2006; Geake, 2008). Una de las pistas conduce a William James, el pionero psicólogo americano de finales del siglo XIX, principios del XX. En uno de sus escritos para el público no especializado, James dice dudar de que la mayoría de las personas alcancen más de un 10% de su potencial intelectual. James siempre habla de potencial subdesarrollado y nunca lo relaciona con un porcentaje específico del cerebro en cuestión. El montón de gurús del «pensamiento positivo» que han venido después no han sido tan cautelosos, sin embargo, y «el 10% de nuestra capacidad» se metamorfoseó gradualmente en «el 10% de nuestro cerebro» (Bayerstein, 1999c). Indudablemente, el mayor espaldarazo a los empresarios de la industria de la autoayuda lo dio el periodista Lowell Thomas al atribuir la afirmación sobre el 10% del cerebro a William James, cosa que hizo en 1936 en el prefacio de uno de los libros de autoayuda más exitosos de todos los tiempos, el libro de Dale Carnegie Cómo ganar amigos e influir en las personas. Desde entonces, el mito ha mantenido todo su empuje.

Probablemente, la popularidad del mito del 10 por ciento se debe también en parte a lo mal que los creadores del mismo entendieron los trabajos científicos de los primeros investigadores del cerebro. Calificando a un porcentaje enorme de los hemisferios cerebrales humanos de «córtex silencioso», los primeros investigadores dieron erróneamente la impresión de que lo que los científicos llaman actualmente «córtex asociativo» no desempeñaba ninguna función. Como sabemos ahora, el «córtex de asociación» es de vital importancia para nuestro lenguaje, nuestro pensamiento abstracto y la realización de complejas tareas sensoriomotoras. De manera semejante, la admirable modestia de que hicieron gala los primeros investigadores al admitir que desconocían lo que hacía un 90% del cerebro contribuyó probablemente a generar el mito de que no hace nada. Otra posible fuente de confusión puede haber sido el malentendido entre los legos acerca de la función de las células gliales, unas células cerebrales que superan en número a las neuronas (células nerviosas) por un factor de 10. Aunque las neuronas son el escenario donde transcurre la acción con respecto al pensamiento y a otras actividades mentales, las células gliales desempeñan una función auxiliar esencial para las neuronas que hacen el trabajo pesado, psicológicamente hablando.

Finalmente, los que han buscado los orígenes del mito del 10% se han encontrado frecuentemente con una supuesta cita de Albert Einstein en la que este explica su propia brillantez refiriéndose a dicho mito. De todos modos, una cuidadosa búsqueda de esta cita, a petición nuestra, por el competente personal del archivo de Einstein, no produjo ningún resultado positivo. Lo más probable es que los promotores del mito del 10% simplemente se aprovechasen del prestigio de Einstein para reforzar sus pretensiones (Beyerstein, 1999c).

El mito del 10% probablemente ha hecho que muchas personas se esforzasen por conseguir una mayor creatividad y productividad en sus vidas, lo cual no tiene nada de malo. El consuelo, aliento y esperanza que de este modo se genera ayuda seguramente a explicar la longevidad del mito, pero, como nos recuerda Carl Sagan (1995), si algo parece demasiado bueno para ser cierto, probablemente lo es.

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