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Pratt por Pratt
Más que por las hijas de los embajadores, me sentía atraído por esas bellas mestizas
Pratt por Pratt

A finales de agosto, el dibujante italiano Hugo Pratt decidió- como solía hacerlo su hijo dilecto Corto Maltés- partir en busca de nuevas aventuras. Ocurre que todavía nadie puede creer que Hugo Pratt haya muerto. Mejor entonces recordarlo confundiéndose con la acuarela de algún horizonte final o – mejor todavía- a través de estos “recuerdos y reflexiones” que forman parte del volumen autobiográfico e inédito en español “Le désir d’etre inutile”, donde- entre muchas otras cosas – Pratt evoca los trece años (1949-1962) dibujando, creando, bailando y viviendo en una suerte de Eldorado llamado Buenos Aires.

La única molestia era la inflación. Entre el momento en que nos habíamos embarcado en Génova y nuestra llegada a Buenos Aires, el peso había perdido la mitad de su valor. Sin esta inflación, que en la Argentina era un fenómeno permanente, nos habríamos podido dar la gran vida.

En cuanto a mí, no me mezclé con los inmigrantes italianos más que de forma marginal, pues la Argentina se convirtió enseguida en mi país adoptivo.

Tuve un flechazo en Buenos Aires, esa ciudad gigantesca con un puerto, al igual que Venecia, pero un puerto inmenso. Era la ciudad e n la que había que vivir con el corazón, con el alma. No había que conocerla desde el punto de vista turístico, pues eso no hubiera permitido ver y comprender su esencia, es decir, su misterio, su fuerza, su ironía. Uno se codeaba con inmigrantes de todos los países, de todas las razas, de todas las culturas. Y todos están felices de estar allí, orgullosos de ser argentinos o de tener la posibilidad de llegar a serlo.

Mientras dibujaba, oía las canciones que difundían las radios locales, como Radio Belgrano o Radio El Mundo; amaba esas ingenuas historias de amor. El tango, y más precisamente la música de Astor Piazzolla, simbolizaban la atmosfera de Buenos Aires: una tristeza alegre. Recuerdo desde el principio esa alegría teñida de melancolía.

Fui iniciado ene l tango por la familia Farías Gómez. La madre cantaba a la manera de Susana Rinaldi. Esa música a la que conocía solo superficialmente me conmovió de inmediato. El poeta Discépolo definió al tango como “un pensamiento triste que se baila”. “Pensamiento triste”, porque esa  música expresaba la melancolía y las frustraciones, creando el tango mismo una frustración: durante el tiempo de la danza hubo un acercamiento físico y luego, cuando la música se detiene, hay que saludarse y separarse mientras que, frecuentemente, se desearía que ese acercamiento pudiera continuar de una manera u otra.

Mi preferida entre las figuras del baile era la cuchillada, y quien me inició en ella fue Aureliana Gallardo, una hermosa muchacha que era nieta de un picador español.- En su casa, junto al diván, había una foto de ese antepasado, un hombre de gran tamaño, y cuando me sentaba al lado de Aureliana tenía la sensación de que si no me comportaba adecuadamente me iba a dar un golpe con su pica.

Frecuentaba los bares de tango, que eran una especie de grandes observatorios sexuales donde el erotismo se expresaba naturalmente por medio de la música, de la danza y de dos bebidas: una, que se llamaba Black Velvet Salgari, un tipo de sangría hecha con cerveza, la otra un champagne local que las chicas adoraban. Todo el mundo se vestia bien, las muchachas se ponían sus mejores ropas, los muchachos usaban brillantina en el pelo.- Yo mismo, alguna vez, llegue a ponerme gomina.

Los locales populares estaban cerca del puerto, en la parte baja de la ciudad. Era allí donde se encontraba a las “pardas”, es decir las mestizas que bailaban tango. Se las llamaba “pardas”, que significa “panteras”, por alusión al color miel encendido de su piel y por sus gestos felinos.

Más que por las hijas de los embajadores, me sentía atraído por esas bellas mestizas, esas hermosas criollas, resultado del cruce entre indios, españoles, judíos.- Las muchachas del pueblo eran frecuentemente soberbias: los cabellos bien negros, los ojos como el chocolate Suchard con lentejuelas, la piel color canelas y algunas veces con manchas rosado sobre el marrón: mujeres perfumadas, doradas, de dientes perfectos, de largas piernas, de pequeños traseros al final de los hermosos muslos.-

Para mí, en lo que respecta a mujeres, al deseo y al placer, no hay nada mejor que la Argentina.- Ella fue mi santa patrona, una gran puta católica y llena de sacramentos.

Recuerdo el entierro de Eva Perón y los sucesos rocambolescos que lo siguieron, ese cuerpo que desaparecía y reaparecía.

Más que militar, me era más natural pasar mi tiempo libre con mis amigos, que pertenecían a todas las clases de la sociedad.- Frecuenté tanto a tipos pobres como a ricos burgueses nacidos con una cuchara de plata en la boca.- Poseían enormes tierras y se reunían en clubes muy selectos.

No dudaba en participar en fiestas que organizaba la burguesía que me aceptaba.

En mi barrio residencial, las gentes se reunían en los jardines de las casas alrededor de una parrilla y se podía pasar sin problema de un jardín a otro, de una fiesta a la otra, de una parrilla a otra, de una piscina a otra. Una parrilla, una piscina, una parrilla, una piscina, podía recorrer todo un circuito alrededor de mi casa. Sin embargo, en el plano humano, el contacto con el pueblo, donde era recibido con mucha calidez, me era más grato.- Bien recibido por todos, tratando de evitar tomar partido, era un parasito sentimental.

Había una gran cantidad de gente curiosa en la Argentina y se debía a que se recibía fácilmente a personas de todas partes. La Argentina les daba la posibilidad de integrarse, de tener una segunda oportunidad.

Fue también en la Argentina, en 1955, que Dizzy Guillespie se convirtió en mi amigo. Me encontraba en un restaurante cuando el entro. Me acerque a hablarle de jazz, pero eso lo aburría, ya tenía bastante de ese tema de conversación. Le ofrecí un libro de Enrique Lipszyc sobre la historieta argentina que reproducía algunos de mis dibujos, pero no me presto ninguna atención, y cuando vi que iba a dejarlo me enoje y le dije “bola de nieve”. Finalmente lo encontré en el lugar donde tocaba y pudimos explicarnos más tranquilamente , después de lo cual fuimos grandes amigos.

Había un tipo El Andaluz, que trataba cada tanto de cortarse la oreja porque se creía Van Gogh.- Un dia al abrir la puerta de un cuarto descubrí a un ahorcado . ¡Era una época formidable!

El tango argentino no me había hecho olvidar el jazz, entre los años 1952 y 1957 cantaba y tomaba con pequeñas formaciones como los New Orleans Boys o los New Dixieland Stampers.

Para tocar me ponía un impermeable con plumas de cuervo que había diseñado Gisela Dester, un pico de pájaro en la nariz, anteojos sin vidrios y un megáfono sostenido con un elástico que me pasaba por detrás de las orejas. Trabajábamos sobre todo en los trenes. Tomábamos, por ejemplo, el tren que iba a Bariloche y durante los tres días que duraba el viaje divertíamos a la gente en el coche restaurante. Me gustaba mucho el costado absurdo, falto de sentido, de todo eso.

Es posible que las personas que puedan definirse como “normales no me interesen, pero  es también lógico pensar que entre los miles de personas que conocí allí habría de haber fatalmente decenas que fueran verdaderamente extrañas y que hayan sido ellas las que más me marcaron.

Hay un efecto de bola de nieve: cuando uno se junta con alguien de personalidad original, esa persona te hace conocer a sus amigos, quienes frecuentemente son personas que tienen  también una personalidad original y así sucesivamente. En medio de toda esa locura, elegía muchas veces la soledad, pero mis amigos eran bastante discretos y su locura no resultaba una amenaza sino una diversión.

Me sentí entonces un poco perdido y sentí la necesidad de alejarme de mis amigos que Vivian en un mundo de dulce locura, de dar vuelta la página, sentimental y profesionalmente, reencontrar una identidad.

Más o menos conscientemente, al dejar la Argentina, sabía que a partir de entonces mis relaciones amorosas serian menos violentas, menos agresivas, que experimentaría afecto, ternura pero la pasión ya nunca más. El adiós a la Argentina fue  finalmente el adiós a mi juventud. Esos trece años me habían llevado de la juventud da la madurez.

Al final de mi larga experiencia argentina, había perdido un estilo de vida hecho de arrebatos y espontaneidades, era capaz de relativizar, de poner las cosas en su perspectiva, de ver claros  mis sentimientos. El retorno a Europa significó el fin de los sueños y de las actitudes vinculadas a la juventud .- La Argentina hizo de mi un adulto.
Página/30 – Octubre 1995 – Traducción de Marcos Mayer -“Pratt por Pratt”

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